Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?
Patrimonio ciudadano
Cádiz/La memoria tiene que estar hecha de arena, a veces no llega muy alto pero siempre encuentra rendijas por donde colarse, sin posibilidad de sacudirla. Este jueves la memoria se le metió en los ojos a muchos de los que fueron vecinos de los Chinchorros. De los Chinchorros verdaderos. Una gran casa, dos patios interconectados, cuatro cuartos de baño comunitarios, 72 familias, casi 700 personas. ¿Les digo penuria? ¿Les digo alegría? Les digo memoria... Hoy, Marqués de Cropani, 9 (otra entrada por Pereira). Ayer... El ayer vive en estos días en las paredes de la Sala San Nicolás del Castillo de Santa Catalina de Cádiz. En las fotografías de Javier Osuna, en los cuadros de Pepe Baena. Y siempre, para siempre, en la memoria, tan arenosa, arenosa de playa y de sol, de los que allí vivieron.
Gaditanos como Chano Quintero o como Manuela Hita, que se sientan a conversar con el autor de las fotografías que componen la exposición Los Chinchorros verdaderos minutos antes de su puesta de largo; pero también en el alma de Juani, de Juan y de tantos vecinos y familiares que se sientan entre el público a escuchar la mesa redonda y que quieren compartir este viaje en el tiempo de su propia vida.
Comienza el diálogo, entrañable, espontáneo, donde se cuelan cazones y lebrillos; nudos de redes y lotería a la fresquita; bañeras de agua puestas al sol para calentar la ducha de los niños; nochebuenas y noches buenas...
Osuna pinta con palabras una imagen que no está en la exposición pero, tan paradigmática, que todos ven al instante. Un chiquillo que no levanta la cuarta del suelo, comiendo erizos, el erizo más grande que su cara, su cara llena de churretes de coral. “¡Ese niño...!!!”, gritan las vecinas; “¡ese niño sabe comer erizos mejor que ustedes!”, les suelta el hermano de Chano, José Quintero, presente aunque no esté presente, alma grande, cordón umbilical que une a Osuna con los Chinchorros y a quien el periodista (revelado ya como fotógrafo de la esencia) dedica la exposición.
Los vecinos sobreponen sus discursos. Se mezclan los recuerdos y se enredan las palabras. Juani que dibuja a su hermano Luiti, “el mejor mariscaor que ha habido en Cádiz”, el espejo donde se miraban unos jóvenes Javi Osuna y José Quintero; Juan recuerda de cuando se le derrumbó el techo de la casa y se tuvo que ir a la de su suegra un tiempo, “y el dueño vino a quitarme todas mis cosas y las tuve que recoger allí frente al Carmen que las metieron (Baluarte de la Candelaria)”; Chano se acuerda del día en que abrieron un boquete por el techo del bache de su calle y entraron a robar “pero lo único que hicieron fue borrar las cuentas que se apuntaban en la nevera metálica” (qué ánge); Manuela se ríe de aquel bautizo de cuando vinieron Antonio Gades y La Polaca a rodar El amor brujo y sacaron “el pescao frito del cajón de una mesa”... “Uy, yo ahí estaba embarazada de ésta –señala Juani a su hija– y me preguntaban todos los días que cuándo iba a parir... Al final en aquellos días fue y me tuvieron que llevar al hospital y todo”. “No había mucho, pero éramos muy felices”, vienen a resumir todos...
La solidaridad, la comunidad. Unos pendientes de otros. Las puertas de las casas que, o son cortinas o se atrancan apenas con sillas (“échame una visuá, que voy a salir un momentito...); los cordeles que se comparten para tender (“y que no soplara el levante..., no veas el numerito”), las vidas entrelazadas (“cuando nos sentábamos a quitar nudos de las redes y mientras jugábamos a la lotería...”)
Se conjura la belleza de la escasez, oiga, y el orgullo de la pobreza. “Que de Los Chinchorros hay gente que hablaba como si allí viviéramos animales, y no, éramos gente de la clase trabajadora, obreros, gente del mar, y que si había dos que metían la gamba, también los había, y los hay, en Bahía Blanca”, sentencia Juan.
En las imágenes del productor de Canal Sur Radio y en los óleos sobre lino del pintor del alma de Cádiz están una y otra: belleza y orgullo; escasez y pobreza; y hasta un punto de ensoñación, de irrealidad, pues si los recuerdos de la mesa podrían remontarse a los 50 o los 60, las fotografías son del 91-92, y, sin embargo todo nos rima, todo nos envuelve en un solo discurso, el de la abundancia de felicidad en tiempos de estrechez.
Cosas de la bondad de la arenosa memoria, que igual se mete en los ojos para llorar por la comunidad perdida, que se acumula en el alma para enterrar los trozos de techos que caían sobre las cabezas.
También te puede interesar
Lo último
Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?
La tribuna
Voto de pobreza
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
LA HERIDA MILAGROSA
1 Comentario