Las grandes casas de Cádiz: Un patrimonio de la ciudad

Urbanismo

Fernando Delgado Lallemand y Susi Cigüela salvaron de la ruina la Casa Aramburu en Veedor, recuperando todo su esplendor

Ahora se transforma en un hotel

Así era la finca por dentro

El patio de la Casa Aramburu en Veedor.
El patio de la Casa Aramburu en Veedor. / Lourdes De Vicente

"Cuando decidimos vender la casa y estábamos preparando la mudanza, Fernando me dijo: Los cuadros se quedan aquí, porque éste es un patrimonio de la ciudad".

Fernando es Delgado Lallemand y quien habla es Susi Cigüela. Relata el adiós a la que fue su casa durante dos décadas, la intensa emoción que provocó en la familia, y especialmente en ella, vender una finca que, como Fernando decía, iba más allá de la propiedad "temporal" a una familia "con la misión de cuidarla".

El edificio es la Casa Aramburu de la calle Veedor, que en apenas unos días abrirá de nuevo sus puertas, totalmente rehabilitada tras su conversión en un hotel.

En 1986 Fernando y Susi dieron un paso esencial en sus vidas. Aceptaron la oferta de los Aramburu y compraron esta vieja casona. Una edificio levantado en el siglo XVII que había entrado en un proceso de lenta decadencia, tras un cuarto de siglo sin estar habitada, apenas utilizado por la Fundación Elías Ahujá y el viceconsulado de Italia.

"El día que entré por primera vez llovía a cántaros. El patio, con la montera rota, parecía el Niágara. La verdad es que me horroricé. Le dije a Fernando, que siempre le había gustado mucho la casa, que yo no me metía allí. Todo estaba en muy mal estado", recuerda ahora Susi Cigüela.

Al día siguiente, con un sol reluciente, visitaron de nuevo la finca "y todo cambió. Había luz por todas partes. Y me enamoré de la casa, cuando Fernando me advirtió que no lo hiciese porque estábamos de paso".

No le hizo caso. Durante los meses siguientes hasta que concluyó la rehabilitación, Susi se metió de lleno en una operación que parecía imposible.

El proyecto contaba con una premisa: había que rescatar la historia de la residencia, recuperando su esplendor pasado. Un ejemplo: para localizar el color original de las paredes, gris francés, se tuvieron que eliminar varias capas de pintura que habían ido cubriendo los muros a lo largo de las décadas.

"Creamos una empresa de construcción específicamente para esta obra. Conté con la colaboración decisiva de un tío mío experto en restauración de palacios y el diseño arquitectónico de Pepe Ángel González. Queríamos una restauración artesanal, preservando la esencia de una casa vivida durante doscientos años".

Un notario levantó acta de cómo se habían encontrado el edificio, a fin de no chocar con Patrimonio. "Hicimos un proyecto muy respetuoso para una casa que nadie quería".

La restauración recuperó el esplendor de la Casa.
La restauración recuperó el esplendor de la Casa. / Lourdes de Vicente

Pasados los años, las décadas, Susi Cigüela aún recuerda con emoción estos meses, apenas cinco, que utilizaron para terminar todo el proceso de rehabilitación. Localizaron, relata, una sala que el propietario utilizaba para practicar esgrima. "Lo hacía junto a Miguel Primo de Rivera, entonces gobernador militar de Cádiz, y en las paredes encontramos muchas anotaciones de ambos que, desgraciadamente, se perdieron al pintar el lienzo por error".

La restauración descubrió el diseño original de los techos y salvó las paredes cubiertas con seda de Lyon “que yo misma limpié de forma minuciosa durante semanas”.

"Fue una maravilla ver cómo íbamos recuperando toda la Casa. Participaron treinta personas en un esfuerzo titánico".

La familia Delgado Lallemand-Cigüela vendió todo su patrimonio inmobiliario para poder comprar la Casa Aramburu de la calle Veedor y restaurarla. Y junto a ello, cuando la obra concluyó, amueblarla con mobiliario comprado en numerosos anticuarios. Todo ello más la restauración de grandes cuadros, muchos de ellos especialmente deteriorados a pesar de su valor.

El proyecto se acompañó con la apertura de un restaurante. El matrimonio ya había puesto en marcha, en la calle Brasil, un salón de té, Bonsai, que tuvo mucho éxito. El local, aprovechando la amplitud de la finca de Veedor, fue creciendo hasta contar con capacidad para un centenar de comensales. Este nuevo proyecto hostelero, que cerró en dos años, fue también una excusa para comprar la Casa Aramburu "porque el edificio solo podía ser pretencioso para una única familia".

Una familia que llegó con chicos adolescentes "que disfrutaron de la casa. Era raro no tener visitas, tertulias. Ellos tenían su espacio en la planta superior".

Susi Cigüela también planteó un proyecto para habilitar ocho habitaciones-suite a modo de un pequeño hotel, algo nada habitual en la época, completando la oferta con visitas guiadas y conciertos.

La enfermedad de Fernando Lallemand, y con los hijos ya mayores, llevaron al matrimonio a vender la finca. Optaron por una oferta gaditana que proyectaba, también, un hotel y un restaurantes. Ellos se marcharon a un edificio de la calle Ancha, cuya recuperación y diseño mimaron.

Susi Cigüela se alegra por el proyecto turístico que, de la mano de Hotusa, vuelve a dar vida a la Casa Aramburu que, en un bucle, había entrado en un nuevo periodo de decadencia tras años utilizada y maltratada como residencia para alumnos de Erasmus. "Me dolía pasar por allí y ver cómo habían destrozado nuestro trabajo".

Porque para ella, también es un patrimonio de la ciudad.

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