El parqué
Caídas ligeras
Diez y cuarto de la mañana. A esa hora salió ayer de su casa José María González. Lucía una inmaculada camisa blanca, pantalones chinos color beige, un calzado sport marrón oscuro y gafas de sol. "¿Voy bien, no?", saludó. Aún no había avanzado más de tres metros cuando una voz se asomó a una ventana para gritarle: "¡Ole ese alcalde bueno!". Kichi agradeció el halago con una generosa sonrisa y un "¡Gracias, chulo!".
El líder de Por Cádiz sí se Puede se mostraba tranquilo, no había ni un atisbo de nerviosismo en su rostro ni en su voz. Nadie diría que iba al Ayuntamiento a ser proclamado alcalde de Cádiz.
"Estoy bien", sonrió cómplice. "He dormido poco porque me acosté tarde repasando el discurso, pero estoy bien. Están siendo días muy intensos en todos los sentidos". Y contó que la tarde anterior había vivido momentos muy especiales en la fiesta de fin de curso de uno de sus hijos. Todo no es la política.
Acompañado únicamente por su compañero de partido y amigo Víctor Gómez, desembocaron en la calle La Rosa del barrio viñero, que aún estaba despertando. Pero los gaditanos más madrugadores lo identificaron y le dedicaron palabras de aliento: "¡Vamos, Kichi!", "¡Quillo, mucha suerte!", "¡Ese alcalde de Cádiz!". El candidato agradeció cada una de las muestras de cariño provenientes de vecinos, conocidos y desconocidos.
Antes de cruzar Sagasta para adentrarse en María Arteaga, alzó la mirada. En la azotea de una finca colgaba una estirada sábana blanca en la que se podía leer: Cádiz despierta. Adiós bruja avería. Kichi leyó y calló. No aportó comentario alguno. Sí lo hizo tras pararse unos segundos a saludar al dependiente de una tienda de alimentación. "Ésta es la gente de mi barrio, la que saludo todos los días", ofreció como disculpa por la interrupción.
Y unos metros más adelante volvió a pararse, esta vez junto a una casapuerta: "Perdonadme, pero tengo que subir un momento a darle un beso a mi padre, que está chunguillo y no puede venir al pleno". Cinco minutos más tarde, prosiguió su camino hacia el Consistorio.
Durante el recorrido compartió que en la ceremonia de investidura iba a estar arropado por su madre y por su pareja, Teresa Rodríguez, y que posteriormente se reuniría con "mis niños y mi gente"; se imaginó ya en el salón de plenos pasando calor, y por unos segundos se vio ejerciendo de alcalde de Cádiz: "Va a ser difícil, pero vamos a intentarlo". Quizás fue justo en ese momento cuando realmente fue consciente hacia dónde iba y para qué. No lo dijo, pero sí aminoró el paso, respiró profundo y compartió: "Qué bonito este paseo. Voy a disfrutarlo...". "Claro, disfrútalo", le animó Víctor. "Voy a respirarlo", fue su contestación.
Pero el momento de disfrute interior duró poco. En la plaza Las Flores le dieron el encuentro otros dos compañeros de Por Cádiz sí se Puede, Paco Pérez y Adrián Martínez, y ya en la calle Compañía se incorporó el número 7 de la agrupación de electores, David Navarro, ahora ya concejal. "Qué blanco te has puesto, Kichi. Pareces Pedro Sánchez con esa camisa", bromearon sus compañeros. "El blanco simboliza la pureza, la transparencia", se defendió entre risas. Pero no acabó ahí la cosa. Un par de minutos más tarde, un ciudadano lo paró para estrecharle la mano y aprovechó para hacerle un comentario sobre su atuendo: "¿No llevas ni chaqueta ni corbata ni ná?". Kichi rió: "Así soy yo. Cuando me las tenga que poner, me las pondré".
Fue ya en la calle Pelota cuando recibió los primeros aplausos y vítores, y hubo quienes salieron a su encuentro desde San Juan de Dios. Llegaron los abrazos, los besos apretados y las lágrimas. En cuestión de segundos, el aún alcaldable se vio rodeado de compañeros de la candidatura, de amigos, de ciudadanos, de periodistas... De gente. "En Cádiz hace falta un cambio y hoy vamos a empezarlo", fueron las palabras que pronunció nada más pisar una plaza que luego se llenaría.
No quiso entretenerse mucho. Saludó a quienes se le acercaban y tuvo un gesto con las mujeres que sostenían la pancarta con las palabras Stop Desahucios, las besó y les dirigió unas palabras de ánimo que hicieron brotar las lágrimas agradecidas de algunas de ellas. Arropado por el grito de "¡Sí se puede!", José María González entró en la Casa del Pueblo. Todo lo demás ya es historia.
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