Trágico accidente en Cádiz: Una sobremesa de espanto en Astilleros

Un enorme estruendo, "como una bomba", alertó al barrio de extramuros de que algo había pasado en la calle cuando el autobús se estrelló en la entrada de Cádiz

Las muestras de condolencia inundan las redes

Las imágenes del accidente de autobús que ha conmocionado a Cádiz
Las imágenes del accidente de autobús que ha conmocionado a Cádiz / Lourdes De Vicente

Lo que debía ser un lunes normal, una sobremesa cualquiera, se tornó en un histórico sobresalto, en una tragedia a la que no se conocen antecedentes en la ciudad. Pasaban las tres y media de la tarde cuando un gran sobresalto heló la sangre de todo el barrio de Astilleros. “Sonó como una bomba, un estruendo enorme”, recordaba uno de los vecinos que, como tantos otros, salió corriendo a ver qué había pasado.

Minutos después del terrible accidente que costó la vida de tres personas y dejó en estado muy crítico a una cuarta, Astilleros era un barrio sin palabras. La avenida de Las Cortes iba congregando cada vez a más público, que empezaba a tomar las aceras en paralelo a la llegada de los efectivos de todos los cuerpos de seguridad y sanitarios que se volcaron con el accidente (Policía Local, Nacional, Bomberos, Guardia Civil, 061, Protección Civil, 112 y demás) y que acordonaron la zona. Y entre tanta gente, tantos testigos de lo ocurrido, tantos vecinos sobresaltados, el silencio era lo más llamativo. Pocas veces había estado tan silenciosa esta vía de cuatro carriles y anexa a un centro comercial como lo estuvo la tarde de ayer.

Entre los comentarios de los asistentes sobrevolaba casi siempre la misma casuística. “Acababa de pasar por allí”. “Si llega a ser media hora antes la zona estaría repleta”. “Suelo pasar por ahí casi todos los días”. Y un lamento digerido a duras penas mientras las miradas de muchos evitaban encontrarse con la acera del horror, donde habían perdido la vida tres personas, donde tres fatalidades vinieron a coincidir con un -a priori- error mecánico de un autobús.

Allí, en la acera, un violín desgarraba el alma, resto de una chica de 19 años que cruzaba de su casa en dirección al Conservatorio y que encontraría instantes después su madre, vecina de Astilleros, al escuchar el estruendo que paralizó los corazones de todo un barrio. También se apreciaba una bolsa con restos de los mandados realizados en el supermercado del centro comercial, donde los responsables confirmaban entre los trabajadores salientes y los entrantes que toda la plantilla estaba bien y no había sido víctima del atropello. Esta práctica se extendería prácticamente en toda la ciudad, donde unos llamaban o escribían a otros para confirmar que estaban a salvo y que no se habían visto involucrados en un accidente de cuyas víctimas no se conocía la identidad.

En medio del silencio, de tan doloroso silencio, el ruido de los bomberos trabajando en los bajos del autobús, donde se había quedado atrancada una rueda de repuesto. Y el movimiento de coches policiales y sanitarios procurando la mayor intimidad posible de los restos que perecían en la acera a la espera de la autorización de los forenses y de la llegada de los familiares, que estuvieron atendidos en todo momento por personal psicólogo del 112.

De todo ello eran testigos los responsables políticos que quisieron seguir de cerca el dispositivo improvisado alrededor de la avenida de Las Cortes y acompañara los familiares que iban llegando (estuvieron el alcalde, el subdelegado del Gobierno estatal, la delegada del gobierno andaluz, concejales del gobierno y portavoces de la oposición); y los medios de comunicación, que iban apareciendo con sus cámaras, sus micrófonos, sus grabadoras y sus libretas compaginando el estupor de la escena que tenían ante sus ojos con la obligación de informar de lo ocurrido.

Era momento de hablar con la gente, de buscar testigos, de palpar los ánimos de los vecinos. Y ahí iba rulando de periodista en periodista un chico que estaba en el gimnasio abierto recientemente y que justo “en el momento que giro la cabeza estaba el autobús iniciando el trayecto que se ha llevado todo por delante”. Y un vecino que desde su balcón en el primer piso denunciaba que el semáforo de marras “dura muy poco tiempo en rojo para la cantidad de gente que lo usa”, que muchos vehículos no respetan la señal que limita la velocidad a 40 kilómetros por hora y que Teófila Martínez “prometió que los camiones no iban a pasar por aquí”. Y otro que se acerca al lugar de los hechos y que denuncia que ese semáforo no deja tiempo a muchos vehículos a frenar “y es un peligro”.

Lamentos que venían a la mente, mentes que quedaban impresionadas por lo visto, cuerpos helados por el sobresalto de una trágica sobremesa que la ciudad tardará en digerir y que los vecinos de Astilleros difícilmente olvidarán.

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