Glorificando a Dios a través de la música

Tribuna libre

La biografía de la monja gaditana María del Carmen Fernández de Castro (ÁCI), que ingresó en la Real Academia Hispano Americana con apenas 20 años, refleja la imagen de una entusiasta de la música, la historia y la literatura

Toda una virtuosa al piano, tocó haciendo pareja con Manuel de Falla e ingresó en la orden de las Esclavas del Sagrado Corazón

Ganó el Premio Virgen del Carmen de Literatura de 1957 pero sin desvelar que era mujer y religiosa

María del Carmen Fernández de Castro (ÁCI) nació en 1903 y murió en 1996
María del Carmen Fernández de Castro (ÁCI) nació en 1903 y murió en 1996 / D.C.
María del Carmen Cózar. Doctora en Historia

24 de diciembre 2024 - 07:00

María del Carmen Fernández de Castro nació en Cádiz el 21 de noviembre de 1903 en el seno de una familia de la alta burguesía gaditana formada por Manuel Fernández de Castro Vicente-Pórtela, ingeniero de Montes, y por María Ana Cabeza y Fernández de Castro. Era la mayor de los diez hijos habidos en el matrimonio.

Su infancia y primera juventud transcurren con su familia, sus padres, hermanos y abuelos paternos, con quienes vivía en la casa número 10 de la calle Zorrilla en el barrio de San Francisco y San Carlos, por lo que la plaza de Mina y la Alameda Apodaca fueron escenarios de sus primeros juegos y paseos. Como era costumbre en Cádiz, la familia solía pasar la primavera y el otoño en su casa de Puerto Real.

Desde muy niña, María del Carmen manifestó un gran interés por las letras y las artes. Recibió una educación esmerada que empezó su madre, quien le enseñó a hablar en francés y de quien la niña escuchaba absorta el relato de los episodios de la Historia de España. Más adelante continuaría formándose en su propia casa de la mano de Emma Calderón y de Gálvez, académica de la Hispano Americana y brillante escritora de prensa. Fue de ella, con toda probabilidad, de quien María del Carmen recibió sus conocimientos literarios y el arte de la escritura. La niña crecía feliz en una familia buena, culta y de profundas convicciones religiosas, a cuyo calor se forjaría una destacada personalidad y el esforzado carácter que habría de mostrar en el futuro.

De María Ana, su madre, heredó también su afición a la música y a la pintura. En ambas pronto daría muestras de poseer grandes dotes. No es de extrañar que sus padres, conscientes de su talento, decidieran matricular a la joven en la Academia de Santa Cecilia, donde tuvo la fortuna de tener como profesor a un gran pianista y organista, Camilo Gálvez.

El 12 de octubre de 1923 María del Carmen participó en la fiesta que organizó la Real Academia Hispano Americana con la colaboración del Excelentísimo Ayuntamiento de Cádiz y de la Real Academia de Santa Cecilia para celebrar la que sería llamada en España y en América ‘Fiesta de la Raza’. En el programa de actos aparece su intervención al piano: Albaicín (Suite Iberia), Albeniz, por la Srta. María del Carmen Fernández de Castro, piano. Concierto (Primer tiempo), Scriabin, para piano y Orquesta, por la Srta. Fernández de Castro.

Su actuación debió ser brillante a ojos de la Corporación académica que, al mes siguiente, en junta ordinaria celebrada el 6 de noviembre bajo la presidencia de su director, a la sazón Pelayo Quintero, la nombró Académica de Honor. María del Carmen tenía tan sólo 20 años.

La nueva académica continuaría su carrera musical, ofreciendo frecuentes conciertos en la Academia de Santa Cecilia. En uno de ellos, Concierto a cuatro manos, tuvo por pareja a Manuel de Falla. Y es que sus actuaciones no pasaban desapercibidas para los grandes maestros, como fue también el caso de José Cubiles, famoso pianista y director de orquesta gaditano, que acudió expresamente a una de las actuaciones de María del Carmen al piano, quedando impresionado por la fuerza de su pulsación, la agilidad de sus dedos y la sensibilidad artística de su interpretación.

