La dura vida de los migrantes en Cádiz durante la pandemia del coronavirus
El coronavirus en Cádiz
La Iglesia atiende a cientos de personas de uno de los colectivos más desprotegidos por la crisis sanitaria y laboral
Tartessos se reorganiza para ayudar a más de 40 internos
Llevan ya varias semanas sin poder salir a jugar al baloncesto. Mejor no hacerlo porque, dicen, podrían molestar a los vecinos de los edificios más cercanos que, como ellos, también están en obligada reclusión.
Muchos llegaron a Cádiz de paso. Iban camino de reunirse con sus familias o a la búsqueda de una ciudad en la que poder empezar una nueva vida. Y aquí se han tenido que quedar, por culpa de la pandemia del coronavirus.
Están todos en el centro de Tartessos. En la calle Trille de Cádiz. Son algo más de 40. No caben más. Han llegado procedentes de distintos países de África (desde Argelia a Yemen, pasando por Costa de Marfil, Gambia, Guinea, Liberia, Marruecos...). Son jóvenes, entre los 18 y poco más de treinta años de edad.
Tartessos es uno de los centros que la Iglesia gaditana, a través del Secretariado de Migraciones, mantiene en la provincia para la atención y cuidado de los emigrantes que llegan a nuestras costas, ilegales, y a los que viven ya aquí de forma legal pero en unas condiciones extremas.
Buena parte de los que están confinados ahora en Tartessos proceden de los Centros de Estancia Temporal de Melilla y Ceuta o del Centro de Algeciras por lo que se ha creado una situación inesperada, que el Secretariado está solventando reordenando servicios y contando con el trabajo y el esfuerzo de cerca de medio centenar de personas, entre la plantilla y los voluntarios.
Este equipo, además, va mucho más allá de la atención a este grupo de migrantes. Se vuelca también en el cuidado de una población de unas 300 personas también migrantes que residen en Cádiz o en otros puntos y que, desde el estado de alarma, viven en un tensión continua. Muchos son irregulares que viven de la economía sumergida y otros, con situación ya regularizada, trabajan sin contratos, la mayor parte cuidando de personas mayores o enfermas, con lo que ello supone de riesgo a la hora de salir a la calle en plena pandemia.
En Cádiz, junto a Tartessos, se atienden también a migrantes que se encuentran en el Rebaño de María, donde hay menores no acompañadas procedentes sobre todo de Marruecos y, en un piso, a mayores de 18 años. En conjunto, unas catorce personas. En la Residencia María Inmaculada se atiende a un migrante que sufrió un grave accidente; en Algeciras, las Religiosas Trinitarias ayudan a 19 migrantes procedentes de nueve países. Y también en el Centro Contigo de La Línea o la Fundación Cruz Blanca, entre otros.
Junto a todo ello, el Secretariado de Migraciones ha ido tejiendo con el tiempo una red de nombres de personas emigrantes a las que se les va haciendo, en la medida de los posible, un seguimiento y atendiendo en sus necesidades. Hoy son, sólo en el territorio de la Diócesis, unas cinco mil.
Con el inicio del estado de alarma, Tartessos reorganizó su funcionamiento, relata a este diario Gabriel Delgado, secretario de Migraciones, a fin de atender con efectividad el día a día de los que habían quedado internados y, también, a la necesidades de quienes estaban fuera y en una evidente situación de vulnerabilidad.
De esta forma, con el personal propio y el voluntario, hay un equipo de atención telefónica especialmente centrado en las personas que se encuentran solas o con problemas familiares; un equipo jurídico y otro de integración que aporta información sobre recursos de emergencia, entre otras cuestiones.
A través de una plataforma online se realizan cursos de preparación para obtener la nacionalidad española, a la vez que se mantienen los de aprendizaje nuestro idioma; también hay clases de informática.
Todo este equipo, destaca Delgado, mantiene una reunión cada noche a través de la red para analizar el desarrollo de la jornada y de las actividades realizadas o por realizar.
