Joaquín Benítez
Luces y sombras en navidad
DE CERCA | MARCELINO DÍEZ
Para decir el nombre de Marcelino Díez y hacerlo con propiedad habría que hacerlo cantando y bien entonado. Este profesor y musicólogo está en el origen de la música vocal que se hace hoy en Cádiz, y por eso, entre otras cosas, será el martes nuevo miembro de la Academia de Bellas Artes gaditana. Un nombramiento del que se enteró por una noticia del Diario y que considera “, una íntima satisfacción, un honor inesperado e inimaginado. Estoy muy agradecido, porque a estas alturas de la vida a todo el mundo le agrada un reconocimiento. Uno no se lo cree demasiado, pero es la confirmación de que algo bueno habrás hecho por la música en Cádiz cuando se te reconoce así”.
—¿Cuanta gente ha pasado por sus manos?
—Pues... seguramente bastantes más dos centenares de personas, porque tuve muchos niños, en la primera etapa, cuando la escolanía municipal Añil, comenzó con sesenta y tantos niños que fui recopilando por todos los colegios, y eso duró 14 años. En la coral Universitaria también, aunque se renovaban más.
—En cierta forma, ha puesto usted los cimientos de la música coral en Cádiz.
—Bueno, realmente la época en que yo comencé con la Coral Universitaria, en la que por cierto sucedí a don Antonio Escobar, estaba todo muy en embrión. Era un trabajo bastante artesanal, se trabajaba prácticamente de oído, muy poca gente leía música o solfeaba. En ese sentido sí se creó el núcleo de lo que hay ahora, que hay un porcentaje alto que ya sabe música, la leen... aparte de que hay otros medios. Tiempos heroicos eran aquellos.
—Pero dieron sus frutos, es indudable.
—Yo me siento muy feliz de aquella época, sobre todo porque ahora veo que se creó un núcleo de afición musical. Había muchos que no habían entrado en este mundo de la música en su vida, y hoy día trabajan en grupos musicales, en coros... y algunos como directores. Los directores actuales de los tres que hay en Cádiz la verdad es que estuvieron trabajando conmigo en aquellos tiempos. Y además, sobre todo, que mantengo una estrecha relación con ellos. Siente uno verdadero cariño, casi paternal, con aquella gente que me soportó durante tantos años.
—¿Que mueve a la gente a integrarse en un coro?
—Los niños venían sobre todo porque sus padres le veían esta afición y los traían. Se les probaba la voz... Inicialmente, pocos demuestran una afición especial. Pero lo cierto es que esa semilla prende de una manera indeleble. Eso lo he experimentado especialmente en la escolanía infantil. Esos siguen teniendo una afición a cantar enorme, todos. Se siguen reuniendo periódicamente, incluso con sus familias, conservan entre ellos grupos de amistad, lazos afectivos enormes después de tantos años. Yo creo que la sociedad debe cantar más. La gente cuando canta está hasta más guapa.
—¿Qué tiene la música para provocar esa adicción?
—La música, si se es honesto con ella, y eso significa ante todo intentar hacer buena música, no buscar el aplauso fácil sino hacer un buen trabajo, lo que requiere un esfuerzo enorme por supuesto, se compensa luego con una afición enorme. La música tiene una gran capacidad de enganche.
—¿La música vocal especialmente?
—Sí, especialmente. Es la forma de expresión musical más intensa, que más conmueve. Parece una exageración, un disparate, pero yo digo: ponga usted un coro con las mejores voces imaginables, y ponga una orquesta con los mejores instrumentistas, póngalos a sonar y después me lo dice. Lo que pasa es que oímos habitualmente orquestas compuestas por profesores, con una carrera, que han hecho una oposición para ingresar, profesionales de alta calidad. Y lo que oímos de coros son grupos normalmente de aficionados, que no tienen la técnica necesaria para hacerlo brillar de verdad. Cuando se tiene un coro con una técnica excelente y una buena interpretación, es arrasador.
—¿Transmite más emoción la voz que un instrumento?
—Yo no sé si hay una diferencia en eso. También la instrumental conmueve profundamente si es de alta calidad. Pero el de la voz humana es el sonido más perfecto, el instrumento musical más perfecto, sin duda. También parece esto una exageración, pero yo en mis charlas les pongo un ejemplo, primero un aria bien cantada y luego una pieza instrumental, y digo, comparen ustedes el curso que sigue la voz humana y el efecto que produce, y comparen con esos violines que la acompañan tan brillantemente... comparen sonidos.
