Rótulos con historia

Hostelería

Nombres de tradicionales bares de la ciudad tienen un curioso origen desconocido para la mayoría de sus clientes.

Rótulos de conocidos bares de la capital gaditana.
José M Sánchez Reyes Cádiz

19 de junio 2016 - 01:00

¿Sabe por qué se llama Los Platillos Volantes ese bar donde usted desayuna o se toma el aperitivo? ¿Qué lleva al propietario de un local a llamarle Las Palomas, Ducal o Nebraska? Bares históricos de la ciudad tienen curiosos nombres cuyos orígenes merecen la pena. Tienen su explicación, al no ser tan evidentes como los que recuerdan a familiares o al mismo propietario, veánse Joselito, Nono, Lucero o Mari y Jose. O los que así se llaman por la zona donde se encuentran: Gol, La Escalerilla, La Pasarela o El Cañón. O los que simplemente son un juego de palabras como el de Las Quince Letras, en la calle García Quijano (basta con contar el número de letras). Son nombres curiosos y, en algunos casos, con tantos años que ni los actuales propietarios han conseguido conocer su procedencia.

Uno de esos bares con enigmáticos nombres es Los Platillos Volantes, en la esquina de San Francisco y Beato Diego. La historia, carnavalesca, se remonta a 1955. "Yo llevo aquí 13 años, pero se llama así desde el 55. Antes se llamaba La Botella o Las Botellas. El dueño tenía relación con alguno de los dos coros 'Los marcianos' y 'Los bichitos de luz' y le puso el nombre por un tango, creo", dice Juan García, el propietario. Cree bien. Se refiere al tango de 'Los bichitos de luz' que comenzaba "Hoy los platillos volantes se ven volando por todas partes...", una puya directa al coro rival, 'Los marcianos'. Ambos grupos fueron ese año, 1955, archienemigos.

Manolo Pérez lleva 39 años en Las Palomas, un histórico bar en la confluencia de Buenos Aires y Enrique de las Marinas famoso por su ensaladilla. No está al cien por cien seguro del origen del nombre, pero la versión más fiable cuenta que el primer propietario era interrogado por su sobrino sobre dónde se hallaba el bar que su tío tenía intención de gestionar. "Parece que le respondía que estaba cerca de una plaza que tenía muchas palomas, en relación a la plaza de San Antonio", explica. Muy cerca, en la calle Ancha, se encuentra el bar Liba, gestionado por Carlos López. Dice que su abuelo, que abrió el bar en 1938, le puso el nombre recomendado por una amiga tan conocida en Cádiz como la poetisa Gitanilla del Carmelo. "Liba viene del verbo libar. Así de simple", explica Carlos. Según la RAE, el verbo tiene tres acepciones: Dicho especialmente de las abejas: Sorber suavemente el jugo de las flores; hacer la libación para el sacrificio o la presentación de ofrendas a alguna divinidad; y gustar un licor paladeándolo. Evidentemente, el nombre del bar responde a esta tercera acepción.

De exotismo en el nombre, el Nebraska, en la calle Muñoz Arenillas, anda sobrado. Juan Antonio Parrado cogió el negocio en 1982. Recuerda que el anterior propietario le puso ese nombre, el de uno de los 50 estados de los Estados Unidos, porque era un hombre "que recorrió mucho mundo. Creo que le gustó la palabra Nebraska y se lo puso". En tiempos, era usual poner a un bar topónimos de lugares extranjeros. El California perdura en Barrié. En la avenida, el Miami. Existieron el Montecarlo, el Niza, el Frankfurt, el Hamburgo...

El propio Parrado explica porqué se llama La Noria el bar que regenta su hermano Antonio en la calle Los Balbos, del barrio de San José y cerca de Salesianos. "Los once hermanos nacimos en Medina Sidonia en la Huerta La Noria, de ahí el nombre", señala.

Dice Isidro García que su padre, Gonzalo García, fue el primer propietario de El Delfín Azul, un clásico en el Paseo Marítimo. "Cogió el local sin arreglar en el bajo del edificio Los Delfines. No tiene más historia el nombre del bar salvo el añadido del color del delfín", señala. Isidro consulta Google en su móvil y lo confirma. "Pues sí. Existe la especie de delfines azules". Otro bar emblemático es el Ducal, en la plaza del Falla. Andrés Pedemonte, el dueño, destaca que su padre abrió en 1965 y le puso el nombre de un vino muy de moda, el Fino Ducal, de Osborne. "Le ofrecieron que pusiera el nombre al bar a cambio de promociones del vino y ofertas", argumenta.

Hay casos como el del bar El Periquito, en la calle San Rafael, con puertas a Rosa, en el que el propietario, Santiago, no ha conseguido dar con el origen del nombre. Su suegro cogió el bar en los años 50 y ya se llamaba así. "Antes, desde finales de 1800, era un ultramarinos y ya tenía este nombre. Pero por más que hemos buscado, no ha habido manera", reconoce.

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