La desconocida segunda plaza de toros de Cádiz y otros ruedos en el olvido

Además del coso de Montenegro que duró hasta 1834, hubo otro recinto con Manuel Requejo y Antonio Ramírez como empresarios, formado en 1838

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Un cartel de la primera plaza de toros del Balón, existente hasta 1834, en el que figura como torero Antonio Ramírez, empresario después de la plaza de 1838.
Un cartel de la primera plaza de toros del Balón, existente hasta 1834, en el que figura como torero Antonio Ramírez, empresario después de la plaza de 1838. / Archivo
Francisco Orgambides

07 de abril 2025 - 07:26

DESDE las investigaciones sobre la historia taurina de Cádiz de Guillermo Boto Arnau se sostiene que no hubo corridas en la ciudad entre 1834 -año en que dejan de anunciarse festejos taurinos en la plaza de novillos sita detrás del juego del Balón- hasta 1841 que es la fecha en la que se estrena la plaza de toros ubicada en el Campo del Sur, obra de Juan Daura; y ello a salvo de festejos menores en la plaza situada en la Huerta de Capuchinos.

Sin embargo encontramos, y lo publicamos en estas páginas, que el año anterior a la nueva plaza, 1840, hubo no pocos festejos en la capital. Hay que recordar que Teófilo Gautier vió una plaza de toros cuando estuvo en esta ciudad para escribir en 1843 en su “Voyage en Espagne” que la plaza de Cádiz era de las más peligrosas de España porque no tenía callejón. Estuvo en Cádiz entre julio y primeros de agosto de 1840. Ya la prensa nacional en 1839, como veremos, denunciaba los percances habidos en una corrida en agosto con varias cogidas. No cabe duda de que había festejos en una plaza sin callejón en 1840.

Además, ese año recaló en Bahía la fragata “Belle Poule” rumbo a Santa Elena para recoger los restos de Napoleón y se ofrecieron toros al séquito del príncipe de Joinville, encargado del traslado de las cenizas de quien 30 años antes había dispuesto que se sitiara Cádiz.

Que hubiera un enigmático ruedo olvidado en Cádiz, entre 1834 y 1840, lo abona además lo recogido por José Velázquez y Sánchez en sus “Anales del toreo” cuando escribe respecto a su amigo Cúchares que “En 1838 Arjona y Yust manifestaron a Juan León su disgusto por la preferencia que notaban respecto a su cuñado Juan Pastor, y en lugar de enviarlos enhoramala, como lo habría hecho con otros seguramente, les proporcionó ajuste para Cádiz, donde se habilitó por entonces una plaza provisional”.

Cuchares toreó por tanto en la plaza de Cádiz en 1838. Es más, según Velázquez y Sánchez: “En 1838 Curro Arjona Guillen inauguraba en Cádiz sus campañas como diestro, gefe de cuadrilla”. Fue donde por vez primera toreó como primer espada.

Boto nos dice que la última función en la plaza de novillos del Balón fue el 15 de marzo de 1834. Colmamos tal periodo hasta 1841 del devenir de los festejos taurinos en Cádiz buscando pistas en el Archivo Histórico Provincial, que está de aniversario y que ha hecho un excelente trabajo y una ejemplar labor divulgativa de sus fondos, entre ellos los relativos a festejos taurinos.

En esa institución en feliz aniversario tuvimos la suerte en su día de indagar en la historia taurina de Algeciras y hoy encontramos documentación que nos permite saber algo de ese periodo no estudiado de 1834 a 1841.

Dos plazas en el barrio del Balón

Efectivamente, de la documentación gubernativa relativa a espectáculos que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz resulta que nueve días después de ese último festejo en 1834 Pedro Montenegro solicitó licencia para un nuevo espectáculo, originándose un conflicto de competencias entre el gobernador y el subdelegado de Fomento. No hubo más festejos. Por tanto hay dos plazas en el Balón, la que ha estudiado detalladamente Boto, con Montenegro al frente, existente hasta 1834 y la posterior, formada en 1838.

Tan cerrada, desbaratada o demolida estaba la plaza del Balón que dos años después, el 29 de junio de 1836 Francisco Bonache solicita licencia para formar un graderío en la parte alta de la Huerta de Capuchinos (conocida por la plaza) de capacidad y extensión suficiente para que se pudieran dar algunas funciones de capeo y banderillear tres o cuatro becerros herales, terreno que le tenía cedido el arrendatario de la desamortizada huerta.

El precio de la entrada que iba a cobrar Bonache, excepto delanteras, sería de tres reales. Bonache alegaba que con los trabajos iban a encontrar sustento personas que estaban en la mayor indigencia, además del beneficio que la distracción iba a traer al público. Esa iniciativa llegaría a buen puerto pues se conserva un cartel de la plaza de la huerta de Capuchinos del 22 de octubre de 1837.

