"El muelle es el paseo natural de la ciudad y no debería estar cercado"
Entrevista Alberto Campo Baeza
El prestigioso arquitecto de corazón gaditano regresa al primer edificio que construyó en la ciudad, el IES Drago, donde habla de su vínculo con Cádiz y repasa algunas de sus obras
Desde el IES Drago, la casa con la que hace casi treinta año selló para siempre su vínculo material y arquitectónico con la capital gaditana, el prestigioso arquitecto Alberto Campo Baeza profundiza en la relación con esta tierra de la que se siente nativo, la impronta que ha dejado en ella y sus últimos trabajos.
–¿Cómo ve el edificio IES Drago casi 30 años después de su inauguración?
–Me gusta más porque veo a los habitantes felices. Uno dice muchas veces de forma un poco demagógica que hacemos un arquitectura para hacer felices a los demás, y es verdad que la intención es esa. Pero que en el instituto estén, no sólo orgullosos, sino muy contentos con el propio edificio es algo que me llena de satisfacción. Y, además, lo tienen muy bien cuidado, limpio y bien valorado. Le han sentado bien los años al Drago.
–La relación de Cádiz, Campo Baeza y la arquitectura casi siempre ha estado muy marcada por la línea de horizonte del mar. Entre Catedrales, el Drago, Casa del Infinito... ¿Es distinto proyectar con el mar a la vista?
–Clarísimamente. Te pongo como ejemplo la Casa del Infinito en Zahara, que es imposible pensarla en el mar del norte de España. Porque es la cubierta de un barco, que es una propuesta que en Tarifa sí es posible. Sin duda, marca mucho el mar, el clima y este paraíso que es Cádiz. Y no porque lo haya dicho el New York Time, es que Cádiz es la ciudad más bonita del mundo. Y hago un pequeño matiz, el casco histórico de Cádiz está casi intacto, aunque han hecho alguna cosita inadecuada, pero sigue siendo un regalo maravilloso.
–No sé si es pretencioso preguntarle si de alguna manera los años de su niñez en Cádiz han podido influir a la hora de concebir su arquitectura.
–Me considero nacido en Cádiz, siempre argumento que el oráculo de la torre de Hércules le dice a César Augusto que va a ser emperador, y cuando se cumple declara a los ciudadanos de Cádiz ciudadanos romanos por nacimiento. Pues así me considero yo. Y claro que ha influido, ya que la manera de entender la luz se lo debo a Cádiz. Ten en cuenta que vivía en el Campo de las Balas y las ventanas de mi casa daban a la Caleta.
–Vuelve a Cádiz al hilo de su nombramiento como Medalla de Oro de la Arquitectura, cuya candidatura promovió Arquitectos de Cádiz. ¿Qué siente primero por haberla recibido y, segundo, por este respaldo desde su ciudad?
–La concesión de la Medalla de Oro, que es el premio más importante que dan los arquitectos en España, se lo debo a la generosidad del jurado, pero la generosidad del jurado tiene que venir avalada por la generosidad de quiénes lo proponen. Y la propuesta primera nace del Colegio de Arquitectos de Cádiz con Isabel Suraña al frente, que convence al Consejo Andaluz para que cada colegio propusiera a la vez esta candidatura, y así ha sido. Es un exceso de generosidad.
-A esto sumamos que National Geographic ha seleccionado su Museo de la Memoria de Andalucía -junto al Guggenheim de Bilbao- como una de las 10 maravillas modernas del mundo. ¿Qué tiene que decir?
–No sé si es adecuado decirlo pero me importan menos estos premios más ligados a lo puramente mediático. Me emociona más la medalla que me han dado los Arquitectos, la insignia de oro que me han puesto en el Instituto Drago –donde ha impartido una clase magistral para los alumnos– y el premio al Mejor Docente de la Universidad de Madrid. Estos son los premios que me llegan al corazón.
–Un buen docente siempre deja huella. ¿Ha dejado escuela?
–Para nada. Pongo siempre el ejemplo de mi padre, que era cirujano antiguo, así que usaba bisturíes que había que afilar. Y siempre digo que el equilibrio entre la docencia y la factura de la arquitectura es que uno es mejor docente si hace buena arquitectura y hace mejor arquitectura si es buen docente. La docencia es el sitio donde uno afila los bisturíes con los cuáles uno pone en pie los edificios.
-Al final sois cirujanos de ciudades.
–De ciudades y de cuartos de baño (ríe). Un arquitecto ordena el territorio, la ciudad, la manzana, el edificio, la casita, la cocina y el baño.
-Habla usted de conceptos que abarcan de más a menos, pero vamos al de “menos es más” de van de Rohe que siempre ha acuñado para elevar la arquitectura a la máxima sencillez. ¿Le ha sido fácil mantenerse fiel a sus principios constructivos?
–Sí porque son principios muy útiles. Es como la poesía respecto a la literatura, que no es minimalismo literario, sino simplemente que con menos palabras uno dice mucho más.
-Frecuentemente hace guiños a la literatura y la poesía. ¿Qué libros tiene sobre la mesilla de noche?
–La Odisea, del que que me quedan cuatro páginas, uno de Garcilaso de la Vega que compré en el rastro por dos euros y Hamlet.
-¿Y qué proyectos tiene en la mesa del estudio?
–Tengo una cosa maravillosa que es un trabajo que no sé cómo agradecer. Se trata de un proyecto en una roca en el centro del mar, entre dos playas en Jalisco, México. Es una plataforma con un espacio dentro grande, un espacio único y vacío con columnas grandes. Recuerda a una cisterna romana y se destinará a actividades culturales. Les he propuesto que todo quede abierto de modo que cada hueco servirá para enmarcar el paisaje. Para que entre el sol y pase el mar, el viento, pasen los pájaros... De hecho, les he sugerido poner nidos de pájaros marinos y me han dicho que sí a todo. No es fácil en la vida encontrarse a gente tan maravillosa. Por otra parte, también estoy ampliando un museo en Nueva York.
