El alumno en su burbuja

Desescalada en la Educación en Cádiz

Así es en época del Covid el IES Fernando Aguilar de Cádiz, modelo para la Junta de la Educación en la 'nueva normalidad'

El conserje del IES Fernando Aguilar Quignon con el medidor digital de temperatura.
Pedro Ingelmo

20 de mayo 2020 - 07:00

A la entrada del instituto Fernando Aguilar Quignon, el antiguo Bahía de Cádiz y conocido por todo el mundo en Cádiz como Telegrafía, el conserje, protegido con una moderna mascarilla, una mascarilla galáctica, me apunta con una pistola. Dispara. Mira el gatillo como si se hubiera encasquillado. Dispara otra vez. Vuelve a mirar. Menea la cabeza. 34,8. “Entonces estoy muerto”. “Va a haber que ajustarlo”, dice manipulando el medidor digital de temperatura.

Este centro educativo se ha convertido en un especie de gran laboratorio piloto de la educación que nos viene. En las redes es exhibido por la Consejería de Educación como el modelo en protección en el Covid-19. Es uno de los pocos a los que la orden del pasado miércoles, diciendo que los centros se abrían para directores y administrativos el pasado lunes, no les pilló por sorpresa. Su director, Nicolás Montero, uno de los más veteranos en el cargo en la Bahía, ya le llevaba dando vueltas desde la Semana Santa sin Semana Santa a cómo sería el mundo educativo después de una pandemia. En todo este tiempo han establecido unos protocolos que están referidos a todo el personal de un centro de estas características, con más de mil alumnos matriculados, uno de los mayores de la provincia. En estos días han estado compartiendo sus protocolos con otros centros.

Para lo primero que se prepararon fue para el día de ayer. Durante las últimas semanas, Sebas, un auténtico McGyver, el hombre de mantenimiento del instituto desde hace treinta años, lleva construyendo las mamparas de metacrilato en las zonas de atención al público y haciendo las señalizaciones para evitar cualquier tipo de aglomeración. También ha construido un artefacto, partiendo de una máquina de pintura, de una pulverizador potentísimo de varios litros para limpiar aulas. En el depósito se pone una solución del 2% de lejía y se utilizará, según acaben las clases, para proceder a su desinfección.

María José, directora del Tierno Galván.
María José, directora del Tierno Galván. / Julio González

A la entrada del instituto, antes de que el conserje te dispare con el termómetro, hay un alfombra que pirmero limpia y luego seca los zapatos. Todo está medido para que, siguiendo las reglas, sea imposible el roce.

El administrador ha calculado que el coste de toda la tarea realizada en estas semanas se ha acercado a los 5.000 euros, más de lo que gastan durante todo el año en la contrata que lleva la limpieza del centro. Los fondos del instituto costean este enorme esfuerzo de asepsia. Pero Montero lo tenía muy claro desde el principio: “Es necesario que la gente que venga aquí a trabajar o a hacer alguna gestión se sienta seguro. En esta pandemia hay gente que ha pasado mucho miedo y es normal. Con todo esto lo que queremos es que no se pise este instituto con miedo”.

Cada año por estas fechas en este vestíbulo, ahora perfectamente blindado y ordenado para evitar saltarse las medidas de precaución, tienen que pasar más de 700 personas para hacer los trámites burocráticos de matriculación. “Era un poco absurdo. Básicamente tenían que entregar un papel para decir si los alumnos querían religión o una optativa. Hemos buscado la fórmula para que se pueda realizar el trámite de la matriculación sin tener que pisar el centro”. Técnicamente, todas las familias de los alumnos del centro pueden hacerlo porque durante este periodo se han repartido ordenadores a los quince alumnos que detectaron que no tenían medios para conectarse con el centro. “Va tener que venir muy poca gente. Ahora quienes vienen es para recoger un certificado o un título”.

"En un aula no debe haber más de veinte alumnos, pero no por el distanciamiento, sino por una enseñanza de calidad"

Pero la preocupación de Montero es otra. Sabe que el uso de la educación a distancia ha llegado para quedarse y lo demuestra el ordenador ante el que pasamos y en el que los profesores, cada uno en su casa, están celebrando un pequeño claustro discutiendo sobre las posibilidades de cada alumno. “Pero la educación presencial es imprescindible. La solución pasa por reducir la ratio, que es una batalla educativa que tenemos hace tiempo. Ya solucionaremos como sea las zonas comunes, pero lo principal es el aula y la solución es que en cada aula no haya más de veinte alumnos, que es lo ideal para el distanciamiento social, pero también para una enseñanza más apropiada. Y sí, habrá que adecuar y habrá que contratar más profesorado. Es lo que llevamos diciendo muchos mucho tiempo sin necesidad de una pandemia”.

Sebas, responsable de mantenimiento del instituto.
Sebas, responsable de mantenimiento del instituto. / Julio González

En el colegio de Primaria que nutre a este instituto, el vecino Enrique Tierno Galván, junto al Estadio, la directora, María José, y Alejo, miembro del equipo directivo, son los que están de guardia. Este colegio no ha cerrado durante toda la alarma porque aquí se encontraba el almacén de donde salían cada día 85 bolsas de alimentos para niños apuntados a la beca de comedor.

María José cuenta todas las actividades que han llevado a cabo estos días para mantener en contacto a los niños con el centro. “Ha habido muchos contenidos que no se han podido dar y que recuperaremos en el primer trimestre del próximo curso, pero lo que nos interesaba más era mantener ese vínculo”. Entre esas actividades se encontraba la de crear marionetas con los guantes o hacer crecer una planta que, cuando se encuentren, se trasplantará al huerto escolar. Será el jardín de la pandemia. A través del Instagram del colegio, cada niño podía ver los progresos de los otros “y poder acordarse de sus amiguitos”. Con estas técnicas han conseguido que “no se nos perdiera ningún niño, quizá tengamos seis o siete que se nos han despistado un poco, pero de 400...”

También ha habido un seguimiento para los ocho niños de educación especial que ocupan las dos aulas específicas, el aula azul y el aula de colores. A María José, que tiene su especialidad en estos niños, se le dibuja un cierto rictus de impotencia. “Para ellos y para sus padres todo ha sido más difícil. Ha habido chicos a los que, de algún modo y con todas las dificultades, se les ha podido atender, pero en otros casos los propios padres han tenido que renunciar y decirnos mirad, no, dejad que lo pasemos solos”.

Ahora María José y Alejo prueban para ver hasta qué punto se puede mantener las distancias entre pupitres, cómo se podría realizar una entrada y salida escalonada, de qué forma se podrían articular los turnos en los recreos. “Pero eso lo podemos hacer nosotros que somos un colegio grande. Yo no sé los más pequeños”.

Porque es muy difícil meter a un alumno en una burbuja.

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