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Vocaciones tardías

Iglesia de Cádiz

El obispo ordena el sábado 28 a dos nuevos sacerdotes y cuatro diáconos

Cinco de ellos tenían una vida hecha que decidieron cambiar para dedicarse a la Iglesia

Uno de los sacerdotes y tres de los diáconos que serán ordenados este sábado en la Catedral de Cádiz / Jesús Marín

Tenían una vida cuanto menos encarrilada, si no perfectamente asentada o incluso que iniciaba ya su camino de vuelta. Pero dice el refrán que los caminos del Señor son inescrutables, y ellos lo han comprobado en sus propias carnes. De médico a diácono, de Químico licenciado con premio al mejor expediente incluido a sacerdote. Vocaciones tardías, curas con experiencia de vida. La Iglesia se adapta a los tiempos, y la edad media de ingreso en el Seminario cada vez se retrasa más.

El obispo va a ordenar este sábado (a las once de la mañana) a dos sacerdotes y cuatro diáconos que en el plazo habitual de un año se convertirán también en sacerdotes. Sólo uno de ellos está por debajo de los 30, y dos superan el medio siglo de vida. Vidas, en la mayoría de los protagonistas de estas ordenaciones, que han dado varios rumbos y que caminaban por un camino que ellos decidieron un buen día romper para entregarse a lo que de verdad les llena.

El camino hasta esta ordenación no ha sido nada fácil, reflejan los protagonistas. Retomar los estudios después de varios años, vivir en comunidad y no en los pisos que habitaban, romper con sus vidas anteriores –incluido parejas y planes de conformar familias– y formarse como futuros sacerdotes a determinadas edades ha sido un reto que ha tenido “sus penas y sus alegrías, sus momentos muy duros y sus momentos felices”, reseña uno de ellos.

El rector del Seminario, Ricardo Jiménez, explica que en algunos casos se han tenido que realizar planes especiales (como el de Richard, “que por su edad se ha hecho un plan de formación específico para él”, señala). Pero asegura que la diferencia de edad que está experimentando el Seminario respecto a años atrás, en los que la inmensa mayoría eran jóvenes que pasaban del instituto al edificio de la calle Compañía, no supone problema alguno. “A nivel estructural, la casa se concibe como algo familiar y procuramos vivir todos juntos”, explica. De hecho, este abanico de edades (de los cincuenta y muchos a los veintipocos) “ayuda a crecer en ese ambiente familiar y enriquece el día a día de la casa”.

Cinco testimonios que atestiguan un giro sustancial en la vida de estos cinco gaditanos. El sexto ordenando sí se ciñe al perfil tradicional de seminarista que inicia la formación al terminar los estudios básicos. Se trata de Juan Carlos Ruiz, que con 26 años pasará este sábado a incorporarse como sacerdote a la diócesis de Cádiz y Ceuta.

El lento proceso de vinculación a la Iglesia de un operador turístico natural de Gibraltar

Richard Charles Martínez / Jesús Marín

Richard Charles Martínez es un gibraltareño que ha trabajado siempre en el mundo del Turismo y que a sus 58 años acumula un muy curioso historial. De hecho, en el año 2007 llegó a presentarse como candidato independiente a las elecciones gibraltareñas, culminando así un proceso de implicación para conseguir cambiar las leyes tras la separación que en el año 2003 afrontó de la que era su mujer. “Sabía que no iba a ganar, pero cogí un buen número de votos”, recuerda.

Es en esa época electoral cuando Richard –que siempre ha sido hombre de Iglesia y de asistir a misa– realiza un cursillo de Cristiandad y entabla relación más estrecha con los carismáticos. “A partir de entonces me vinculé más con la Iglesia”, afirma; una vinculación hasta tal extremo que asegura que la Iglesia y el trabajo cada vez le costaba más compatibilizarlo.

Richard siguió dando tumbos por una vida que lo mandó al paro en 2010, a cuidar a un obispo emérito de Gibraltar durante nueve meses, a volver a trabajar de lo suyo (para la compañía Iberia), y a dejar definitivamente su trabajo turístico para convertirse en el secretario del obispo de Gibraltar. Todo eso durante varios años en los que en su cabeza ya sobrevolaba la idea de ser sacerdote.

