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Miniatura modernista
IX CONGRESO INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA
Palabras, palabras, palabras. Eso que, en realidad, no es nada comparado con la contundencia de la realidad: “Todo el mundo tiene un plan –que decía Mike Tyson– hasta que le cae la primera hostia”. Eso que puede llegar a ser temible y merecer el desbrozamiento –nos contaba Orwell–, la guía de medidas que te ensancha la ventana de Overton, el famoso relato en boca de la nueva/vieja política. Palabras –Dios, hombre, libertad–, esas letras insidiosas que hicieron que la Enciclopedia tardara veinte años en salir. Dónde cree que va usted con esos papeles incendiarios.
El malabar de elaborar un texto constitucional que sirviera para todo el territorio español, para los dos hemisferios, se saldó –explicaba el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, en la sesión inaugural de la jornada de hoy en el CILE– con una Constitución “mixta y bastante peculiar, que no se ha repetido nunca en la historia y ha servido de base a generaciones enteras de constituciones, a pesar de los pocos periodos en los que fue aplicada”. Tampoco es, desde luego, que existieran muchos modelos: se podrían referenciar tres. Muchos de los agentes de vanguardia de la época, recordaba Muñoz Machado, eran anglófilos: bullían en Londres, el caldero de los tiempos. “Por allí pasaron Jovellanos y Argüelles, Bolívar, Blanco White... la mayor parte de este contingente –explicaba– deseaba una Constitución no escrita, como los ingleses, que más que un texto fijado fuera un cúmulo de costumbres”.
Para los próceres del momento, pensar en una “Constitución escrita a la francesa era algo odioso”. El espíritu de los tiempos parió, además, varias de su clase: en 1791, emulando a la que habían hecho los norteamericanos, la siguiente en 1793; otra, de nuevo, en 1795.
“El tercer modelo, por supuesto –continuaba Muñoz Machado–, era una Constitución siguiendo el modelo estadounidense, con la famosa declaración de derechos jeffersoniana”.
“Todos los constituyentes, más o menos –añadió–, estarán de acuerdo en que se había de dejar atrás el tratamiento de la religión tal y como se daba en el Antiguo Régimen, y en la separación de poderes. En su mayoría, los constituyentes eran liberales pero, también, realistas. En la Constitución del Doce no hay una lista de derechos fundamentales, como en la Constitución francesa, por ejemplo, ni siquiera una formulación del principio de igualdad. Pero todos los preceptos de la Constitución francesa están en el texto articulados de otra manera”.
Al hilo de la influencia de la Constitución de Cádiz en América, el vicepresidente de la Academia Internacional de Derecho Comparado (La Haya) y miembro de la Junta Directiva del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, Allan Brewer Carías, destacó el “proceso constituyente paralelo” que se vivió en Venezuela durante los años de la constitución de Cortes en Cádiz: en la primavera de 1810, en la provincia de Venezuela, “se dio algo parecido a lo que hoy llamaríamos un golpe de Estado –explicó–. Se dio forma a una extensísima declaración de derechos –entre las medidas, estaba la de prohibir el tráfico de esclavos negros–, separación de poderes, soberanía popular: antes de la Constitución de Cádiz, surgieron textos en Marina, Mérida, Trujillo, Barcelona, Caracas... “ Tras las posterior represión y el regreso de Fernando VII, “que declaró nulo y de ningún valor y efecto” el proceso constitucionalista, sólo sería a partir de la sublevación de Riego y el Trienio Liberal, en 1820, cuando se impondría de nuevo la Constitución, con la peculiaridad de que “todo lo que venía del liberalismo constitucional de Francia había desaparecido, así que este texto se convertirá en la bandera del liberalismo, y es entonces cuando la aportación gaditana empezará a tener valor como gran documento liberal”.
De hecho, para Juan Fernández-Trigo, secretario de Estado para Iberoamérica, el Caribe y el Español en el Mundo, la importancia del texto constitucional gaditano viene no tanto por el peso que ha tenido dentro de España como de su importancia en las Américas: “A diferencia de otras, sin embargo, la Constitución gaditana ni ha cortado cabezas ni ha seguido a un imperio invasor, sino que vino de un grupo de personas asentadas, y eso tiene de alguna forma una fuerza romántica –reflexionaba–. La Constitución de Cádiz va a ser referente en Italia, Portugal y también en Rusia”. Con el país eslavo va a existir una especie de sintonía en la época, “ya que ambos territorios fueron los que se levantaron contra Napoleón: y ambos territorios van a firmar lo que llamaríamos un tratado de amistad en el que se menciona a las Cortés de Cádiz como algo absolutamente admirable”.
