El arquitecto académicoJAVIER DE NAVASCUÉSUna vida singular entre el urbanismo y las artesla guitarra que nunca olvidará
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Quienes le conocen saben que ha defendido sus ideas con firmeza. También que no se conforma con lo mediocre. Hace más de medio siglo que llegó a Cádiz para quedarse, y piensa que todavía le queda algo que aportar.
Javier de Navascués y de Palacio (Zaragoza, 1930) tuvo una infancia ajetreada. La familia Navascués, aunque aragonesa, tenía orígenes navarros. Pero los primeros años de su vida los pasó en Madrid, hasta que comenzó la Guerra Civil. Su padre, Joaquín de Navascués, tenía un cargo en el Cuerpo Facultativo del Museo Arqueológico y se quedó en Madrid. Mientras en Zaragoza se refugiaba su madre, Pilar de Palacios. Con ella se quedaron los cinco hijos que tenía el matrimonio, aunque con los años llegarían a ser 12 hermanos, entre ellos destacados profesionales, como Juan Lorenzo, un reconocido ingeniero de caminos; o Pedro, catedrático de Arquitectura en Madrid.
Durante la Guerra Civil, Joaquín de Navascués, el padre de Javier, estuvo encarcelado en la Cárcel Modelo. Una vez se salvó por casualidad de que lo mataran. Creía que iba a ser fusilado, pero fue liberado gracias a un antiguo amigo y una funcionaria del Museo. En los años de posguerra, fue académico nacional de Historia, de Bellas Artes y catedrático de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Para Javier, su padre siempre fue su referente.
Javier de Navascués había estudiado con los jesuitas. Primero en Zaragoza y después el Bachiller en Madrid. Más tarde estudió la carrera de Arquitectura y también Filosofía y Letras, aunque esta última la dejó sin hacer la tesina.
En Arquitectura trabó amistad con Rafael Manzano, nacido en Cádiz, que años después sería catedrático de Arquitectura en Sevilla, conservador del Alcázar y académico. Precisamente, el primer proyecto profesional de Navascués lo hizo con Rafael Manzano, recién terminada la carrera. Ganaron un concurso internacional para una clínica en Andorra.
Navascués sentía pasión por la arqueología. Participó en diversas excavaciones. Eso le permitió participar junto a Presedo en la misión internacional de la Unesco en Egipto, organizada en 1960 para salvar los templos nubios que estaban en peligro por la construcción de la presa de Asuán. La intervención fue tan importante que Egipto donó a España el Templo de Debod, que se encuentra reconstruido en Madrid.
Poco después de su gesta arqueológica, llega la vinculación de Javier de Navascués con Cádiz. Había dibujado sus monumentos En 1962 vino con la mediación de César Pemán, que le inculcó el interés por el Museo Arqueológico y la Real Academia de Bellas Artes.
En 1963 se casó en la iglesia del Espíritu Santo, de Madrid, con María Dolores Martín Díaz-Ambrona. Habían estudiado juntos en Filosofía y Letras. El matrimonio se instaló en Cádiz. Han tenido cinco hijos: Javier (crítico literario y catedrático de la Universidad de Navarra), Álvaro (arquitecto), Jorge (abogado), Beatriz (licenciada en Bellas Artes, pintora y monja de clausura en La Aguilera (Burgos), que es la debilidad de su padre) y Mauricio (periodista y empresario de hostelería). La familia cuenta ya con 12 nietos.
Al establecerse en Cádiz, Javier de Navascués abrió su estudio de arquitecto, así como vivienda, en el edificio El Fénix, donde sigue residiendo. Ha participado en numerosos proyectos, sobre todo de viviendas en Bahía Blanca y otras zonas de la ciudad, así como colegios. También ha sufrido frustraciones, como el proyecto para diseñar las nuevas viviendas de la Barriada de la Paz, que le prometieron y no le encargaron.
