Nosotros, los gaditanos

El avance de Cádiz como ciudad de los últimos años no ha eliminado problemas que ya son eternos

José Antonio Hidalgo Cádiz

25 de mayo 2014 - 01:00

¿Qué nos pasa?

En las tres últimas décadas, Cádiz ha experimentado una profunda transformación, eminentemente física, que nos permite disfrutar ahora de una ciudad más habitable, con más y mejores servicios, con más y mejores equipamientos públicos y con una mejor oferta privada en sectores como la hostelería y el turismo. El Cádiz de hoy es sustancialmente mejor que el de hace tres décadas, cuando se dejó atrás la oscura etapa de la dictadura.

Sin embargo, estos treinta años no han sido suficientes para solventar varios de los problemas que históricamente han estado unidos al propio devenir de la ciudad. El desempleo, la falta de vivienda, la formación de los más jóvenes. Son cuestiones que siguen estando en el debe de Cádiz y cuya complicada solución dificulta el desarrollo de la ciudad y dificulta sobre todo el necesario debate sobre un modelo urbano que pueda estar vigente durante las próximas décadas, única forma de afrontar el futuro con garantías de éxito.

A pesar de las mejoras acumuladas en estos años que nos debería de haber abierto grandes posibilidades de crecimiento, hoy la ciudad vive un ambiente de evidente incertidumbre sobre su futuro. Asumiendo que es una imagen general en buena parte del país, producto de la crisis económica, social y política, también es cierto que aquí se acrecientan los problemas y que la salida de ellos parece más lejana que en otras tierras, debido a los propias limitaciones de espacio que tiene la ciudad y de un día a día dependiente de la actividad del Ayuntamiento, sobre el que recaen todos los problemas, aunque muchos dependan de otras administraciones.

Este estado anímico no se traduce en una respuesta acorde a los problemas por parte de la mayor parte de la ciudadanía, que mantiene una apatía ya histórica. Los movimientos alternativos que sí han ido naciendo en los dos o tres últimos años tienen una escasa presencia social y una mínima capacidad de atracción y movilización. La defensa por parte de algunos de un pensamiento único, despreciando al que no piensa igual que ellos, resta legitimidad a estos colectivos pues acaban por asemejarse a lo que ellos critican, añorando épocas pasadas. A ello tampoco ha ayudado la salida a la luz de conflictos sociales que han sido aprovechados por sus propios protagonistas en beneficio propio, incluso provocando con engaños el malgasto del dinero público. Si los ciudadanos ya desconfiaban de los políticos, ahora también ponen en duda situaciones de crisis de algunos de sus vecinos. Tal vez ello ha provocado que los intentos de crear asociaciones ciudadanas más allá de los partidos tradicionales han fracasado por una falta de implicación de muchos de sus promotores. Sólo en casos puntuales, como la plataforma en favor de la Aduana, ha funcionado la acción ciudadana. Se mantienen opciones como las del 15-M, un colectivo volcado en los problemas de los más necesitados que, sin embargo, obtiene una respuesta muy escasa de los propios vecinos.

La Universidad tampoco ha sabido cumplir su papel como locomotora de la sociedad, acuciada como está, también, por los recortes inversores. Apenas existe una implicación con el día a día de los gaditanos y eventos culturales que en su día dieron prestigio, como los primitivos Cursos de Verano.

En el horizonte no se atisba grupos o particulares capaces de dirigir un resurgimiento de Cádiz.

La pasividad urbana ha ido en incremento en apenas unos años. Lejos quedan las grandes movilizaciones laborales, cuando la ciudad llenaba sus calles en defensa de su industria... Ahora, cierra la Tabacelera, con doscientos años a su espaldas, y somos unos cuantos los únicos que lo lamentan, ante el silencio bochornoso de las redes sociales, tan animosos en otras cuestiones más mundanas.

Todo ello con una ciudad con 18.000 desempleados, rozando el récord histórico, y una población cada vez más avejentada, con un término urbano casi agotado.

¿Qué nos pasa?¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Nuestra realidad, es producto de la última crisis o forma parte del ADN gaditano? ¿Cuál es el camino que debemos seguir para salir de esta profunda crisis?

Este diario ha conversado con profesores de la Universidad, veteranos políticos, miembros del colectivo vecinal, autores del Carnaval, jóvenes... para analizar cómo Cádiz ha llegado a lo que es y cómo puede salir adelante. Un análisis que nos hace viajar en el tiempo a la búsqueda del momento se produjo el punto de inflección.

