125 años de la exposición marítima
La idea nació con el propósito de 'vender' la relación de Cádiz con el mar y su potencial para desarrollar una industria naval
Durante los meses de agosto, septiembre y octubre de 1887, Cádiz fue escenario de la primera Exposición Marítima Nacional que se celebraba en España. La idea había nacido un año antes con el objetivo de poner las bases para la creación de una industria naval potente en la Bahía gaditana. La muestra permitiría así 'vender' la especial relación de Cádiz con la mar y su potencial como zona de desarrollo de esta industria. Desde un primer momento las administraciones se implicaron en el proyecto, siendo la Diputación Provincial la que se puso al frente de la ejecución del proyecto, reclamando desde el principio el apoyo del Gobierno, para lo que, un año antes del evento, remitió cartas a los ministros de la Gobernación, Estado y Fomento en los siguientes términos: "Excmo Sr., La Excma. Diputación Provincial de Cádiz ha acordado iniciar una exposición Marítima nacional en Cádiz, que tendrá lugar en agosto, septiembre y octubre de 1887. A ella están convocadas todas las industrias que se rozan con la construcción y equipo de los buques y con la navegación, y que ejercerá una poderosa influencia sobre su adelanto, industrias que hoy y en las circunstancias actuales están llamadas a suministrar al Gobierno de S. M. la prueba de que dentro de nuestro país y sin apelar al extranjero, puede proporcionarse todo cuanto se necesita para el renacimiento de nuestro poderío marítimo a que con tal alto patriotismo aspira aquel. La empresa que se propone la Excma. Diputación Provincial de Cádiz es muy grande, y aunque dedicara a ella todos sus esfuerzos y le prestara todos sus recursos, no tiene la seguridad de lograrla si el Gobierno de S. M. no le concede un poderoso apoyo moral y material. A 900.000 pesetas asciende el presupuesto del Palacio proyectado: a cantidades muy respetables los demás gastos de la Exposición, todos ellos reproducidos, que redundan en beneficio de una multitud de industrias que el Gobierno está llamado a proteger. La Excma. Diputación Provincial de Cádiz, los ayuntamientos de la costa, todas las corporaciones, eminentes patricios amantes de España, todos han ofrecido su concurso y con todos contamos; pero no consta si la Exposición ha de dar el resultado que esperamos, y por lo tanto esta Diputación Provincial suplica a V.E. que dando al pensamiento de la Exposición la importancia a que es acreedor, la favorezca con su apoyo moral y le asigne una subvención lo más cuantiosa posible para que sea digna del Gobierno que a nombre del país la ofrezca y de la provincia, que en beneficio de los grandes intereses de España la recibe. Gracias que del reconocido amor patrio de V.E. espera confiada. Dios guarde a V.E. muchos anos. (Cádiz. Diciembre de 1886) Otras instancias se han dirigido a los demás ministros y a S. M. la Reina Regente".
El sitio elegido para la Exposición fue la dársena formada por el muro de la concesión Lacassaigne, habiéndose desistido de la primera idea que escogió como paraje adecuado los terrenos de Puntales. La Punta de la Vaca, donde se hallaba el citado espacio, era uno los lugares más pintorescos y alegres de Cádiz, y entre los suburbios de extramuros más próximos al casco de la ciudad. Se llamó antiguamente la Punta de la Vaca; hubo por allí muchas huertas, que pertenecían en gran parte a la colonia de genoveses que residían en Cádiz. En el siglo XVII se construyó una batería en aquella playa. En sus inmediaciones, también, por aquel tiempo, estuvo el lugar de enterramiento de los moros y turcos esclavos. El vecindario bautizó a aquel barrio con el nombre de San Severiano.
A mediados del siglo XIX, comenzaron en los corrales de la Punta de la Vaca las obras de la concesión Lacassaigne, para la construcción de un gran muelle de atraque para toda clase de buques. También se anunciaba la construcción de grandes docks para recibir toda clase de mercancías, y de un carenero donde a la vez pudieran colocarse varios buques y otras reparaciones.
Desgraciadamente, después de la implantación del muro que limitaba el terreno que se había de ganar al mar, quedaron paralizadas las obras sin que existiera otra cosa de aquel cercado, cortado en algunos sitios, y un pequeño muelle de hierro corroído por el moho. El espacio limitado por el muro comprendía unos quinientos mil metros de superficie con forma de semicírculo irregular.
