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Si los tiempos que marcan las grandes obras que se plantean en Cádiz fueran los mismos que en otras ciudades del país, la ciudad disfrutaría desde hace ya unos años de un hotel de lujo, de cinco estrellas, diseñado por uno de los grandes de la arquitectura mundial, Rafael Moneo, y ocupando uno de los edificios referentes de nuestra historia: la antigua sede de la Institución Valcárcel.
Pero, como es sabida, Cádiz se mueve a otros ritmos. Ritmos pausados hasta la desesperación en los que un cóctel nefasto conformado por la lucha política, la lentitud administrativa y el dinero acaba dando al traste a la mayor parte de estas grandes obras que, en su día, tenían entre otros objetivos marcan un nuevo camino para la capital.
Valcárcel, el inmenso edificio sede del Hospicio de la Hermandad de la Santa Caridad en el siglo XVIII, terminado en 1763 por Torcuato Cayón, proyecta como ningún otro inmueble o solar abandonado los traspiés de esta ciudad. Su magnitud, su referencia arquitectónica y su ubicación a pie de una playa tan turística como La Caleta, traslada al visitantes una imagen de abandono, y el gaditano, por lo menos al que se preocupa de verdad por esta ciudad, un estado de desesperanza.
Envueltos ahora en la polémica de si al final de reconvertirá o no en Facultad de Ciencias de la Educación, si la obra la paga o no la Junta, la UCA, Europa o nadie, Valcárcel puede entrar en un proceso de degradación física ante la incertidumbre de cuál será su futuro, nos viene el recuerdo de lo que pudo haber sido y no lo fue: un hotel de lujo para Cádiz. El primero de cinco estrellas.
Hace ya casi ¡20 años! la Diputación Provincial, su propietaria, optó por cerrar el colegio y transformar el edificio en un hotel, muy necesario ante la escasa oferta que entonces (mucho más que hoy) tenía la ciudad.
Al carro de este proyecto, criticado por el Ayuntamiento no por su finalidad, que aceptaba, si no por la tramitación administrativo que tuvo en su origen, se subió una empresa aragonesa, Zaragoza Urbana, con una estrecha relación de amor con Cádiz, pues aquí tenía, y sigue teniendo, su único hotel fuera de Aragón, el Playa Victoria.
La firma no dudó en contratar a uno de los grandes arquitectos españoles, Rafal Moneo, autor del Museo Nacional de Arte Romano de Merida o de la Catedral de Los Ángeles, y Premio Pritzker (el Nobel de los arquitectos) de 1996. Trabajó codo con codo con un equipo gaditano formado por Tomás Carranza y Javier Montero.
Felipe Sanz, consejero delegado de Zaragoza Urbano, visitante habitual de Cádiz, le marco el objetivo a seguir: conseguir el gran hotel de Cádiz y preservar al valor arquitectónico del viejo edificio.
En 2009 se presentó el proyecto. Lo cierto es que el diseño nunca se expuso, pero Diario de Cádiz sí pudo ver los planos de lo que iba a ser una obra excepcional.
La exigencia de respetar el histórico edificio incluía la demolición del ala lateral trasera que se levantó de nueva planta en la década de los 60 del pasado siglo de nueva planta. La idea: recuperar el diseño original.
El proyecto no forzaba los interiores del inmueble buscando más espacios. Todo lo contrario, el diseño quería áreas libres, zonas de descanso y habitaciones muy amplias.
En el edificio principal se proyectaban 110 habitaciones, accediendo a las mismas a través de los patios laterales, mientras que el central se iba a convertir en un gran espacio diáfano, con la fachada de la iglesia recuperada, para la celebración de eventos.
En la trasera del edificio histórico y dando a la calle Celestino Mutis si se pensaba construir un edificio de nueva planta, alargado hasta llegar a la calle Polier.
De alturas contenidas, de dos o tres plantas, y diseño de la fachada de acorde con el entorno, iba a acoger a otras 70 habitaciones además de los servicios del hotel como cocinas, lavandería, oficinas y almacenes. Además todo se completaría con una piscina y spa.
Uno de los elementos iba a tener un papel esencial en el nuevo complejo era la construcción, en parte del antiguo patio de deportes de la Institución Provincial, de una sala multiusos, lo suficientemente separada del edificio histórico para no romper la visión de sus fachadas.
Desde un primer momento Zaragoza Urbana tuvo claro que el proyecto debía estar "estrechamento conectado" con la ciudad. Para ello Moneo y su equipo planteó la apertura de cafeterías y restaurantes de libre acceso, a la vez que se iba a habilitar una biblioteca con una clara apuesta por las obras de temática gaditana mientras que, antes de la caída del proyecto, se analizaba la posibilidad de levantar un pèquelo edificio dedicado a locales comerciales.
En todo el subsuelo se construiría un aparcamiento subterráneo, con varias plantas públicas.
Cuando el proyecto estuvo listo en 2009 aún no estaban terminados los trámites burocráticos. El coste de la obra fue subiendo poco a poco, rondando ya los 50 millones de euros.
El inicio de la crisis económica de 2008 y las elevadas inversiones que Zaragoza Urbana había emprendido en su ciudad de origen, ante el retraso administrativo que acumulaba el proyecto de Cádiz, hizo que la empresa ajustase su calendario.
La dureza de la crisis provocó finalmente que se diese marcha atrás en 2016 a toda la operación. Zaragoza Urbana optó finalmente por la construcción de un hotel sustancialmente más sencillo, en uno de los laterales del solar de Valcárcal, operación que aún no se ha emprendido.
Hoy, casi 20 años después de ponerse sobre la mesa este ambicioso plan, Cádiz ni cuenta con un hotel de cinco estrellas (hoy tan necesario en plena expansión del turismo de calidad) ni ha sido capaz de cerrar la recuperación del Valcárcel.
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