Alberto Ramos Santana, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz, retrocede hasta la ciudad de 1812 y los años posteriores para situar a la "última etapa más brillante, en materia de política y cultura, que ha vivido Cádiz. Tras el Doce hay un espíritu combativo y de lucha. Se reivindica, por ejemplo, el Depósito Franco, cuya supresión posterior por orden de Fernando VII no será entendida y costará mucho superar". Son años, estos del siglo XIX, en los que aún subsiste "una burguesía mercantil que es capaz de adaptarse a las nuevas situaciones y, tras la caída de las colonias y el comercio con América, se invierten en nuevas empresas como las bodegas o las entidades financieras".

Destaca la capacidad de movilización de la ciudadanía, como cuando peligró la Facultad de Medicina o cuando el primer instituto de secundaria se ubicó en Jerez. "Los intereses de la ciudad unían a todos los partidos políticos, al contrario de lo que ahora ocurre". Es decir, una ciudad capaz de desarrollarse como tal.

Todo comenzó a decaer tras la revolución de 1868 y un reinado, el de Alfonso XII "que fue muy duro con la ciudad a lo que se unió la pérdida de la relación con el mar, que siempre ha sido esencial". Sólo de forma muy puntual, colectivos ciudadanos mantuvieron el pulso de la ciudad, como pasó con la Sociedad de Turismo, especialmente activa a principios del siglo XX, aunque el fracaso de la celebración de los actos del centenario de la Constitución de 1812 fue otro golpe para la moral gaditana que no logró recuperarse ni con los boyantes años veinte, para convertirse al poco en una sociedad que subsistía gracias a las grandes industrias públicas mientras que la abandonaban los últimos ejemplos de la floreciente burguesía.

Todos ello ha acabado sembrando la ciudad que es hoy Cádiz, constata el catedrático de la UCA, que se lamenta de la ausencia de un liderazgo político o social. "A Carlos Díaz le faltó carácter y a Teófila Martínez le ha faltado una conexión directa con la sociedad. Frente a ellos, no hay nadie en la sociedad gaditana que juegue este papel porque la gente no tiene ilusión, no confía en los políticos". Un estado de ánimo que Ramos dice que comenzó a labrarse antes de la actual crisis económica.

¿Solución?, la ve difícil. "Hoy se transmite un mensaje a los jóvenes para que se vayan si quieren un futuro, mientras la ciudad envejece. Se cierra la Tabacalera, una empresa que fue modelo, y no pasa nada. Y todo seguirá a peor porque antes de hacer una catarsis general es esencial el desarrollo económico y garantizar la subsistencia de los ciudadanos", algo que hoy no ocurre.

Rafael Garófano, veterano en la política gaditana, tiene claro que "el deterioro de la ciudad está relacionado con la falta de trabajo y de renta per capita. Hay que considerar, como dijo Ortega, que somos nosotros y nuestras circunstancias", a la vez que afirma que Cádiz perdió un tiempo esencial para afianzar su desarrollo social y económico. "Como ciudad deberíamos de haber tenido un periodo más largo que el de una generación para acabar con el lastre profundo que suponía la incultura que había", sentencia.

No obstante, rechaza la imagen del gaditano como "indolente, poco trabajador y propenso al cachondeo". "Se da a entender que el vecino de aquí es de esa forma independientemente de la ciudad que tenga. ¡Pues ese gaditano es el que se marchó a Castellón y funcionó como gran trabajador! Con todo, en una ciudad con una circunstancia laboral más favorable, el gaditano sería otro".

Sí considera negativa la preeminencia de la empresa pública en el sector productivo de la capital "pues la meta de muchos ha sido la de tener la garantía de un salario público, lo que ha ido en detrimento del emprendedor. Al final, esta mentalidad ha acabado por convertirse en un handicap para la ciudad". El cierre de estas empresas, en las últimas dos décadas, no se ha acompañado de políticas de fomento de otras industrias, que deberían de haber llevado a cabo las administraciones regional y central. Junto a ello, Garófano también menciona la salida del capital privado de la ciudad con la marcha de buena parte de su burguesía, "y los que se quedaron eran en su mayoría rentistas".

Buscar una solución a todos estos problemas es complicado para el veterano político si persisten cifras de desempleo tan elevadas. Reclama que se mire a la Bahía como una unidad. "En Cádiz el modelo industrial irá a menos y por tanto habría que reforzar otros sectores, como la administración, el comercio, la enseñanza y el turismo. Ahí es donde está el futuro de la ciudad".

