Fray Junípero Serra en el convento de San Francisco de Cádiz

Tribuna de Historia

Fray Junípero Serra llegó a Cádiz el 7 de mayo de 1749 junto con otros 16 franciscanos

Se alojó en el convento de San Francisco hasta que partió el 28 de agosto hacia América

Lápida conmemorativa de la estancia de Fray Junípero Serra en el convento de San Francisco de Cádiz.
José María García León - Historiador

30 de septiembre 2024 - 07:00

La figura de Fray Junípero Serra Ferrer y su ingente labor evangelizadora supone un hito de especial trascendencia en la amplia y compleja labor que España llevó a cabo en América, circunscrita, en este caso, a los territorios correspondientes a buena parte del actual estado de California.

A raíz del Descubrimiento de América, el trasiego de Cádiz con el Nuevo Mundo convirtió a la ciudad en una ventana hacia el Atlántico, desde donde salían periódicamente buen número de flotas que acreditaban un gran movimiento comercial. Junto a todo ello, esa labor evangelizadora que ya, desde Isabel la Católica, se quiso dejar patente en aquellos territorios ultramarinos, continuó casi sin pausa alguna con la presencia, junto al clero secular, de buen número de componentes de las órdenes religiosas, fundamentalmente jesuitas, franciscanos, agustinos y dominicos. Todas ellas contribuyeron notablemente no solo en el desarrollo de las labores propiamente pastorales, con la creación de catedrales, conventos e iglesias, sino que también destacaron por su actividad docente, educativa y asistencial, al fundarse por parte de la Corona un buen número de universidades, colegios mayores y hospitales.

Fue a mitad del siglo XVIII cuando esta labor dio un nuevo giro al orientar sus objetivos al norte del Virreinato de Nueva España, que coincide con territorios del Sur de los actuales Estados Unidos. En unos momentos en que, al dictaminarse la eliminación del sistema de flotas, se permitió no solo un mayor dinamismo en el tráfico (los navíos no tenían ahora que esperar una fecha prefijada para sus salidas), sino, también, una intervención más intensa de los núcleos de comerciantes.

Con anterioridad a 1754 las concesiones de tierras para misiones eran hechas directamente por la Corona Española. Pero, habida cuenta de lo remoto de los lugares, así como las dificultades inherentes a la comunicación con aquellos gobiernos territoriales, se transfirió un nuevo poder a los virreyes de Nueva España para conceder tierras y fundar misiones en América del Norte. En consecuencia, los planes para las misiones de la Alta California se establecieron bajo el reinado de Carlos III y se pueden interpretar como una respuesta, en cierta medida, a los preocupantes avistamientos de comerciantes de pieles rusos a lo largo de la costa californiana, que eran vistos como una amenaza para España desde mediados del siglo XVIII.

En un contexto así, Fray Junípero Serra llegó a Cádiz el 7 de mayo de 1749 junto con otros 16 franciscanos procedentes de varias partes de España, tras haber pasado antes por Málaga. Como correspondía a las normas de su orden, estuvieron alojados en el convento de San Francisco, uno de los que gozaban de mayor predicamento en la ciudad, pues, según el testimonio de uno de los viajeros más significados que se acercaron a Cádiz a principios del siglo XVIII, como el dominico Padre Labat, contaba con un alto número de frailes, poco más de sesenta, destacando las capillas de San Antonio de Padua y la de San Luis Rey de Francia, de particular devoción esta última, sobre todo, por parte de la colonia gala.

Disponemos de unos breves datos personales de Serra, extraídos, según era preceptivo, del informe que los oficiales de la Casa de Contratación, establecida en Cádiz desde 1717, anotaron con fecha de 15 julio. Este informe respondía a las conocidas “reseñas”, requisito imprescindible para poderse embarcar a América y en las que se puede leer: “Sacerdote, natural de la villa de Petras, en Mallorca, de edad de 35 años, mediano de cuerpo, moreno, poca barba, ojos y pelo negros”. Doctor en Filosofía y Teología, había dejado su cátedra en el mallorquino Seminario Lulliano para emprender esta nueva tarea. 

Se da la circunstancia, además, en esta relación de Cádiz con América que, desde el punto de vista religioso, su partida se realizó bajo la supervisión del que, por aquellos años, era obispo de Cádiz, monseñor Tomás del Valle, perteneciente a la orden de los Dominicos. Este prelado, de especial sensibilidad por la realidad americana, antes de ser nombrado para la sede gaditana en 1733 había sido propuesto, precisamente, para ocupar la diócesis de Cartagena de Indias, población que, cercana a los 20.000 habitantes, pasaba por ser la más poblada del Virreinato de Nueva Granada. Con todo, había rehusado, pasando, pues, a suceder en Cádiz a monseñor Lorenzo Armengual de la Mota. 

Tras la demora propia, debida a los correspondientes trámites burocráticos y logísticos, partió el 28 de agosto, arribando a Puerto Rico y desde allí puso rumbo a Veracruz, donde desembarcó a comienzos de diciembre. Realizó una amplia labor en Nueva España, básicamente en Querétaro, durante algo más de diez años. Luego partiría para la Alta California a fin de continuar la obra que anteriormente habían llevado a cabo los jesuitas, expulsados entonces por Carlos III. La primera misión que fundó fue la de San Diego de Alcalá en 1769 (término municipal de San Diego), así como la de San Gabriel, en la actual Los Angeles. En total puso en marcha nueve misiones y presidió otras tantas, algunas de ellas convertidas hoy en grandes urbes norteamericanas. 

Canonizado por el Papa Francisco en 2015, se da el caso, único para un español, de contar, a propuesta del estado de California, con una estatua en el Salón Nacional de las Estatuas del Capitolio de Washington, junto con otras ilustres personalidades de los Estados Unidos. Murió en 1784 en la misión de San Carlos Borromeo (Monterrey).

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