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"Yo no quería 5.000 euros, sino un techo bajo el que vivir", dice una de las okupas de la Corrala de la Bahía

Vivienda | Cádiz

Desalojados esta mañana, sin incidentes, los últimos habitantes de un edificio que llegó a convertirse en un infierno para la mayoría de ellos y para el vecindario

Un abogado representante de la propiedad del inmueble les ha entregado ya los cheques de algo más de 5.000 euros por cada una de las 28 viviendas

El edificio ha quedado cerrado y bajo custodia de los vigilantes de una empresa de seguridad

Una de las personas desalojadas esta mañana de la Corrala de la Bahía, entre sus pertenencias. / Lourdes De Vicente
R. D.

23 de febrero 2021 - 11:02

Cádiz/Pasadas las nueve de esta mañana salían, sin incidentes, pero con indignación y sentimiento de derrota, las últimas personas que desde hace años -algunas hasta ocho- ocupaban las viviendas del edificio denominado La Corrala de la Bahía."Yo no quería 5.000 euros, sino vivir bajo un techo", decía Carmen, una las mujeres desalojadas, que aseguraba haberse pensado hasta el último momento si aceptaba o no el dinero.

A partir de las siete de esta mañana, un abogado representante de Haya Real Estate, la sociedad que gestiona en España el edificio propiedad del grupo de inversión estadounidense Cerberus Capital Management L.P. fue, casa por casa, entregando un cheque de algo más de 5.000 euros a cada uno de sus habitantes, previa firma de un documento en el que se comprometían a abandonar el edificio y en el que renunciaban a cualquier ejercer cualquier tipo de reclamación. El abogado declinó hacer cualquier tipo de declaración por no estar autorizado para ello por la empresa, con cuyo departamento de comunicación ha intentado contactar este periódico.

Después de casi un mes y medio de negociaciones la empresa había fijado el día de hoy como la fecha límite para el desalojo del edificio ocupado. Anoche ya había encomendado a una empresa de seguridad que controlase la entrada y salida del inmueble. Entre las nueve y las once de la noche salían del edificio con cuentagotas personas cargadas con sus enseres y muebles. Algunas, hasta con un inodoro a cuestas. Otras prefirieron hacerlo esta mañana, una vez firmado el acuerdo y cobrado el cheque. Hubo quien se quejó de que no les habían permitido recoger todos sus efectos personales.

Pese a que el desalojo se produjo sin incidentes reseñables, un hombre que llevaba bajo el brazo una carpeta repleta de documentos, estuvo intentando convencer de manera insistente al abogado de que él también había vivido allí y de que también le correspondía la indemnización, si puede llamársele de esta manera.

"Lo que más me duele es que nos han subestimado"

"Yo estaba tranquila, pero algunos han pasado la noche con mucha incertidumbre, porque ¿quien dice si no se colaba aquí un grupo de antiokupas y nos echaban a todos a patadas?", cuenta este periódico Carmen, la más veterana de La Corrala, donde asegura que vivía desde hacía ocho años. "Hemos firmado todos. Ha sido todo muy rápido, el abogado ha actuado con mucha estrategia. Y si no hay unión, no hay fuerza", relata a este periódico. "A mí me dijeron que si no daba copia del carné, me la jugaba. Y después de consultar con la Asociación pro Derechos Humanos y con varios abogados, no he tenido más remedio que aceptarlo. Porque me la iba jugar sola, con una vecina del segundo y un matrimonio rumano, con dos niños, que vivían en el cuarto... Lo que me duele es la forma de subestimarnos... esto ha sido un engaño ¿qué hago yo con 5.000 euros, si no tengo donde vivir? Yo no quería 5.000 euros, yo quería un techo bajo el que vivir...". De momento Carmen tiene previsto volver a casa de su madre.

"Aquí hemos vivido cosas muy fuertes: muertes, 'puñalás', peleas..."

