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Manuel Ravina, el patriarca de los archivos

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Es director del Archivo de Indias de Sevilla tras casi 30 años en el Provincial de Cádiz y fue profesor universitario

Ravina (derecha) junto a Alfonso Franco, catedrático de Medieval de la UCA, cuando estudiaban en 1970 en Sevilla / Diario De Cádiz

11 de marzo 2017 - 02:05

Acumula 45 años de servicio. Es el funcionario más antiguo y el más mayor en el escalafón de los facultativos de archivos de España. Ahora es director del Archivo de Indias de Sevilla, pero siempre mira hacia Cádiz, a donde vuelve los fines de semana. Pues no en vano es uno de los mejores investigadores y más profundos conocedores de su ciudad.

Manuel Ravina Martín (Cádiz, 1949) nació en un piso de la calle San José y fue bautizado en la parroquia de San Antonio. Pronto se trasladaron a otro piso en Barrié, donde vivió 24 años. Su padre, José Agustín Ravina Poggio, fue consignatario de la naviera Ybarra en Cádiz. Consignatarios fueron también el abuelo (que sucedió a Rafael de la Viesca) y sus hermanos Salvador y Pepe. Eran ocho hermanos, aunque uno murió muy pequeño, y quedaron cuatro varones y tres hembras.

Manuel tiene documentado que los Ravina llegaron de Génova en torno a 1750. Los Poggio, procedentes de Milán, ya estaban en Cádiz en 1680. El Tricentenario le viene de familia, porque llegaron para el comercio. Por el contrario, su madre, Pilar Martín, era de una familia procedente de Martos (Jaén). Aunque ella, que estudió Magisterio, había vivido en San Fernando, antes de mudarse a Cádiz.

Cuando sólo tenía 7 años, Manuel Ravina pasó por el trance del fallecimiento de su padre. Entonces ya estaba en el colegio de San Felipe Neri del centro, después pasó al de Extramuros para el Bachillerato, y terminó Preuniversitario en el Instituto Columela.

Su familia estaba vinculada a los jesuitas. Eso facilitó que estudiara en Granada. Se alojaba en el Colegio Mayor Loyola, donde fue director el padre Gisbert. Tras los dos primeros años, siguió tercero en la Universidad de Sevilla. Residía en el Colegio Mayor Hernando Colón, donde era director el reconocido americanista Francisco Morales Padrón. Consiguió la licenciatura en Filosofía y Letras, rama Historia General por la Universidad de Sevilla en 1971.

Ese mismo año empezó a trabajar como profesor no numerario de Paleografía en la Universidad de Sevilla. Allí ejerció desde 1971 a 1974, aunque lo simultaneaba con clases en el Colegio Universitario de Cádiz, en cuya gestación había intervenido Luis Núñez Contreras, que era su profesor en Sevilla. En ese periodo hizo la tesina y empezó la tesis. Hasta que en junio de 1974, cuando tenía 24 años, consiguió una plaza para el cuerpo facultativo de archiveros.

A esa edad todavía no había cumplido el servicio militar. Apenas 10 días después de aprobar las oposiciones, se debió incorporar al campamento de Cerro Muriano (Córdoba) durante tres meses. Después eligió destino en Cádiz. Tuvo la suerte de que José Pettenghi le buscó acomodo en el Gobierno Militar. Allí iba por las mañanas para trabajar como archivero y ayudante del secretario, que era el sargento Fernández, esposo de la cantante del grupo Julita y sus muchachos. Por las tardes trabajaba en el Archivo de Hacienda. Los sábados acudía al Archivo Provincial en la Diputación.

En octubre del 75 ya se pudo incorporar con normalidad al Archivo de Hacienda y al Provincial en la Diputación. Estuvo allí hasta 1979. Ese año se fue a Madrid, al Ministerio de Cultura, como jefe del Servicio de Racionalización y Asistencia Técnica, en la Dirección General de Archivos. Ese cargo no le gustó. Lo destinaron al Archivo de Protocolos de Madrid, antes de pasar al Archivo y Biblioteca del Ministerio de Asuntos Exteriores. Estuvo más de dos años con el ministro Fernando Morán. Esa experiencia sí le gustó.

