Las dos caras de Santa María
Vecinos del barrio que contaba con más infravivienda relatan cómo les ha cambiado la vida al rehabilitar sus casas Otros todavía esperan esta transformación
Mercedes vive en una habitación sin cuarto de baño ni cocina. Se lava en una palangana y para usar el retrete tiene que cruzar el pasillo, igual que para hacerse la comida en lo que era una cocina comunitaria que ahora sólo utiliza ella y no tiene luz. Mercedes es una de las vecinas del número 17 de la calle Mirador, la finca habitada que se encuentra en peor estado del barrio de Santa María.
Quizás influye que visitamos el inmueble una mañana gris con mucha lluvia, pero lo que se veía al cruzar la puerta del edificio era deprimente: paredes agrietadas, con desconchones y manchas de humedad, corredores con el suelo hundido y baldosas rotas, goteras en los techos y puntales por todas partes. A esto hay que añadir inundaciones en la azotea cuando llueve porque el husillo se atasca. En esas condiciones vive una media docena de familias con la promesa desde hace más de un año del arreglo de la finca.
"En los dormitorios se filtra el agua y hace más de un año vino el dueño con un arquitecto que nos dijo que las vigas estaban podridas y que iban a arreglar esto. Tiré cosas porque me dijeron que tenía que tener el cuarto vacío y todavía no ha aparecido nadie", relata Carmen Bellido mientras nos muestra las manchas de humedad de las paredes. Ella, como Mercedes, vive en la segunda planta de Mirador, 17, hasta donde se accede subiendo por una escalera que se encuentra en pésimas condiciones. "¡Cuidado, no os vayáis a caer!", nos avisa María desde el primer piso al vernos subir, porque el agua de la lluvia ha llegado hasta los escalones y el suelo resbala.
Tanto Mercedes como Carmen viven solas, aunque esta última duerme todas las noches acompañada de alguno de sus hijos por su delicado estado de salud.
María Romero García es una de las vecinas del primer piso de esta finca. Ella vive con su marido y dos hijos mayores en dos habitaciones. Una es el dormitorio del matrimonio y la otra sirve de comedor, dormitorio de los hijos, cocina y cuarto de baño a la vez. Al lado hay otra habitación vacía que pertenecía a otra vecina pero no pueden ocuparla porque está en muy malas condiciones.
María cuenta que antes iban a la ducha pública pero ahora en la "cocinita" -como ella le llama- han puesto un inodoro "y una bañerita". Allí mismo tienen "un butano para poder cocinar y un fregadero de quita y pon que ha puesto mi marido", afirma.
Y todo esto rodeado de puntales, con la sensación de que el edificio se va a derrumbar de un momento a otro. Al preguntarle si no tienen miedo de vivir así, su hijo Alfonso contesta que ya están acostumbrados.
En condiciones parecidas vivía José Ramírez hace unos años, pero su vida cambió cuando rehabilitaron la finca en la que habitaba, también en Santa María, el barrio de la ciudad que contaba con más infravivienda y en el que más rehabilitaciones se han realizado. Según Julio Sánchez, vicepresidente y vocal de Urbanismo y Vivienda de la asociación de vecinos Las Tres Torres de Santa María, el 80% del barrio está rehabilitado y todas las fincas que se encontraban en estado ruinoso han sido desalojadas, excepto la de Mirador, 17, cuyo propietario se comprometió a arreglarla en breve.
José Ramírez vive en el bajo de la calle Santo Domingo 18-20, dos fincas que se unieron al rehabilitarlas hace ya casi siete años. Cuenta que cuando se mudó al número 20 de Santo Domingo, vivía en una habitación con su mujer y sus cuatro hijos. "A medida que se iba muriendo gente y se quedaban los cuartos vacíos, los ocupábamos nosotros. Eso lo hacían todas las familias", afirma José, quien recuerda que una palangana grande les servía de baño cuando no iban a la ducha municipal y el inodoro era común para todos los vecinos de su planta. También tenían cocina comunitaria.
Señala que la finca se llenó de garrapatas porque uno de los vecinos tenía animales en la casa. "Se trajo hasta una oveja del campo, que fue la que cogió garrapatas y se extendieron por toda la finca. Mi casa se minó porque yo tenía un perro y tuvieron que venir a fumigar. También se colaban las ratas por las viviendas porque el alcantarillado era malo. Ahora no se ve ni una. Ahora vivimos de lujo comparado con las condiciones en las que vivíamos antes. La diferencia es abismal". Y es que ahora habitan un dúplex con tres dormitorios y dos cuartos de baño. "La mitad del salón actual era el cuarto en el que vivíamos antes y donde dormíamos cinco personas en un colchón en fila india. Y cuando venía la familia del pueblo, dormíamos en el suelo porque nos reuníamos hasta 25 personas. Las familias vivíamos hacinadas y sin ninguna comodidad, esto hacía que la gente hiciera vida en la calle", rememora Juan con nostalgia porque dice que disfrutaban mucho con lo poco que tenían. "Las mujeres se sentaban en la puerta de la casa y se formaba una juerga... Eso se ha perdido".
Coral Pastor vive en la misma finca, pero en el segundo piso. Ella está "muy contenta" en su casa, donde ahora está "divinamente", dice mientras nos enseña orgullosa las habitaciones. Ella habitaba el número 18 con su marido y sus cuatro hijos y dice que su vida "ha cambiado por completo. Esto no está pagado". Ahora tiene cuatro dormitorios, dos cuartos de baño, cocina y salón, y para ella "lo principal" es poder tener cuarto de baño en su casa. "Es una alegría tener tu servicio solo para ti y tu familia, porque antes, el mismo váter lo usaba un anciano y un niño pequeño". Aunque también agradece tener su propia cocina y su lavadora. "Antes, en los infiernillos cocinábamos cuatro o cinco mujeres y todas nos íbamos al lavadero aprovechando que los niños dormían al mediodía para lavar en los lebrillos. Como el agua no tenía fuerza, nos teníamos que levantar temprano para llenar los lebrillos. Y para bañar a los niños, lo hacíamos en bañeras de plástico calentando agua. He luchado muchísimo por la casa pero ahora estoy muy bien", declara Coral.
Ramona Segura y Rafael Beardo, vecinos del bajo, también están muy contentos con su casa de Santo Domingo, 18-20. Afirman que antes no vivían mal porque su casa era independiente, pero la finca que habitaban en el número 8 de esa misma calle estaba en ruina. "¡Pero aquí estamos mejor! -apunta Rafael-, ahora se vive muchísimo mejor. ¡No varía ná una vida de otra!" Ramona asegura que está "muy contenta de todo y por todo", aunque echa de menos un poco más de espacio para guardar las cosas de limpieza. Destaca la tranquilidad y el buen ambiente que hay entre los vecinos, "todos nos llevamos muy bien, como debe ser en todas las casas. Los vecinos debemos ser como hermanos, y si le hace falta algo a uno, el otro debe ayudarle".
Son las dos caras de un barrio que ha cambiado mucho en los últimos años, pero al que todavía le queda mucha transformación para conseguir que nadie viva en condiciones infrahumanas.
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