“No entiendo mi Fe desde una sacristía o encerrado en una capilla”
Entrevista | Manuel Ogalla, misionero claretiano
Este gaditano con un gran sentido de justicia social lleva ocho años en una misión en Zimbabwe
Estos días participa en una campaña de Manos Unidas sobre el cambio climático
Manuel Ogalla es un misionero gaditano claretiano de 37 años que desde pequeño estuvo muy vinculado al mundo obrero por sus padres, él trabajador en Astilleros y ella auxiliar de enfermería. Con ese ambiente de justicia social y su contacto con las religiosas de María Inmaculada, que tenía un centro en Trille, poco a poco fue creciendo su vocación. Ahora está en una misión en Zimbabwe y desde hace unos días se encuentra en Cádiz con Manos Unidas, con los que está participando en la campaña de esta organización por la devastación que produce el cambio climático en los países más pobres.
–¿Se puede decir que usted es uno es cura de los que trabajan a pie de calle?
–Por todo el trabajo que había desarrollado descubrí que mi Fe me movía a optar por la dignidad del ser humano. Para mí eso es esencial y yo no entiendo mi Fe desde una sacristía, encerrado en una capilla. Mi experiencia es de oración, pero de una oración que se vuelca, de una fe que levanto del polvo al desvalido y saca de la basura al pobre. Esa frase no es mía sino de un salmo. Esa es mi experiencia de fe, de Dios, de mi forma de entender la Iglesia, una Iglesia muy humanizadora, comprometida con la causa de los que más lo necesitan, muy a la luz de lo que habla el papa Francisco, de oler como huelen las ovejas. Así es como entiendo la fe y se tradujo en una vocación como misionero.
–¿Por qué claretiano?
–Eso tiene tela. Yo al principio siendo de Cádiz era más de esperar que fuera al Seminario diocesano, que me hiciera jesuita, o salesiano. Mi padre es antiguo alumno salesiano y yo toda mi vida he ido al colegio Villoslada, que es de los jesuitas. Sin embargo, a través de estas hermanas de María Inmaculada nos invitaron a una conferencia a Sevilla con unos misioneros. Yo me lancé a ir allí a a Alcalá de Guadaira y esa experiencia para mí fue fundamental. La forma que vi cómo ellos entendían su trabajo misionero, con la pasión con la que hacían lo que hacían, la alegría y el trabajo en equipo, me movió a pensar que yo quería ser como esta gente. Y también con la normalidad con la que vivían su consagración religiosa, Son religiosos pero tíos muy normales, y eso conectaba conmigo y con mi forma de ser y mi espiritualidad.
–¿Y esa visión que tiene ha casado con la realidad de lo que se ha encontrado sobre el terreno?
– Yo creo que sí, que los misioneros claretianos, la forma de vida, el estilo, la espiritualidad, el carisma que hereda del fundador del padre Claret, sí casa muy bien con aquel sueño primero que descubrí de manera incipiente y que ya desde dentro siendo uno más de la congregación sí que se vive. Yo desde que entré en el postulantado, que es el primer paso del Seminario, desde el principio yo he manifestado que no quería ser párroco, que mi vida tenía que estar entre los más necesitados. Decía que si era párroco que fuera una suburbial, con inmigrantes o problemas de drogadicción o cosas por el estilo. Yo en una parroquia del barrio Salamanca, me moriría.
–Bueno, una parroquia suburbial es también una misión.
–De hecho, fíjate que una de la experiencias pastorales más bonitas que he tenido ha sido trabajar en Granada en el barrio de Almanjáyar. Yo estudié Teología en Granada y al mismo tiempo que estaba en la Universidad, mi misión pastoral y mis trabajos misioneros los hacía allí, en el polígono norte, con toda la problemática de esta zona en Granada. Ahí es donde vivimos los claretianos y ahí es donde yo trabajaba y eso también me ha marcado. Si alguna vez me tocara volver de África, que espero que sea tarde, me gustaría vivir así o en el campo de la educación , que paradójicamente también me encanta y me llama mucho. La educación me encanta, el trabajo en los colegios, con los jóvenes. Por eso ahora en Zimbabwe se han dado la mano estas dos pasiones y por eso estoy tan feliz allí. Por un lado el campo educativo y por otro lado la misión con los más empobrecidos en África. Todo eso también posibilitado por Manos Unidas.
