“Para los clientes la librería es como una segunda casa”
De cerca: juan Manuel Fernández | Librero
La librería Manuel de Falla de Cádiz cumple 30 años y su responsable, el librero Juan Manuel Fernández, repasa su trayectoria en un sector ahora en crisis y en el que se ha convertido en un referente por su apasionada dedicación
La librería Manuel de Falla acaba de cumplir 30 años. Al frente está Juan Manuel Fernández, un librero de los de antaño, un apasionado del mundo editorial, un entusiasta de la literatura y un profundo conocedor de un oficio ciertamente en crisis. Nacido en Vejer en 1954, llegó a Cádiz poco antes de cumplir 18 años y después de vivir durante cinco años en Valencia, donde se trasladó con su familia en la entonces habitual búsqueda de mejores oportunidades. Si el Ayuntamiento busca alguna vez un nuevo hijo adoptivo, no tiene que mirar mucho más lejos que en este ilustre rincón de la plaza de Mina.
–Alguna vez ha contado que su primer contacto con la lectura se produjo en Valencia.
–Sí, allí conocí a un primo de una prima mía que era un gran lector. Él me introduce en la lectura de poesía. Recuerdo que iba a una librería que tenía un trastero con libros prohibidos, como luego nosotros teníamos en Mignon, la librería en la que yo empecé a trabajar en este mismo local de Mina. Había un trastero con esos libros.
–¿De contenido político?
–No, eran también de poesía: Lorca, Machado, Miguel Hernández, Nicolás Guillén, Pablo Neruda...
–Y en Valencia aquel hombre tenía acceso a esos libros.
–Sí, él los cogía de esa librería y me los prestaba. Con 15, 16 años, y sin una preparación académica previa, lo que yo hacía con esos poemas era sentir, pero difícilmente tenía un alcance para entender el texto. En casa de mi tío, en Valencia, había un Quijote completo, no adaptado, y con 14 años lo leí, y me impresionó aunque había cosas que no entendía. Pero disfruté una barbaridad.
–Aquella entrada al mundo de los libros no es ahora, desde luego, habitual: leer el Quijote con esa edad o poesía.
–Ya, ya, y fue así. En casa sólo había un libro, pero yo recuerdo, de pequeño, estar acostado para dormir y pedirle a mi madre que me leyese el cuento. Luego, con el tiempo, vi que eran de los hermanos Grimm y yo disfrutaba una barbaridad a pesar de que los cuentos siempre eran los mismos. Era un solo libro el que había en casa. La lectura luego en Valencia del Quijote y de los textos poéticos me hacen rememorar lo que sentía cuando mi madre me leía los cuentos de Grimm. Era una emoción. Después pedí a mi madre que me comprara una colección que empezó con La tía Tula.
–Novela dura.
–Sí, pero la leí. Algunas cosas las entendía más, otras las entendía menos, pero disfrutaba con aquello.
–¿Alguna vez aquellos libros prohibidos, los del trastero, le pusieron en algún compromiso?
–No, porque los leía mientras iba en coche a trabajar, en el coche de ese primo de mi prima. Me lo dejaba durante el trayecto.
–Una lectura clandestina.
–Efectivamente, yo no me lo llevaba a casa ni nada de eso. Hay una cosa curiosa con uno que sí me lo llevé a casa: La madre, de Gorki. Lo leí, se lo devolví, y 45 años después de haberme marchado de Valencia, este hombre me hizo llegar un paquete a casa y era La madre, el mismo libro que me había dejado en Valencia.
–En Valencia, una ciudad grande, se supone que es más fácil ocultar esos libros en la trastienda de una librería; pero en Cádiz, en Mignon, todo se sabría. ¿Venían por esos libros, hubo alguna vez algún problema?
–(Ríe). No hubo problemas, y venían por los libros, sí.
–¿Con alguna contraseña?
–No, se conocía a la gente y entonces se le ofrecía. Llegaban incluso los libros con títulos distintos. A lo mejor, el Canto general de Neruda aparecía como un libro de cocina de cualquier autor. Se le ofrecía a gente conocida por la librería, a gente que se sabía que no les iba a comprometer. Yo imagino que, siendo Cádiz pequeño, aquello llegaría a oídos de alguien con poder, pero la verdad es que nunca hubo un problema.
–En Mignon entró después de ver un anuncio.
–Sí, efectivamente, en Diario de Cádiz: “Importante librería necesita dependiente”. Yo que leía el Diario, porque además era una manera muy eficaz de buscar trabajo, me presenté y tuve la suerte de ser elegido, quizás por todas mis lecturas.
–¿Qué le debe a Mignon?
–Bastante. Tanto que me gustaría que Mignon estuviese funcionando, te lo digo con toda sinceridad. Porque yo me fui de Mignon en el año 90, nosotros nos mantuvimos como Manuel de Falla sin ningún problema con Mignon también en la plaza de Mina durante unos años. Mignon se va después a José del Toro. Y me gustaría que siguiera funcionando para que en Cádiz la oferta librera fuese mucho más amplia; si Cádiz fuese capaz de mantener todas estas librerías que han ido cerrando durante el tiempo, sería una muy buena señal. Desgraciadamente, la realidad es otra.