-¿Le han hablado alguna vez de la experiencia mística o espiritual que supone habitar sus casas?
–Cuento siempre que cuando yo termino la Caja de Granada con sus cuatro columnas y el sol pasando, que es como muy emocionante, el día de su inauguración uno de sus trabajadores se puso a llorar. Yo creo de todos modos que esto de vivir de forma especial los edificios pasa en todos los de aquellos arquitectos a los que nos interesa la arquitectura. Es el caso de Le Corbusier, Mies van der Rohe y el mismo Bernini, que haga lo que haga es emocionante.
-Desde la última vez que hablamos hace unos años, el Castillo de San Sebastián sigue vacío y arruinándose, al igual que Náuticas, el Instituto Rosario... ¿Qué opina?
–Me da mucha pena pero me gusta ser optimista. La Escuela de Náutica, que es de José López Zanón y Luis Laorga Gutiérrez es un edificio maravilloso, igual que ocurre con el Hospicio y otros tantos cerrados y abandonados y que deberían ser utilizados para universidad, hoteles o para usos públicos que son imprescindibles. Pero hay que invertir y el Ayuntamiento y la Junta deben tener la cintura suficiente para buscar inversión.
-De San Sebastián, además, hay un proyecto suyo.
–Sí, un proyecto muy sencillo que es un barco varado en el que la parte de arriba sería una plataforma cubierta. Todo iría bajo tierra dentro de la roca que es el Castillo para hacer un auditorio. Y tendría el mismo estilo de la Casa del Infinito, con la voluntad de integrar. Es un lugar magnífico, donde escuché que querían poner un tranvía para ir del punto de entrada al Castillo, ¡con lo hermoso que es andarlo! Precisamente este verano mis hermanas me llevaron a ver la puesta de sol, con todo Cádiz ahí sentado y es un espectáculo increíble. Cuando el sol se pone aplauden.
-En cuanto a Puerto América se acaba de modificar el PGOU para descatalogarlo y proceder a su derribo. ¿Qué opina?
–De este tema en particular no me gustaría opinar, pero sí tengo que decir que hay tanto para aprovechar lo que uno tiene en casa... Y esto es la sostenibilidad, que está tan de moda. Mantener nuestros edificios es sostenibilidad. Como anécdota te cuento que ganamos un concurso para la ampliación del Liceo francés y me pusieron pegas precisamente por este asunto. Y les dije que mi propuesta incluía elementos como los que se usan en Cádiz de ventilación cruzada. Pues este ingenio, que es de lo que se trata la sostenibilidad, nos lo ha brindado la arquitectura de Cádiz siempre.
-Una vez dijo que le gustaría proyectar la apertura del muelle a la ciudad, ahora que se habla más de este tema, ¿lanza otra vez este guiño?
–Más que guiño es una exigencia. No me gustaría proyectar sino que me gustaría derribar la verja. De pequeño íbamos a misa al Castillo de Santa Catalina cuando vivíamos en el Campo de las Balas y a media mañana nos íbamos toda la familia a dar un paseo por el muelle, que no estaba cercado ni nada. Y allí que íbamos y nos gritaban aquello de: “¡Niños, no os acerquéis al borde!”. Es que el muelle es propiedad de la ciudad, el paseo natural de Cádiz para ver los barcos venir y no debería estar cercado.
-¿Le ha sorprendido algo de lo que se ha hecho últimamente por aquí?
–Me sorprende siempre la ciudad de Cádiz. ¡Sigue siendo tan bonita!. Esta mañana entré en la plaza, en el mercado de abastos y la verdad es que está muy bien la reforma. La única pena es que se esté perdiendo el comercio tradicional. Te digo más, de los ejercicios de memoria que hago, igual que realizo listas de compañeros con los dos apellidos de cuando estudiaba en San Felipe Neri, lo hago de las tiendas de Cádiz.
El arquitecto que se crió a los pies de La Caleta
Alberto Campo Baeza siente un amor incondicional por Cádiz. Tanto, que no le cabe la menor ninguna duda de que su concepción de la arquitectura y el modo en que sus construcciones se dejan envolver por la luz, le viene de su crianza a los pies de la Caleta. Y es que el prestigioso arquitecto, Medalla de Oro de la Arquitectura y Primer Premio Ex Aequo por el Centro de Conservación para el Museo del Louvre en Liev vivió en unas casitas militares que hace décadas se levantaban en el Campo de las Balas, junto a donde hoy se erigen las torres de Hollywood. “Vivíamos al borde de ese marco precioso que es el Atlántico, en la Caleta, donde había unos edificios de pocas plantas, donde bajábamos incluso a celebrar fiestas entre los vecinos”. Campo Baeza lo recuerda como unos años muy felices y también determinantes profesionalmente. Concretamente, el arquitecto vallisoletano de nacimiento, llegó a Cádiz de la mano de su familia, pues su padre, don Juvencio Campo, vino exiliado a Cádiz tras realizar unas oposiciones a médico militar que ganó en el año 36. Acababa de comenzar la guerra civil y “le cogió en el otro bando”, lo que desembocó en que en lugar de quedarse en Valladolid como médico militar destinado, lo desterraran a Cádiz. De aquellos años recuerda cómo su madre le animaba a estudiar arquitectura, que era la profesión de su abuelo y cómo su padre ayudaba a todos los vecinos de la Viña que lo solicitaban. Así que, sentencia el arquitecto, “en buena hora nos vinimos, porque aquí hemos sido muy felices”.
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