Fue el arquitecto del Pabellón Fernando Portillo, muy elogiado por Juan Antonio Samaranch. Navascués no entiende que el pabellón fuera derribado, en vez de reparar los desperfectos. Otra de sus obras importantes fue un grupo de viviendas de VPO en Guadalcacín. En reconocimiento, le pusieron su nombre a una plaza.
Fue arquitecto municipal, por oposición, en tiempos del alcalde Jerónimo Almagro. Después, al pedir una excedencia, no le dejaron reincorporarse. Se fue de Cádiz durante tres años. En ese periodo trabajó en Alicante. Intervino en la construcción de edificios en la playa de San Juan, en colaboración con Rafael Manzano.
El proyecto más polémico de Navascués no se construyó. Fue el de la Torre 3000, que se planteó a comienzos de los años 70. Era un rascacielos acristalado de 265 metros de altura que se iba a construir en los terrenos ganados al mar, según el proyecto del Cádiz 3. Contaría con 10 plantas de aparcamientos, así como apartamentos, sala de espectáculos, restaurantes, emisoras de radio y un repetidor para enviar la señal de TVE al norte de África. Un proyecto que defendía Jerónimo Almagro y mereció la atención de promotores alemanes, pero que finalmente se quedó en una utopía.
Intervino en proyectos muy distintos, como la rehabilitación de las murallas y las puertas de los tres arcos del Pópulo. Es un defensor del barrio. Ha pronunciado conferencias y es autor del libro titulado Un paseo por el barrio del Pópulo (editado por el Ayuntamiento en 1997).
Le ha dedicado mucho tiempo y afanes a la Real Academia Provincial de Bellas Artes de Cádiz. Ingresó al poco tiempo de llegar a la ciudad, cuando la presidía José María Pemán. Navascués fue presidente desde 1996 a 2014. Han sido años con dificultades. Pero también con satisfacciones. Entre ellas destaca la exposición de homenaje a José María Pemán, celebrada en la Diputación, que tuvo como comisarios a Manuel Bustos y Antonio Llaves. Consiguió que se expusiera el Toisón de Oro. Acudieron los Reyes. Nunca se le olvidarán las palabras que dijo Don Juan Carlos: "Es que vosotros no sabéis todo lo que yo quería a Pemán. Lo que sé me lo ha enseñado él. Para mí, era mi padre".
Piensa que no se ha prestado a la Academia la atención que se merece. Recuerda su espectacular biblioteca, catalogada por su actual presidenta, Rosario Martínez. Navascués estuvo en Moscú y en el Hermitage de San Petersburgo hablando de la Academia de Bellas Artes, en unos actos organizados con el Instituto Cervantes.
Se muestra muy orgulloso de que el Ministerio de Hacienda reconociera que la Academia de Bellas Artes es la legítima propietaria del edificio comprendido entre el callejón del Tinte, la plaza de Mina y la calle Antonio López, en el que se asienta actualmente el Museo de Cádiz, con titularidad de la Junta. Con abundante documentación, demostró que no era de propiedad municipal, como sostenía el Ayuntamiento.
Cuenta que en una ocasión, hace ya muchos años, lo sondearon para un ministerio. Ha guardado buenas relaciones con todos los partidos, y reconoce un especial afecto hacia Rafael Román por la colaboración que le prestó cuando presidía la Diputación.
Por encima de todo, siempre ha defendido lo que estimaba justo. Le queda por hacer un último regalo a Cádiz (él dice que su testamento), que es un estudio sobre la Catedral, con dibujos y planos. Reivindica al arquitecto Vicente Acero como un gran genio de la geometría. Considera que la Catedral de Cádiz es una pieza clave para la historia de la arquitectura. Como tantas de nuestras cosas, no está bien valorada. Pero él quiere demostrar que es una obra maestra. Lo hará con esa vehemencia tan suya, que mantiene la tozudez de su origen aragonés.
JOSÉ JOAQUÍN LEÓN
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