Los baños de mar en Cádiz, su origen y desarrollo en las playas de la ciudad
La Caleta y la Alameda estrenaron los primeros Baños de la capital gaditana, construcciones efímeras que sólo podían utilizarse bajo supervisión de los médicos
Fue la Reina Isabel II de Borbón la que puso de moda en España los baños de mar. Sufría de enfermedades de la piel y los médicos le aconsejaron los baños de mar como remedio. La Corte veraneaba en Santander y San Sebastián y la alta sociedad española copió de inmediato estos baños de mar, siempre con efectos medicinales. A Cádiz llegaron estos baños pocos años más tarde. Primero con los llamados Baños del Real, en aguas de la Caleta, y después, en 1868, con los Baños de Nuestra Señora del Carmen, establecidos en la Alameda. Hay que resaltar que durante todo el siglo XIX las hermosísimas playas de Cádiz eran unos enormes arenales ocupados únicamente por las almadrabas y por alguna pequeña actividad pesquera. Nadie tenía en aquellos años el atrevimiento de darse un baño en dichas playas o, menos todavía, tomar el sol. Los baños debían ser obligatoriamente tomados en los establecimientos dedicados a ellos y con fines terapéuticos.
Los Baños establecidos en la Caleta y en la Alameda eran construcciones efímeras para el verano que consistían en unos armazones de madera con un espigón que se adentraba en el mar y con numerosas casetas o casetillas para el baño. Los departamentos para hombres y mujeres estaban convenientemente separados y los bañistas eran auxiliados por personas de su mismo sexo. Una vez dentro de la casetilla, el usuario o la usuaria procedía a colocarse el traje de baño y bajar por unas escalerillas directamente al mar. Unas esterillas impedían las miradas de los más indiscretos. Para tranquilidad de los bañistas, nadadores expertos rodeaban los baños en unos botes por si era necesaria su actuación. La frecuencia y duración de los baños eran rigurosamente establecidas por los facultativos.
Los Baños del Real eran los más populares. Desde el final de la calle de la Rosa y hasta la Caleta, la empresa colocaba unos toldos para evitar en todo momento a los bañistas las molestias de los rayos de sol. Disponía de un pianista para amenizar el baño y de un médico titulado por si había alguna emergencia. La propaganda de estos baños, cuyo propietario era la Diputación Provincial, señalaba que “al estar en una ensenada cerrada por piedras marinas jamás llegan hasta ellos ni aún los peces más inofensivos”. Para cuando bajaba la marea, la empresa disponía de unas casetillas móviles que arrastradas convenientemente llevaban al bañista hasta la mar. Estos baños en la Caleta contaron también durante muchos años con los llamados coches Ripert, especie de tranvías arrastrados por caballos, que recorrían la ciudad para trasladar a los bañistas hasta el establecimiento.
Los Baños del Carmen eran más selectos y sofisticados. Estaban situados al final de la calle Zorrilla, sobre el bajo conocido como ‘el tabladillo’. Además de las casetas para el baño, el establecimiento de la Alameda contaba con un amplio salón para reuniones, con más de cuarenta metros de largo, con servicio de restaurante, floristería, peluquería y pedicura. Por las tardes había conciertos en los que intervenía con frecuencia el famoso compositor gaditano Jerónimo Jiménez, director de la orquesta del Teatro Real de Madrid, que no dudaba en coger la batuta para entretener a sus paisanos. En estos baños de la Alameda fueron instaladas unas calderas para ofrecer a los bañistas baños calientes con agua de mar si así lo recetaba el facultativo correspondiente. En realidad estos baños eran un lugar de reunión y esparcimiento para gaditanos y familias veraneantes. Enfrente de este balneario estaba el Hotel del Blanco, a cargo de la misma empresa y que acogía a numerosos forasteros. Este hotel sería después domicilio de los Gómez Arámburu y hoy está en obras para dar paso a un hotel de lujo.
Pero los baños de mar rápidamente traspasaron las fronteras de estos establecimientos y los gaditanos comenzaron a utilizar libremente la playa de la Caleta y la playa llamada de Los Corrales, hoy Santa María del Mar. Esta afluencia de público a las playas hizo necesario que desde el Ayuntamiento se publicaran los llamados ‘Edictos sobre los baños de mar’ para establecer el uso ordenado de las playas y cuidar de “la moralidad y las buenas costumbres”.
En este sentido al comenzar los veranos, lo que no ocurría antes del 16 de julio, el Ayuntamiento señalaba la obligatoriedad de tomar los baños “decentemente cubiertos” y la prohibición para los niños no acompañados o personas en estado de embriaguez.
