San Valentín | El amor o lo que surja...

El Día de los Enamorados

En vísperas de la celebración del Día de los Enamorados, reflexionamos sobre el concepto de compromiso en lo que llevamos de siglo XXI

Ilustración sobre el Día de los Enamorados. / Miguel Guillén

Cádiz/Dice Luna Miguel en su elocuente ensayo Caliente que las, llamadas, nuevas formas de amar pueden resultar novedosas porque “durante mucho tiempo se nos ha impuesto una especie de relato único del amor”. Es inevitable acordarnos de la compositora e intérprete Pauline Viardot (Paulina García 1821-1910) y su bien avenida relación a tres bandas que convirtió su casa en símbolo de modernidad europea o, en otro sentido, de John Stuart Mill que a finales del XIX ya sostenía que el matrimonio tradicional había demostrado ser un completo fracaso, procurando desdicha a ambos cónyuges –bueno, a unas más que a otros, como él mismo desarrolló en El sometimiento de las mujeres–. El caso es que el niño Cupido siempre tuvo flechas diversas en su carcaj, además de que no siempre ha tirado a matar (entendiendo muerte por amor o por matrimonio, con perdón). Es más, en vísperas del Día de San Valentín y en ese escenario de (una) nueva toma de conciencia (más) de libertad e igualdad, nos preguntamos, ¿se tambalea el matrimonio tradicional, está herido de muerte el compromiso?

Para la socióloga de BigBand, María Ramírez, sí y no: “En lo formal el compromiso tiene ahora una forma similar al de hace 30 años; pero lo que ha cambiado es el fondo, lo que se busca en ese compromiso, en el matrimonio”. Igualdad, respeto, compañerismo, pasión. “Compartir intereses. Antes, casi te juntabas, o te juntaban, con lo que tenías delante, los vecinos, los compañeros de colegio, ahora los chicos se unen por intereses comunes”.

Vayamos aún más atrás en el tiempo con su colega de la Universidad Pablo Olavide, Alejandro López Menchón, que nos recuerda que el matrimonio, como el amor, han existido siempre, pero no siempre juntos: “A partir del final de la Edad Media y durante varios siglos después, este hecho fue cambiando de forma muy paulatina y el amor, la sexualidad y el matrimonio fueron vinculándose cada vez más. Solo en la época moderna se puede hablar de una consolidación de este concepto del matrimonio basado en el amor romántico”.

En la actualidad, llámese crisis del matrimonio o no, para López Menchón lo que desde luego existe es una “paulatina desinstitucionalización de las uniones consensuales o de las relaciones afectivas”. “Además, uniones como las parejas de hecho se han ido extendiendo a todas las capas y sectores de la población”, afirma.

Es como si hubiéramos evolucionado desde contratos sin amor hasta amor sin contratos. ¿O no? ¿Es así en nuestro pequeño rincón al sur del sur? En lo que llevamos de siglo XXI, en la capital ha pasado de celebrarse unos 548 matrimonios (403 por el rito de la religión católica y 144 civiles) en 1999 a 471 uniones (134 católicas y 322 civiles) en 2019. Es más, si ampliamos un poco la horquilla tanto geográfica como temporal, nos encontramos con una provincia que en 1979 contempló 7.202 uniones matrimoniales y que en 2019 acogió 4.900 bodas. No hay que obviar, tampoco, un fenómeno como el descenso demográfico que se ceba especialmente con nuestra tierra.

“Sí creo que es importante destacar que en España los cambios que afectan a la pluralización y transformación familiar comenzaron más tarde que en los países nórdicos pero avanzaron mucho más rápido”, apunta Ramírez y, automáticamente, nuestra cabeza se coloca en julio de 2005 cuando España se convirtió en el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio homosexual. Desde entonces, en Cádiz capital la unión civil entre dos hombres o dos mujeres ha sido de 10,1 matrimonios anuales. El año de aprobación de la norma tuvieron lugar 11 uniones y 15 se produjeron en 2019, por sacar dos datos enteros de los siempre raros porcentajes.

Nos seguimos amando, juntando y casando. También separando. Oficialmente, cuando nos dieron la posibilidad, claro. Y nos volvemos a acordar del bueno de Stuart Mill cuando apuntaba hace dos siglos que una de las causas del fracaso del matrimonio era la diferencia sustancial que existía entre hombres y mujeres. Un dato signitivo: en cuanto el divorcio fue una realidad en España, en la II República, un 56% de las solicitudes fueron a petición de la mujer; en el caso de las separaciones –más frecuentes cuando había hijos de por medio–, un 81,38%. Esta posibilidad desapareció, desde luego, durante todo el franquismo.