Vemos en ese cartel que las entradas fueron más caras y que había asientos de sol y sombra, sombra, localidades de galería, vallas y tendidos. Hasta entrebarreras o callejón había. Había una estructura importante en Capuchinos pero no era la plaza que vio Gautier porque tenía callejón.

El cartel que se conserva de la plaza de toros de Francisco Bonache en la desamorizada huerta de Capuchinos.
El cartel que se conserva de la plaza de toros de Francisco Bonache en la desamorizada huerta de Capuchinos. / Archivo

Pero al año siguiente, el 31 de julio de 1838, los empresarios Manuel Requejo y Antonio Ramírez, se dirigieron al gobernador. El primero tres años después sería uno de los propietarios de la plaza de 1841 y el segundo fue diestro de poco recorrido, hermano del torero José Miguel Ramírez Machuca “Cuarterón”. Estos Ramírez habían emparentado con el torero Bartolomé Higosa “El Habanero”, con otra familia torera como la del banderillero Manuel Ortega Díaz “Lillo” y estaban, por la rama Machuca, relacionados con familias taurinas de Cádiz como los Díaz, los García y los Espeleta.

Requejo y Ramírez había obtenido una licencia para 12 corridas de novillos y pensaban dar una el 4 de agosto, detrás del Balón. Alegaban que al público le agradaba que los novillos fueran de muerte y que el espada Juan Hidalgo era capaz para escoger y dirigir la cuadrilla, en evitación de problemas. Se accedió a la petición.

El 6 de agosto de 1838, a la vista de lo agradable que había sido al público la función del día anterior, solicitaban picar dos toros más, en los mismos términos, y también de castas acreditadas, pidiendo de nuevo que fueran de muerte. Se autorizó.

Total que ya había una nueva plaza en el Balón y novillos de muerte, pero aquellos espectáculos tomaban el rumbo de los de la anterior plaza de Montenegro. Leemos en el periódico madrileño “El Agente Nacional. Periódico popular de las mañanas”, del 27 de agosto de 1839 que ya era demasiado escandaloso lo de las corridas de toros en Cádiz. Denunciaba el periódico que en la última hubo falta grave de respeto a la autoridad; un toro volteó tres o cuatro veces a un hombre dejándolo en estado de peligro; otro fue herido en el labio con la vara de un picador; un aficionado que obtuvo licencia para matar a uno de los toros quedó muy mal parado en el intento; un joven al coger una banderilla del suelo se la clavó a otro en el cuellos necesitando dos puntos de sutura cruenta; varios más salieron maltratados de caídas y porrazos... Una cosa normal en un ruedo “con más de doscientas personas, entre ellas niños de varias edades, en una plaza tan pequeña y con toros de 6 a 8 años”.

De ahí el enojo en el año siguiente de 1840 del síndico tercero Francisco de Pablo Castro Gómez, que se quejó el 4 de abril de ese año a la Alcaldía por la infracción de ley en las corridas de becerros herales, “Que no han sido sino de novillos cuando menos y muchas veces de toros de más de cuatro años.” Razonaba que las funciones tenían que ser solo de becerros herales. El Ayuntamiento replicó interesando al síndico que dijera qué Real Orden establecía que solo se podían lidiar becerros herales de capeo y no de muerte. Un becerro heral en aquella época era un macho de dos o tres años.

Castro investigó y comunicó el 17 de abril que no existía orden alguna de la superioridad para las corridas de novillos que se han estado verificando en otros años y que solo aparecía en el Libro Capitular de 1834 la petición de informe del subdelegado de Fomento sobre aquella petición que hemos visto de Pedro Montenegro en que le pedía permiso para continuar dando las funciones de becerros herales. Dijo que oída por el Ayuntamiento a su comisión de festejos acordó informar que no debían concederse, como ya lo tenía determinado el gobernador y añade: “De sus resultas la plaza del señor Montenegro tuvo que desbaratarlas”. Recordaba Castro que la “licencia de la plaza de Montenegro había sido a favor del Hospital de Mujeres”.

Añade que en 1838, “sin constar nada en el Libro Capitular de aquel año, se formó la plaza que hoy existe y se dio en ella la primera corrida el primero de julio, ignorando el síndico con qué licencia y facultades, más que bajo el nombre de becerros convertido este, otras veces, en las de novillos, consintiéndose que se lidiarán de cuatro y más años y matándose muchas corridas más de la mitad de las que se lidiaban, sin atajar por ello inconvenientes de no prestar la plaza la defensa regular a los lidiadores, que por un caso no han perecido con frecuencia; ni menos aliviarse el citado hospital con sus productos, que han sido exclusivos para el asentista, sin embargo del escandaloso precio de tan incómodas localidades”.

