Una accidentada botadura
Se cumplen 125 años del bautismo del crucero ‘Princesa de Asturias’
Se logró echarlo a la mar después de varios cambios de fecha y varios intentos, todos repletos de incidentes
Capitán de Navío (Retirado)/El crucero Princesa de Asturias, «cayó … al agua el día 17 de octubre de 1896 con un peso de 3.260.000 Kgs. .. Recorrido el casco después de la caída al agua resultó perfectamente estanco y sin acusar otra cosa que pequeñas abolladuras sin importancia, ocasionadas por los incidentes ocurridos en su lanzamiento», se dice así en los documentos de la Armada, llamando la atención la fría referencia a los, llamados, «incidentes ocurridos».
Fue construido dentro del Plan Naval del año 1887 y, casi se puede decir, supuso el nacimiento de la moderna Industria Naval en la Bahía de Cádiz y conforme a él se harían, en los Astilleros Vea Murguía, el crucero Emperador Carlos V, botado el 12 de marzo de 1895, y en el Arsenal de La Carraca, en San Fernando, el Princesa de Asturias.
La Bahía de Cádiz estaba un poco expectante ante la botadura del crucero acorazado Princesa de Asturias dado que se habían cuestionado las capacidades del Arsenal y esto podría ser la demostración de que su capacidad para este tipo y tamaño de buques era adecuada.
Se llegó así al 9 de septiembre de 1896, que se fijó para la botadura, quizás por la proximidad al cumpleaños de María de las Mercedes de Borbón, la entonces Princesa de Asturias, que era el día 11.
Se había informado que todo estaba listo ese día para que a las dos y cuarenta y cinco se iniciase la maniobra así como que al hacerse la botadura en uno de los Caños se había colocado retenidas para evitar que el buque pudiese embarrancar en el lado opuesto.
Amaneció un día lluvioso, sin embargo no fue inconveniente para que el público asistiese a ver el «buque que durante siete años ha sido el sostén de innumerables familias» como se decía en los periódicos. El factor humano era resaltado, así se reflejaba que en las maniobras de la botadura trabajaban bajo la quilla 300 operarios y que «este número se aumentará en el momento supremo del lanzamiento hasta completar unos mil por ambas bandas».
Llegado ese momento, se cuenta, que en un silencio absoluto, tras picar las trincas, «el Princesa comienza a deslizarse rápidamente hacia el mar…Suenan estruendosos viva, las músicas baten marcha, crece el vocear de los obreros … unos segundos más de marcha y el buque queda parado a unos 14 ó 15 metros del sitio de partida».
Tras volver a intentarlo, incluso con la ayuda de los obreros del Astillero Vea-Murguía de Cádiz que habían acudido, todo fue inútil. A la vista de ello, se decidió posponerlo a «mañana o pasado, aprovechando los aguajes vivos de estos días».
Es curioso lo que relató El Imparcial como «detalle simbólico» que «al picar las retenidas del buque y al comenzar éste a deslizarse por la grada, el capitán general gritó ¡Viva el rey¡ ¡Viva la reina¡ ¡Viva España¡. El barco seguía deslizándose majestuosamente. El capitán general continuó gritando: ¡Viva el ministro de Marina!… Entonces fue cuando se detuvo el barco.»
Se trabajó para solucionar las posibles causas y se fijó como nueva fecha el día 8 de octubre de ese año de 1896, en que habría mayores mareas.
Al llegar el día, a pesar de que no se había anunciado, la noticia, circuló con rapidez e «hizo que acudiera al Arsenal una inmensa muchedumbre, ávida de presenciar la operación».
De nuevo, con un silencio absoluto, se detallaba, se inició la maniobra dando la atención transmitida por un cornetín de órdenes. Seguidamente se picó la retenida y el buque empezó a moverse, pero cuando había recorrido apenas 20 metros se detuvo, quedando en una situación en que «la popa sobresale unos 36 metros fuera de la grada».
Se contaba en la Prensa el esfuerzo realizado por los hombres de la Maestranza cobrando de las sordas, de cada una de ellas tiraban 500 hombres, y que «en la última tentativa efectuada, el capataz encargado de la maniobra cuando todos estaban preparados, animó en voz alta a la gente, diciéndole: ¡Vamos a darle otro tirón al canasto del pan¡» reflejando así lo que para la población de San Fernando suponían las construcciones navales.
Ante la situación del buque, el peligro para su estructura y la imposibilidad de botarlo por el momento, se tomó la decisión de colocar flotadores por la popa, para que sobre ellos pudiese quedar sujeto el buque en la bajamar y no tener movimientos.
