El alcalde de Cádiz, Bruno García, se enfada

EL PASEANTE

Rapapolvo del alcalde a su predecesor, José María González

El nuevo gobierno se ha encontrado con demasiados temas pendientes, inesperados, debajo de las alfombras de San Juan de Dios

Tarea para el nuevo gobierno de Bruno García

El alcalde, Bruno García, en el Ayuntamiento de Cádiz.
El alcalde, Bruno García, en el Ayuntamiento de Cádiz. / Miguel Gómez

EN más de una ocasión hemos relatado en estas páginas que el alcalde de Cádiz, Bruno García, llegó hace un año a San Juan de Dios defendiendo un mensaje de diálogo, como forma de hacer política. Con la oposición, con los colectivos sociales e incluso con los ayuntamientos de la Bahía. Este último caso, algo de agradecer después de tantos años sin avanzar en acciones metropolitanas tan importantes para el futuro común por la ceguera de todos los gobernantes de la comarca.

A priori, esta era una postura de agradecer. Vemos cómo está el patio de la política nacional y ese continuo enfrentamiento sólo nos produce rechazo, y entre los ciudadanos, desafección ante la clase política.

Incluso Cádiz vivió los años del anterior gobierno de José María González, con una tensión desmedida, en este caso apoyada por las redes sociales manejadas por quienes estaban a las órdenes del nuevo equipo.

Ahora, pasado un año desde que asumió la Alcaldía, parece que la calma se le ha ido acabando a Bruno García.

Será por un año de duro trabajo; será por todo lo que ha ido descubriendo debajo de las alfombras del Ayuntamiento, y que ha dificultado el trabajo en estos doce meses; será por los marrones que se ha ido encontrando en este tiempo; será por la poca atención recibida desde otras administraciones; será porque de pronto aparecen colectivos protestando por proyectos que, cuando se plantearon por el anterior gobierno, recibieron el silencio de los que hoy se manifiestan.

Todo estos parece que ha estallado, y ahí tenemos a Bruno García, hace unos días, echando en cara a su predecesor, Kichi, todo lo que había dejado sin hacer. Pudo ser un desahogo de quien dice: “Hasta aquí hemos llegado. Uno de esos desahogos que vienen bien de vez en cuando y que nos da impulso.

Aprendiendo la ironía de la tierra, Bruno García le espetó el pasado viernes a José María González: “Entiendo que ahora tiene mucho tiempo libre y que no debe estar muy tranquilo cuando ve el estado en el que dejó la ciudad y que no hizo las cosas como debería de haberlas hecho, y ahora quiere lavar su conciencia con tuits. Y a mi me parece fenomenal, pero lo que no puede hacer es venir a darnos lecciones de sensibilidad y humanidad”. Y terminó recordando que fue el gobierno de izquierdas de Kichi el que desalojó a los sin techo de las bóvedas de Santa Elena.

(Aquí podía haber completado Bruno García su varapalo a José María González, recordando que las rejas que se instalaron en el acceso a estas bóvedas, para impedir el retorno de lo sin techo, fue una de las pocas obras realizadas por Kichi en ocho años, dedicados al ahorro y al pago adelantado a los bancos... que ahora los suyos critican del PP. Las vueltas que da la vida).

Aunque la frase, con lenguaje mesurado, tenía su buen fondo, dudamos que González y los suyos más cercanos sean capaces de hacer una autocrítica de sus ocho años de gobierno y de que, teniendo el viento a favor en estos años (salvo los años de la pandemia) no fueran capaces de aprovecharlo, para bien de la ciudad.

Pero lo cierto, también, es que la falta de análisis crítico de lo cumplido y no cumplido no se debe circunscribir al gobierno derrotado hace un año. Pasó también con el PSOE tras su derrota en 1995 y con el PP, dos décadas más tarde. Parece que forma parte del adn de la clase política. O, tal vez, del conjunto de la sociedad.

Otras deudas pendientes en la ciudad

En todo caso, bienvenido sea el episodio de enfado de Bruno García. Con la esperanza de que no se quede ahí. Causas tiene para seguir mosqueado. Aquí le danos algunas, por si no se ha dado cuenta de ellas:

Con los suyos de la Junta tiene un amplio listado. Ahí está el Hospital Regional, que después de estar dos décadas dándole la vuelta al asunto (con el PSOE y con el PP al mando de la Junta), ahora resulta que es el Ayuntamiento el que debe buscar el suelo para este equipamiento.

Pero dejando a un lado este problema, hay otras cuestiones para el enfado relacionadas con la administración regional, como acumular años sin aclararse sobre lo que se quiere hacer en el solar de San Severiano, o en el de San Luis. O en la antigua delegación de Trabajo de Valdeíñigo.

Y también, lamentarse por el nulo apoyo regional en la restauración integral del Monumento a la Constitución, allí en plena plaza de España a escasos metros de la sede de la delegación de la Junta.

Tiempo también para enfadarse con la administración central. El estado del castillo de San Sebastián da para ello, y para mucho más. La habilidad que el Estado tiene para librarse de su deber de mantenimiento de esta fortificación es para incluirla en el manuel de la mala política.

No vamos a recordar aquí que fue la ciudad de Cádiz la que, en tiempos pasados, financió buena parte de las murallas de la ciudad, y que incluso ha tenido que poner dinero en estas últimas décadas para recuperar la propiedad de una parte de ellas, y rehabilitarlas. El Estado tiene sus obligaciones y no puede zafarse de ellas por muchos kilómetros que haya entre Madrid y Cádiz.

Y, ya puestos, podría completar este particular rapapolvo del alcalde evidenciando la necesidad de mejorar, ya, las conexiones ferroviarias de la Bahía con el resto del país.

Que tenga claro el alcalde Bruno García que enfadarse en bueno, especialmente cuando se tiene la razón. Gobernar una ciudad no es sencillo, y más una como Cádiz con tantas limitaciones y tantos problemas pendientes de solucionar.

Enfadarse puede poner las pilas a quienes van a un ritmo pausado, o simplemente no avanzan. E incluso es bueno para quienes en su momento no trabajaron como deberían de haberlo hecho, y ahora tienen la oportunidad de reflexionar sobre todo ello.

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