El “faki” y el fulano que no comía

Matajaba, el hombre que comía bombillas y serrín en las puertas del Mercado de Abastos 

Carlos Agüero, el periodista cubano que estuvo un mes encerrado en una urna de cristal

Carlos Agüero en el interior de la urna situada en el paseo de Canalejas
Carlos Agüero en el interior de la urna situada en el paseo de Canalejas

30 de junio 2024 - 07:00

A lo largo de los años por la ciudad de Cádiz han pasado multitud de personajes singulares. Artistas, buscavidas, y cuentistas que lograron llamar la atención de los gaditanos y cautivarlos con sus actuaciones. Algunos de ellos pasaron a formar parte de las letras de las agrupaciones de Carnaval y, tal vez, gracias a ello permanecieron durante muchos años en la memoria colectiva de la población. 

En esta ocasión vamos a recordar algunas de las vicisitudes de dos célebres personajes que todavía hoy son recordados por muchos gaditanos. Nos referimos al “Fakir” Matajaba, el “Faki”, y al cubano Agüero, “el fulano que no comía”.

El primero de ellos estuvo trabajando en nuestra ciudad en los últimos años de la década de los cincuenta del siglo pasado. Se hacía llamar “Fakir de Majataba” y llamó la atención de niños y mayores. Este “fakir” colocaba su tenderete en las afueras del Mercado Central de Abastos, en el lateral de Correos. 

Majataba hacía su presentación de una manera muy cutre, con una túnica desgastada, una tela vieja como escenario y un turbante de pega con una piedra colorada que simulaba ser un valioso diamante. Lo cierto es que la cutrez del vestuario no llamaba mucho la atención en aquellos años .

A cambio de unas pesetas, el “faki” tragaba unos sables, comía bombillas, piedras y arena. Algunos gaditanos llevaban bombillas viejas, que Matajaba no dudaba en triturar y tragar tranquilamente. El número principal llegaba cuando el artista procedía a tumbarse sobre una tabla con puntillas, algunas “mohosas”. y allí permanecía largo rato, “en trance”, hasta que disminuía el número de curiosos y marchaba a su pensión con la colecta, que no era escasa.

Tanta fue la expectación levantada por este fakir que Diario de Cádiz envió a su joven redactor Evaristógenes, Evaristo Cantero, para conocer algunos detalles de este sujeto. Resultó que el famoso “faki” era un hombre de 34 años natural de Valladolid y que llevaba en el ‘oficio’ desde los siete años. Lo de Majataba era porque sonaba muy bien y le daba un toque oriental y exótico a sus actuaciones.

El sujeto aseguraba que había pasado mucha hambre y que eso le hizo ser “fakir”, . Nunca le hizo daño comer cristales, arena o tiza y la única vez que necesitó ayuda médica fue cuando se introdujo unas patillas de gafas por la nariz y estuvo a punto de tener un serio disgusto.

En Cádiz el hombre estaba encantado, pues todos los días había numerosa concurrencia y no pocas monedas. Había solicitado enterrarse en el albero de la plaza de toros de Asdrúbal en el interior de una caja durante treinta minutos. Sin embargo, la autoridad municipal le negó los permisos necesarios para ello.

Evaristógenes preguntó a Majataba si le gustaban los cristales. La respuesta fue de las que hacen época; “mire usted. Yo como cristales por necesidad. A mí lo que me gusta de verdad son los bistec de ternera”.

Muy distinto a Majataba fue el caso del periodista cubano Carlos Agüero. Este último pasaría a la memoria colectiva de Cádiz, donde aún permanece, pero con un sentido humorístico dado por el gran Paco Alba, que hizo una versión alegre de las hazañas del cubano Agüero. 

El Fakir Matajaba, comedor de bombillas y arena y aficionado a los bistec de ternera
El Fakir Matajaba, comedor de bombillas y arena y aficionado a los bistec de ternera

En julio de 1963 llegó a Cádiz el periodista cubano Carlos Agüero, que llevaba a cabo una larga campaña anticomunista. Había estado preso por el régimen castrista en el Castillo del Príncipe y al huir decidió llevar a cabo una serie de ayunos voluntarios para recaudar fondos contra el régimen cubano.

Antes que en Cádiz este periodista había estado ayunando en Madrid, Melilla, Ceuta, Málaga y Jerez, si bien esos ayunos habían sido de quince días y en Cádiz pretendía estar encerrado un mes. La urna era de metal y cristal de dos metros de largo, uno de ancho y uno de alto.

El 8 de agosto de ese año, Carlos Agüero, se introdujo en la urna situada en la entonces avenida Ramón de Carranza en las inmediaciones del Café Español. La urna fue cerrada con cuatro candados cuyas llaves fueron entregadas a distintas entidades de nuestra ciudad, una de ellas a Diario de Cádiz.

En el momento de comenzar su encierro, Agüero dirigió unas palabras a la numerosa concurrencia para asegurar que su actitud respondía al deseo de paz en Cuba y en todo el mundo. En el exterior de la urna y como enlace con todos estaba el también cubano profesor Gulmar C. Henriques. De la seriedad y rigor científico del experimento se encargó el doctor Acevedo, médico del Juzgado de Instrucción y el practicante Antonio Martín Vegue.

Y allí permaneció un mes entero. Cientos de gaditanos lo podían comprobar a cualquier hora del día o de la noche. Agüero solo estaba acompañado de un pequeño transistor y en el cristal había unos pequeños agujeros para facilitar la respiración, y siempre aletargado.

Al mes justo, y con la solemnidad que el caso requería, fue abierta la urna en presencia de las entidades portadoras de las llaves. Agüero besó la bandera de Cuba, dio gritos de ‘Gracias, Cádiz’ y ‘Viva Cuba libre’ y cayó desvanecido en brazos de sus amigos y colaboradores. Su estado físico fue comprobado por el médico designado.

Al año siguiente, Paco Alba presentó la comparsa Los Fígaros en las Fiestas Típicas Gaditanas y en uno de los cuplet hacía referencia al cubano terminando de manera magistral:

“en San Fernando se 

le acabaron todos los pesares

se tiró a bocajarro sobre 

un lebrillo de bienmesabe”.

Si no fue verdad, merecía serlo.

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