Desde el movimiento vecinal se considera esencial "contar con la gente". Así lo afirma José Manuel Hesle, durante años presidente de una de las asociaciones más activas de Cádiz, la de Puntales. "Hay una falta de ilusión generalizada ante el futuro inmediato. Se constata que pase lo que pase todo va a seguir igual. Que hayamos dependido tanto de las administraciones creyendo que éstas nos iban a solventar los problemas ha acabado por provocar una falta de implicación de la sociedad en el desarrollo de la ciudad. Ahora, cuando las cosas están mal, hay que tener claro que no podemos trabajar para la gente sin la propia gente y que ésta asuma su papel".

Al igual que otros entrevistados para este reportaje, Hesle considera nefasta para esta ciudad buena parte del siglo XX. La pérdida del comercio marítimo, la marcha de las capas más adineradas y la permanencia de quienes tenían una peor formación. "Vivimos en palacios, pero en partiditos. La ciudad ha ido cambiando de fisonomía, pero con la miseria instalada en ella. Dependiendo del dinero público, y más tras la Explosión de 1947, lo que ha marcado a generaciones y a formas de plantearse la vida, frente a sociedades que han intentado ser más dinámicas a la hora de ser emprendedoras, como en Chiclana o Conil, por poner ejemplos cercanos a nosotros".

Lamenta también que se haya perdido la oportunidad de afianzar la ciudad como tal tras la llegada de los gobiernos democráticos al Ayuntamiento. "Salvo momentos excepcionales, el poder no ha generado una nueva dinámica frente a la actitud acomodada de la sociedad". Ahora, en tiempos de crisis muy profunda, José Manuel Hesle tiene claro que "recuperar la ilusión pasa por la participación vecinal. La gente mayor pasó hambre (tras la Guerra Civil) y tenía menos recursos que ahora, pero tenía la conciencia de que la unión permitía la mejora del conjunto. Hoy, sin embargo, existe un desencanto que impide esta visión. Y junto a ello, no contamos con líderes. Y cuando aparecen, se les machaca; cualquier que sobresalga es arrasado".

Daniel Rodríguez es uno de esos jóvenes de los que se habla en este reportaje. Jóvenes con un futuro incierto, donde la marcha de la ciudad parece la única solución. Frente al desánimo de muchos, él sí se integra en colectivos que intentan moverse, y aunque reconoce que "parte de la ciudadanía sigue siendo muy pasiva" también constata que "cada vez hay más respuesta de colectivos ciudadanos". "Hay aires de cambio, gente con ganas", afirma con esperanza.

A la situación de decadencia actual se ha llegado por culpa "de una actitud política y socio económica que viene de lejos", poniendo como ejemplo "la eliminación de la actividad fabril, que nos está abocando hacia un sector terciario que es muy inestable en el tema laboral". Todo ello ha provocado un daño irreparable en la ciudad y, especialmente, en el grupo en el que Daniel se integra por su edad: los más jóvenes. "Pertenezco a una generación abocada a la emigración. De mi entorno somos pocos los que permanecemos en la ciudad, por lo que se está perdiendo un gran valor para el futuro más inmediato de Cádiz", como en su día se fue la burguesía y todo ello dejando libre un parque de viviendas cada vez más extenso en número. Pisos vacíos que "no ayudan a solventar el grave problema habitacional que sufrimos".

Duda de la efectividad de líderes sociales como forma de activar a la misma sociedad. Propugna, en cambio, la creación de espacios donde la gente pueda comunicarse. "No es necesario un liderazgo, porque debe ser un proyecto común", concluye.

José Antonio Vera Luque también ve la ciudad mal. Es uno de los autores del Carnaval más crítico, con más capacidad de trasladar a sus letras los verdaderos problemas de la ciudad. "La gente que viene de fuera no entiende lo que ocurre aquí. Para lo bueno y lo malo, tenemos un punto especial que yo lo achaco a nuestra situación geográfica y a las escasas necesidades de muchos vecinos, que no necesitan mucho para llevar una vida placentera".

Es lo que él ha visto desde siempre. "Es algo cotidiano. Más que ambición hay conformismo, aunque en su momento Cádiz sí tuvo un activo movimiento social que ahora ha desaparecido". A pesar de los problemas "somos una sociedad más acomodada". "De vez en cuando se crean plataformas, pero éstas no tienen continuidad, como ha pasado con el 15M que empezó con mucha fuerza y ahora sólo quedan los nostálgicos. Y para que la ciudad cambie es necesaria la participación de la gente", porque Vera Luque tiene claro que en la clase política es muy difícil encontrar un nombre capaz de tirar del carro debido a la desconfianza que hay con ellos.

