La arpía que llegó a Cádiz
La ciudad fue escenario de una imaginaria historia que corrió por Europa
En marzo de 1784, cartas recibidas en Santafé de Bogotá produjeron un asombro general. Contaban que en una laguna de Chile llamada Tagua, perteneciente a la estancia del encomendero de indios Juan Próspero de Elzo y Aranibar, apareció un monstruo anfibio que del agua salía y hacía muchísimo daño devorando gente y ganados.
Para precaver el mal que ocasionaba, determinaron capturarlo empleando cien hombres con armas de fuego, quienes sigilosamente tendieron trampas con redes, en una de las cuales cayó vivo.
La descripción que se hizo de tan siniestro animal fue bastante precisa. Muy corpulento y con más de tres varas de largo, poseía dos larguísimas colas que movía con mucha ligereza y fuerza: utilizaba una, muy flexible y llena de anillos, para aferrar a sus presas; la otra, terminada en flecha, le servía para matar. El cuerpo, que estaba cubierto de escamas por entero, se sostenía en dos patas cortas y gruesas dotadas de potentes garras.
Su rostro era afín al humano, con una boca muy grande guarnecida de feroces dientes de dos pulgadas; las orejas, largas como las del asno; dos poderosos y bien torneados cuernos similares a los del toro, de una vara y media, coronaban la cabeza redonda. De ésta nacía una espaciosa y poblada melena, semejante a la del león, que le colgaba hasta las patas y con las que solía enredarse. Además, poseía dos alas enormes parecidas a las del murciélago.
En Colombia, en el Archivo General de la Nación, se guarda un diseño coetáneo de este acuático y alado ser, con una leyenda manuscrita al pie; y en la Biblioteca Nacional de Madrid existe una estampa del mismo, igualmente contemporánea y de autor anónimo, con descripción en la parte inferior y el anuncio de que se vendía al público en la librería de Escribano, calle de Carretas nº 8.
Tras la captura, tan extraña criatura fue llevada ante el virrey, siendo alimentada diariamente con un buey, toro o vaca, junto a tres o cuatro cochinos que mucho le gustaban.
En la capital del virreinato se decidió remitir el engendro a España, con grandes precauciones. La idea de hacerlo directamente por mar, siguiendo la ruta del Cabo de Hornos, fue desechada ya que habría que embarcar una enorme cantidad de ganado para su alimento durante una travesía que podría ocupar al menos cinco o seis meses. De ahí que se optara por el traslado terrestre en diversas etapas hasta el golfo de Honduras, donde se embarcaría para La Habana. Y, desde ésta, por las Bermudas y las Azores, rumbo a Cádiz para su posterior remisión a la corte.
En la capital de Francia la noticia, que procedió de Madrid, causó un auténtico revuelo y se extendió rápidamente. Perspicaces impresores se apresuraron a publicar la imagen del "monstruo único".
El sábado 16 de octubre de 1784, el "Journal de Paris" anunció que el martes siguiente se pondría a la venta en la Dame Boutelou, calle de S. Hyacinthe, frente al Jeu de Paume, una estampa que lo representaba, con su descripción. Asimismo, comentó que existía la esperanza de poder capturar un ejemplar femenino para poder perpetuar en Europa la especie que parecía ser de las arpías, hasta el momento tenidas como seres fabulosos. Cinco días más tarde, en el "Journal Général de France" se dio la misma noticia, asegurándose que algunos oficiales franceses que venían de La Habana habían visto allí tan extraordinario animal, que suponían ya en España.
Entre los fondos de la Biblioteca Nacional de Francia, se halla un interesantísimo grabado al aguafuerte que representa el momento preciso de la salida de Cádiz del monstruo de Tagua para ser enviado al rey y a la familia real. Fue editado en París el mismo año de 1784 por Esnauts y Rapilly.
La heteromórfica desviación de la naturaleza está encerrada dentro de una gran jaula colocada sobre un carruaje tirado por caballos, sobre uno de los cuales monta un jinete; un joven, látigo en mano, arrea la piara de cerdos, y un adulto varea el rebaño de toros que le servirían de alimento, mientras un perro ladra. Tres mujeres observan el espectáculo: dos desde la ventana de un edificio con su cubierta a dos aguas, y otra al pie del camino. Cerca de ésta, hay dos varones. Otro más en la cercanía del jinete.
El paisaje, algo montuoso y con molino de viento, no se corresponde con el de la ciudad de Cádiz. Está tan alejado de la verdad como la existencia misma de la híbrida y fantástica criatura.
Porque todo no fue sino un enorme engaño que alimentó a los espíritus incautos y animó charlas de tabernas, cafés y salones sociales. Al mismo tiempo, hizo ganar dinero fácil a algunos avispados embaucadores.
No obstante, interesa resaltar cómo la opulenta Cádiz del siglo XVIII se manifestaba no sólo como el gran receptáculo de las riquezas provenientes de América, sino también como el lugar al que arribaban los prodigios, maravillas y descomunales patrañas que surgían allende el Océano.
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