–Ahí está Las Libreras.
–Nos fastidió bastante la noticia del cierre porque es músculo cultural que pierde la ciudad, pero también por nuestra buena relación con ellas, la simpatía y el afecto.
–¿Aprendió mucho en Mignon?
–En Mignon encuentro yo el paraíso cuando entro a trabajar, porque hay libros a mi disposición las 24 horas del día, en una librería que ya tenía un enfoque universitario, un enfoque de libros políticos propios de la época de aperturismo, la gente con ilusión de encontrarlos, de leer autores que estaban prohibidos...
A partir de ahí, por motivos de la librería, me quedé solo en Mignon al poco tiempo de entrar, y eso ya fue para mí un aprendizaje forzado que luego me vino muy bien.
–Ya no era sólo vender libros como dependiente.
–Efectivamente, eran las relaciones con los comerciales, los proveedores, todo en general. Eso te hace tener un bagaje que era un aprendizaje importante para mi desarrollo posterior. Me fui de Mignon a los cinco años de entrar, me ofrecieron un puesto de comercial con un distribuidor de Sevilla. Fue un paréntesis de dos años. Tras ver que era una gestión que no me llenaba, estuve dos años en Libros Cádiz trabajando, en la calle Feduchy. Y en 1982, Mignon conecta conmigo y me dice Agustín que quería que volviera a la librería, que estaba aquí mismo, en el número 2 de la plaza. Y en 1984 pasamos de una librería de 80 metros cuadrados a la del número 13 que eran 300 metros cuadrados. Y siendo la primera librería informatizada en Cádiz y una de las primeras de Andalucía, hizo que Mignon marcara una pauta en el funcionamiento moderno de una librería.
–Y en 1990, en diciembre se han cumplido 30 años, abre Manuel de Falla. Si echa la vista atrás, ¿ha colmado sus expectativas?
–Sí, sí, porque mis expectativas no eran tanto comerciales como expectativas de terminar de realizarme en un lugar que de alguna manera...
–¿Aquí se sentía más librero?
–No, no, no era esa la cuestión. En Mignon no tenía ningún problema para realizar mis labores profesionales y me sentía librero. Lo que pasa es que la formación viene con el tiempo, con las lecturas, con el trato con el cliente. Y yo aspiraba a tener nuestra propia librería, con Mari que ha estado conmigo desde el principio, después de nueve años de trabajo de ella en la Librería Médica de la calle Zaragoza..
Y Manuel... Para nosotros, en estos 30 años, el momento más duro ha sido su fallecimiento, el momento más duro. Teníamos una relación personal y profesional muy cercana, y aquello nos impactó. Además, falleció un 23 de abril, en 2017. De hecho, ahora, en un libro que ha publicado un poeta de Benalup, Alejandro Pérez Guillén, viene un texto que escribió cuando falleció Manuel. El libro se llama Arroparte. Es muy bonito, un texto homenaje muy emocionante.
–¿Ya entonces se veía venir de alguna manera esta deriva actual de las librerías?
–No. Recuerdo que había algún compañero de profesión, con librería abierta, que me preguntó cómo me arriesgaba a montar una librería. Claro, él conocía su realidad y yo conocía la mía.
–Y hace 30 años se vendía.
–Ya me gustaría a mí vender ahora lo que vendía hace 30 años. Yo, en aquel momento, no lo veía; si otros compañeros más espabilados que yo sí veían venir un declive próximo del libro..., yo sinceramente, no; tanto, que arriesgué. Es cierto que mi riesgo no era un salto al vacío, porque yo llevaba 15 años de librero, me conocía mucha gente.
–¿Y cómo va afrontando este declive del sector?
–Nosotros hemos ido notando una reducción en ventas como todo el sector. La crisis del año 2008 fue brutal, se perdió, en general, entre el 40 y el 50% de las ventas. Una brutalidad en un mercado que tiene unos márgenes de beneficio cortos. Nosotros pasamos dificultades porque durante siete años tuvimos pérdidas en la librería, que si las sumamos dan un total muy alto. Pero no dejábamos de ser una empresa pequeña en la que tres de las personas somos de la misma familia y las exigencias económicas eran cero. Teníamos para poder comer y subsistir y no le exigíamos a la librería un sueldo, como lógicamente se le tenía que pagar a Manuel que estaba contratado por nosotros. Cuando en 2008 vino la crisis, prácticamente el cien por cien de los libros que teníamos en la librería eran nuestros, eso es un capital. ¿Qué hicimos? El 50% de ese capital, de esos libros, lo devolvimos a los proveedores, y eso hizo que en los proveedores tuviésemos un remanente económico importante para que las nuevas facturas que iban surgiendo se dedujeran de ese importe que estaba a nuestro favor. ¿Cómo suplimos ese 50% de libros que devolvimos? Pidiendo libros a los mismos proveedores pero en calidad de depósito. Los proveedores aspiran a que los libros estén expuestos en los espacios libreros y nosotros no tuvimos ningún declive en nuestra oferta librera. Eso ayudó a que los libros que nosotros devolvimos no se echasen en falta en la librería, porque inmediatamente repusimos libros en la línea que sabíamos que pedían nuestros clientes, que sabemos qué nos van a pedir. Así seguimos funcionando sin problema.
