“Siempre me he sentido querido por los gaditanos”
Entrevista con Fernando Benítez 'Nando'
Nuevo hijo predilecto de la ciudad de Cádiz. Él mismo piensa que no se lo merece, pero pocos gaditanos no saben quién es o pocos hay que no posean una de sus esculturas en su casa.
TIENE 77 años, 78 en diciembre. Escultor, carpintero, actor de teatro, extra de cine, decorador de interiores, pastelero.... gaditano. Ahora, cuando su memoria de barro pierde aristas día por día, le llega el anuncio por parte del Ayuntamiento de Cádiz de que ha llegado el momento de reconocerlo como hijo predilecto de la ciudad de Cádiz. Trabajador como el que más. Trabajaba 15 horas al día mientras que Picaso sólo trabajaba cinco o seis, según cuenta. Su pasión es Cádiz y los gaditanos y ha logrado atrapar en barro parte de la historia de la ciudad y de su Carnaval.
—Vamos a intentar aclararle a Cádiz qué hubo realmente detrás del famoso robo de la réplica del busto de Paco Alba...
–Es cierto que siempre ha habido un cierto halo de misterio pero la cosa es mucho más sencilla de lo que la gente se imagina. Simplemente me la robaron del taller. La policía me llamó una noche para notificarme que habían roto uno de los cristales y que habían entrado. A pesar de que allí había mucho más que robar, sólo se llevaron el busto de Paco Alba.
–Pero no tardó en aparecer, ¿no?
–Qué va. Al día siguiente. El que la robó no estaba bien de la cabecilla y nos contó que Paco Alba le hablaba desde detrás del cristal del escaparate y que, por eso se la llevó. Al día siguiente la imagen apareció envuelta en una manta junto a la tienda, sin apenas daños. Sólo tenía la visera rota.
–¿Y llegó a conocer al que se la robó?
–Sí claro. Me pidió perdón y le perdoné al instante. Retiré la denuncia, sobre todo, entendiendo que era una persona enferma. De hecho, pocos meses después se suicidó y su cuerpo apareció flotando en aguas del Muelle.
–¿Quién le encargó esa figura?
–La Federación de Peñas. Se hizo mediante suscripción popular. Los establecimientos colaboraban como podían y listo. Se dice que detrás de esa historia del robo había interés de hacer publicidad para recoger más dinero. Lo cierto es que el cristal estaba roto y que el pobre que se la llevó apareció magullado por haberse metido a través del escaparate para coger a esa figura de Paco Alba que, según él, le hablaba.
–¿Conocías del barrio al que se la robó?
–Sí, era de por aquí, pero se ve que se asustó mucho cuando vio la trascendencia que tuvo la noticia del robo a través de la prensa. Recuerdo que, sin apenas haber tenido nada que ver con su creación, fue lo primero que inauguró Carlos Díaz tras su llegada a la Alcaldía. Ha sido una imagen muy maltratada. Antes estaba en el mirador que hay junto al colegio Santa Teresa. Le robaban los focos, lo llamaban San Porro porque allí se congregaban los chavales a fumarse sus porros. Estuvo muy dejado de la mano de Dios.
–¿Recuerda cuánto le pagaron por la imagen de Paco Alba?
–(Durante la entrevista estuvieron presentes los dos hijos de Nando, Rocío y Fernando, que, de vez en cuanto, ayudaban a su padre a arañar algo de su ya frágil memoria).
Rocío: “¿Te acuerdas papá que algo parecido te pasó con el busto de un cristo?”
Nando: “Sí, verdad. Tenía un busto de un cristo expuesto que aparecía atado con unas cuerdas reales. Un señor me llegó a decir que se le había aparecido esa imagen en su casa y que, por favor, le quitara las ataduras. Otra señora venía de vez en cuando hasta el taller para ponerle claveles al cristo, así que opté por exponerlo algunos días con las cuerdas y otros sin ellas. Era mi gente, gente de Cádiz.