Durante estos años, María del Carmen, Macamen para su familia y amistades, crece en conocimiento y destreza, pero también en santidad. En su hermana Elena encontraría una gran aliada, en el momento en que ambas decidieron ser religiosas. Apenas iniciada la veintena sería consciente de su vocación. “Fue una tarde –me contaba– cuando paseaba por la Alameda. Me paré frente a la Iglesia del Carmen y, entonces, se me declaró el Señor”. Firmemente convencida de la llamada de Dios, decidió profesar como Esclava del Sagrado Corazón pero, para complacer a sus padres que no querían ver frustrado el genio artístico que despuntaba en ella, aceptó con espíritu obediente posponer hasta su mayoría de edad –entonces 25 años cumplidos, en el caso de la mujer– una decisión tan trascendente para su vida.

Activa, dinámica y entusiasta, continuó su vida artística y social. Pero en 1929, cuando todo apuntaba que la prometedora carrera de Macamen seguiría por los mismos cauces, su impulso interior a consagrar su vida a Dios se impuso, y entró en el convento. Emprendido su noviciado en Gandía, lo finalizó en Valperga (Italia), donde hubo de exiliarse con sus hermanas en 1931 como consecuencia de la política adoptada por la II República en relación con las congregaciones religiosas. El llamado juniorado –es decir, los estudios de Humanidades– lo realizaría en Roma. Debió ser una gran alegría para ella encontrarse con su hermana Elena, que la había seguido al convento y en la misma casa italiana iniciaría su noviciado. Ambas permanecieron en aquel país hasta que, al acceder al poder el Gobierno radical-cedista en 1934, pudieron ambas hermanas regresar a la patria, concretamente a la casa de Barcelona.

Durante su estancia en tierras catalanas, María del Carmen estudió pintura con Vicente Borras, uno de los mejores pintores que había entonces en la Ciudad Condal, valenciano y, como tal, gran colorista. En septiembre de 1935, transcurridos seis años desde su toma de hábitos, María del Carmen terminó su formación humanística y regresó a Roma para completar sus estudios de música, composición, órgano y canto gregoriano. Al año siguiente había estallado la Guerra Civil en España y, por este motivo, realizada ya en Roma la ‘Tercera Probación’ ignaciana, sería en Lisboa donde, el 2 de febrero de 1937, haría su profesión perpetua. Alejada de su familia en tan importante momento de su vida, gozaría, sin embargo, de la compañía de su hermana Elena. La ya Madre María del Carmen, haciendo gala de su amor a la tierra que la vio nacer, hizo grabar en su anillo de profesa los nombres de San Servando y San Germán, patronos de Cádiz, por los que sentía gran devoción.

Terminada la guerra, la Madre Carmen fue destinada a Pamplona y posteriormente a Cádiz, donde compaginará su vida religiosa con la labor docente propia del carisma de su Congregación. Rebasada ya la treintena, reencontraría su pasión por las humanidades y comenzaría a desarrollar una fecunda labor literaria e historiográfica. Fruto de su investigación es una biografía del Santo Rey Fernando III de Castilla y León titulada Nuestra Señora en el arzón. De esta obra, publicada en 1948, es importante destacar que su autora adoptó un patrón parcialmente dialogado, que presenta la singularidad de estar redactado en castellano antiguo. Por esta causa, la obra fue reeditada en 1987 por The Foundation for a Christian Civilization, Inc de Nueva York, para uso de estudios hispanistas en la universidad norteamericana. Recientemente ha sido objeto de una nueva reedición que fue presentada en Sevilla el 27 de mayo de 2013 por el catedrático de Historia Medieval Rafael Sánchez Saus, en un acto presidido por el Arzobispo Monseñor Juan J. Asenjo.