El desembarco de Richard en la diócesis es otra de las carambolas de su vida. Después de tres años como secretario del obispo, todo estaba dispuesto para que fuera a Roma a estudiar. Pero Gibraltar se quedó en sede vacante, y el proceso de formación de Richard en el limbo; hasta que el 4 de agosto de 2015 mantuvo un encuentro con Rafael Zornoza, el obispo de Cádiz, “que ese mismo día me ofreció ingresar en el Seminario”.

“Me ha costado mucho adaptarme (entre otros motivos por estudiar en español cuando estaba habituado a hacerlo en inglés), pero gracias a Dios y pese a todas las adversidades estamos aquí. Voy a empezar de nuevo en la vida cuando hay otros amigos que ya se retiran. Es como un sueño para mí”, confiesa Richard.

El militar de la Armada que sintió la primera llamada durante una misión en el Índico

José Ignacio Canales / Jesús Marín

José Ignacio Canales estudió en un colegio de monjas (las Hijas de la Caridad) en su Medina natal. Fue miembro de las Juventudes Marianas Vicencianas. Pero una vez que recibió el sacramento de la confirmación “me aparté de la Iglesia totalmente, no iba a misa ni nada de eso”. Hizo un grado superior de forestales y durante un año estuvo trabajando como agente para la Junta de Andalucía, hasta que decidió dar un primer cambio a su vida y opositar para la Armada Española, a la que accedió.

Su primer destino fue la Fragata Victoria, en la base de Rota, participando en la Operación Atalanta contra la piratería que durante seis meses se desarrolló en aguas del Índico. “Lo pasé muy mal, veía muchas adversidades; y es ahí cuando el Señor empezó a tocarme el corazón. Es muy duro, porque se ve que lo que tenemos aquí no es lo que hay en todos sitios. Ver a niños sin comida...”, confiesa.

Esa primera llamada era rápidamente borrada del pensamiento –o eso creía el joven militar–. “Cómo me voy a meter a cura si tengo aquí mi vida hecha ya, me decía a mí mismo”, recuerda.

Diez años estuvo José Ignacio en la Armada, con un segundo destino en Madrid. “Pero lo de ser sacerdote no se me quitaba de la cabeza, y terminé hablándolo con otro sacerdote que me acompañó en ese período de discernimiento que duró un año”, hasta que se decidió a dar el paso.

“Lo he pasado mal porque yo no era persona de Iglesia. ¿Cómo decirle a mi familia, a mis amigos, en mi trabajo, que me iba al Seminario para ser sacerdote?”, expone este asidonense, que también pone sobre la mesa el esfuerzo de volver a dedicarse a los estudios y adaptarse al día a día en el Seminario. “No es el mismo régimen que el militar, esto implica una disciplina de 24 horas”, asegura convencido de que Dios “me ha dado fuerzas para llegar hasta aquí, con dificultades y alegrías, con muchos apoyos y superando mis dificultades y mis dudas”.

José Ignacio afronta el futuro “con muchísima alegría pero con precaución porque ahora es el momento de poner en práctica la formación de todos estos años”. “A ver cómo me va. ¿Responderé a lo que Dios quiere?”, se pregunta.

El reencuentro de un ingeniero técnico industrial con la Iglesia que da sentido a su vida

Rafael Galván

El destino menos pensado en la vida de Rafael Galván hace unos años era el sacerdocio. Aunque formado en la Salle de su Chiclana natal y católico practicante, en el instituto empezó a alejarse de una Iglesia que durante los estudios universitarios (de Ingeniería Técnica Industrial) abandonaría por completo. “Tenía a Dios bastante olvidado”, afirma.

Curiosamente, es “cuando más contento estaba con mi trabajo” cuando Rafael empieza a tener inquietudes “sobre la vida que estaba llevando y sobre mis raíces”. Entonces estaba viviendo en Madrid, aunque la crisis económica se llevó por delante su trabajo y volvió a Chiclana a casa de sus padres, en lo que inicialmente pretendía ser un período corto de tiempo.

Un episodio bastante casual conectó a este chiclanero de 45 años con los evangelios. “Entré en una biblioteca con un montón de biblias y entablé conversación con el responsable, que era un pastor protestante. A raíz de eso surge mi inquietud por volver a mis raíces católicas”, con lectura de los evangelios y misa diaria. “Es cuando me doy cuenta de que he tirado mi vida, porque el sentido lo encontraba en la palabra de Dios y en la Iglesia”, afirma.

