San Severiano vive otra historia
Los vecinos del primer tramo del grupo que se creó para realojar a los damnificados de la explosión de 1947 no entienden la protección que la Junta quiere dar a sus pisos
San Severiano se levanta como cada día estrangulado entre la barriada de Guillen Moreno y la silueta poderosa de El Corte Inglés. San Severiano se despereza entre sus casitas bajas y el llamado grupo de Astilleros con la noticia de que sus fachadas ajadas, su estructura decadente y sus humedades son patrimonio etnológico de la ciudad para la delegación de Cultura de la Junta de Andalucía que ve más allá de las apariencias y contempla la geografía del barrio como huella de la explosión de 1947. Pero entre las ofertas de plátanos, naranjas y papas nuevas que conforman la colorida antesala de la frutería de la calle Enrique Calbo, pero en el patio desvencijado del 6 de Pintor Viniegra, pero en los pisos de este primer tramo de la avenida de San Severiano, la Historia es otra historia.
La Historia está grabada en la memoria de los vecinos, no pocos, primeros habitantes de estas viviendas que se construyeron para realojar a los damnificados del estallido del polvorín de la Armada en agosto del fatídico 47. Es el caso del veterano caballero que se aposta en la puerta de la frutería sin querer dar su nombre pero sí prestarnos su historia. "Yo vine aquí directamente de los barracones que se hicieron después de la explosión. Tenía tres años. Y hasta ahora. No es que viva bien en mi casa, es verdad, es pequeña, hay humedades, pero lo que me da mucho miedo es que si se hicieran casas nuevas con ascensor y todo eso tendría que pagar más y mi paga es muy cortita. Por eso, bueno, mejor que protejan o lo que sea aunque yo no tengo ni idea de política y esas cosas".
El septuagenario gaditano apenas consigue acabar su entrecortado discurso. "¡Qué dices chiquillo!". "Anda hombre qué miedo ni miedo, miedo es cómo están las casas". "Por favor, que hay que proteger aquí. A nosotros no se nos olvida lo que ha pasado no hace falta que el barrio esté así para eso". Un buen grupo de vecinos se han ido acercando a la puerta del puesto y, casi al unísono, porfían a la contra.
"Yo soy de la tercera generación de esos primeros habitantes. A mi abuela la trajeron aquí, aquí nacieron mis padres y aquí nací yo y nacieron mis hijos. Esta frutería que regento es el negocio más antiguo del barrio, que realmente es como un pueblo, pero eso no quita para que entienda que más vale que lo tiren todo y nos den unas viviendas y unos locales en condiciones", explica contundente José Luis que para, por un momento, sus quehaceres para intervenir en la improvisada tertulia que se ha formado junto al Centro Berchmans.
"Pues yo llevo cuarenta años viviendo aquí, y digo lo mismo que José Luis, que tiren todo esto. Lástima que no salió lo de la inmobiliaria esta que vino hace unos años... Qué pena...", comenta otro de los vecinos que se escabulle rápidamente del grupo. "Claro, ¿pero sabe usted qué pasa?, ¿sabe cuál es otro de los problemas? Que el basamento de las casas está mal, están mal cimentadas. Bueno, ahí en la calle Amadeo Rodríguez han tenido que meter vigas nuevas y todo a los primeros", cuenta otra de las vecinas del barrio.
"Bueno y otros problemas que hay. Mira, esta señora -contesta la gaditana Auxi Gámez señalando a una vecina mayor que acaba de salir con sus compras de la tienda- vive en un tercero y como su marido es mayor el hombre no puede bajar, ¿verdad Mamen?". "Es verdad, -responde la interpelada- mi marido tiene las piernas regular y nuestra casa es un tercero pero como si fuera un quinto de lo mala que es la escalera. Si esto lo pusieran todo nuevo y bien nos daría más vida". Eso no quita para que Mamen se sienta "bien" en el barrio pero "no tiene nada que ver" con aspirar "a que esto cambie". Luisa, otra de las habitantes veteranas de San Severiano y que conversa animadamente con Mamen, cree que ella no va a ver "un cambio" en la barriada pero "por supuesto" que le gustaría y no entiende las reticencias de la Junta.
Con su hija, con Auxi, avanzamos la calle Enrique Calbo hasta llegar al número 4, donde vive con su marido y sus dos hijos, el niño y la niña, "la parejita", ríe. "Cuando llegué me dijeron que no hiciera nada porque si esto lo van a tirar, que si van a hacer casas nuevas... Pintamos, mi marido me hizo unos armarios y poco más". El hogar cuenta con unos sesenta y dos metros cuadrados. Ni el más grande ni tampoco el más pequeño del barrio. Los hay de treinta y tantos y cuarenta y tantos. "Pero hay que estar muy pendientes de los techos, de las filtraciones de agua. Nosotros lo estamos pero a algunos vecinos míos se les ha anegado la casa con las lluvias recientes", cuenta.
Subimos a la azotea. Aún no llueve. Un tenue sol acaricia la vista aérea del barrio de San Severiano. "Fíjate en las fachadas de las casas, y en la propia altura de las viviendas. No me digas tú que no se podrían hacer unas casas mejores y más altas donde pudieran vivir más gente y tener esto otra cosa, otra vida", imagina Auxi. De todas formas, la madre de familia está tranquila porque "este es un barrio muy barrio" donde todo el mundo está pendiente "de que si los niños van para arriba o para abajo", "te avisan", "y la mayoría nos conocemos de toda la vida". "Es más, mis dos hermanas viven aquí". "Pero vamos, como planteó Comunidades del Sur -la inmobiliaria que hace unos años quiso apostar por una nueva cara para el barrio- los mismos vecinos podríamos optar por unas casas mejores".
José tampoco tiene reparos en abrir el portal comunitario de su casa, en Pintor Viniegra, 6. Nos muestra un patio interior presa del abandono, con el suelo, en gran parte levantado, y las paredes carcomidas por la humedad. "Ya ves", exhibe con decepción. "Yo tengo la casa en venta. Creo que esto habría que hacerlo de nuevo. Hasta no hace mucho, por ahí por el patio que está en plena calle salían ratas y cucarachas. La verdad es que ya no, pero vamos, con eso que me cuenta usted de lo que dice la delegación de Cultura... No sé que hay que proteger, ni el valor que puede tener esto... Yo no lo veo así desde luego", opina el vecino.
Cruzamos el patio de la Milagrosa. Un grupo de jóvenes estudiantes toman el bocadillo. Charlan, ruidosos, de sus cosas. Alejados de polémicas de Junta y Ayuntamiento. Ellos no viven aquí. Sólo estudian ahí enfrente.
Salimos a la avenida San Severiano, una de las vías de salida de la carretera industrial. En el estanco Sebastián se muestra desconfiado. "Yo no sé que hay que proteger y si es patrimonio o no, pero sí me gustaría que si se consigue tirar esto y hacer otras casas, otro barrio, que fuera como de verdad lo pintan porque, tú sabes, luego las cosas no son como dicen...", deja la conclusión en el aire. "Eso sí, por lo que escucho a los vecinos que vienen aquí a comprar te puedo decir que el 80 por ciento serían partidarios de tirar el barrio pero que la gente más mayor suele ser más reacia", valora.
Abandonamos San Severiano. Aún el sol asoma tímidamente dejando al descubierto su perfil no sé si histórico pero sí cansado.
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