La calle es mía
Los piquetes y los policías se adueñan del centro y terminan su jornada en un cara a cara en El Corte Inglés
Hay un momento bonito en la huelga de ayer. Más de una docena de antidisturbios custodia a la sombra la entrada de El Corte Inglés a las dos de la tarde, con un sol que está cayendo que derrite al 'macropiquete' que tienen enfrente, más de trescientas personas con vistosas pegatinas y banderolas sindicales que les gritan con soniquete "ahí están los piquetes de la patronal". Los policías tienen ese gesto rocoso que se le supone a un antidisturbios equipado con todo el 'kit' propio de estas circunstancias. Inspiran ese respeto por el que se les paga. Alguien, al otro lado, al sol, coge el megáfono y esperamos una nueva consigna del tipo "la próxima visita será con dinamita", que habían gritado los más radicales minutos antes. Llevan ya un buen rato frente a frente, como en las películas del Oeste, sin moverse ninguno de sus puestos. Pero no, no es eso. Es una propuesta de negociación. "Pisha, os voy a hacer un ofrecimiento. ¿Por qué no nos intecambiamos y os ponéis vosotros aquí un ratito y nosotros a la sombra?" Tras el casco, tras las viseras, los policías dejan escapar la risa y enfrente se escucha una carcajada generalizada. Algo de humor en encuentro tan solemne. Los policías y el 'macropiquete' llevaban, al fin y al cabo, toda la mañana juntos. Iba por delante el piquete esparciendo la basura no recogida la noche anterior mientras comprobaba que los comercios del centro estaban cerrados, para en caso contrario 'informar' de que cerraran, y los policías iban a la cola de la comitiva a modo de coche escoba. Esto, quieras que no, acaba por crear vínculo.
Una huelga general como la de ayer supone aplicar técnicas de lucha obrera en una sociedad que hace tiempo perdió la conciencia de clase. Eso hace que sea difícil conocer el número de personas que secunda la huelga, pero, además, hace imposible conocer la convicción de ese seguimiento. Por tanto, para ser abarcable, son necesarios los símbolos. No es tan importante un paro definitivo y total, como demuestra que buena parte de lo que se cerró en el centro por la mañana en esa festiva comitiva se abriera por la tarde, sino que se consiga en el momento justo. En ese sentido, el principal suceso de la jornada, el 'cara a cara' de El Corte Inglés, es símbolo y simboliza todo. Los sindicatos se pusieron como meta lograr ese trofeo.
A las diez de la mañana hay un piquete compuesto por un grupo de sindicalistas con los pies destrozados. Llevan desde las diez de la noche del pasado martes dando vueltas por los puntos neurálgicos y ahora, exhaustos, han llegado al 'símbolo'. No son más de veinte y están sentados en los bancos. La policía los vigila, alguno tira un petardo -catapúm- y otro le dice a su compañero: "Aquí, sentados en el banco, no hacemos nada". El otro le mira, mira a los empleados entrando en el centro comercial y admite: "Ya". Un viandante se encara con el piquete, pero el piquete no está para discusiones. Tras escuchar la plática del ciudadano, consistente en "caraduras, sinvergüenzas, vais a hundir España" y eso, uno desde el banco, cuando ya se aleja, le suelta un débil: "Borrico, esmayao". A las diez y cuarto están empezando a afluir los primeros clientes y un hombre con megáfono, que ha pedido refuerzos al 'macropiquete' del centro y ha obtenido un 'no' por respuesta, se levanta y mueve el dedo índice mientras habla: "Estáis rodeados -afirma señalando a la mole de vidrio y cemento-, esto no quedará así. Volveremos. Los esquiroles no son los trabajadores, sino los patronos y los capitalistas que les obligan, y sus piquetes son los policías". A continuación se van. En su breve discurso ha utilizado un vocabulario de lucha obrera: esquirol, piquete y patrón, que se desempolva en cada huelga. En un principio, un esquirol no era el que no secundaba una huelga, sino el trabajador que tomaba el puesto de un huelguista; el piquete era un grupo de soldados que se empleaba en servicios extraordinarios; y el patrón era el amo de una finca. Ese vocabulario fue asumido por el lenguaje obrero para enardecer, pero el piquete de El Corte Inglés está agotado, se siente abandonado a su suerte y renuncia... de momento. Durante la mañana hay una tranquilidad absoluta, hasta que dan las 13,30, momento en que llega la policía, se despliega y dice a los 'skaters' que hay por allí que se larguen, que si hay una refriega puede que nadie conozca a nadie. A las 13,45 horas llega el 'macropiquete' y El Corte Inglés cierra la baraja. Consignas variadas. A las 14,10, una delegación sindical entra a parlamentar en el establecimiento. A las 14,30 salen: "Se han comprometido a no abrir por la tarde". Vítores. "Hemos ganado y campeones", se escucha, cambiando el vocabulario obrero por el futbolístico. El 'símbolo' ha sido tomado. A las 17,30 abre de nuevo El Corte Inglés, pero a esa hora ya la huelga es mortecina, lo que tenía que estar hecho está hecho y todos los informativos escupen los datos contradictorios de una y otra parte, aunque esta vez no tanto como otras veces. Y dentro de ese balance, el 'símbolo', la carga moral, el triunfo del lenguaje obrero e incluso del futbolístico.
