El buitre que vino a Cádiz
Historias de Cádiz
El periodista Fernando Fernández, José María Pemán y Paco Alba se ocuparon del suceso l Fue abatido en 1956 en la plaza de España
No es extraño que algún que otro buitre se pose durante un tiempo en lo más alto de los edificios o monumentos de nuestra ciudad. Según los entendidos, la llegada de estos buitres puede responder a un despiste del animal o a los fuertes vientos de Levante, que los aleja de su habitual ruta. Hoy, una llamada a la Policía Municipal, o a las sociedades protectoras de animales, soluciona el asunto y el ave, con los debidos y lógicos cuidados, es trasladado de nuevo a su hábitat natural. Pero no siempre ha ocurrido así y la presencia de un buitre en las calles de nuestra ciudad ha dado lugar a insólitos disparos y motivado jocosas situaciones.
El más famoso de los buitres llegados a Cádiz fue el que sentó sus reales en el monumento a las Cortes en 1956 y sobre el que escribieron el periodista Fernando Fernández, el escritor José María Pemán y el comparsista Paco Alba.
Ocurrió en octubre de ese año. Una de esas aves rapaces llegó a la plaza de España y allí permaneció tranquilamente durante varios días, hasta que el día 18 de ese mes el recordado periodista Fernando Fernández publicó una extraordinaria y jocosa crónica en la primera página de Diario de Cádiz que titulaba:
“ ¡El problema de la vivienda!
Un buitre establece su residencia en lo alto del monumento a las Cortes”.
En su artículo, Fernández relataba con humor que el buitre, azuzado por el hambre, había llegado a bajar desde lo alto del monumento a las Cortes para atrapar un gato, “masticándolo concienzudamente en su cobijo”. Añadía el periodista que ante la presencia del ave rapaz, las palomas de la plaza de España “vivían con el miedo metido en el buche”, las madres tenían miedo por sus hijos y los padres de familia decían a sus esposas al marchar al trabajo, “cuidado con el buitre, cierra las ventanas y no lleves a los niños a la plaza de España”.
La crónica finalizaba anunciando que las autoridades de Cádiz iban a tomar medidas para evitar el peligro y que ya se habían puesto en contacto con la Peña de Cazadores para el derribo del animal. En efecto, el día siguiente, Diario de Cádiz publicaba, también en su primera página, que el buitre había sido abatido certeramente. El ingenio de Fernando Fernández subtitulaba la crónica “El buitricida ha sido don Manuel González Allely”.
Resultó que sobre las ocho de la mañana de ese día varios cazadores dispararon escopetas de aire comprimido para hacer levantar el vuelo al buitre y que González Allely había disparado con su escopeta un certero tiro acabando con la vida del ave rapaz. El buitre, señalaba la crónica, cayó abatido sobre la acera de la Diputación Provincial y fue llevado a la Peña de Cazadores, en la calle de San Francisco, donde cientos de personas desfilaban para verlo. “Las palomas de la plaza de España han vuelto a tener su vuelo tranquilo y los gatos pasean tranquilamente por los alrededores del monumento”, finalizaba Fernández su crónica no sin felicitar al “buitricida” por el disparo.
Pocos días más tarde, el 13 de noviembre, José María Pemán publicaba un artículo titulado “Un buitre en Cádiz” en el que comentaba con enorme ingenio y buen humor lo sucedido en nuestra ciudad y las peripecias para derribar el buitre. Pemán se encontraba entonces, 1956, en la cumbre de la literatura española y su artículo tuvo muchísima repercusión tanto dentro como fuera de España.
Por si fuera poco, Paco Alba, en las Fiestas Típicas del año siguiente incorporó en su repertorio de Los Sarracenos un cuplé relativo a la estancia del buitre en el monumento a las Cortes y a la inspiración que el pescuezo del animalito había causado en una ‘marmota’. Cuplé que, además de ingenio y doble sentido, es considerado un buen ejemplo de lo que algunos llaman periodismo cantado. Todavía hoy, más de sesenta años después, es una copla recordada por los aficionados al Carnaval.