Bajo estos mimbres, el conocido antes se aguantaba más que ahora adquiere un cariz muy distinto: “Además, va unida a una idea del amor muy equívoca, como la de que el amor lo puede todo, o que si tiene celos es que te quiere. O la idea de la media naranja, que sin una pareja estás incompleto”, añade la escritora feminista Iris Borda.

Casarse no significaba lo mismo para ellos que para nosotras –prosigue la autora–. En general, éramos nosotras las que nos casábamos por amor. Desde la perspectiva feminista, el matrimonio se ve como una institución muy opresiva. En principio, era una transacción entre el hombre (el ser que negocia) y nosotras (el objeto de negocio). El amor es la herramienta definitiva para hacernos creer que no somos un objeto más, pero a través de una concepción errónea del amor sí sigue proclamando una posición subordinada. El amor es el opio de las mujeres, que decía Millet”.

Para Borda, el principal diferencial desde hace un par de generaciones en nuestro país es la educación de las mujeres: “La opción de decir, me voy, me separo. Tan sólo dos generaciones atrás, las mujeres no trabajaban. También, aunque siga existiendo, la violencia machista no es algo asumido y aceptado, como sí lo era antes”, reflexiona.

En cierta manera, también coincide con Ramírez que apunta al feminismo como “uno de los revulsivos” de ese cambio de lo que se busca en una unión sentimental, pero la socióloga quiere también destacar “la positiva aportación de los hombres feministas” desde el concepto de “nueva masculinidad” que ha supuesto también “otro cambio importante para romper el modelo tradicional, incluso en lo estético”.

“Es que no se trata de aguantar. Es más, ese lenguaje está completamente obsoleto ya. Ahora en las relaciones sentimentales y en los nuevos modelos de familia hablamos de acordar, de encontrar espacios de diálogo, de conferir importancia a lo electivo. Hablamos de huir de lo tóxico y de evitar a las personas que no nos dejan crecer”. ¿Pero existe también cierto auge del individualismo?, preguntamos a la socióloga. “Del hedonismo, diría. Es innegable que es una de las grandes corrientes de nuestro tiempo”, contesta.

Amor líquido (al calor de la Sociedad Líquida, y del todo líquido, de Bauman) frente al amor romántico: “A grandes rasgos –desarrolla Alejandro López Menchón–, podemos decir que este cambio es fruto de un proceso creciente de individualización de la sociedad y de mercantilización de las relaciones afectivas… Una de las grandes consecuencias de este cambio de modelo es, precisamente la superación de la idea de una unión para toda la vida”.

“El proceso de individualización es el mismo que facilitó el paso de un matrimonio basado en cuestiones materiales y prácticas, como eran los matrimonios hace unos siglos, a un matrimonio basado en el amor verdadero, romántico… –prosigue–. Pero ahora, llevados por esa misma inercia individualista, estamos en un momento en que el amor romántico como base de la unión afectiva se está viendo sustituido por lo que se ha llamado amor líquido. Buscando un símil, sería como traer la lógica del consumo y la satisfacción que este conlleva al fenómeno de las relaciones afectivas”.

“Esto significa que, si bien a la hora de seleccionar una pareja seguimos guiándonos por el amor –indica el sociólogo–, las personas no se unen pensando que va a ser para toda la vida, si no con el convencimiento de que cuando ya no le satisfaga la relación, o las personas no estén convencidas de mantener la relación, se puede cambiar. Las relaciones son continuamente evaluadas y están sometidas continuamente a esta exigencia. Como dice Bauman, somos más especialistas en buscar rupturas inocuas, sin muchos efectos secundarios dañinos, que en los arreglos o reconstrucciones de relaciones dañadas”.

Volvamos sólo por un momento al dato de nuestra pequeña comunidad gaditana. En 1999 se produjeron 840 divorcios y 1.403 separaciones en la provincia, mientras que en 2019 tuvieron lugar 2.350 y 117, respectivamente. Teniendo en cuenta que los matrimonios fueron 6.105 el año antes de alcanzar el nuevo siglo y 5.024 en 2019, pues parece que las uniones legales siguen vivas por aquí.