El Ayuntamiento no le hizo ni caso y por ello el síndico tercero recurre al gobernador el 27 de abril: “Veo autorizadas por dichos señores las corridas llamadas de novillos en el día de ayer y de hoy hasta el grado de lidiarse toros con grandes empeños solicitados por las plazas de Madrid y Ronda, según confiesan los dueños de la plaza en el periódico del Tiempo del día de ayer, y sin tomar en consideración, caso de deber concederse dicha licencia que el Hospital de Mujeres era digno a recibir como otras veces el medio real por persona que gozó bajo la licencia de becerros herales que ha venido a parar en el arriesgado uso de la del día, habiendo muerto en la corrida de ayer tres toros de los seis que lidiaban con 13 caballos muertos, sin acordarse la autoridad que presidía que en días de fiesta como domingo no se permiten que los toros puedan ser de muerte” .

Añade que se trata de una plaza “Que con la simple medición de su área se comprueba que solo puede servir para títeres o becerros herales”. Y reitera La justa y legal oposición que hace a los toros, “muchos de muerte que se están verificando en tan temible plaza, la cual no puede acarrear otra cosa que desgracias” y que de los capeos, ajustado a la legalidad, se saque producto para el necesitado Hospital del Carmen. Recuerda que el actual administrador del Hospital de Mujeres le aseguró que de la plaza de Montenegro recibieron más de 23.000 reales.

El ocho de mayo el gobernador ofició al alcalde previniéndole que en lo sucesivo no permitiera el abuso que denunciaba el síndico y que al conceder permiso procurara que se dejara alguna cantidad para beneficencia. Pero ya al año siguiente de 1841 había nueva plaza en el Campo del Sur que duró hasta 1855.

Hubo que volver al Balón años después. Como no había plaza, en agosto de 1859 Ricardo Morales y jóvenes del comercio exponían que querían lidiar por distracción tres erales en la huerta de Capuchinos -ahora la huerta baja- y que habían solicitado el sitio a la Junta de Beneficencia. El 12 de agosto se le dio permiso provisional a la espera de que se reconociera la plaza o circo que habilitaría Ricardo Morales para la lidia. El 27 de agosto el gobernador les dio licencia para la corrida de novillos, pero en el Campo del Balón

El 29 de agosto fue José Cañedo quien solicitó permiso para una función de novillos, en la que se iban a reunir varios amigos, en el sitio llamado el Picadero, detrás del Balón. El 7 de septiembre de nuevo Ricardo Morales y sus aficionados solicitaron licencia de corrida de novillos para el domingo siguiente prometiendo que no ocurrirían desórdenes como en el encierro de la última.

A la vez el 10 de septiembre Francisco González exponía que algunos festivos solían varios amigos distraerse en capeos de uno o dos becerros en una casa de los Extramuros de uno de ellos que resultó ser la número 82, de Juan Batista pidiendo licencia para ello. Batista sería el creador en sus terrenos, diez años después del recreo de los Campos Elíseos, donde hubo una plaza de toros abierta al público. Luego en ese paraje se abrirían calles como Batista y Campos Elíseos.

De la inspección de la instalación resultó que eran 30 varas en cuadro terraplenado y a propósito para lo que se solicitaba.

El 11 de septiembre se concedió a Ricardo Morales dar la corrida en el Picadero del Balón. Y salió bien porque el 15 de septiembre la Alcaldía comunicaba al gobernador que habiendo dado buenos resultados la concurrencia de fuerzas de Caballería en las inmediaciones del Picadero en la última corrida de novillos, solicitaba que asistieran a la del domingo próximo cuatro números.

Hasta quese cortó la racha: El 28 de septiembre Esteban Delgado Viaña -otra interesante personalidad gaditana, tanto en lo taurino como en lo político y portuario- solicitó al gobernador permiso para una lidia de novillos en el picadero del Campo del Balón, pero se le devolvió la instancia a la vista de que en anteriores regocijos de esta clase hubo desordenes por falta de inteligencia en la dirección del encierro y la lidia.

Lo último que encontramos de la lidia en el picadero del Balón es en julio de 1862, cuando varios jóvenes solicitaron licencia para una corrida de novillos. Pero además de que los padres pidieron que no se les diera licencia, el arquitecto municipal visitó el picadero viendo que no se había hecho nada para que allí se pudieran encerrar y correr novillos.

Por fin en otoño se estrenó la nueva plaza de toros de Cádiz de 1862 en los terrenos de las anteriores construidas en el Siglo XVIII y 1841: el Campo del Sur.

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