Su ‘vuelta’ a la Iglesia pronto le hace plantearse el camino del sacerdocio, “pero me preguntaba por qué yo y rehuía mucho de aquello”. “No quería volver a estudiar, y menos aún letras. Pero de una manera totalmente inesperada sentía que ese era mi camino”.

Su paso por el Seminario ha sido sobre todo gratificante. “Es una gran riqueza, una fuente de aprendizaje”, traslada. Y cumplido el período de formación, se muestra “totalmente gozoso” por su ordenación como diácono. “Es el paso definitivo, ese que confirma todo un proceso, toda una vida de búsqueda, incluso la época en la que quité a Dios de mi vida”, concluye.

Una vocación decidida en el agosto madrileño de la JMJ de 2011

Gabriel Mourente / Jesús Marín

En el año 2011, Gabriel Mourente recibe un premio por ser el mejor expediente de la Universidad de Cádiz en Puerto Real. Estudiaba Química. Pocos podían pensar entonces que con ese camino que estaba labrando a golpe de fórmulas y estudios se iba a desviar tanto. Pero ese verano de 2011 Gabriel acudió a la JMJ en Madrid; “y ahí vi clara la importancia de la Eucaristía, que es lo único que cambia la sociedad y el mundo”. Y allí, en el agosto madrileño del Papa Benedicto y de pasos procesionales por las calles, es cuando Gabriel decide que va a ser cura.

Previamente, ya había tenido algunos ‘contactos’ con el Señor o algunos acercamientos. “Pero tenía miedo”, reconoce. El primero en 2004, con 16 años, cuando hizo el Camino de Santiago (a lo que se uniría meses después su Confirmación y la muerte de Juan Pablo II). Y el segundo cuatro años después, cuando estando en la UCA le propusieron coordinar el grupo joven de su cofradía de la Soledad de Puerto Real. Y es que las cofradías han sido y son muy importantes en la vida de este joven siempre vinculado a la fe, “especialmente por mi abuela paterna, que me marcó mucho de pequeño”. También es miembro del Opus.

Después de varios años “negando el sacerdocio” hasta aquella JMJ de 2011, Gabriel tiene caro que desde que entró en el Seminario “he visto que mi vida tiene sentido”. Desde hace ahora un año ha venido ejerciendo como diácono en San Juan Bautista de Chiclana, donde ha sentido en la predicación “lo más gratificante”. Y ahora le llega la hora de la verdad, el sacerdocio que desde 2004 viene rondándole por la cabeza. “Espero no echar en saco roto la gracia del Señor, que cuando me equivoque sepa volver a la misericordia de Dios y que siempre viva de cara a Él, que no es fácil”, espera.

El médico que disfrutaba con la actividad apostólica del Opus

Daniel Robledo / Jesús Marín

Con trece o catorce años cree Daniel Robledo que tuvo su primera “relación especial con el Señor”. “Pero la rechacé por vergüenza, porque lo último que quería en la vida era ser cura”. Su objetivo era triunfar en otras facetas, y para eso estudió Medicina y trabajó durante ocho años como médico de la Uvi móvil. En ese período, pasa de estar muy vinculado a las cofradías –Robledo ha sido capataz de varias cofradías en la Semana Santa de su Cádiz natal– a implicarse en el Opus Dei, “donde he llevado mi vida muchos años”. El recordado director espiritual de Ecce–Homo, Rafael Caldelas, fue el que lo puso en contacto con la Obra.

“El afán apostólico del Opus me hizo darme cuenta de que lo que de verdad me llenaba era ver crecer en la fe a la gente de mi alrededor. Esa alegría no la alcanzaba con la Medicina, aunque también vivía muchas situaciones límite en las que ves a la gente apoyarse en la fe y es muy gratificante”, explica.

Robledo tenía “los cimientos puestos para formar una familia”. Pero se decidió a cambiar su vida y dedicarse a aquello que de verdad le llenaba. Los dos primeros años del Seminario los hizo en Sevilla “porque me recomendaron que sería mejor para alejarme de mi entorno laboral, familiar y social”. Pero a los dos años decidió regresar a su diócesis, “para aportar en mi tierra aquello que pueda como sacerdote”.

Su paso por el Seminario ha sido “duro”, pero lo ha superado con mucha ilusión. “Llegar hasta aquí es fruto también de la oración de muchas personas, anónimas en muchos casos. Y eso es lo que muchas veces nos da fuerzas para seguir”, valora este capataz, médico y ahora diácono gaditano.

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