La jornada empieza, tras el desayuno, con un tiempo dedicado a la limpieza personal, los dormitorios y todas las zonas comunes, tras lo que se inician una serie de actividades formativas. En la medida de lo posible se intenta contactar con las familias de los residentes a los que, también, se les aporta información sobre la pandemia, especialmente cuando ésta ya está comenzando su expansión en sus países de origen.
El ocio es esencial en una situación tan extrema como esta. Ayuda a una convivencia siempre complicada que, afortunadamente, no ha provocado por el momento ningún conflicto. A falta de la pista de baloncesto vale la música, el gimnasio. "Hay que animarles mucho, estar muy atentos a cómo están. Se han visto de pronto atrapados en una situación que no entendían. Cada día tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para explicarles lo que está pasando. En todo caso, la convivencia está siendo muy buena" relata Delgado.
Afortunadamente no tienen problema de abastecimiento de alimentos y otros productos. Hace unos días recibieron 150 kilos de pescado procedentes de la Lonja de Cádiz. Una parte lo distribuyeron por otros centros sociales de la ciudad. En todo caso, se mantiene abierta una cuenta corriente solidaria: ES91 2100 8592 3102 0003 9951, para recibir donaciones económicas que ayudan a mantener esta importante labor social.
En este sentido, Gabriel Delgado incide en su preocupación, que reitera en diversas ocasiones a lo largo de la charla con este diario, ante la situación laboral de los migrantes que viven en Cádiz y en otros puntos de la diócesis, sin el necesario respaldo de un contrato, ni el apoyo de lared social pública, viviendo de una economía sumergida que, si en época de normalidad apenas les da para sobrevivir, ahora se encuentran en una situación de desamparo casi total, apenas mitigados por la Iglesia y por colectivos de apoyo ciudadano.
"Si aquí en Tartessos están preocupados, lo que están en la calle viven con auténtico miedo a salir porque no tienen ningún medio físico de protección; tienen miedo a los controles policiales (que controlan el cumplimiento de lo dictado por el estado de alarma) y tienen miedo a perder sus trabajos, casi siempre precarios", relata con preocupación Gabriel Delgado que menciona también otro problema: la paralización de las solicitudes de asilo que ya estaban en marcha para algunos de ellos.
Gabriel Delgado. “El aplauso de cada día, también para este colectivo”
Cada día, miles de personas salen a los balcones de sus casas o se asoman a las ventanas y, a las ocho de la tarde, dan las gracias con un sonoro aplauso a los trabajadores sanitarios y a las fuerzas de orden público por su labor en la lucha contra el coronavirus.
Gabriel Delgado tiene claro que estos aplausos deben ir dirigidos también "a los migrantes que atienden a nuestros enfermos y mayores, con el riesgo que ello supone y sin medios de seguridad. Ese esfuerzo que realizan cada día (muchos de ellos sin ningún tipo de contrato) es el que nos levanta el ánimo y la esperanza. Ellos forman parte muy relevante de los que van a contribuir a salir de esta situación".
Por ello, Gabriel Delgado reclama para este colectivo, siempre tan vulnerable y ahora mucho más, una atención especial.
Advierte que debido a que son en un elevado porcentaje migrantes en situación irregular o que, estando regularizados no cuentan con contratos en sus trabajos, "no son beneficiarios de las medidas aprobadas por el gobierno" para defender a los trabajadores, como pasa con el colectivo de quienes hacen labores domésticas, ante la crisis laboral que va pareja a la crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus. "Ellos cumplen una función que siempre ha sido muy importante dentro de nuestra sociedad pero que ahora lo es aún mucho más. Y por ello hay que quitarse el sombrero. Ojalá el aplauso de cada día vaya también dedicado a estos migrantes".
Junto a esta petición, el delegado diocesano también se fija en las actitudes claramente insolidarias que se están produciendo en algunos gobiernos del norte de Europa frente a la crisis sanitaria de los países del sur. Hace unos días Gabriel Delgado lo resumía afirmando que eran "el peor rostro de Europa".
Pero su lamento lo traslada también a posturas dentro de nuestro país. "Estamos en el momento de arrimar el hombro y de estar juntos. No ha lugar a otra cosa. Es el momento de la solidaridad".
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