Porque quién sabe cómo se mide el triunfo de una huelga. En La Laguna uno ha podido llevar al niño al colegio, comprar el pan y el tabaco, comprar el periódico y leerlo tomando un café, aunque todo esto se haya hecho en lugares distintos a donde habitualmente uno lo hace. Pero se podía hacer. En un bar del centro se pedía la contraseña y, una vez dada -tabaco, por ejemplo-, uno entraba en un lugar atestado de humo y de gente con las luces a medias. ¿Eso podría medir un fracaso? Difícilmente.
A lo largo del puente podía contemplarse a primera hora de la mañana un inusitado número de barquitas de recreo. Una larga cola de pescadores de fin de semana tiraba sus cañas en la avenida de la Bahía. A las doce de la mañana, la playa era una fiesta de gente y se podía ver a muchos abuelos con los niños que no habían ido al colegio. ¿Eso podría medir un éxito? Difícilmente.
Ya decíamos que esto debería ser por el grado de convicción. El bar Río Saja, en la Cuesta de las Calesas, es un ejemplo perfecto de convicción. Coloca un cartel en el que se lee: 'Esta empresa cierra porque está de acuerdo con la huelga y estamos hartos de tanto paro'. No hay ninguna duda. Quizá la haya más cuando te encuentras un cartel de Cerramos por huelga en las sucursales de las entidades bancarias y todos los carteles son pegatinas exactamente iguales y los cajeros también tienen esa pegatina en la pantalla, pero no hay duda si llegas al bar La Galeona, que ha aguantado abierto al paso del piquete. Es el único bar abierto en la calle San Francisco a las once de la mañana. El dueño nos explica que entró el piquete, expuso sus motivos "y yo les expuse los míos. No he tenido ningún problema". Y ahora un caso intermedio, un bar de la zona de Acacias, que se mantiene abierto a las dos y media de la tarde. Es curioso porque mientras que en la barriada de La Paz, barrio obrero, hay numerosos establecimientos abiertos, o medio abiertos, para ser más exactos, en el cercano Bahía Blanca, que sería su barrio antagónico, el único comercio abierto es este bar. Y el hombre que lo regenta es socarrón: "Estamos de servicios mínimos y cumplimos con el mandato de dar de beber al sediento". De hecho, un grupo de sindicalistas con las pegatinas de UGT ha encontrado una bendición en la cerveza que ahora se están tomando.
¿Cómo se le explica todo esto a un chino? Porque si hubo ayer un sector donde el paro matinal fuera total, ése fue el de los chinos. La tarde anterior hablo con uno del barrio de La Laguna. Está preocupado porque no conoce muy bien la cultura huelguística española, debido a que procede de un país en donde, como es sabido, no existe por decreto cultura huelguística alguna. Se le explica que le han contado muchos cuentos de miedo, que no hay un elevado índice de violencia por las calles, que lo más que puede pasar es que se escuche algún insulto y que, en fin, es mejor cerrar por la mañana para evitarse problemas. "Sí, sí -dice él- porque seguro que la toman con los chinos".
El centro era un lugar fantasmal donde rodaban toneladas de plástico y el suelo estaba alfombrado de bolsas de basura destripadas. Sólo encontramos abiertos por la mañana Sfera, que ha cerrado un instante en el momento de la comitiva síndico-policial, un estanco, cuyo propietario admite no tenerlo muy claro y que si alguien entra y se lo explica lo mismo le convence, pero que de lo que no le van a convencer es que la han convocado muy tarde, y una tienda de diseño, que ha abierto tarde y, por tanto, tampoco ha recibido la visita del piquete. "Esto es sencillo, si alguien viene, cerramos la baraja y punto, pero nos quedaremos dentro porque tenemos un montón de trabajo pendiente". Es posible que no sea el único porque de los comercios cerrados se ven salir de vez en cuando trabajadores para volver a meterse. Nos comentan que en una cadena de gastrobares la consigna durante el día de hoy era ir a trabajar para limpiar las cocinas, un acuerdo para que no hubiera problemas y los empleados no perdieran el dinero del día de huelga.
Un paseo en moto para bordear toda la ciudad nos lleva a contabilizar 18 establecimientos abiertos entre San José y Puerta de Tierra, una gran parte de ellos en los alrededores de comisaría, todas las gasolineras abiertas y también las farmacias, pero todo lo demás está cerrado.
De regreso al 'símbolo' vemos que los policías no han conseguido convencer a los skaters, chavales de no más de 13 años, que siguen pululando por allí a la espera de acontecimientos. "¿Cuándo empieza lo bueno?", le pregunta uno a un viejo sindicalista, que luce barba cana y él contesta con voz templada: "No va a pasar nada, nadie se va a pegar aquí". Y continúa: "¿Veis todo esto? Eran los astilleros. Mirad lo que es ahora. No hacemos esta huelga por nosotros, sino porque no queremos que vosotros os vayáis fuera, que no tengáis trabajo aquí, porque queremos un futuro para vosotros". No parecen muy conmovidos los skaters por este discurso que sí conmueve a los que rodean al viejo sindicalista. La huelga, quizá la última huelga, en su fracaso o en su éxito, como símbolo.
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