Los caracoles que se mudaron a Santa María
Cádiz Norte, Cádiz Sur | Ramón Misea García
Trabajó en el bar de La Palma del Hondillo más de 30 años
Ahora lleva el establecimiento de Sopranis, también famoso por sus moluscos
El perfil: Gaditano de Lebón
Ramón Misea nació el 24 de agosto de 1959 en la calle Catarroja, del barrio de Lebón. Después de estudiar en el colegio Padre Villoslada, a la edad de 14 años comenzó a trabajar en la droguería Corona, de la avenida. También trabajó como decorador junto a su padre, que era pintor. Un cuadro abstracto de un campo de caracoles, realizado por Ramón, luce en el bar que ahora regenta. A principios de los años 80 entró como ayudante en el bar de La Palma del Hondillo, en la esquina de Marqués de Cádiz y Ruiz de Bustamante, donde luego se hizo encargado. Allí estuvo hasta que se cerró en 2015. Poco antes, su mujer abrió en Sopranis el bar Los Caracoles, que regentan actualmente manteniendo la esencia de este plato de primavera que tan famoso hizo al primer bar donde estuvo. Está casado con Carmen García. Tienen dos hijos, Iván y Tamara. Esta última les ha dado dos nietos, Ramoncito y Lucía.
Lentamente aunque sin pausa los caracoles se mudaron a la calle Sopranis cruzando San Juan de Dios. De llevarlos al nuevo destino se ocupó Ramón Misea, el encargado del desaparecido bar La Palma del Hondillo, que fue en Cádiz toda una referencia sirviendo cientos de kilos de estos moluscos en la primavera, en la esquina de las calles Marqués de Cádiz y Ruiz de Bustamante. A finales de junio de 2015, La Palma del Hondillo cerró sus puertas. La subida del precio del alquiler, por la denominada Ley Boyer, hizo imposible continuar con el negocio. Poco antes del cierre, su mujer, Carmen García, abría en la calle Sopranis un bar, como no podía ser de otra forma, llamado Los Caracoles. Y allí siguen. Ramón llevando la gerencia y su mujer cocinando en un local “por el que estuve luchando dos años, pues lo quería cerca de San Juan de Dios”, reconoce el hostelero.
Recuerda Ramón que “La Palma era un bar de jugar a las cartas”. Al bar donde estuvo más de 30 años acudía gente importante de Cádiz. Y era un establecimiento muy futbolero. No en vano en la misma calle se encontraba la sede social del Balón de Cádiz, un equipo con mucho arraigo en la ciudad. Destaca Ramón que allí paraban “jugadores del Cádiz que se alojaban en una pensión cercana”, citando, entre otros, al portero Pedro Jaro o al mismo Migueli, que luego fue santo y seña del Fútbol Club Barcelona. “También venía mucho Márquez Veiga, que fue presidente del Cádiz”, añade.
“Más que el sitio, echo de menos a la gente”, reconoce. En la época fuerte de La Palma del Hondillo “vendíamos entre 180 y 200 kilos de caracoles al día. Aquí se vende menos, porque el local es más pequeño. Pero no nos podemos quejar porque se llena y hay quienes se tienen que ir por no haber más sitio”, explica.
“Los caracoles nos siguen saliendo igual de buenos”. Se despachan entre mediados de abril y mediados de julio, aunque depende del clima de cada año. “A más lluvias, mejor temporada”, dice. El secreto del éxito del plato es “la limpieza del producto. Todos los bares tienen los mismos ingredientes, pero hay que saber darle el punto con la sal y las especias”.
Pero no solo de caracoles vive el bar. La cocina tradicional es otro de sus fuertes. En el momento de la entrevista sale de la cocina un plato de puchero de los que provocan lágrimas. “O para los días de frío que quita el sentío”, añade Ramón, orgulloso. Tapas caseras, desayunos “baratitos”, menús anticrisis a 5,90 euros y otro a 8. Papas con chocos, potajes... Alrededor de los platos se reúnen albañiles, personas que viven solas, vecinos del barrio... Todo el día abierto salvo de cuatro a siete de la tarde. Los domingos, descanso.
Hablamos de Sopranis, una calle de Santa María “que fue siempre calle de bares, pero fue decayendo a la vez que decaía el muelle. Y ahora, curiosamente, la que está fuerte es Plocia, que estuvo décadas olvidada”, reflexiona Ramón. El triángulo Sopranis-San Juan de Dios-Plocia está de moda en el centro en cuando a la hostelería. “Que haya ambiente hostelero en la zona es algo muy bueno para todos. Nosotros, en casi cuatro años con constancia y paciencia nos hemos hecho fuertes”, asegura.
Le quedan cinco años para jubilarse. “Hay veces que tengo ganas de que llegue y otras no. De lo que sí estoy seguro es que no me voy a aburrir. El negocio será, si ellos quieren, para mis hijos”, indica. Cuando llegue el día se dedicará a sus aficiones. “Soy motero desde siempre. Tengo una Yamaha Fazer de 600 y una Aprillia de 300 para andar por la ciudad”, señala. “También me gusta la pesca, que es muy importante en mi vida. No cojo ná, pero es importante”, admite entre risas. Una pesca entre amigos. “Me reúno con ellos en la avenida de la Bahía o donde se tercie. Cuando no trabajo, claro”, concluye.
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