–Ese conocimiento de la clientela ayuda.
–Lógicamente. Nosotros quisimos dar un enfoque a Manuel de Falla, que fuera una librería de fondo. La intención primera fue crear un cliente fiel a lo largo del tiempo porque gran parte de los libros que iban encontrar aquí iba a ser un poco más difícil encontrarlos en otras librerías. Dado que la librería es pequeña, lo que hicimos fue seleccionar uno a uno todos los libros que la integraron cuando abrimos. Lo hicimos dando continuidad al enfoque bibliográfico de Mignon. Esos libros iban a un tipo de público lector, a un tipo de público formado, ese lector para quien el libro es una parte importante de su vida, de su profesión, que necesita seguir estando al día en lecturas. El lector de best seller, digamos, tiene menos referencia de una librería concreta.
–Hasta en un hipermercado.
–Efectivamente, lo encuentras y lo compras y ya está. Pero el lector de libros de ensayo, de libros de fondo, de libros clásicos, de Plutarco, de Suetonio, de Sócrates... sabe que no le va a ser tan fácil encontrar esos libros a excepción de alguna librería como la nuestra, no busca otros sitios y se viene a la librería. Dirigimos nuestra bibliografía a un tipo de público de cierta exigencia lectora. Y hemos creado una clientela que son amigos, que nos conocemos algunos desde hace 40 años. He llegado a atender incluso a cuatro generaciones de compradores, contamos con la fidelidad y el aprecio personal de ellos. Hay una relación personal que va mucho más allá de lo que es la relación mercantil de la compra y la venta, se crean unos vínculos que los facilita el libro. Y es de lo que más nos sentimos satisfechos, junto a que nuestro trabajo en la librería nos ha permitido subsistir, tener nuestras hijas, ahora dos nietos que nos tienen superemocionados. Nos ha permitido cubrir las necesidades de nuestras vidas. Eso y que la gente que venga a comprar se siente como en una segunda casa, como le pasaba por ejemplo a Quiñones.
–Hay una foto charlando con Fernando y Nadia en la plaza Mina.
–Sí, ahí la tengo. La foto la hizo su hija, Mariela. Y Fernando me la trajo después fechada: julio de 1989.
–Una relación muy especial.
–Sí, sí, Fernando cuando venía a Cádiz nuestra librería era una referencia para él, se sentó un montón de veces aquí a firmar libros, a conversar, hablábamos de su obra. Era un ser excepcional.
–Cádiz está muy presente en la librería, hay una gran de selección de libros sobre la ciudad.
–Claro. Y es la manera que tengo de devolverle a Cádiz todo lo que me ha dado, desde que llegué cuando volví de Valencia. Cádiz me da lo que yo necesito y estoy devolviendo a Cádiz aquella acogida, con libros de calidad que recogen su historia y sus circunstancias.
–¿Os lleváis trabajo a casa?
–(También le preguntamos a Mari, su esposa, que se incorpora a la entrevista y contesta). Un montón de trabajo, nos llevamos muchísimo todos los fines de semana. Es que no hay otra. Es imposible desconectar completamente.
(Juan Manuel). En los fines de semana está el trabajo administrativo, de contabilidad. Mari se encarga de esa parte, y una buena parte se desarrolla en casa; ella en un lugar que tiene para eso y yo en un despacho-biblioteca.
–¿Hay libros en esa casa?
–(Contestan al unísono) Sí, sí. Muchos libros leídos y por leer.
–¿Y dónde se han comprado?
–(Ríen, y responde Mari) Son regalados la mayoría.
–Muchos escritores con libros dedicados.
–(Juan Manuel) Sí, hay muchos libros de amigos, tenemos el libro de oro de la librería con las dedicatorias de escritores y cantantes.
–Un pequeño museo.
–(Mari).Sí. Además, todos los libros que él me regala, porque es lo que quiero en Reyes y cumpleaños, me los dedica, y son libros con dedicatorias preciosas...
(Juan Manuel, que piensa un rato hasta que recuerda , más o menos literal, una de las dedicatorias). Tiene un Quijote dedicado en lenguaje cervantino: “¿Quién es ese loco mercader de libros que osa decir que su amor es más grande a su amada que yo a la mía, Dulcinea del Toboso?”. Y le dice Sancho: “Tenga vuesa merced en cuenta que mientras su amada Dulcinea es solo una visión de su locura, ella es una realidad”.
(Mari). Y nuestras hijas tienen sus libros, y ya le he empezado a hacer a los nietos una biblioteca.
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