Una llamada de teléfono cambió su vida en 1979. Rafael Román, que era consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, le propuso el traslado a Sevilla, en comisión de servicios. Fue nombrado director general del Libro, Archivos y Bibliotecas. Un cargo en el que siguió cuando nombraron consejero a Javier Torres Vela.

Manuel Ravina nunca ha sido militante del PSOE, aunque sí amigo de Rafael Román, que lo propuso como cargo de confianza. Cuando lo cesaron en la Junta se llevó una gran alegría. Se había convocado concurso para la plaza de director del Archivo Provincial de Cádiz. Ganó la plaza y se volvió a Cádiz en 1986. Desde entonces no ha tenido cargos políticos.

Cuando empezó en la Casa de las Cadenas, en 1987, el Archivo Histórico Provincial tenía 17.000 legajos. Cuando dejó la dirección, en 2013, había 104.000 legajos. Es clave para las investigaciones. Allí están los protocolos notariales, todos los documentos de la Administración del Estado y de la autonómica. Al principio, el único facultativo de archivos era él. Después se sumó el recordado Alberto Sanz, y más tarde Manuel Cañas, que es el actual director.

Manuel Ravina pasó a dirigir el Archivo de Indias de Sevilla el 14 de febrero de 2013. Primero lo nombraron a dedo, pero después se convocó un concurso y lo ganó. Es un archivo general, de referencia mundial, donde se custodian todos los documentos de la Casa de la Contratación (tanto de Sevilla como de Cádiz). Reconoce que no se fue allí por dinero, ya que cobra casi lo mismo que antes, sino por prestigio profesional. Ahora pasa los días laborables en una residencia de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, y los fines de semana vuelve a Cádiz.

Está soltero y con movilidad. Se compró un piso en San Fernando, porque son más baratos y necesita espacio para los casi 9.000 libros que tiene. Le queda poco tiempo para investigar, que es su gran pasión. Por su cargo de director del Archivo de Indias viaja con frecuencia. Recientemente, ha estado cuatro veces en América. En abril irá 10 días a Taiwan. Además de muchos viajes por España y reuniones de la Unesco. El Archivo de Indias forma parte del Patrimonio de la Humanidad.

Su gran pasión es la investigación. Hace tres meses que publicó el libro Familias musicales gaditanas, en el que destaca a a Antonio Peichler, Manuel Rücker, Arístides Pongilioni y Juan José Quirell, cuatro gaditanos tan ilustres como poco conocidos. Este libro se puede adquirir. Pero no así su obra de referencia, que está agotada. Se trata de Un laberinto genealógico: la familia de Mendizábal. En él demuestra el origen judío del desamortizador.

Sufrió un infarto y otros achaques. No pierde el tiempo. Dice que no se quiere morir y dejar colgados los 40 libros que ha empezado. Tiene en marcha otro sobre la esclavitud, que fue muy importante y abundó en Cádiz.

Está lanzado. La próxima semana recibirá la Medalla de la Provincia. Recuerda que en los últimos 27 años sólo había intervenido en tres conferencias en Cádiz. Pero ha participado en cuatro desde enero a marzo de 2017. Las cosas del Tricentenario.

Sólo le gusta el 5% del Carnaval, sobre todo en la calle. Su padre fue hermano distinguido de la cofradía de Buena Muerte, y él ha salido, pero no es capillita, quizá porque se reconoce cristiano y lo sigue de otra manera.

Hay quien dice que tiene mal carácter y asume que es verdad. Cree que hubiera servido para dominico, porque le gusta predicar más que hablar. Es un gaditano crítico, que conoce los desparpajos de la ciudad. Por eso, apuesta por trabajar de verdad y olvidar la picaresca. Es lo que siempre ha intentado. Cuando se le conoce mejor, se aprecia que es uno de esos pocos gaditanos brillantes y sólidos de los que se debería aprender mucho más. Un superviviente raro de aquel Cádiz imposible.

Anécdota

JOSÉ JOAQUÍN LEÓN

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