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“La hostelería de Cádiz ha pasado de tocar el cielo a verse en el infierno”

De Cerca | Entrevista con el empresario hotelero Sebastián Martínez

El empresario, jerezano de origen y gaditano de adopción, levantó junto a su padre el hostal Imar que, en 2007, dejó de ser hostal para convertirse en uno de los cuatro estrellas de la ciudad: el Hotel Spa Cádiz Plaza

Sebastián Martínez, en la recepción del hotel que ahora dirige su hija Noelia, el Spa Cádiz Plaza / Jesús Marín

A dos días de ponerse la vacuna contra el covid, este histórico hotelero, a la vez que uno de los fundadores de Horeca, Sebastián Martínez está loco por seguir viviendo. Tiene tantos motivos como hijos y esposa tiene. Su media vida es ella, Mari Carmen Sánchez. Fue el Gordo de la Lotería y el hecho de tener un padre que olía los negocios lo que le llevó a fundar en Cádiz el hostal Imar. “I” de Isidoro y “Mar” de Martínez, su padre. Y sobre este hostal levantó el Hotel Spa Cádiz Plaza, en la Glorieta Ingeniero La Cierva. Isidoro, otro de sus grandes tesoros y del que heredó su vista para los negocios aunque él mismo lo niegue. Le mandó más veces de la cuenta a guardar los cochinos con el puerquero cada vez que le traía un cate, pero hasta de eso aprendió. A día de hoy observa los toros desde la barrera pero parece dispuesto a tirarse al ruedo si así se lo piden sus hijos. Sobre la situación actual lo tiene claro, hemos pasado de tocar el cielo a meternos de lleno en el infierno.

Sebastián Martínez, durante la entrevista con Diario de Cádiz. / Jesús Marín

–¿Aficionado o apasionado a la hotelería?

–El culpable fue mi padre. Era un hombre capaz de meterse en todo. Veía los negocios de lejos.

–¿Entonces el adicto a los hoteles era su padre?

–En Cádiz tuvo varios hoteles y negocios relacionados con la hostelería abiertos a la vez. Además del hostal Imar (rebautizado hace 14 años como Hotel Spa Cádiz Plaza), fue dueño también del que ahora es el Hotel Las Cortes, el hotel Rex en la calle Ancha, el hostal Sur, el hostal El Catalán...

–Pero retrocedamos a los orígenes si le parece bien.

–Mi padre, Isidoro Martínez, cogió el hotel El Comercio, en Jerez. Frente al Mercado. (Sebastián es jerezano al igual que cuatro de sus hijos, su señora es de Motril y su hija mayor, la ex concejala Carolina Martínez allá por 2006, con Teófila Martínez, ya nació en Cádiz). Luego se enteró que había un edificio en construcción en la plaza del Arenal y no se lo pensó dos veces, lo compró y lo convirtió en su primer hotel.

–Gran negociador pero también persona con suerte. ¿No?

–Sí. La verdad es que sí. (Mari Carmen, su esposa, estuvo presente en buena parte de la entrevista y le servía de punto de apoyo para muchas de sus respuestas:“La mano de Dios siempre estuvo sobre nosotros”). Hicimos un hotel muy bonito, pequeño, con nueve pisos de altura. La suerte era que coincidió con el aterrizaje de los americanos en la Base de Rota y me cogieron todo el hotel para ellos. Estuvieron allí dos años. Gran pelotazo. Lo reconozco.

Mari Carmen Sánchez y Sebastián Martínez, con sus cuatro hijos en el hall del hotel de Cádiz / Jesús Marín

–Y entiendo que ese negocio le abrió mil puertas...

–Al poco tiempo cogió un local cerca de la calle Larga, también muy céntrico y montó el restaurante El Rocío. Ya le digo que su cabeza no paraba y su visión comercial era grande.

–¿Tendría dinero, no?

–Tenía. Pero sobre todo le sobraba la valentía. Se convirtió también en una persona en la que los bancos confiaban. Pero tenía una peculiaridad. Él veía el negocio, lo montaba y lo dejaba en manos de alguien rápidamente. En el hotel dejó a mi hermano el mayor. Pero sin regalos. Le dijo “me tienes que dar tanto diario. A ver, ¿qué deja el hotel? ¿500 pesetas?Pues 300 para mí y 200 para ti”.

Sebastián Martínez

Empezamos, mi mujer y yo, peseta a peseta y poco a poco fuimos arreglando el hostal”

–¿Y cuando empezó a tirar de usted para sus negocios?