Con estos antecedentes no es de extrañar que en mayo del siguiente año ocurriera un suceso similar en torno a otro buitre y que también fue recogido en las páginas de Diario de Cádiz. El 21 de mayo de 1957 apareció un pájaro de grandes dimensiones en la azotea de la Residencia Sanitaria, entonces llamada Zamacola. En esta ocasión el buitre, ante la presencia de numerosos curiosos, emprendió el vuelo y se dedicó a pasear por Cádiz. Fue visto en la torre de la Catedral, en el muelle y en la plaza de toros. Una turba de muchachos, con la mentalidad propia de la época y la creencia de que se trataba de un animal peligroso, perseguía por toda la ciudad al buitre, al que lanzaban piedras con ánimo de derribarlo.
Un industrial afincado en la plaza de Topete y aficionado a la caza tomó su escopeta y en su automóvil se encaminó a la búsqueda del buitre. Lo encontró posado en un poste situado en las inmediaciones de la actual Residencia del Tiempo Libre y rodeado de los numerosos muchachos que intentaban derribarlo. De certero tiro, el industrial acabó con el buitre y se lo llevó a su casa donde desfilaron muchos vecinos curiosos y donde Juman obtuvo una fotografía que sería publicada al día siguiente el Diario.
El suceso del buitre que llegó hasta el monumento a las Cortes está en el recuerdo de los gaditanos, pero habría que reconocer que el origen de esta singular historia estuvo en el ingenio y buen hacer de Fernando Fernández, uno de los mejores periodistas de nuestra ciudad e injustamente olvidado.
Manuel Martín Ferrand, uno de los grandes periodistas españoles y que hizo sus primeras prácticas en la redacción de la calle Ceballos, siempre señalaba a Fernández como su maestro. El gaditano Augusto Delkader, director de El País y la cadena Ser, también se refería a Fernández como uno de los mejores periodistas que había conocido. Pero el redactor de Diario de Cádiz nunca quiso protagonismo y llevaba a gala no firmar sus crónicas y artículos. “Siempre he pensado que el auténtico periodismo es el que se hace en el anonimato de la redacción”, aseguraba.
Fernández había nacido en Cádiz en 1916 y comenzó a trabajar en Diario de Cádiz con apenas quince años. Pasó por todas las secciones del periódico, realizando, incluso, críticas cinematográficas y teatrales. En sus últimos años llevaba la hemeroteca y la popular sección ´De Cortadura a la Caleta’.
Su vida bohemia, su radical independencia, y su desbordante imaginación dieron lugar a infinidad de anécdotas que todavía son recordadas en la redacción del Diario. Como la que protagonizó con el propietario del periódico Federico Joly Díez de la Lama. Cierto día, Fernández acudió al despacho de Joly solicitando un aumento de sueldo de doscientas pesetas. Ambos mantenían una relación de gran amistad y confianza, aunque no se tuteaban. Tras larga discusión, Federico Joly terminó la misma diciendo cordialmente:
-Fernando, no sea usted más pesado. Nada de doscientas. Le subo cien pesetas y váyase ya al carajo.
La respuesta fue inmediata:
-Federico, súbame doscientas y me voy dos veces al carajo.
En 1974 falleció este singular periodista. El director del Diario y otros miembros de la redacción acudieron a su domicilio para dar el pésame y allí encontraron un folio con su último artículo para la sección ‘De Cortadura a la Caleta’. Se trataba de su testamento periodístico en el que, tras recordar que tenía a gala no haber hecho mal a nadie en toda su vida, pedía que por primera y última vez figurara su nombre al final del escrito. Dicho artículo, publicado en Diario de Cádiz el 25 de abril de 1974, finalizaba admirablemente del siguiente modo:
“ solo dejo a mis herederos fotos, dedicatorias, recuerdos... Nada más porque nada tengo. Soy de los pocos españoles que nunca recibieron una cruz, una medalla o un título. Por eso solo pido que en el mármol fúnebre, debajo del nombre y del primer apellido por el que siempre se me nombró, figure, simple pero orgullosamente, esta palabra que encierra trabajo, amor, esperanza... .’periodista’.
Fernando Fernández”.
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