LA EXPOSICIÓN POR DENTRO
Las instalaciones de la exposición tenían unos cincuenta y dos mil metros de superficie, usando la forma de un abanico. A la entrada había una sala espaciosa, de unos 100 metros de largo por 15 de ancho, que se destinó a reuniones, conciertos o actos análogos; y a los lados de ella, dos pabellones, donde se exhibían instrumentos de precisión y libros, publicaciones y pianos, relacionados con el certamen.
De allí se pasaba a una explanada semicircular, cuya mayor longitud era de cien metros y de cuya convexidad partían siete pabellones, de 35 metros de largo por 10 de ancho, que se aplicaban a las distintas secciones de la Exposición. Los extremos de estos pabellones avanzaban hacia el mar en forma de proa de barco y las bases de unos y otros estaban unidas por balaustradas, abiertas por distintos puntos en escalinatas que descendían hasta el agua para que los visitantes de la Exposición embarcasen o desembarcasen por ella. Antes de la sala de reuniones y pabellones ya citados, se levantaron tres edificios: dos naves destinadas a la maquinaria y primeras materias de fabricación y un pabellón, en el centro, para las autoridades. Las instalaciones de la Exposición se prolongaban de un lado por la playa hacia la plaza de San Severiano, donde había una entrada, para las personas que iban a visitarla por el paseo de carruajes que llegaba hasta el ingreso de dicha plaza.
También se aprovecharon para las instalaciones otros terrenos cedidos por la empresa de ferrocarril. Para la construcción de todos los citados edificios se eligieron, principalmente aunque procurando la necesaria solidez, materiales ligeros, como la madera. La forma proyectada para los pabellones y demás cuerpos del edificio presentaban algunos rasgos de estilo árabe. El proyecto fue obra del arquitecto provincial Amadeo Rodríguez.
Los buques de grandes dimensiones que concurrieron a la Exposición se situaron en la parte de la bahía más inmediata al cercado de Lacasaigne. "Ésta tendrá, a nuestro juicio, un carácter marcadamente original. La circunstancia del sitio elegido la favorece; el buen gusto de Cádiz imprimirá en ella su sello característico, y también hay que destacar la actividad y la fe que nuestro pueblo sabe mostrar en tantas ocasiones, realizando, respecto a creaciones de edificios y adopción del proyecto, verdaderos milagros que todos perfectamente recuerdan. Esa actividad y esa fe, decimos, harán que el tiempo no sea corto y que el próximo verano Cádiz se vanaglorie de un nuevo triunfo, de los más memorables", destacó 'Diario de Cádiz' el 8 de febrero de 1887. En la gran plaza central se establecieron instalaciones al aire libre y unos jardines de estilo inglés con Salón de Conciertos y Conferencias. El Bazar General estaba constituido por dos galenas en dirección a la alameda de San Severiano, destinadas a la exposición de productos de la provincia, pabellón de Bellas Artes, de productos extranjeros, instalaciones de la Compañía Trasatlántica, del Arsenal de La Carraca y otras.
La Exposición tenía cuatro puertas; una por la estación de ferrocarril, otra por la alameda de San Severiano y otras dos secundarias. La cerca de la Exposición distaba 30 metros de la vía de ferrocarril y se construyó un apartadero para poder llevar hasta la misma puerta todas las mercancías que con destino a ella vinieran por tierra. Para los que llegasen por mar había un servicio de bateas que entraban por la compuerta de la dársena con la marea alta y podían depositar las mercancías en los pabellones, provistos de grúas para los objetos pesados. Junto a la dársena podían fondear los buques de alto porte que formaban parte de la instalación flotante, con un servicio de botes para el traslado de los visitantes.
La solemne inauguración tuvo lugar el 15 de agosto, quedando abierta todo el tiempo, de sol a sol. Durante la noche, tras cerrar las instalaciones, quedaba abierto el Salón de Conciertos y el Bazar iluminados con luz eléctrica, lo cual, en aquellos tiempos era algo como una gran primicia. Los principales círculos de reuniones de la ciudad, lujosas tiendas, bandas de música, regatas y bailes completaban el conjunto de la Exposición. Donde tampoco faltaban hospederías de tipo económico auspiciadas por el Ayuntamiento para las clases económicamente más modestas.