"Aquí no nos ha ayudado nadie, La Corrala carga con su lastre, aquí generalizan y dicen que todos los vecinos somos iguales, y todos no somos iguales... Esto es muy fuerte... no es fácil vivir aquí sin luz, con todo lo que ha habido... Y ahora que estamos más tranquilos, nos dan dos patadas...", lamenta Carmen, que ocupaba una de las viviendas de la primera planta, la menos conflictiva del edificio. "A mi me daba vergüenza entrar por esta puerta... yo intenté hacer de esto un hogar, pero no pude... tengo un pasado... fui politoxicómana... y me encontraba por los pasillos con conocidos míos ¿cómo los echo, si yo he vivido eso? ... Aquí hemos vivido cosas muy fuertes: muertes, 'puñalás', peleas...", reconoce.

"Nos han subestimado a todos y eso es lo que más me duele... porque no es justo lo que han hecho con nosotros... Para mi era mi techo...", insiste Carmen. "Aquí entró primero mi hermana con su hija, pero en cuanto que empezó a ver que entraban toxicómanos y que había broncas y peleas, se fue y me dio las llaves a mi... Al principio se llevaba de otra manera, estábamos todos unidos, pero hubo un momento en que dejamos de estarlo, y a mi no podían verme por aquí, porque si estaba limpiando unas escaleras, las perdía... mis persianas estaban siempre abajo... yo no pude hacer de esto un hogar... No he podido recoger mis cosas. No tengo donde meterlas. Me engañaron. Me dijeron que podía hacer un inventario y que los de seguridad me dejarían entrar para recogerlas, pero no ha sido así..."

"Yo hubiese preferido una casita en condiciones"

"Nos vamos con una mano delante y otra detrás, justo ahora que estaba tranquilo esto", apunta otra de las mujeres desalojadas, que también se llama Carmen. "Después de seis años, ahora que ya no había droga, que sólo quedábamos familias, personas buscándonos la vida honradamente con la chatarra, o pescando, mariscando y buceando, como mi marido... ¿A dónde vamos con 5.000 euros? ¿Dónde nos vamos a meter? Ahí tenemos toda nuestra vida... Yo he perdido hasta un hijo... Somos pobres y nos han puesto por delante 5.000 euros ¿qué vamos a hacer? Yo no quería el dinero, yo hubiese preferido una casita en condiciones, con eso me hubiese conformado".

A., un treintañero que no quiso que se citase su nombre, fue uno de los primeros en abandonar el edificio, muy temprano, acompañado por su perro. Anoche relataba a este periódico su experiencia vital hasta llegar a La Corrala de la Bahía, un auténtico naufragio personal desde que con 16 años lo echasen de casa de sus padres en Jerez. No quiso que se le grabase, así que lo que sigue no es textual, pero sí recoge la esencia de parte de lo que contó. A. asegura que allí han estado viviendo "muchas calamidades" y que nadie ni ninguna administración fue a ayudarles. "Aquí sólo venís cuando ya no hay nada que hacer, en vez de contarlo", vino a reprochar a los periodistas.

"A nadie le gusta vivir sin luz, tener que lavarse en la calle o comer de lo que encuentra caducado en los contenedores del Día (...) Nos acusan de vivir sin trabajar, sin pagar nada, pero lo único que yo he hecho es sobrevivir. Y he trabajado y he hecho todo lo posible por seguir haciéndolo, sobre todo en la construcción (...) Con mi novia, llegué a meterme en una casa con su hipoteca, pero no pudimos pagarla y nos echaron. Ella se quedó embarazada y decidió abortar porque no teníamos con qué alimentar al niño ni ella quería darlo en adopción. Y eso es muy duro". A. asegura que trabajó ocho meses para el Ayuntamiento, en Mantenimiento Urbano, pero que no le sirvió de nada. Ahora sobrevive fabricando y vendiendo pulseras, "porque yo no sé pedir".

Cuando se le pregunta que hará con los 5.000 euros que estaba a punto de cobrar responde enseguida: "Con el precio al que están los alquileres en Cádiz, eso apenas da para un año. De momento volveré a casa de mis padres, que necesitan que se la arreglen, y compraré un billete de avión para Francia u otro país de Europa, para trabajar en el campo". A sus treinta y pocos A. se confiesa estar ya cansado de luchar entre tanta precariedad.

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