Los trabajos continuaron para volver a intentarlo al día siguiente, sábado 9 de octubre y tras los nuevos inútiles esfuerzos, quedó el Princesa de Asturias con la popa fuera de grada, ya en el agua, 25 metros; se desistió de seguir intentándolo y se pensó en volver a hacerlo el 5 de noviembre, en que «hay un gran aguaje», conocidas como las mareas de los despesques.
Entonces, el crucero se había ganado el sobrenombre del Arrastrao, fruto, se decía, «de la imaginación meridional». Se iniciaba, así, un período de estudio y de mejoras para solucionar los problemas.
Sin entrar en detalles técnicos, nos queremos detener ahora en el hecho de los flotadores y en la ayuda que se prestaron entre sí las poblaciones de la Bahía. Se pensó, inicialmente, colocar «las fragatas Navarra y Aragón, con el fin de embragar el crucero por la popa y elevar ésta» o usar los «los bombos que unen la Avanzadilla con el Arsenal» en la entonces entrada Principal. Todo se consideró no aceptable por lo que «serán sustituidas por flotadores formados por pipería, habiéndose ya ordenado la adquisición de 400 bocoyes».
Difícil decisión, ya que además del gasto económico era un mal momento pues se estaba acabando la vendimia y casi todas las pipas o toneles estaban ocupados por las bodegas.
La idea del flotador era poner las pipas dentro de unas jaulas «con los que se formarían unas grandes balsas que sostuvieran el casco». Se informaba que «los herreros de ribera trabajan en la construcción de flotadores de hierro de la forma de los cascos… que se adaptarán a la popa del crucero para facilitar la acción de la pipería».
Se tenían, ahora, esos dos problemas: encontrarlos en plena cosecha y poder afrontar el gasto de su adquisición y a ambos se encontraría respuesta ya que «merced al patriotismo de algunos cosecheros fabricantes de aguardientes y dueños de tiendas de vinos se tendrán con exceso las pipas necesarias».
Se destacaba la entrega hecha por el «conocido y rico fabricante» D. Anacleto Sánchez de Lamadrid, quien había ofrecido gratuitamente 200 bocoyes y que «otros industriales de esta región siguen este ejemplo» así como que «los dueños de tiendas de vinos en San Fernando han ofrecido cuanta pipería poseen. Estos ofrecimientos patrióticos han producido gran júbilo y mucho entusiasmo». Entendemos así que la gran sociedad civil veía que el éxito de la nueva Industria Naval en la Bahía sería beneficioso para todos los sectores de la población.
En Cádiz, se publicó, que dado el ofrecimiento, «con un desinterés que le honra», por D. Anacleto Sánchez de Lamadrid, del Arsenal de la Carraca había llegado «un vapor remolcando una barcaza y un candray para embarcar las pipas ofrecidas» que serían embarcadas el día siguiente… pero ya, como veremos, no harían falta.
Resaltemos, que el ejemplo dado por D. Anacleto tuvo una gran repercusión; así, se informó que «los donativos de bocoyes para utilizarlos como flotadores del Princesa de Asturias, aumentan; hoy han ofrecido cincuenta más varios vinateros. Al pie de grada hay apilados doscientos».
La familia Sánchez de Lamadrid regentaba en Cádiz, entre otras Industrias, una Fábrica de Aguardientes y de Licores en una zona muy próxima al actual Mercado Central.
En esa situación se estaba el sábado 17 de octubre de ese 1896, cuando, se informaría, «a las once y diez minutos de la mañana, encontrándose la pleamar en todo su desarrollo, salió a flote, sin que nadie pudiera preverlo, el hermoso crucero Princesa de Asturias, cuya botadura aplazada para el 5 de noviembre próximo, tanto ha dado que hablar en estos últimos días…» y que «en el momento de caer al mar el Crucero celebraban una Junta de Ingenieros para acordar la forma en que había de hacerse la colocación de las pipas en los costados del Crucero como flotadores».
Toda la Bahía expresó su júbilo; en San Fernando «todo el vecindario echóse a la calle dirigiéndose a La Carraca para comprobar la noticia. El Ayuntamiento y muchas casas han engalanado los balcones, dando las iglesias un repique general. … En Cádiz ha producido el fausto suceso de hoy universal regocijo» y «en Puerto Real, donde viven muchos obreros del Arsenal de La Carraca, se ha celebrado una manifestación de regocijo…».
Hay que significar que, incluso, se reflejó el lanzamiento en el Parte Oficial de la Vigía de Cádiz que normalmente solo lo hacía de los movimientos de buques.
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