Nando Benítez
"No me acuerdo cuánto me pagaron por el busto de Paco Alba, pero sé que no fue mucho dinero"
–¿Llegó a vender esa imagen?
–Creo que no.
Rocío y Fernando casi al unísono: “¿Cómo que no, papá? Claro que lo vendiste. En esa época decías que todo estaba en venta. Tenías mujer e hijos así que había que traer dinero a casa”.
Nando: “La gente no sabe lo que es sacarse un sueldo de un trabajo que tú haces con tus manos. He malvendido muchas cosas, pero una de estas ventas te salva el mes”.
–¿Cómo se valora el precio de una obra que sale de su mente y moldea con sus manos?
–Pues según el dinero que te hiciera falta ese mes. Nunca tuve una visión muy clara a la hora de valorar mis obras.
–¿Con el arte se gana dinero?
–No.
–¿Y podría haber ganado más dinero?
–Sí, claro que sí.
–¿Pensó alguna vez en irse de Cádiz para tenerlo más fácil a la hora de valorar una obra de arte?
–Sí que lo pensé alguna vez, pero nunca quise hacerlo. El tema de las pastelerías (además de artesano pertenece a una familia de pasteleros muy arraigada a Cádiz) me mantenía atado a mi familia e intentaba compatibilizar siempre los dos negocios, sobre todo por respeto y por ayudar a mis hermanos. Aunque reconozco que al principio de mi carrera como artista, los pasteles me tapaban los agujeros, y después fue mi profesión de artesano la que terminó tapando los agujeros de la pastelería.
–¿Siempre le gustó lo que hacía?
–He disfrutado mucho haciendo mi trabajo. He hecho siempre lo que yo quería y lo que me iba pidiendo el cuerpo.
–¿Tenía horarios en su jornada de trabajo como artesano?
–No tenía horarios para crear.
–Habría días en los que habría deseado no tener que dejar una obra a medias, ¿no?
–Ahí la que me tenía más controlado, incluso después de casado, era mi madre, que llamaba todos los días a mi casa para ver si ya había llegado, y le decía a Rocío: “Mira este hombre, la hora que es, y todavía no ha llegado”. Era un control materno que duró hasta que ella falleció.
–¿Recuerda esa primera obra con la que todo el mundo ya tuvo que reconocer su valía como artesano?
–Hice un chalet con granos de arroz con 14 años. Lo expusieron en el escaparate de una tienda y tuvo mucho éxito. En tiza llegué a hacer el monumento de un médico que hay en la plaza del Falla. La paciencia siempre fue una de mis grandes facultades.
–¿Se sintió obligado alguna vez por su padre a seguir la saga de los pasteleros?
–Nunca. Él no nos obligaba a nada. Nos dejaba ir a nuestro ritmo siempre. Pero no hay que olvidar que, en aquel momento, el negocio de las pastelerías Benítez dejaba mucho dinero. Luego llegó la bollería industrial y las dietas y esas historias y dio el bajón. Ahora la gente quiere volver a lo artesano huyendo de lo industrial...
–¿Cuando le preguntaban por su profesión respondía que era pastelero o artesano?
–Artesano
–¿Cree que esa profesión se lleva en la carga genética?
(Aquí es su hijo Fernando el que responde)
Fernando: “Mi padre quería que yo siguiera sus trayectoria. Él tenía muy claro que quería que yo fuera escultor como él”.
Nando: “Es cierto, lo confieso. Siempre me hizo mucha ilusión y era interesante ver en él la continuación de mi obra”.
–¿Le enseñó a ser artesano o eso no enseña
–No. Él tenía cualidades que yo, incluso, no tenía.
(Rocío, la hija de Nando, es ahora la que salta)
Rocío: “Pues toda la carga genética se la quedó mi hermano. Soy profesora y hay veces que dibujo en la pizarra un caballo y mis alumnos no saben si es un caballo, un perro o un elefante, así que imagine mi genes de artista”.
