El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
Que Cádiz baje de los 100.000 habitantes no es una conjetura que no pueda cumplirse. La caída de la población iniciada en 1995, e imparable desde entonces, ha puesto en riesgo esta cifra.
La salida de 11.000 vecinos del censo de la capital será suficiente para quedar ya por debajo de los seis dígitos. Y, como ya adelantó este diario, supondrá una debacle económica para el Ayuntamiento, al perder la mitad de lo que ingresa procedente de los Presupuestos del Estado. Unos 40 millones de euros menos al año, casi el 25% de sus cuentas. Y en una ciudad como Cádiz, tan dependiente de las administraciones, y más de la municipal, este recorte pondría en riesgo su propio desarrollo.
Evitar esta situación no es nada sencillo cuando se vive en uno de los términos municipales más pequeños de este país y de sus más de 8.000 localidades. Doce kilómetros cuadrados de los que más de la mitad están ocupados por un Parque Natural, la inmensa playa y la zona industrial y portuaria. Es decir, menos sitio para encontrar suelo en el que levantar más viviendas.
Siempre cabe la posibilidad de que se vuelva a negociar con el Estado, como ya se hizo hace más de dos décadas, y modificar el tratamiento especial que se logró en su día, y disparó los ingresos recibidos desde la administración central. Un nuevo acuerdo que nos permitiese seguir en el grupo de ciudades de más de 500.000 habitantes, que nos permite hoy ingresar en el entorno de los 80 millones de euros anuales.
Pero esta también es una hipótesis con resultado positivo no garantizado y sobre la que no podemos basar nuestra actuación, como ciudad, para los próximos año a fin de evitar este descalabro económico.
En Cádiz, la pérdida de la población ha estado motivada en su mayor porcentaje por la falta de un parque de vivienda asequible destinado a las clases media y media-baja, y también por un parque de vivienda de mayor renta, tamaño y servicios complementarios, para posibles residentes con buenos ingresos.
En estos treinta años, unos y otros se han marchado a poblaciones cercanas buscando estos pisos a buen precio o unifamiliares y chalés que diesen respuesta a la demanda de una mejora calidad de vida en cuando a la vivienda se refiere.
En los años sesenta del pasado siglo ya se lanzaba desde el propio Ayuntamiento avisos de alerta ante el agotamiento del suelo residencial en Cádiz. Entonces se ponía el límite de 180.000 vecinos antes del final de siglo para alcanzar el colapso del término urbano. Operaciones radicales y desmesuradas como eran diversos plantes para el relleno en el saco de la Bahía (con la idea de llegar al medio millón de residentes) se descartaron tras la presión ciudadana y del entonces Ministerio de la Vivienda.
Cádiz nunca llegó a estos 180.000 empadronados. Se quedó rozando los 160.000. El descenso hasta llegar a los actuales 111.000 fue en paralelo a la mejora de la habitabilidad del parque de vivienda en el casco antiguo. Es decir, la ciudad ha unido a las necesidades de nuevas viviendas por su propio crecimiento vegetativo (que hoy no es tal, porque es negativo) a la llegada de la inmigración, y el deseo de mejorar nuestras casas en estos años y, con ello, mejorar la calidad de vida.
En esta situación aún quedan cientos de familias. Muchas con escasos o limitados recursos, que buscan viviendas de promoción pública en alquiler o a bajo precio; pero también quienes alcanzan ingresos que le pueden permitir dar un paso adelante en la búsqueda de una nueva residencia. Entre unos y otros, la demanda es elevada y la oferta muy limitada. Y está claro, como bien defiende el actual Ayuntamiento, que el desarrollo inmobiliario tiene que tocar todos los palos del sector, y por ello todo tipo de viviendas.
El límite de nuevas viviendas que puedan incrementar el actual mercado inmobiliario de la ciudad, tanto de nueva planta como producto de rehabilitación y de salida del mercado de venta segunda, apenas llega a las 4.000.
Sólo una actuación en el polígono exterior de la Zona Franca podría incrementar de forma notable este número. Sería en todo caso una operación producto de un cambio de modelo urbano en este suelo.
Es este un debate urgente que está abierto en la ciudad y que debería de cerrarse con cierta rapidez. Una debate que está estrechamente unido a la segunda de las patas sobre las que se basa la fórmula para mantener la población, y evitar el descenso de los 100.000 habitantes: la creación de empleo y la compatibilización con la construcción de edificios residenciales.
Hay que tener claro que Cádiz no tiene suelo para la llegada de grandes industrias, y que la propia factoría naval con sus buenos resultados esté lejos de alcanzar las amplias plantillas de antaño.
De esta forma, la capital debe apoyar su crecimiento económico en la apuesta de la Zona Franca por las nuevas tecnologías, el turismo (hostelería y alojamientos) y el comercio.
Para ello no son necesarias grandes industrias (que tienen su espacio en el Trocadero y en Lógica (Las Aletas) en la vecina Puerto Real) ni grandes edificios.
El claro ejemplo es la apuesta de la Zona Franca por un nuevo modelo de industria 4.0, una industria innovadora y sostenible, responsable y comprometida con el medio ambiente. Setenta y cinco empresas ubicadas en suelo del Consorcio y que dan empleo a 1.500 personas, están vinculadas a la Economía Azul.
Reorganizar el polígono exterior, donde es esencial la implicación de la propiedad privada dueña de buena parte de estos terrenos, y el uso de las antiguas dependencias de Altadis, permitiría crear espacio habitacional en esta zona de la ciudad, con capacidad de compartir suelo con la industria limpia. Por lo pronto ya hay proyectos aprobados para la construcción de una residencia para estudiantes universitarios y para un nuevo hotel.
Este potencial empleo tiene en el grupo de población más joven a su principal receptor. Es el colectivo mejor formado en las últimas décadas que, ante la imposibilidad de encontrar en Cádiz un puesto adecuado a su formación y con perspectiva de futuro, acaba dejando la ciudad.
Cádiz aún tiene capacidad de crecimiento en cuanto a la hostelería. Es un sector en profunda renovación donde hay mucho hueco para abrir nuevos locales. Y crear más empleo. A ello se le une la llegada de nuevos hoteles y, la necesaria reactivación del comercio local, que en su día fue con la industria el gran generador de trabajo en la ciudad.
En todo caso, vivir en Cádiz no significa tener en la ciudad su trabajo. Ahí está la Bahía, como gran ciudad metropolitana. Otra cosa es la vivienda y el necesario empadronamiento. Y aquí, el espacio tarde o temprano se acabará.
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