—¿A usted qué le atrajo desde joven de la música?
—Es una historia larga. Fue un trallazo de emoción lo que me atrajo inicialmente, un día en el colegio en el que durante una clase de dibujo pusieron una sinfonía de Beethoven. Y yo que nunca había oído eso, me quedé absolutamente prendado, apabullado... estuve dos o tres días con esa sensación. Pero antes de eso, yo procedo de un pueblo de León, Prioro, en el que se cantaba mucho, todo el pueblo, durante las misas, en las rondas... Y yo creo que eso influye. Criarse en un ambiente musical, al nivel que sea, influye muchísimo.
—Y muchos años después, tras haberlo oído tanto ¿sigue usted descubriendo cosas nuevas cada vez que oye a Beethoven, por ejemplo?
—Sí, sí, eso es. Cualquier obra, las grandes obras musicales no se agotan en una audición, en absoluto. Un libro lo puedes leer dos, tres veces, y lo puedes dar por agotado, aunque puedes seguir leyendo un Quijote toda la vida, claro... Una obra musical, en una primera audición no se capta ni el 30 por ciento de lo que tiene. En sucesivas audiciones vas descubriendo cosas, pero es que nunca acabas de descubrir cosas nuevas. También porque hay diversos intérpretes, y porque el director de esa orquesta le da un matiz especial... por eso es un lenguaje absolutamente inagotable. Porque está lo que aporta el intérprete. Por eso es infinito.
— Fue inevitable entonces, que estudiara música.
—Bueno, la estudié a trompicones. Por mi cuenta entré al Conservatorio, hice la carrera de piano pero en un grado elemental nada más, y después me dediqué a la música coral. Hice cursos con grandes directores, y después me interesó mucho la música antigua, el descubrirlas, y ya de mayor, cuando dirigía la Coral Universitaria, hice Musicología. Y para mí eso fue un descubrimiento. Es la carrera más bonita que se puede estudiar. Es algo maravilloso, el conocer la música desde todos los puntos de vista, el técnico, el histórico, el filosófico incluso. Culminé un poco mis estudios, y mi actividad musical, y en la última etapa me dediqué más a la investigación musical que a la práctica. Dejé ya los coros porque quería dedicarme intensamente a la investigación.
—Así descubrió usted los tesoros de la Catedral de Cádiz.
—Ya en los tiempos primeros de la Coral Universitaria, había oído decir que en la Catedral había una música muy buena antigua, de maestros... y yo me preguntaba a eso como se podría llegar, y a quién habría que pedir permiso, y cómo se conserva, y cómo está escrita, si en anotación antigua o moderna. Y me interesó mucho eso. Le estuve dando muchas vueltas. Y cuando pude estudiar Musicología en Granada, me metí a fondo. Ya previamente hubo una labor magnífica de Máximo Pajares, que hizo la catalogación de todo y lo ordenó. Y empecé a investigar sobre los maestros de capilla de la Catedral.
—Y escribió usted un libro fundamental sobre eso, La música en Cádiz. La Catedral y su proyección urbana.
—Me llevó mucho trabajo, después hice diversas obras sobre ese tema. Y descubrí autores de nombre todavía desconocido y que hacían una música excelente. Y ahí hay mucha música excelente. Lo que pasa es que hay que irla transcribiendo y poniéndola en funcionamiento. Pero bueno, ya hemos puesto algo: el estudio general de la obra, luego una selección de la Catedral de música del siglo XVIII, de Juan Domingo Vidal otro. Y son autores de grandísima calidad, y esto es hasta donde yo he llegado, pero hay autores ahí...
—¿Se puede hablar de joyas?
—Hay un autor que se llamaba Nicolás Zabala, que tiene unas 250 obras o más, y está todavía sin expurgar... y yo no tengo tiempo de hacerlo, pero hay que estudiar a ese autor. Siempre es complicado, por el mismo archivo, que no es cómodo trabajarlo
—¿Cómo aterriza usted en Cádiz?
—Pues de casualidad. Llegué en el año 69, va a hacer 50 años ya. Llegué por unas oposiciones. Yo entonces pertenecía a la Administración del Estado, en la Jefatura de Tráfico. Mi idea era marcharme para mi tierra cuando hubiera concurso de traslados... Y aquí sigo, irremediablemente amarrado por Cádiz, por su cultura, por su música, por su gente, por su ambiente, por la belleza de la ciudad.
—Por amor, en definitiva.