–Tenía yo 18 o 19 años y llega un día y me dice:¿quieres coger el restaurante?”. “Pero papá, yo no sé cómo va eso”. “Pues si no lo coges tú se lo doy a otro”. Así me respondió. Nada tenía que perder porque no tenía nada. Imagine, con apenas 20 años, soltero, sin estudios. Pues me metí en el restaurante y fue para mí un triunfo. Pero me llegó la edad de hacer la mili. La hice voluntario por Aire para poder quedarme en Jerez, pero me encontré con un problema. Yo, en el restaurante, era el que iba cada mañana al mercado y ya, con la mili, una mili de dos años, no podía. Pero la suerte me volvió a sonreír. Esas cosas de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Un día escuche a mi teniente coronel diciéndole a mi brigada que necesitaba a algún soldado que tuviera moto. No me lo pensé dos veces y le dije:“Aquí me tiene a mí, mi teniente coronel”.

–¿Y eso era bueno o malo?

–Pues imagine. Me quería para hacerle las compras a su señora cada día en el mercado. Perfecto para mí. Le hacía la compra a ella y, a la vez, hacía la compra del restaurante. Para colmo, el padre de Mari Carmen tenía un barco de pesca y regresaba a Cádiz cada 15 días. De ahí me llevaba yo al restaurante la mejor merluza y las mejores pijotas.

–¿Y cuando empezamos a hablar de Cádiz capital?

–Pues ya pronto, porque estando al frente del restaurante de Jerez, ya con novia, me llegó otro pelotazo. Esta vez en forma de Gordo de la Lotería. Me tocaron doscientos y pico mil pesetas. Lo que hoy serían como unos 20 millones de pesetas. Me compré un piso en Jerez y no lo dudé. Llamé a Mari Carmen por teléfono y le dije:“Nos casamos en septiembre”. Algo que, por cierto, a ella le sonó a locura.

Sebastián Martínez

"Ahora con el covid, con el decreto del estado de alarma, se nos cayó el mundo encima”

–Mari Carmen. Ese sí que fue tu gran pelotazo. ¿No?

–(Oculta su emoción entre toses que no vienen a cuento). Siempre ha sido mi otra mitad. Todo para mí. Mi esposa, mi consejera. Siempre me ha demostrado ser una persona muy inteligente y ha sabido decirme por aquí o por allí. Ella tenía sus estudios pero no se lo pensó. Se metió de lleno en mis negocios. Nos casamos, nos compramos un piso en Jerez y lo vestimos a nuestro gusto, con lo mejor que había.

Pero, de pronto, va mi padre y compra este hostal.Entonces esto era un edificio de viviendas. Le hablo del 62 o del 63, como mucho, Eran seis pisos muy grandes. Tenía tres plantas, con cuarto de baño en cada piso. Salieron 32 habitaciones.

Él lo cogió, lo puso medio regular y lo convirtió en el hostal Imar. Las persianas eran viejas, las ventanas, lo mismo. En aquel entonces puso aquí a un encargado pero no le dio buen resultado. Decía que nada más que sabía dormir. Entonces el hostal acogía a ocho o diez estudiantes de Medicina, de Arquitectura, de Náutica. Pero no tardó en pensar en mí. Un día se pasó por el restaurante y me dijo:“Sebastián, quiero que cojas el hostal de Cádiz”. Yo no me quería venir para Cádiz y Mari Carmen, tampoco. Allí vivíamos bien.

–¿Y su padre le daba la posibilidad de elegir?

–Él no regalaba nada. Me habló de ponerme un sueldo diario. No le gustaban los vividores. Me convenció con un contundente:“Piensa que vas a pasar de soldado a sargento, de tener que llevar un restaurante a llevar un hostal”.

–¿Y qué tal el aterrizaje?

–Al principio a regañadientes. Empezamos a vivir en una de la habitaciones del hostal. Y peseta a peseta empezamos a arreglar el hostal.

–¿Los dos solos frente al peligro?

–Me ayudó un gran operario, que fue León Camacho, de aquí de Cádiz. Era hermano de la mujer de Rafael Ortega, el torero. Era una gran persona, en el sentido de que era ese manitas que necesita todo buen hotel. Yo venía también de haber sido aprendiz de fontanero en Madrid. Entre los dos fuimos metiéndole un cuarto de baño a cada habitación. Eso ya fue un gran paso para el establecimiento.

–¿Y cómo era esta zona en aquel entonces?

–Por aquí apenas había nada. Sólo unos chalecitos y poco más.

–¿Y ya tenía varios hoteles la ciudad?

–No muchos. El Roma, el Francia París, el hotel Playa Victoria, el Parador y poco más.

–Tampoco había demasiado turista, ¿no?

–En aquel entonces, muy pocos. Y el poco que había era español. De Sevilla, de Badajoz... Gente de nivel que cuando probaba mi hostal ya no querían otra cosa.

–Un hotel familiar tendría su puntito...

–Los clientes se encariñaban pronto con toda la familia. Nos conocían por nuestros nombres. Había mucha cercanía y eso les hacía repetir año tras año.

–¿Y era un hostal caro?

–No. Para nada. Era muy barato. No me acuerdo el precio de la habitación. Y, además, en ese tiempo era Turismo el que te marcaba los precios.

–¿Y cuando empezaron los primeros llenos?