La moralidad de la época exigía que hombres y mujeres acudieran a la playa en distinta hora y lugares. Lo habitual era que el edicto fijara que en la Caleta se bañaran los hombres de 4 a 9 de la mañana y de 4 a 9 de la tarde. El resto del tiempo la playa quedaba reservada para las mujeres. En cuanto a la playa de Los Corrales, las horas principales del día quedaban reservadas para las mujeres, por ello comenzó a ser denominada ‘playita de las mujeres’, nombre que subsiste actualmente.
El edicto reservaba algunas horas del día la playa para el baño de las numerosas caballerías que había entonces en la ciudad. En determinadas fechas quedaban reservadas algunas horas para el baño de la tropa y también para los ingresados en el Hospital Psiquiátrico, el conocido como Capuchinos, Estos últimos acudían a primera hora de la mañana para evitar a los curiosos y acompañados de lo que entonces se conocían como ‘loqueros’.
La llegada del tranvía a San Fernando y Carraca, en 1906, transformó la vida ciudadana en Cádiz y también afectó al uso de la playa hoy conocida como La Victoria y que hasta entonces era conocida simplemente como la ‘playa del Sur’. Cuando en 1904 aparecieron los llamados ‘duros antiguos’, todas las crónicas hacían referencia a la playa del Sur.
En esta inmensa playa, desde Santa María del Mar o Los Corrales a Cortadura, se situaban las almadrabas llamadas Torre de San Sebastián, más próxima al centro urbano, y Cortadura. Nadie tenía la ocurrencia de bañarse en esos parajes y la mayoría de los gaditanos ni siquiera los conocían.
Con el tranvía los gaditanos comenzaron a conocer los extramuros y aumentó la población de las barriadas de San Severiano y San José. Y, sobre todo, conocieron que disponían de una hermosísima y extensa playa en la que algunos atrevidos vecinos comenzaron a dar algunos paseos. Una de las paradas del tranvía de Cádiz a San Fernando estaba frente a un Ventorrillo llamado ‘La Victoria’, situado en la zona de la actual Residencia Sanitaria. Esta parada, “en la zona de la Victoria”, era la utilizada por la mayoría de los gaditanos que querían conocer o pasear por la playa que empezó a ser conocida por ese motivo como La Victoria.
Al mismo tiempo, los propietarios de la Compañía de Tranvías comprobaron las enormes posibilidades que tenía la playa y decidieron levantar un moderno Balneario, “en la zona de la Victoria”. La pretensión era que Cádiz contara con un balneario al estilo de las playas de Francia y del norte de España. Curiosamente los cimientos del Balneario fueron realizados con las piedras procedentes del derribo de las murallas. En la sociedad del Balneario Victoria tomaron parte junto a la Compañía de Tranvías gaditanos como José Paredes, Arturo Marenco, Emilio Freire y Luis de la Torre. Presidente fue designado Fernando García de Arboleya y los arquitectos fueron Romero Barrero y Hernández Rubio.
Con la apertura del Balneario en 1907 las zonas próximas cobraron un enorme interés. El Ayuntamiento ofreció terrenos gratis para que comenzaran las construcciones y en pocos años la zona cercana al balneario Victoria tuvo un destacado avance. La playa, ya conocida como La Victoria, comenzó a ser un lugar de paseo para tomar el fresco en verano. Pocos gaditanos se atrevían todavía a tomar un baño en la zona y si observamos las fotografías de la época podemos comprobar que la mayoría de los usuarios estaban completamente vestidos y solamente unos pocos atrevidos se descalzaban para refrescar sus pies en la orilla.
En la Victoria no hubo zonas delimitadas para hombres y mujeres y el Ayuntamiento se limitaba a dictar unas normas referentes a la moralidad y buenas costumbres. En este sentido el albornoz era prenda obligatoria salvo para los momentos de introducirse en el agua, en los que había que vestir traje de baño de cuerpo entero tanto para hombres como para mujeres.
Hasta los años cincuenta del pasado siglo, el Ayuntamiento tenía dividida la playa en dos zonas, la primera desde Santa María del Mar hasta el restaurante Casablanca ( a la altura de la actual calle Sirenas). Desde aquí hasta Cortadura estaba la segunda zona llamada ‘solárium’, donde los usuarios podían tomar el sol en traje de baño y los hombres permanecer en la arena con el bañador y el torso desnudo.
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