El Gobierno dispuso el nombramiento de tres comisiones de la Marina de Guerra para que examinasen detenidamente el contenido de la Exposición y propusiesen lo que de ella pudiera ser suministrado a la Escuadra nacional, a cuyo efecto el Ministerio de Marina publicó una Real Orden de 4 de marzo de aquel año en la que se recogían las disposiciones oportunas, y posteriormente el ministro de Marina nombró una comisión técnica para que informase sobre los resultados de la Exposición Marítima, que duró desde el 15 de agosto hasta el 15 de noviembre de 1887. La Exposición tenía dos grandes secciones: una flotante y otra en tierra firme. La primera se constituyó en la bahía para los grandes buques y en la dársena de San Severiano para los de no más de tres metros de calado y seis de manga. La segunda tuvo lugar en los terrenos adyacentes a la dársena y en los pabellones y plazas construidas en la misma. También se levantó un pabellón especial para los productos de la provincia, y en el Reglamento de la Exposición quedaron establecidos los premios y distinciones a otorgar, consistentes en diplomas de honor, medallas de oro, de plata y una de bronce llamada de Concurrencia, que se otorgaba por el simple hecho de participar.
Se destinó un pabellón especial para pinturas, planos y dibujos marítimos, y otros para la exposición de objetos extranjeros.
El Bazar General de ventas quedó instalado en una espaciosa galena lindante con la alameda de San Severiano compuesta por 40 tiendas y magníficas casetas de recreo para las distintas sociedades gaditanas.
Resultaba curioso que el alquiler de cada tienda costara 15 pesetas diarias. A la cabeza del Bazar, figuraba una elegante tienda marroquí en la que se vendían productos de aquel país. El Bazar de Ventas estaba abierto desde el amanecer hasta las doces de la noche, pero a la puesta de sol se cerraban todos los pabellones de la Exposición, a excepción del de las autoridades, del Salón de Conciertos y de los jardines. Todas las compañías navieras y empresas de ferrocarril que participaban en la Exposición concedían ventajas económicas excepcionales a los usuarios de sus servicios, bien rebajando las tarifas o estableciendo servicios verdaderamente excepcionales.
El capítulo concerniente a recreos y espectáculos fue ampliamente dotado y concebido; así durante el mes de agosto hubo carreras de caballos, regatas, cucañas marítimas, fuegos artificiales, corridas de toros, festival de opera, banquetes y congresos.
En septiembre el programa se centró algo más en festejos de carácter náutico y marítimo, y en octubre hubo hasta un simulacro naval y una gran fiesta veneciana junto a otras muchas distracciones. Todo esto se hizo en Cádiz siendo presidente de la Diputación Cayetano del Toro, con el aliento del Marqués de Comillas, cabeza rectora de la entonces omnipotente Compañía Trasatlántica que, a través de su representante en Cádiz, Guillermo Villaverde, ofreció toda la ayuda y colaboración necesarias al evento.
La Exposición concluyó el 15 de noviembre y las cuentas relativas a la misma fueron presentadas con todo detalle el 9 de enero. Las obras para la instalación de la Exposición se hicieron con recursos procedentes de una suscripción popular y voluntaria en la que hubo 1.978 aportantes por un total de 95.586 pesetas entregadas por personas de toda condición, más 275.000 pesetas ofrecidas entre todos los ayuntamientos de la provincia.
La Compañía Trasatlántica se volcó con sus medios y dinero construyendo un pabellón que fue motivo de admiración para cuantos lo visitaron. Por el contrario, el Estado no concedió ninguna aportación. Visitaron la Exposición Marítima de Cádiz más de 60.000 personas.
El Congreso y el Senado ayudaron aprobando la correspondiente Lotería que tuvo 13.000 billetes de 250 pesetas cada uno y arrojó un beneficio líquido para la Diputación de 388.675,18 pesetas, y cuyo sorteo tuvo lugar el día 3 de noviembre de 1887.
La colaboración fue inmensa, tanto la que procedía de todo el territorio nacional como la que se obtuvo del exterior. Todo ello se hizo con la intención de revitalizar la industria naval nacional-local, entonces en periodo de decadencia.
Fue Segismundo Moret el encargado de abrir el certamen en nombre del Gobierno, y cuentan las crónicas que aquel gigante de la oratoria hizo vibrar a los presentes en presencia de las importantes representaciones extranjeras.
Un total de 10 buques de guerra nacionales y 23 extranjeros visitaron la Exposición, trayendo a bordo más de diez mil hombres. Fue una demostración del poder de la voluntad del pueblo gaditano y el primer paso para el nacimiento del Astillero de Cádiz, primero de la mano de los hermanos Vea Murguía y, después, gestionado por Horacio Echevarrieta.
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