—Pues sí, Yo cuando hablo aquí de mi pueblo, Prioro en la provincia de León, soy un apasionado de mi pueblo. Pero cuando estoy por allá hablo de Cádiz apasionadamente. Es que no somos conscientes de que Cádiz es una de las ciudades más bonitas que se pueda imaginar. La estructura del Cádiz antiguo, por ejemplo: usted recorre el mundo y para encontrar una ciudad con la armonía arquitectónica que conserva, con la personalidad específica que tiene... no sé dónde habría que ir, pero no se encuentra fácilmente. Se encuentran mescolanzas, edificios por aquí, por allá. Pero un caso tan homogéneo...
—¿Entre sus alumnos ha hallado alguna joya?
—Hombre, sí. Sin querer personalizar, pero ahora mismo tenemos un músico Jorge Enrique García Ortega, que dirige el coro Virelay. Estuvo conmigo en Añil, de pequeño, y siguió. Entonces ya demostraba una afición enorme por la música, se le veía que lo vivía. Tiene su carrera de flauta, después se ha hecho cantante y es un extraordinario contratenor, que tiene interpretaciones no sólo en Cádiz, sino que ha dado giras en España y fuera de España. Es investigador también, lleva el coro Virelay que está muy interesado precisamente en la recuperación de nuestro patrimonio musical, y tiene unas programaciones muy sugestivas, siempre está buscando cosas nuevas para interpretar. Los coros adolecen a veces de estar en una rutina de siempre las mismas obras. Está también José Manuel Madueño, que dirige ahora la Coral, cantaba conmigo de tenor, y lo tuve luego de alumno en Magisterio. Pero también tuve entre mis niños a Merche, la cantante, sííí, en la escolanía, y también como alumna en Magisterio. También fue alumno mío en Magisterio José Guerrero Yuyu.
—Esto nos lleva a la música popular, otra de sus especialidades.
—Sí, es otra de mis pasiones, por lo de que en mi pueblo se cantaba tanto y bien, y se sigue cantando, y es una afición que siempre conservé. Y entonces, estando estudiando Musicología, una de las asignaturas es Etnomusicología, y había que hacer un trabajo sobre música popular, y se me ocurrió hacerlo sobre las canciones de mi pueblo. Y ese fue mi primer trabajo, con transcripción de las canciones de mi pueblo. Fui tirando del hilo, y con ciertos conocimientos me di cuenta de la belleza de algunas melodías populares. Siguiendo por ese camino y con la amistad de algunos eminentes musicólogos como Manuel Mnzano, he ido viendo la belleza de las melodías populares, que algunas son inmejorables. A algunas no se les puede añadir ni quitar nada, y las hay que son perfectas, y otras corrientes y molientes, y ordinarias también. Pero hay joyas que cualquier músico eminente se sentiría feliz de haber inventado en la música popular. Y si hablamos de la música andaluza, digo más todavía. Los villancicos andaluces son de una mayoría de una belleza... lo que pasa es que los oímos siempre acompañados con la botella de anís y deoído... y no nos paramos a ver la belleza del decurso melódico que tienen. Y son preciosas melodías.
—Y hablando de música popular, ¿qué puede decirnos el musicólogo sobre el Carnaval de Cádiz...?
—-Digo lo mismo. No soy asiduo ni asisto pero es un fenómeno absolutamente único, como tantos que tiene Cádiz. Es un caso único también en la historia de la cultura europea. Todo un pueblo que cante las vivencias del pueblo durante mes y medio dos meses, que las cante con esa pasión, y con esa calidad tan alta a veces. Técnicamente son expresiones bastante elementales, no tienen complicaciones, pero eso no quiere decir nada. Como inspiración, las hay magníficas. ¿Qué decir del Vaporcito del Puerto, que yo canto con pasión cuando voy a mi tierra? Sí, son melodías a veces muy selectas, aunque también las hay bastante pobres. Sobre todo, lo que es el fenómeno sociológico en sí: todo un pueblo que canta. Y hay que fijarse también en cómo actúan. Y que no es un grupo de veinte, son muchos grupos, varios miles de personas, y cómo actúan, qué bien, en el escenario. Eso lo tiene Cádiz, y no otra ciudad. Y otra cosa que no se suele resaltar: los que tocan los instrumentos en los coros, las orquestas. No se les da importancia, pero los hay buenísimos. Me pongo a escuchar y veo la calidad que tienen esos instrumentistas, los hay extraordinarios. Y todo eso es cultura. Siempre comenté que con la cantidad de intrumentistas buenos, qué grupos tan buenos se podrían hacer. Ahora hay al menos dos grupos muy buenos en Cádiz.
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