Lamenta y le preocupa esta falta de respuesta ciudadana. Aficionado al fútbol, reconoce que le llama la atención que miles de aficionados atienden a una llamada puntual del club mientras que se quedan en casa "cuando hay asuntos más importantes". Lo mismo ocurre con el Carnaval.

Le pregunto qué pasa con esa gente que vitorea las letras más críticas de la fiesta, pero que después se muestra pasiva en el día a día. "Es paradójico, es misterioso. No es algo que sea negativo... pero tampoco positivo", contesta.

De cara al futuro más inmediato, tiene claro que Cádiz seguirá perdiendo población, no habrá espacio para nuevas viviendas ni para industrias. "No se ven soluciones desde las distintas administraciones, aunque sea poner una tirita, más allá del caramelito que son los cruceros y los turistas". Y concluye rotundo: "Si tuviera 20 años menos, todo pinta a que tendría que coger la maleta y marcharme porque lo que aquí está pasando es la muerte a pellizcos".

Ignacio González Dorao tiene una visión especialmente crítica sobre la ciudad y sobre los gaditanos. Al frente de Cadigrafía ha trabajado en proyectos de promoción de la propia capital y conoce los ritmos de poblaciones de todo el país. Una visión crítica que concluye con un mensaje de optimismo, apoyado en la potencialidad de la propia ciudad, que para él está muy clara.

"Respecto a cómo está la ciudad, tengo tres sensaciones. Por una parte, Cádiz está sin terminar, debido a la multitud de proyectos que están a medias, la mayoría por peleas partidistas entre las administraciones; es una ciudad sin definir, porque nos falta un proyecto más imaginativo. Hay que descubrir nuevas posibilidades para esta ciudad adaptadas a los nuevos tiempos y a los nuevos mercados. Creo que seguimos arrastrando modelos de hace 15 años, que ya no funcionan o que funcionan mal. Y es una ciudad sin rentabilizar. Podría dar mucho más si estuviera gestionada con un concepto de rentabilidad económica y no política. Hay muchos recursos mal gestionados".

Considera González Dorao que se ha llegado a la situación actual "simplemente por culpa nuestra, de los gaditanos. Creo que debemos dejar de buscar la culpa fuera y mirar un poco la parte de responsabilidad que nos toca. Vivimos en una ciudad tremendamente subsidiada y con una población muy acostumbrada a ellos, y en muchos casos encantada con ello. Y con unos políticos, de todos los colores, que no ayudan mucho para romper esta dinámica, seguramente porque les interesa mantenerla". La responsabilidad es absoluta por parte de los ciudadanos. "Tenemos la obligación de romper con esta apatía y ese espíritu de 'que me lo den todo hecho'. Hay que mojarse y currar por la ciudad, porque las soluciones nunca van a venir de fuera, y no hay más que mirar la realidad para confirmarlo". "Hay que comprometerse con la gestión de lo público, que es nuestro, de todos, y no dejarlo en manos de los que nos han llevado a tener la ciudad que tenemos", constata.

"Faltan líderes, pero sobre todo falta iniciativa, para dejar de protestar y empezar a actuar. Tenemos líderes, pero son de una calidad muy discutible. Y en esta ciudad hay gente muy válida, que en su vida profesional destacan y gestionan muy bien". Para el empresario tal vez ésta sea una de las soluciones: "que estos ciudadanos válidos aporten tiempo y esfuerzo a lo público, a su ciudad. Un poquito cada uno, durante un poquito de tiempo. Pero seguro que con estos poquitos hacemos 'un mucho' de mucha más calidad y eficiencia que lo que tenemos ahora. Y lo que se prevé que seguiremos teniendo si no le damos la vuelta a esto".

El epílogo a la visión gaditana de nosotros mismos la pone un ciudadano extranjero, nacido en Alemania, pero que vive enamorado de esta ciudad desde que llegó a ella hace cerca de medio siglo. Hanz Josef Artz, eterno paseante por las calles de Cádiz, siempre cámara en mano para retratar lo bueno y lo malo, se muestra cauto a la hora de trasladar al papel su visión más crítica de la ciudad.

El admira su potencial, pero no comprende cómo cuesta tanto sacar adelante proyectos desarrollo, como la ausencia de lucha por la calificación de Patrimonio de la Humanidad. Asume que "vivir en una isla condiciona mucho el comportamiento de la gente, pero se nota que es una ciudad trimilenaria, con gran ingenio". Cree que tiene futuro, mucho futuro, si las cosas se hacen bien.

Y eso es tarea de nosotros, los gaditanos.

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