Adiós al Adolfo de Castro, adiós al colegio del barrio
El centro educativo situado entre el Cerro del Moro y la barriada de la Paz de Cádiz ha vivido este 21 de junio la última jornada para los alumnos, tras el anuncio de su cierre definitivo
Tristeza entre escolares y familias de un colegio que consiguió "hacer comunidad con el barrio" en el que está enclavado y con un sistema educativo más entroncado con los nuevos métodos de enseñanza
El CEIP Adolfo de Castro sería el octavo colegio público cerrado en Cádiz en 23 años
Cádiz/Las resonancias, a veces, no son justas pero, en cierta manera, son inevitables. Es como si en la calle Guadalmesí la zona cero de las promesas a la Sanidad pública hubiera irradiado una onda expansiva que alcanza también a la Educación. Nos esforzamos por avistar el futuro, un buen futuro, desde la puerta del colegio público Adolfo de Castro, esa que un 21 de junio de 2024 se ha cerrado para siempre a los alumnos, pero enfrente tenemos un solar abandonado que antes fue industria y que ahora está a la espera de un nuevo hospital que nunca llega. Lo dicho, son realidades alejadas pero que alimentan una misma intución. Nada nace, todo muere en esta frontera entre la barriada y el Cerro del Moro. “Y el colegio había logrado tanto... Había conseguido hacer comunidad”. “Había vida, en la mañana y en la tarde...”. “ Aquí se siente como el colegio del barrio, han pasado mis hijos, todos, y mi nieta que se fue el año pasado porque mi hija ya a esto no le veía color..”. “Una pena, hija, una pena...”
No son padres ni madres los que hablan –ahora llegaremos a ellos antes de que se lleven a los niños a casa para después regresar a la fiesta de despedida–, ni siquiera los profesores y el personal –más huidizos, más reacios, incluso, a dar sus nombres cuando se lanzan a dar una declaración–, son vecinos en este mediodía del último día de vida del colegio que ha educado a generaciones los que también se unen al pequeño duelo por la muerte del Adolfo de Castro.
Es la conversación en El hada golosa, la tienda de chuches y desavíos vecina del Adolfo de Castro. Rosi ha tenido allí a todos sus hijos pero el aula mixta instaurada el pasado año ante la falta de alumnado fue la que provocó que su nieta haya pasado este último año en el Fermín Salvochea, el colegio, de hecho, al que sus compañeros se trasladan el próximo año tras el cierre definitivo del centro educativo. “Fíjate, al final, mi hija hizo bien, pero es que ya así, las criaturas se han visto obligadas, tenía mi nieta, que es ya mayorcita, compartir clase con los niños de 3 años... Pero vamos, ella no se ha desligado y todos los martes por la tarde iba al Adolfo de Castro y también ahora va en julio al campamento de verano. Es que este siempre ha sido un buen colegio, de aquí han salido gente que son profesores, hasta uno conozco yo que se fue a hacer cine... Gente que está hoy bien... Pero qué pena, qué pena...”, dice la señora que va haciendo la cuenta de los partícipes de esta reunión improvisada en el establecimiento que han pasado por esas aulas.
Raquel Reyes, tras el mostrador, no es una de ellas pero sí “todos” sus hermanos. Que va a notar la falta de chiquillos en la tienda, “pues sí”, pero que “eso no es lo importante”, pues también, apostilla. Lo importante es que el cole se pierde con “la de actividades que hacían en la calle y la de tardes que animaban esto”, sobre todo, “en los últimos años”.
“Mira, esta tarde hay una fiesta, acércate si no a que te cuenten algo”, nos recomienda la dispuesta Rosi a la que reconvenimos que desde la Consejería de Educación no se nos permite la entrada en el centro para presenciar el emotivo último día de los escolares en su querido colegio. “Qué malaje, hija, pero ahora hay madres allí, que van a recoger a los niños”.
Efectivamente, unas pocas madres y padres –pues son pocos los alumnos, 33 exactamente los que han cursado este año– esperan a que la puerta se abra y ya nos anteceden lo que confirmarán los niños y e incluso personal del colegio: “Los niños están tristes”.