–¿El sitio en el que está en Zimbabwe es especialmente complicado?
–En Zimbabwe hay ocho diócesis, pero de ellas hay dos que son las más empobrecidas porque antaño aquello sólo era parque natural, pero es una zona de expansión que a partir de la guerra de la liberación en 1980, la gente empezó a emigrar de las zonas más urbanas huyendo al campo. Son zonas muy empobrecidas, muy castigadas por la sequía. Esas dos diócesis se llaman Hwange y la otra, que es donde yo vivo, Gokwe.
–¿Cómo trabajáis en la misión? ¿Qué objetivos se busca?
–Tenemos cuatro opciones fundamentales que caracteriza la acción misionera. La primera es el conocer la realidad. Eso es lo que de alguna manera más técnica podemos llamar acompañar a las comunidades de base, vivir con el pueblo. Hay que conocer a la gente, meterte en la vida de la gente.
La segunda opción es la formación de líderes. Esto es porque la misión es de todos. Eso es muy importante, la misión no la hacen las curas y las monjas sino es de todos los que nos tomamos en serio la evangelización y la opción humanizadora. Si te fijas, siempre van de la mano y siempre lo voy a repetir. Evangelización y humanización. No existe evangelización sin humanización, eso sería demagogia. Por tanto , la formación de líderes es vital para trabajar juntos.
Luego la tercera opción es favorecer por todos los medios la autogestión. Esto también es esencial. Ahí es donde entra el potenciar por todos los medios que el pueblo sea protagonista del cambio que quiere. ¿Quienes somos nosotros para ir a un sitio y decirle qué es lo que tienen que hacer? El cambio para que sea transformante y significativo tiene que ser siempre desde dentro y desde abajo. Desde dentro dota de profundidad y desde abajo porque universaliza, es para todos.
Y la cuarta es proyecto al desarrollo. Evangelizar es también devolver y potenciar el desarrollo. Y no podemos ser ingenuos, por mucho que se potencien los recursos propios de la población, hay cosas a lo que no se llega, y ahí es donde entra la cooperación internacional y los proyectos al desarrollo. Pero una cosa es importante y es que estos proyectos no pueden ahogar la autogestión sino acompañarla.
–Está el tópico de que no sabemos lo que tenemos.
–Allí se da al cien por cien. En los ocho años que llevo en la misión es curioso como se han ido dando pasos en ese sentido. El acceso al agua potable, el poder tener tanques que recojan las aguas pluviales, eso es un lujazo. Ahora con un sistema pequeñito de canalización interna de agua, podemos abrir un grifo. Hasta el año pasado no teníamos electricidad en casa. Seguimos sin ella pero gracias a un proyecto que venía de otras instituciones, sobre todo de Corea del Sur o de Sri Lanka, porque nuestra comunidad es intercultural, pues ahora hemos puesto paneles solares y por fin tenemos un frigorífico. ¿Sabes lo que es llegar en plena época de verano con una media de 42 o 43 grados y poder tomarte un vaso de agua fría? Ya no te estoy hablando de una cerveza. Agua fría y limpia. Eso es un gustazo. Y otra de las grandes reacciones de esto fue el primer día que nos hicimos unas tostadas. Ese día hicimos una fiesta. Son los pequeños milagros del día a día que aquí se dan todos por hechos y están muy normalizados y, sin embargo, en aquellas latitudes donde tocamos la realidad tan palpable, hacemos pequeñas celebraciones de la vida.
–¿Eso sería una magnífica terapia de choque para todos lo que vivimos en las zonas más desarrolladas?
