Aquellos duros antiguos
Testimonio de José, un gaditano que a finales de los años sesenta relató a este periódico cómo vivió el acontecimiento que inmortalizó El Tío de la Tiza
Hojeando las colecciones del Diario, el deleite que se experimenta recordando sucesos históricos y viendo surgir con vida o apariencias de realidad personas y cosas que pasaron y murieron, puede ser transmisible hoy a los lectores de Diario de Cádiz, para muchos de los cuales todo aquello ha de ser una novedad, y una memoria grata para quienes lo presenciaron o formaron parte en la obra.
Como verdaderamente interesante fue el testimonio a Diario de Cádiz, a finales de los años sesenta, de José, un gaditano que vivió y participó en el suceso de "Aquellos duros antiguos" en 1904, inmortalizado por el célebre tango del Tío de la Tiza.
Por aquellos años, José era un octogenario beduino, que vivía en el barrio del Cerro del Moro.
En la transcripción del relato procuramos guardar la mayor fidelidad posible a sus palabras y giros peculiares.
"Aquello tuvo que ser cuando empezaba el invierno del año 4 (1904) ¡Bueno, fue… hace mucho tiempo! Yo calculo que tendría alrededor de los 16 años. Desde luego ya me había puesto pantalones largos, pero todavía no había ido a servir al Rey. Porque yo serví en Caballería".
"Volviendo al tema, la cosa es que hubo un temporalazo de poniente. Me acuerdo como si lo estuviera viendo. El ventarrón estropeó las galerías de madera que había en la playa y hasta desbarató una tapia de la almadraba, poco más o menos, donde está ahora 'secotel' o como le digan", recordó José.
Al día siguiente del temporal, añadía José que estaba en la huerta de Los Bruzones, ayudando a su padre a clavar unas tablas de una cochinera que había roto el temporal. De repente pasó por el otro lado de las tunas, que servía de linde, un "gachó" con una pala que saludó, "y nos dijo que habían aparecido muchos duros en la playa y que para allá iba a ver si pescaba alguno. Mi padre no se lo creía, pero yo me quedé cavilando más mosca que la mar y en cuanto le cogí las vueltas salí pitando. ¡Me cachis en la mar! ¡Ojú la que se había armado! ¡La cantidad de gente que había arremolinada por la parte de la almadraba!", contaba con arte el veterano gaditano.
"Y lo que había pasado es que unos albañiles al ir a arreglar la tapia habían hecho un hoyo y al llegar a una hondura de menos de un metro se encontraron un montón de monedas de plata. En seguida vinieron los carabineros y dijeron que aquel terreno era de la Marina y que nadie lo podía tocar. Después llegó el dueño de la almadraba y dijo que aquel pedazo de playa era suyo y que todo lo que hubiera allí era para él. A paladas sacaban los duros y los echaban en latas de atún que metían en la almadraba. Y todo el mundo mirando aquello, sin poderle echar mano y poniéndosele los dientes largos", detalló José.
Al poco rato llegó el 'Cabo Matrícula'. "Habló con unos y con otros y el hombre se puso en razón. El tío cogió una cinta métrica, hizo una raya en la arena y dijo que de la raya hacia arriba para la almadraba y desde allí para abajo que escarbara todo el que quisiera. ¡Ojú, Dios mío, que rebujina se armó! ¡Todo Dios se puso a escarbar! Pero resultaba que aquello era como una lotería. A lo mejor un gachó se ponía a hacer un hoyo y tenía la suerte de encontrar muchos duros y otro a la vera no encontraba nada. Yo iba a ponerme a escarbar, pero lo pensé mejor y me puse detrás de uno que escarbaba y echaba la arena para arriba entre medio de sus piernas. Yo miraba la arena, y duro que se le escapaba al fulano, duro que yo cogía. Así no me cansaba. Cuando veía los duros en la mano me parecía mentira que se pudiera tener dinero así. Vamos, quiero decir, tan sencillo. ¡Y cómo brillaba la plata después de quitarle el verdín!", relataba este impresionante documento.
"Oí decir a los que sabían de eso que eran duros columnarios. Otros decían que eran de los dos mundos. Y si que aquellos duros tenían por un lado dos mundos redondos y por otro dos columnas con una cinta que decía eso de Plus Ultra. Eran un poco más grandes que los normales, o sea los de verdad. Y revueltos con ellos salían también flejes de hierro medio podrido y la mar de clavos de bronce".
El asunto es que el primer día se cogieron duros a "punta-pala". "¡Todo el mundo estaba más contento! Claro que con aquellos duros no se podía comprar nada, porque eran antiguos. Pero yo no sé de donde salió un judío que se puso en la Victoria y compraba los duros a catorce reales. También una mujer que le decían La Gallega de la casa amarilla, en la esquina de Trille, los compraba, pero a tres pesetas", contó José, que llegó a coger hasta siete duros. "Se los cambié al judío, y con el dinero le regalé a mi madre los avíos de un puchero, me compré unas alpargatas y una entrada para los toros. Con eso me sentía feliz. No necesitaba más y no cogí más duros".
Al día siguiente, como ya se había corrido la voz, vino mucha gente de Cádiz y todo el mundo seguía escarba que te escarba. "Entonces fue cuando de verdad se puso la playa igual que una feria. No sé si porque había más duros o porque ellos se cogieron los dedos, la cosa fue que el judío y La Gallega cambiaron el precio. Ese segundo día sólo pagaban diez reales. Vamos; un duro bueno por dos antiguos. Y más tarde se les acabó el dinero. Entonces, para venderlos, tenían que llevárselos a los anticuarios de Cádiz. Después se fue apagando el asunto y a los pocos días no se pescaba un duro ni para los restos. Y nada más. Eso fue todo lo que pasó. Que yo lo vi, lo juro por la salud de mis hijos", así vivió el viejo José tan importante momento.
Después fue cuando vino lo más grande. En el Carnaval del año siguiente salió el coro 'Los Anticuarios' y El Tío de la Tiza hizo el mejor tango que se ha escuchado nunca jamás. Y, seguramente, si no llega a ser por ese tango, a lo mejor nadie se hubiera acordado.
Culmina José con estas palabras: "¡Ojú! Me da más coraje cada vez que pienso lo fácil que hubiera sido haberme guardado un duro para el recuerdo. Pero quien se lo iba a figurar. Sobre este asunto hay mucho camelo. Si en un derribo aparecen unas monedas es porque algún tío roñoso guardaba su dinero debajo de un ladrillo, pero esos no son, ni mucho menos, aquellos duros antiguos".
Han sido muchas las discusiones que surgieron sobre el origen de los duros. Unos, como Guillermo Laurín, opinaban que procedían del Defiance, navío francés hundido tras la batalla de Trafalgar en 1805. Otros afirmaban que era el botín de un barco pirata, el Defensor de Pedro. Hubo quien lo relacionó con la guerra de la Independencia o el asedio de las tropas napoleónicas. El Diario también señaló la versión de que los duros procedían de un dinero ocultado por los Jesuitas cuando fueron expulsados de España. Otra versión del origen de los duros antiguos, recogida en un artículo del historiador Francisco Ponce, es que pudieran proceder de algún navío de las carreras de Indias, que hacia 1755, no pudo alcanzar la Bahía naufragando en las playas de Cádiz.
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