–La playa traía a mucha gente. Pero no puedo dejar de lado la cantidad de clientela que traía de la mano el Trofeo Carranza. Y gente de todo el mundo. Piense que aquí lo mismo te jugaba lo mejor de la liga portuguesa que los mejores equipos ingleses y la cream de la cream de la Liga española. Venían equipazos y la gente esas noches no paraba de arriba para abajo gastando dinero en la ciudad. Esto era una mina.

–¿Era el mejor momento del año?

–El Carnaval traía gente, pero menos. Era la playa y el Carranza, sobre todo. Te pagaban por una habitación lo que pidieras. No tenía que hacerlo pero he llegado a llenar de camas hasta el comedor para no tenerle que decir a mis clientes que no tenía donde alojarlos.

–¿Consideras que naciste hotelero o que tu padre te obligó a ser hotelero?

–Yo nací siendo un guardacochinos (a carcajadas). Estudiaba con los curas en Sanlúcar, pero no me gustaba estudiar y cuando suspendía alguna asignatura, mi padre me castigaba teniendo que ayudar al puerquero a guardar a los cochinos. Así que los primeros años de mi vida me pasé guardando cochinos (de nuevo a carcajadas).

–¿Entonces era todo más fácil?

–No. Todo había que trabajarlo mucho. Había demasiado papeleo para todo.

–¿Cuánto le ha dado la playa? En Jerez no la tenía...

–Me ha dado la vida. La cercanía con la playa nos daba para vivir todo el año.

–¿Y cuando empezaron sus hijos a meter el cuello?

–Tengo a Noelia de directora del Spa Cádiz Plaza, a Carolina de jefa de Recepción, a mi hijo Isidoro lo tengo con el actual hotel Imar. Mi cuarto hijo, el pequeño es un pequeño saltamontes. Lo mismo te llama desde la India... Va para arriba y para abajo. Hizo su carrera. Está muy bien preparado pero no es de los que les gusta estar mucho tiempo en el mismo lugar.

–Recuerda siempre los éxitos de su padre. Supongo que algún fracaso habrá por ahí.

–Muy pocos. Que yo sepa, al menos. Tenía una gran visión de los negocios y siempre me tenía a mí de mano derecha para las cosas más duras.

No se me olvidará cuando teniendo yo 17 años, compró los hierros del Teatro Eslava, del que sólo quedaban las ruinas. Allí me iba yo con otro amigo y me daba, a lo mejor, una peseta al metro. O al final, a veces, ni me pagaba. Le basta con decir que esperara a que lo vendiera y entonces me pagaría.

–Recordará con cariño los 9 años en los que estuvo cerrado el Hotel Playa, ¿no?

–Nos vinieron de escándalo.

–¿Pagabas bien a tus empleados?

–Ellos estaban contentos. Les daba porcentajes en función de lo que se ganaba que es lo mejor que había. Tanto trabajas, tanto ganas. Sabían que cuanto mejor estuviera el cliente, más dinero se llevaban a casa.

–¿Qué tipo de clientela tenía?

–Gente de nivel. Aquí, de batalleo nada. Además, mis estudiantes eran gente también muy buena.

Además, me tenían a mi Carolina siempre muy bien cuidada porque la usaban para hacer sus prácticas antes de los exámenes. Lo mismo le revisaban la vista que le miraban a ver cómo tenía los pies. Ella no necesitaba pediatra.

–¿Qué tal era su relación con el resto de empresarios del sector?

–Muy buena. Cada uno en su sitio y con su clientela.

Fui durante un tiempo presidente y uno de los fundadores de Horeca. Cada vez que podíamos, mi mujer y yo acudíamos a los congresos del sector de donde siempre nos traíamos algún aprendizaje.

Los tiempos que vive ahora Noelia como directora son diferentes. Aquí nos llegaban los clientes sin necesidad de reclamo alguno.

–¿Y cómo ve la situación del sector a día de hoy?

–El momento es ruinoso. Está la cosa realmente mal. Habiendo vivido lo que yo he vivido, ha sido pasar de tocar el cielo a ver el infierno. En otros países se está ayudando a la hostelería y a los pequeños comerciantes y aquí se están cargando la hostelería. No sé realmente cómo terminará todo esto.

–¿Se vio forzado a cerrar el negocio alguna vez antes del covid?

–Los dos años que duró la obra a la que sometimos al Imar para reconvertirlo en el hotel de cuatro estrellas que es hoy. Antes, nunca. Ahora con el decreto del Estado de Alarma se nos cayó el mundo encima. Nadie está preparado para esto. Nadie guarda unos miles de euros pensando en que algún día llegue un virus que nos obligue a cerrar los negocios.

–Les habrá salvado el colchón económico, ¿no?

–Sí. Hemos tenido que sacar dinero. Mi hija Noelia ha tenido que pedir un crédito ICOy, si no hubiera sido por el covid, habríamos terminado de pagar la hipoteca el año que viene. Ahora eso será imposible por culpa de esta crisis.

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