–Por desgracia vivimos en una sociedad del despilfarro, del abuso y el desuso y todo eso tiene consecuencias, claro. Nuestra pobreza, la pobreza del mundo o, mejor dicho, el empobrecimiento es totalmente dialéctico. Hay pobres porque hay muchos ricos. Si hubiera menos ricos habría menos pobres porque quiere decir que estamos compartiendo los bienes. Eso se traduce en actos concretos, gestos concretos, en dinámicas que son estructuralmente injustas.
–¿Es feliz con esta vida de misionero?
–Si pudiera elegir, elegiría lo mismo. Me siento enamorado de mi vocación.
–Usted es religioso pero podría haber sido otras muchas cosas y haber luchado por los más desfavorecidos desde muchos campos.
–Mi pasión es el ser humano porque esa es la pasión de Jesucristo y yo comparto la pasión de Jesucristo, la pasión en el sentido de que la causa de Jesucristo es el ser humano. Si yo quiero ser un cristiano coherente, mi pasión deben ser mis hermanos, porque no hay nada más divino que lo humano, ni nada más humano que lo divino.
–Manos Unidas ha lanzado esta campaña para tratar de hacer ver al mundo que el cambio climático en los países como los que usted está, es cuestión de supervivencia. ¿Cómo lo nota en Zimbabwe?
–Allí lo notamos muchísimo. No sólo por la desertificación que se está viviendo en muchas partes, no sólo por cómo estamos sufriendo la escasez de agua, una sequía crónica que se está dando en el país. Como también las flora y la fauna se está viendo reducida. Tenemos rinocerontes pero cada vez son menos. Hay especies de aves que son autóctonas y únicas del sur de África. Cada vez hay menos pero yo creo que lo más impactante y significativo lo viví el año pasado como una de las consecuencias propias de esta locura del cambio climático que estamos provocando nosotros, esta parte del mundo, donde los más desfavorecidos que, quizás sean los menos culpables, son los que más lo están sufriendo. En el mismo momento en un país que es como o la península Ibérica, en el este del país, en las zonas fronterizas con Mozambique, hubo inundaciones que destrozó toda la zona índica y causó muchos estragos y damnificados. Pero es que en el mismo momento, en el oeste del país, hubo una sequía tremenda. Los agricultores no han podido recoger sus cosechas. El maíz se quemó y el algodón no ha crecido como se suponía tendría que crecer por la falta de agua. Las personas, encima que están viviendo una crisis económica bajo la presión con la corrupción, le sumas las consecuencias de la sequía.
–En el primer mundo hay mucha lejanía con la Iglesia. ¿El futuro está en este tipo de países? ¿Por qué cree que se produce ese alejamiento de los jóvenes y que no les llegue el mensaje a ellos?
–Yo creo que es un problema de comunicación. El mensaje es tremendo, el mensaje de Jesucristo es súper potente, es alucinante. No hay ningún mensaje mejor que el de Jesucristo, ni siquiera el de Coca-Cola. El problema es que no sabemos comunicarlo. Nos falta empatía. En muchas ocasiones, como no conectamos porque nos falta capacidad lingüística de conexión con la gente, nos cansamos y nos puede la apatía y el derrotismo. Tenemos que aprender los lenguajes de hoy en día, la comunicación no verbal, el conectar con la capacidad trascendental de ser humano. Todo ser humano busca el trascendente, todos buscan un horizonte último de sentido. Ahora, ¿cómo transmitimos que ese horizonte se llama Jesucristo?. Ahí esta el problema. Hay que inculturarse. Hay que conocer el lenguaje de nuestros jóvenes, de nuestra sociedad.
–¿Es una misión en sí misma?.
–Claro. Por eso hay tanta reflexión y mucha gente pensando en esto y está haciendo un trabajo alucinante, de reflexionar sobre nuestros métodos, las nuevas formas de transmitir el Evangelio, cómo conectar con la persona, con el hombre y la mujer concreta de hoy, como atender desde la Fe las realidades que claman al cielo. El tema de la inmigración, el de las tendencias sexuales, el de la apertura del ser humano a otras formas de expresarse, el arte...
–Este Papa puede ayudar a eso.
–El Papa Francisco es la caña.
También te puede interesar
Lo último