–Pero me consta que más allá de la escultura, su gen artístico no se quedó ahí...
–Hice teatro y algo de cine. De hecho estuve en una compañía en la calle Arbolí que se llamaba Gris pequeño teatro junto a Sánchez Casas, más conocido como Garratón. Éramos muy amigos, y lo tenía como a alguien muy reivindicativo. Pero un buen día desapareció y decían que se había ido para Madrid. Poco tiempo después vimos en la tele que lo habían detenido como miembro activo del Grapo. Fue toda una sorpresa tanto para mi como para todo Cádiz.
–Hasta que llega el momento de dejarlo todo menos la escultura...
–Sí. Llegaron las vacas flacas a finales de los 90 y dejé la pastelería para volcarme de lleno en el taller. Hubo épocas muy malas, incluso con embargos. Recuerdo haberme tenido que traer el horno a mi casa para que no me lo embargaran. Recuerdo que mi mujer, Rocío, lo pasó fatal en esa época.
–¿Se ha sentido siempre reconocido en Cádiz?
–Cádiz siempre me ha querido. Siempre ha habido personas que han apostado por mí.
–De todas formas también tenía fama de protestón. Siempre criticaba a los políticos y finalmente se sigue sin saber si es usted de derecha o de izquierda...
–Ni yo mismo lo he tenido nunca claro. Siempre trabajé tanto para los unos como para los otros. Me llevé igual de bien con Carlos Díaz como con Teófila.
–¿Pero a cuál le tenía más cariño?
–Con los dos me pasó lo mismo. Teófila llegaba al estudio y me decía: “Mira, Nando, vamos a hacer maravillas con esto o con lo otro”. Carlos Díaz igual, pero luego pasaba el tiempo y no se hacía nada. Siempre apoyé mucho a Teófila porque esa mujer siempre me ha caído muy bien y siempre creí que llegó para cambiar muchas cosas.
–¿Nunca se ha definido políticamente?
–He votado a Carlos Díaz, a Teófila, a Kichi, al principio, porque pensaba que venía a cambiar muchas cosas. Si uno no funciona, hay que cambiarlo. Me ha gustado siempre renovar. Eso sí si alguna vez le tuve que decir a alguien que era un sinvergüenza, le decía que era un sinvergüenza.
–¿Y cuál es la fórmula para llevarse bien con todos?
–Siempre he trabajado por Cádiz y listo.
(En el tema de la tendencia política, es su hijo Fernando el que interviene)
Fernando: “Siempre ha sido muy generoso y siempre ha ido por delante de los tiempos. No olvidemos que en su haber tiene denuncias por poner esculturas eróticas en el escaparate del taller. Siempre fue muy liberal y muy echado para delante. Pero luego, por contra, ha sido siempre muy estricto y le gusta la gente decente y esa imagen le relacionaba más con la derecha, pero tenía la habilidad de llevarse bien con todo el mundo”.
–¿Pero luego siempre ha muerto por el Carnaval?
–Todas las mañanas sigo escuchando Carnaval. Me trago hasta las infantiles. Siempre me venía la gente del Carnaval. “Mira Nando, que tenemos que dar un premio a no sé quién pero no tenemos con qué pagarte”. Siempre me ha gustado colaborar con el Carnaval.
–¿Y recuerda haber tenido alguna vez algún enemigo?
–No, no lo recuerdo. Y si lo tuve alguna vez, siempre intenté congraciarme lo antes posible. Nunca me gustó acumular rencor ni hablar mal de nadie.
–¿Recuerda cuál fue su última obra antes de retirarse?
–Los problemas de espalda fueron a más y ya me sentía incómodo. Puede que fuera una que hice de una mujer con dos hijos que le regalé a Rocío.
–¿Cuántos jubilados pueden tener una figura suya en sus casas?