“Al menos, con la fiesta que tenemos esta tarde, pues ahora saldrán más ilusionadillos, pero, sí, mi niño tiene su pena. Entró con dos años y medio y ahora tiene 10. Él ha sido muy feliz aquí y yo considero que es un colegio con un buen nivel, donde se aprende mucho, donde se aprende a través del juego además, con muchas actividades en la calle, con mucha celebración, pero, de verdad, siempre aprendiendo de las cosas, muy buena educación se ha dado aquí”, explica Yolanda Rodríguez que “al menos” se conforma “con que parte de sus profesores y los compañeros pues vayan todos juntos el año que viene al Fermín Salvochea”.
“Es que no había otra forma, nos han medio obligado a tomar esta decisión”. Vanesa Barberi, madre de un alumno que el año que viene hará su último curso, cuenta el verdadero motivo que llevó al Consejo Escolar a pedir a la Junta el cierre del colegio y el traslado del alumnado y profesorado al colegio Fermín Salvochea. “Es que nos dejaban para el año que viene sin aula matinal y sin comedor y, para madres y padres trabajadores los dos en casa, como es mi caso, eso era insostenible. Eso, unido a la agresiva unificación de líneas que ya nos metieron el año pasado, compartiendo aula alumnos con una gran diferencia de edad y, por tanto, diferentes necesidades esducativas, pues claro no nos quedaba otra salida que pensar en lo mejor para los niños y lo mejor, en esas circunstancias insostenibles, pues era el cierre”, argumenta no sin un fondo de tristeza evidente. “Sí, nos hemos levantado “tristones” hoy en casa, certifica.
Vladi Jiménez ya tiene la clausura del colegio “digerida”, quiere “mirar hacia delante”. Bueno, en el caso de esta madre de una alumna, presidenta de la AMPA y trabajadora de Alendoy, que realiza los campamentos de verano en el colegio Adolfo de Castro, todavía le queda por delante un proceso largo de despedida. “Es que esa es la pena. Además de perder un colegio público, se pierde un agente dinamizador del barrio. El Adolfo de Castro tiene vida desde la mañana a la tarde. Porque si por la mañana hay 33 niños, por la tarde es que hay niños jugando al fútbol, aula de mayores donde vienen personas hasta de 80 años, ensayos de agrupaciones de Carnaval...”, cuenta la mujer que se enrabia porque “es que también pierde el barrio”.
Tanto Jiménez, como el resto de reunión de madres que nos acompañan en este reportaje, hablan de “comunidad”. “De comunidades de aprendizaje”, que es como se trabaja en este colegio, como de “la comunidad” que se ha generado “con el centro de salud, con los vecinos, hasta con las pequeñas tiendas, aquí ha colaborado todo el mundo”. “Al final, nosotros, los padres, los niños, parte de los profesores, vamos a seguir nuestros lazos porque nos vamos juntos a otro colegio, que fue la condición que se puso a la Junta, pero el barrio es el que se va a quedar más solo sin esta sintonía que teníamos”, explican, sobre todo, “muy agradecidas” también a la comunidad educativa del centro “porque han sido los que han propiciado esos lazos, esa apertura al barrio, siempre dispuestos a escuchar, a generar y a trabajar con todas las necesidades que han podido surgir. Y eso es muy difícil de encontrar en otro centro, somos conscientes”, asevera la representantes de los padres y madres.
En ese mismo instante, atisbamos como una profesora se funde en un abrazo emocionado con una de las alumnas. La docente no quiere dar su nombre, no quiere hablar, pero nos permite inmortalizarla con la pequeña. “Sí, no voy a decir que no a un recuerdo bonito”.
“Aquí se le ha preguntado a los niños, se han hecho como encuestas, y todos, todos, querían quedarse en su colegio, les da pena irse”, sí se lanza una trabajadora del centro pero que prefiere el anonimato y que está “muy enfadada” por la pérdida de un colegio público. “¡Pues si no hay niños, que cierren líneas de la concertada!”.
Otro trabajador nos habla sobre el futuro incierto del edificio. “Pues lo de la Escuela de Idiomas parece que al final no es, ¿eh? A ver qué hacen con esto y cuánto tiempo va a estar así cerrado... Yo sólo digo que a mí ya me ha venido gente a preguntar por este sitio y no, precisamente, con edad ni intención de matricularse... Con los okupas hay que tener cuidado...”, advierte mientras barajamos la idea del derribo. Entonces miramos al frente, y sí, quizás no tiene mucho sentido, pero el solar de la antigua CASA nos parece un virus contagioso.
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