Las duras jornadas de los parados de Santo Domingo
Desempleo Vida diaria de los encerrados en Santo Domingo
Las personas que optaron por el encierro para exigir un trabajo estable pasan las horas en el convento intentando que sus condiciones de vida sigan siendo dignas
En el convento de Santo Domingo, residencia de la Galeona, siguen encerrados 20 parados en busca de un trabajo digno tras 28 jornadas. Entre juegos, visitas familiares y alguna que otra discusión van y vienen los días. Al verlos pasear por el atrio del recinto dominico parece que estén recluidos en una cárcel siendo su condena la causa de su encierro, pues no saldrán en libertad hasta que no pongan solución a su problema.
Se levantan diariamente a las siete de la mañana con más valor que moral. Las noches son muy frías y las mantas que Cáritas les ha donado contrarrestan el efecto térmico del mármol que cubre el suelo. Ya perdieron a un compañero a causa de las duras condiciones, el querido Guati: "cada vez que abría la boca nos hacía reír, ahora se ha recuperado y viene a visitarnos a menudo", comenta Joaquín, un oficial de albañilería que lleva dos años en paro y que tiene a su cargo a dos hijos. Luego viene la hora del desayuno, en la que una única tostadora abastece a esta veintena de hombres formando largas colas.
En el lugar cuentan con tres cuartos de baño, uno para familiares ya que tiene pestillo y en cuya puerta se puede leer "señoras y niños", otro que alberga la única ducha existente, pero como el agua es fría lo contrarrestan con una manguera que ponen al sol. Al tercero lo han habilitado como cocina y cuenta con un frigorífico que recogieron y arreglaron, también han pedido permiso al prior Pascual Saturio para tener una pequeña placa a gas donde hacen la comida. Este religioso afirma que el comportamiento de estos parados es "ejemplar, reivindicando sus derechos".
Estos fontaneros, escayolistas, oficiales de albañilería, electricistas y demás albañiles podrían levantar una obra entre ellos pero no encuentran trabajo. "Que la gente sepa que no estamos aquí de camping, esto es duro", comenta Vicente, otro oficial que lleva un año en paro. Llega la hora del almuerzo y en los fogones se encuentra Rafael, un encerrado más, quien voluntariamente ha aceptado ese oficio porque le gusta y lo tratan como a una madre responsable que se encarga de que todo funcione a la perfección; "el menú más repetido son las papas con carne", dice este improvisado cocinero. Pero las tareas de limpieza son otra cosa y se crean turnos diarios de cuatro personas para mantener el patio de Santo Domingo en perfecto estado.
Luego en la sobremesa y en otros ratos libres han creado, mediante tablas y pinturas, un parchís y una diana que junto a las cartas o al dominó los mantienen entretenidos hasta que llega el mejor momento del día que es la hora de las visitas. Entre las 20 y las 22 horas el convento se llena de chiquillos y mujeres, y el improvisado presidio rebosa alegría y vida. Como asegura Nene, uno de los parados, "las mujeres ya se han hecho amigas entre ellas y los niños juegan juntos, pero cuando se van nos quedamos realmente tristes". Y la noche cae de nuevo sobre el lugar dando paso al frío y a la ropa de abrigo, y estas personas que han decidido privarse voluntariamente de su libertad recuerdan aquello por lo que luchan sin sentirse solos porque están acompañados de buenos compañeros.
Así son aquí las jornadas, duras pero con pequeños momentos de satisfacción inherentes al ser humano. El lunes empezarán sin remedio una huelga de hambre para intentar alzar más su voz. Los compañeros que se concentran a diario en San Juan de Dios les apoyan, así como toda una ciudad por la que también luchan.
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