Eduardo Vázquez es psicólogo especialista en terapia de parejas en ConSenso. Para él, nuestra concepción de las relaciones de pareja no ha cambiado mucho respecto a otros tiempos, aunque hay dos factores que sí han cambiado: el primero, que vivimos más, “y, sin embargo, seguimos con el sesgo de pensar que las relaciones tienen que ser para toda la vida. Recuerda aquello de los votos matrimoniales, el hasta que la muerte nos separe”. Ya. Define muerte. “Si pienso que algo lo voy a tener para siempre, no lo cuido igual”, añade.

Y, en segundo lugar, la independencia de las mujeres que, “gracias a los dioses, ha procurado unas relaciones más igualitarias. Para los hombres, antes todo el negocio era bastante ventajoso. Esto ya no es así, y a veces a los hombres les asusta”.

La socióloga de BigBand coincide en la definitiva influencia del aumento de esperanza de vida. “Una cosa que estamos observando es que los seres humanos, como vivimos más, ahora estamos en constante proceso de evolución durante toda nuestra vida. Antes pasabas una parte de tu vida buscando la estabilidad y llegados a cierta edad se trataba de conservarla. Ahora, sin embargo, como vivimos más y, ¿por qué no decirlo?, ante un mercado laboral azotado por la precariedad pues también andamos más proactivos al cambio”. ¡Vaya binomio complejo con el que nos toca lidiar: hedonismo y precariedad!

Las tres patas del amor

Desde ConSenso, el psicólogo Eduardo Vázquez afirma que lo esencial a la hora de arreglar una pareja es el interés: “Si lo hay, el porcentaje de recuperación es alto. Ten en cuenta que contamos con una fuerza muy potente de nuestra parte, que es la inercia, la costumbre”. El interés, pues, la “comunicación (que no es hablar mucho) y el respeto. Y después de esto -continúa el especialista, analizando las posibles claves del éxito en una pareja -, la amistad (apoyo), el compromiso (planes, metas en común) y la pasión”. Ajá. El famoso caso de la migración de las mariposas: “Tenemos que ir adaptando la sexualidad, la forma en la que interactuamos con la pareja. Hay que huir de la rutina, que no es que en sexo haya muchísimas cosas que hacer, pero sí muchos matices”.

En ese sentido, señala Eduardo Vázquez, al contrario de lo que se cree “la pornografía no ayuda mucho”. “Las parejas de menos edad especialmente se fijan mucho en esos modelos -continúa-. Y tenemos un problema generacional con mucha gente joven que cree que el sexo es un listón altísimo. Claro, claro que lo es si tus modelos están en el porno. Si sólo esa es tu fuente de educación sexual, empezamos mal. Yo he tenido a chavales jóvenes que me venían preguntando si tenían que tomar viagra, por ejemplo, o con problemas de disfunción erectil por bloqueo”. Y la terapia de pareja no siempre, aclara, tiene que ser conjunta: “Es más complejo si viene sólo uno, aunque los mejores resultados no se obtienen siempre con los dos juntos”

Sea consecuencia de los tiempos líquidos o no, tanto Eduardo Vázquez como Iris Borda afirman que una relación exitosa no tiene por qué ser la más duradera: “Desde el primer día, lo que les digo es que de lo que se trata es de que la pareja funcione y de estar bien uno –indica el psicólogo–. Si no es posible, una salida adecuada puede ser la ruptura, pero hay que tener en cuenta que para romper siempre hay tiempo”.

“Una relación puede durar cuarenta años y ser un horror –comenta al respecto Borda–. Yo creo que para que una relación tenga éxito hay que saber decir muchos ‘no’, y encajarlos. Y seguir manteniendo ciertos espacios privados, recordar que no eres el siamés de tu pareja. Es muy liberador saber que estás en un sitio sólo porque quieres”.

El terapeuta indica que otro de los errores comunes es el control, el creernos en posesión del otro. Esto incluye “el querer que la pareja cambie para que sea como nosotros queremos. Podemos expresar algo que no nos gusta, pero no machacar al otro. Entre otras cosas, porque si me quieres y quieres estar conmigo, me tendrás que aceptar en gran medida. Hay que asumir que la pareja no va a ser como yo, va a ser diferente. En esa mezcla, en ese respeto y aceptación, están las parejas exitosas, que no son las que no tienen problemas, sino las que saben resolverlos, las que tienen protocolos frente a los problemas. Y uno de ellos, muy importante, es no marear las discusiones”. ¿El peor pronóstico? Cuando no se habla: “Cuando se ha llegado a ese momento de no tengo nada que decirte y me da lo mismo lo que me digas”.