De obligada mención es la obra El Almirante sin tacha y sin miedo, una documentadísima biografía de Federico Gravina y Nápoli, Capitán General de la Real Armada, Comandante General de la Escuadra y héroe de Trafalgar, que fue prologada por el Almirante Estrada, Jefe que fue del Estado Mayor de la Armada y miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia Hispano Americana. Profunda conocedora de la Historia general, la erudición de la autora no alcanzaba a campos tan específicos de una obra de esta naturaleza, como eran la historia y la estrategia marítima. Pero nada de eso la arredró, antes bien, desafió su afán de saber y esa curiosidad tan propia de los investigadores que la llevó al estudio no ya de esas disciplinas, sino del mismo arte naval del tiempo de su biografiado. En este esfuerzo, desarrollado en la década de los cincuenta, sería su mentor no sólo el Almirante Estrada, sino el Almirante Julio Guillén, director del Museo Naval y también miembro de las Reales Academias de la Historia e Hispano Americana.

Fruto de una labor tan ardua como estimulante para una mente inquieta como la de María del Carmen, fue Gravina quien instó a la autora a que presentase su obra a los Premios Virgen del Carmen de literatura. No obstante –y esta es la anécdota– le recomendaron sus amigos firmar como C. Fernández de Castro, ocultando así su condición femenina y su profesión religiosa. Eran muy otros aquellos tiempos, tanto que temía –acaso sin motivos– que no se aceptase la calidad de la obra de otra manera a los ojos de los caballeros del jurado. Así pues sería editada y presentada la primera edición de la obra por Escelicer. Y así sería apreciada su calidad por el jurado del Ministerio de Marina, que le concedió el Premio Virgen del Carmen en 1957.

La Madre Carmen, en una imagen de juventud.
La Madre Carmen, en una imagen de juventud. / D.C.

En 1960 la Madre Carmen fue destinada a Roma, esta vez como organista, donde se especializa en canto gregoriano. Su regreso a España sería como profesora de Música del Colegio de Córdoba, pasando después a desempeñar la misma tarea en el Colegio de su ciudad natal, donde transcurriría la última etapa de su vida activa, ya en cercanía de su familia. Durante este tiempo compaginó con gran entusiasmo la enseñanza con la composición musical, de la que nacieron varias misas cantadas polifónicas y fueron rescatados del olvido y armonizados numerosos villancicos y otras canciones populares. Un recuerdo de aquel tiempo, tan entrañable como fructífero, es el coro Arcis, que formó con sus alumnas y que ellas han continuado a través del tiempo, perpetuando su recuerdo. Dirigido por Piluca Pérez, hoy sigue alegrando nuestros oídos con las composiciones de su antigua profesora.

El 16 de abril de 1987, al cumplirse sus bodas de oro, cincuenta años de profesión religiosa, la Asociación de Antiguas Alumnas del Colegio de San José de Cádiz rindió a la Madre Carmen un merecido homenaje por su labor docente y sus méritos literarios y musicales. La Real Academia Hispano Americana, por su parte, concedió a quien era su Académica de Honor la Placa de Plata, su máximo galardón, en reconocimiento a sus méritos académicos.

Aquejada de una grave enfermedad, María del Carmen tuvo que permanecer en cama durante los diez últimos años de su vida, sin que la dulzura de su carácter y su magnífica disposición para el trabajo se alterasen por ello. Así, continuó vinculada como miembro a la Asamblea Amistosa Literaria, fundada en Cádiz por el célebre marino y científico Jorge Juan y continuada por Julio Guillén, a quien ella llamaba su “sobrino adoptivo”, coronel de Intendencia de la Armada e hijo del Almirante Guillén. Activa hasta el último momento y plenamente lúcida, en 1995 fue invitada a participar en el Congreso celebrado por la Cátedra ‘General Palafox’ al cumplirse el Bicentenario de la Guerra contra la Convención Nacional Francesa, y ella se animó a presentar una comunicación sobre las operaciones navales en Tolón y en la Bahía de Rosas durante aquel conflicto.

Mujer de firme voluntad y carácter, siempre entrañablemente familiar, cariñosa y amable, su humildad y alegría en el servicio a Dios y al prójimo ha dejado un recuerdo difícil de olvidar y un ejemplo digno de imitar. Murió en loor de santidad en Cádiz, en 1996, a los 93 años de edad.

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