Tolosa Latour, un solar 'sin justicia' y sin esperanza
Urbanismo
El traslado del proyecto de la Ciudad de la Justicia a los depósitos de tabaco es “el último clavo” de una zona “sin vida”
Cádiz/Según quien pose la mirada, un solar puede ser una oportunidad o una derrota. Sobre un terreno vacío se pueden levantar ambiciones o un monumento a la desesperanza. En una parcela seca se puede vislumbrar un futuro o sólo atisbar fantasmas del pasado. Pero cuando una parcela vacía sigue a otra y ésta a otra, lo que se ve es lo que observan cada día los vecinos y comerciantes de la zona de Tolosa Latour-Ciudad de Santander-Brunete-Granja de San Ildefonso. La nada.
“Que al final la Ciudad de la Justicia se la lleven a los depósitos de Tabaco sin un plan para este terreno es el último clavo del ataúd para toda esta parte. No está el Portillo, el Instituto Hidrográfico cada vez con menos personal, derribaron el colegio la Institución y se llevaron las oficinas de Empleo ¿Y sabes lo peor? La desesperanza. Porque anuncian un proyecto, ilusionan a la gente, y luego no se hace nada. Eso es lo que hay aquí, desesperanza y nada más... Mira, me has cogido con ganas de hablar...”, Lola le da el último sorbo al vaso, mientras que Antonio, gerente de la Cafetería-Bar Mimo, un establecimientos con vistas a esa nada, no puede estar “más de acuerdo” con la vecina.
El sentir de Lola y las palabras que se van encadenando en el interior de un bar abierto desde los años 80 son el paradigma de lo que encontramos en los pocos negocios que todavía siguen en pie entre las calles Brunete y Granja San Ildefonso. “Vente para acá. Mira, cerrado, cerrado, aquel de allí, también, cerrado, el que está al lado de la charcutería, también cerrado...”, desde el umbral de Frutos Secos Dundis, Francisco Javier Bancalero (21 años al frente del negocio) hace el recuento de la ruina de las calles Brunete y Granja San Idelfonso. “Cuando quitaron el colegio ya fue la puntilla. Esta zona está muerta, mujer, aquí no hay vida, se lo han llevado todo. Y no sólo esto, vete por detrás, por la otra parte de la parcela, y verás que es lo mismo”, dice ante casi 10.000 metros cuadrados de hierbajos salvajes, “bichos”, “ratas” y “mucha porquería, que es lo único que hay ahí”.
Hace unos años, la sede provincial del Instituto Nacional de Empleo (donde se localizaba la antigua Residencia de la Institución Provincial Gaditana) y el propio colegio de la Institución daban vitalidad a ese cordón umbilical que conecta la privilegiada zona de Bahía Blanca con la obrera de San Severiano. “Había otra cosa, y ya ni te digo con el Portillo abierto, ¿no? Chiqui, eso ya era otra vida...”
Que se lo digan a Juan Fernández , de la Baguetería La Paqui que ha visto “crecer a varias generaciones de chiquillos del colegio y de niños que venían a hacer deporte”. Con 20 años alimentando a la chavalería gaditana en Ciudad de Santander, el establecimiento ha notado de una manera “brutal” la escalada de abandono de esos solares para los que no hay “ni ideas, ni proyectos, ni nada”. “No valen ninguno un duro, ninguno. Imagínese para mi negocio lo que era el Pabellón Portillo y, después, el colegio... Vamos, al menos todavía tenemos un par de colegios más por aquí y, bueno, que la gente nos conoce y hemos ido capeando el temporal pero, vamos, si es un lujo vivir en Cádiz, porque es un lujo, ahora todavía más. Aquí no hay esperanza para trabajar la gente joven, dime tú quién se va a atrever a poner un negocio por aquí. Y si te atreves creyendo que es verdad las cosas que anuncian, como lo de la Ciudad de la Justicia, pues fíjese usted qué palo, como para fiarse... No valen nada”, se queja con brío el emprendedor que comenzó el negocio “con una barra de mortadela y otra de chorizo” y que gracias al trasiego de personas que le proporcionaba el Portillo y la actividad educativa de la zona “pudimos ir creciendo”, recuerda.
Pero caen los edificios, se instala el silencio y, con él, van enmudeciendo los negocios. Bien lo sabe Juan Carlos Sánchez, 32 años en la calle Tolosa Latour arreglando zapatos, “y haciendo llaves y todo lo que me echen porque qué voy a hacer yo ya con 60 años...”, dice. El zapatero de Arreglos de Calzado Carlos “claro” que echa de menos “el trasiego de gente”, “las madres del colegio, sobre todo, que al final pues siempre te vienen con algo... Está complicada esta zona ya, ¿pero qué le voy a hacer?, resistir”, dice pronunciando el verbo con los brazos caídos.
En la acera de enfrente, al bar Los Lunares no le va mal pero la histórica casa con 50 años de trayectoria “sí” ha notado el vacío de esos grandes terraplenes vecinos, “la falta de aparcamiento” y “la de porquería que hay en esos terrenos, que los otros días tuve que darle hasta una patada a una rata que había en la puerta, llamé a Medio Ambiente todo”, asegura tras la barra Alberto Ares.
En Alimentación Manolo, en la Frutería La Granja, en cada vecino con el que nos cruzamos en unas calles donde “a las ocho de la tarde ya da miedo pasar por aquí”, dicen, encontramos siempre las mismas palabras, las que se parecen a miseria y a traición de una clase política falta de recursos y de ideas para dinamizar un pedacito de Cádiz muerto. Uno más.
Bancalero posa su mirada al otro lado de su puerta y proyectaría “un bloque de pisos o un aparcamiento”; Lola, a través de cristal de la cafetería, contemplaría lo segundo como solución provisional “mientras no haya un plan mejor”, “un aparcamiento o hasta un huerto urbano y así mientras que ellos (los políticos) presupuestan, se pelean, y licitan, al menos, no nos dejarían morir”. Juan observa lo que fue el Portillo e imagina cómo sería un nuevo centro deportivo... Será la contagiosa fe de las fiestas que, hasta en la más convencida desesperanza, estamos deseando creer.
Breve historia de un desengaño más
Muchos de los comerciantes y vecinos de la zona todavía recuerdan que hace cerca de 20 años los reunieron “los políticos” para escuchar qué les parecía el proyecto de la Ciudad de la Justicia. Una idea que comenzó a fraguarse en 2003 y que conllevaba el cambio de titularidad del solar, propiedad de Diputación, a la Junta.
De hecho, hubo hasta dos permutas diferentes, pues a la primera parcela de más de 8.000 metros cuadrados se le unió unos años después otra de cerca de 2.000. Hubo prospecciones, paralizaciones por hallazgos arqueológicos, hubo hasta presentación de un ambicioso proyecto de 48 millones de euros (con jardín y plaza incluidos), y hubo hasta modificación del mismo. ¿Doce? ¿Trece años? mareando la perdiz. Y al final, la nada.
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