Como dice Ramírez, “una relación horizontal”. Hacia ella caminamos. De hecho, en su opinión, “al menos ya somos conscientes de que existían relaciones sentimentales verticales”. La socióloga es optimista con el futuro, con los que vienen. Así, asevera que estamos “ante la primera generación (los adolescentes de hoy) que tienen interiorizada la diversidad en la condición sexual y en la identidad; te diría que es la primera vez que una generación de hijos educan a sus padres en este ámbito”.

Y es que si hablamos de compromiso, de matrimonios, de uniones, de vidas largas y en constante cambio, hay que hablar de familia. En muchos casos, de familia reconstituida, es decir donde los cónyuges llegan de relaciones anteriores en las que han tenido hijos. En la capital, de los 471 matrimonios que se produjeron en 2019, 83 de los esposos venían de una unión anterior y 92 de las cónyuges de otra. “Por supuesto, para su éxito, para que todos los miembros se sientan cómodos, es indispensable todo lo que hemos hablado antes de crear espacios de diálogo, de respeto, de comunicación”, destaca Ramírez.

Tan difícil o tan fácil como es el amor. De eso hablamos, ¿no?, de encontrar el amor. Bueno, exactamente el amor no es siempre lo que buscamos, sino otro tipo de hallazgos menos idílicos, como el suplir carencias, en no sentirnos solos o no realizados.“En el caso de las chicas, es también mayor el énfasis en el físico, en hacer que los hombres nos deseen: es decir, buscar la valoración masculina –opina Borda–. Ese es el mensaje desde el principio así que, cuando llegas a una edad en la que empiezas a buscar pareja, vas a buscar esa aprobación. Otro de los problemas, desde luego, es que no se nos enseña a gestionar nada, ni la falta de autoestima, ni el miedo a la soledad... Puedes saber, racionalmente, que no terminarás siendo la loca de los gatos, pero una cosa es saberlo y otra, sentirlo. Luego está el camino inverso: el que no es posible separarse porque la hipoteca sí que te une para siempre. Pero, desde luego, hombres y mujeres no nos aproximamos a buscar pareja desde el mismo sitio”.

Porque si Ramírez atisba esperanza en una generación que ve con naturalidad todas las formas de identidad y preferencias sexuales, Borda señala la “involución” en educación en igualdad entre hombres y mujeres: “No sé muy bien cómo ha sucedido esto, pero yo diría que hay varios factores. La cultura mainstream (películas, series, libros... ), que abunda en el concepto de amor tóxico y en el rol de sumisión femenina, redencionismo y demás. Luego está el tema de la cosificación potente. Y luego, la pornografía, que ahora está, sin filtro, en todos lados, y muy normalizada. No ajeno a esto para mí está la normalización de figuras como el sugardaddy, que lleva implícito también ese mensaje de que el sexo no es nada, está disociado de ti, es una mercancía dentro de tu capital erótico, que esa es otra. Y, para colmo, la chavala que lo hace es la triunfadora, la que tiene todo lo que quiere, etc”.

Para Borda, propuestas como las del poliamor, que se supone vienen a solucionar una serie de inercias, pueden ser conflictivas. “Sobre todo viendo el aire social que hay en los adolescentes, que parece que tendríamos que progresar hacia la igualdad y no es así. Por eso, propuestas como la del poliamor me despiertan sensaciones encontradas, porque parece que dan más libertad pero, al final, no la van a vivir igual hombres y mujeres”, reflexiona.

En este sentido, en su libro El fin del amor, Tamara Tenenbaum reflexiona, no sobre la necesidad de acabar con el amor monógamo, sino con todo lo que acompaña a la palabra monogamia o matrimonio: posesión, celos, incapacidad de comunicación, incapacidad de reconocer ciertas fantasías... “Para llegar a esos modelos de pareja, hay que tener una madurez emocional bastante alta. No todo el mundo está preparado. Pero, ojo, los problemas van a ser los mismos: celos, competencia, competitividad... al final, terminan mostrándose”, opina, sin embargo, Eduardo Vázquez.

Sea como fuere, lo que parece indiscutible es la ruptura con ese relato único del amor romántico que ha condicionado nuestros pasos en las últimas décadas. Ahora, toca seguir caminando.

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