–Ufff, incalculable.
–Pero también recuerdo una época en la que decía que antes muerto que replicar y replicar una misma figura…
–Sí, pero la crisis llega y empecé a trabajar a demanda. Recuerdo que cuando abrió el Palacio de Congresos me harté de hacer ánforas. En un congreso de ginecología hice decenas y decenas de figuras de embarazadas.
–¿Y cuantas figuras fueron a la basura porque no terminaban de gustarle?
–El barro se moja y vuelves a convertirte en su dueño.
(Fernando, también reconocido artista gaditano, interrumpe)
Fernando: “A mí me hacía gracia cuando escuchaba como algo sorprendente que artistas como Picaso trabajaban seis y ocho horas al día. Mi padre trabajaba hasta 15. Eso sí, lo hacía porque quería. Tuvo que meterse en la producción industrial porque tenía que sacarnos adelante. La figura de Los niños del paraguas fue un pelotazo. Con que nos encargaran 50 niños del paraguas, nos arreglaban el mes”.
–¿Cuántas figuras de Los niños del paraguas puede haber esculpido?
–Si le digo mil me quedo corto. Incalculable. Es cierto que trabajar por encargo termina por secuestrar tu creatividad y dejar de lado tu vocación que es la de crear, crear y crear.
–¿Recuerda qué puede haber sido lo más raro que le pueden haber encargado?
–Me encargaron la máscara mortuoria de Pemán. Y dije que no. Tenía que trabajar con el cadáver, le ponían unos aceites para hacerle yo la máscara. Dije que no y no sé si alguien la llegó a hacer.
(Fernando le suelta: “Papá, confiésalo. Te dio ‘jindoy’”)
–Se sonríe cada vez que le comento lo del nombramiento como hijo predilecto de Cádiz. ¿Cree que no se lo merece?
–No. Hay otra gente que se lo merece más que yo.
–¿Usted ha dado mucho por Cádiz?
–Por descontado, pero considero que no tengo una valía para merecer este galardón tan importante. Nunca me ha gustado creérmelo. Me alegro mucho por mis hijos y por toda mi familia.
–¿Pero le hace ilusión?
–Me hace gracia.
–¿Conoce usted a Kichi?
–Sí, claro. Pero no personalmente. Prefiero a su mujer, Teresa, la veo una mujer con mucha fuerza.
–¿Y ninguno de los políticos ha dado con la tecla del cambio que, según usted, necesita Cádiz?
–Me he sentido muchas veces desilusionado. Lo pasaba muy mal cuando me invitaban a ser jurado de los juanillos. Emitíamos el voto y me decían: “Ahora vámonos al Faro a ponernos púos a consta del contribuyente. Prefería irme para casa. Me invitaban al Falla, a todos lados, y nunca iba a nada.
–Su aportación al carnaval ha quedado también ahí. Puede que todas las agrupaciones hasta hace unos años tuvieran una imagen en barro firmada por usted.
–He tenido muchos y muy buenos amigos en el Carnaval. En el año 85 o por ahí, se creo una asociación de artesanos del carnaval que nos encargamos Peinado, yo, y algunos más de refundar. Hicimos el barco de ‘Raza maldita’, la máscara que rompe tras la presentación de Antonio Martín, las gambas que estaban pegadas en las parrillas de Tres notas musicales. Pero tuve que dejar de lado estas intervenciones porque con una escultura mía ganaba mucho más que partiéndome la espalda haciendo decorados y siempre entendí que había verdaderos profesionales en la materia.
–¿Tiene algún personaje preferido?
–Aparte de los niños, siempre me ha gustado recrearme con los personajes típicos de Cádiz. Esa María Bastón.... los personajes típicos de mi infancia. Me gustó modelar la vida del Cádiz de los 60: el que vendía mariscos, el que llevaba la caña del país a cuestas. Eso era Cádiz y siempre mi opción era Cádiz.
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