La Constitución de 1812, señaló Fernández-Trigo, además de máximos como la separación de poderes y el compendio de libertades y derechos, tiene un elemento revulsivo en su concepto de nación “como elemento de reunión de todos los ciudadanos, pese a que la propia Constitución distingue entre ser español y ser ciudadano (es decir, ni los negros ni los mulatos podían entrar en ese concepto de ciudadanía). Contamos con los latinoamericanos pero hasta cierto punto –señaló–, que esto no se desborde: durante el XIX, va estar muy presente la estructura de la esclavitud para evitar la extensión de los derechos a América. Hasta tal punto que van a dejar sin representación a Cuba y Puerto Rico en las Cortes españolas, ante el temor de que los derechos que se reconocían en la península se tradujeran en problemas graves si se extendía el principio de igualdad a dos islas que tenían una gran población esclava”.
Por su parte, Pablo Ruiz-Tagle, reciente miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, reflexionó sobre cuál es el espíritu que anima a los textos constitucionales. Ruiz-Tagle mencionó, al respecto, la enorme labor a la que se enfrentaron los diputados americanos, que llegaron a Cádiz en representación de sus cabildos y, de repente, se vieron metidos en la elaboración de una Constitución: “Los dos representantes de Chile empalmaron con el bando más liberal de los constituyentes, pero sus ideas no tuvieron un efecto político inmediato –indicó–. A su regreso, propusieron la independencia y separación de la Corona española.” De hecho, la Constitución de 1828 fue revisada por el gaditano de tendencia afrancesada, José Joaquín de Mora, un texto que copiaba “muchos artículos de la Constitución gaditana”.
El español como lengua común fue el enorme epígrafe en torno al cual giró la sesión presidida por Carme Riera. Un título que, para el catedrático emérito de la Universidad de Valencia y director del IVALCA (Instituto valenciano de lenguas y culturas amerindias), Ángel López García, es en sí problemático. “La del español es una comunidad inmensa, pero no todos los usuarios están cómodos con esta idea –desarrolló–. Todo colonialismo soporta una base mestiza, pero mestizaje e interculturalidad no son espacios sinónimos. En el caso del español, el mestizaje viene antes y la interculturalidad, después. La lengua española no facilitó el mestizaje, sino que más bien fueron los indígenas los que la adoptaron para hacer más fácil su vida. También influyó –continuó– que los austrias estaban acostumbrados al plurilingüismo de sus territorios europeos, y no les resultaba extraño tener lenguas autóctonas. Había súbditos que querían hacer del náhuatl la lengua común de los nuevos territorios”. Así, para el especialista y también miembro del Instituto de Lingüística Aplicada, habría que mejorar las “relaciones de convivencia con otras lenguas en su propio territorio, incluida la península. Hasta entonces, la condición mestiza del español estará en entredicho”.
Para el periodista, escritor y traductor Martín Caparrós, “quizá haya llegado la hora de empezar a pensar un nombre para esa lengua que no fuera el del que la impuso a sangre y fuego, y que no sea el nombre de uno y de otro”. El autor argentino aboga quizá por “ñamericano, incluyendo esa ñ que es una letra novísima, que surge por la pereza de unos monjes que no querían repetir la n cuando se duplicaba: un homenaje a nuestra ímproba tarea de aliviar toda tarea. Seguro que hay mejores opciones –añadió–, pero sí me gustaría que empezáramos a ponernos de acuerdo sobre la conveniencia y necesidad de buscarla y así, algún día, sabremos que idioma hablamos”.
Como Caparrós, el escritor peruano Alonso Cueto es también, entre otros, premio Herralde de Novela. Del desarrollo del español como lengua que no es ajena a los idiomas amerindios hay constancias como la introducción de expresiones que fueron rechazadas en su momento, hasta el punto de que hoy día, el diccionario de la RAE incluye 75 palabras, por ejemplo, procedente del quechua. Aun así, cuando Cueto llegó a España en 1977 –contaba– se topó con un John Wayne que decía en la cantina cosas como “Chato, dame un corto”, y con palabras como maletero o jersey. “Sin embargo –explicaba–, muchas de estas palabras diferentes se han vuelto ya comunes. Uno de los caminos a esta comunidad del idioma lo han abierto las editoriales, con la publicación de novelas latinoamericanas”.
“Defender hoy día el español del contagio del inglés es tan absurdo como haber intentado defenderlo el árabe, la idea de la pureza o la inviolabilidad del idioma es inútil y anacrónica –aseguró–. No es cuestión de defender la pureza sino la complejidad del idioma, y su capacidad como herramienta de comunicación e inventiva”.
El escritor y periodista mexicano Juan Villoro habló de los coloquialismos como esas “variantes secretas vedadas al resto, y a través de las que cada país tiene su propio modo de volverse invisible”, aunque “la dinámica de la lengua nos permita identificar palabras que desconocíamos, estando condenados a entendernos. Al fin, el idioma es, como anhelaba Nebrija, un instrumento con un único tenor para todos los siglos por venir”. Aun así, a pesar de que la lengua “ha permitido la conversación entre más de veinte países, también ha minimizado a otras culturas”. Actualmente, hasta un quinto de los hispanohablantes en el mundo son mexicanos. Un recorrido tremendo ya que, cuando Cortés se apoderó de Teotihuacán, sólo un 1% de su ejército estaba integrado por españoles, y la lengua de la conquista y el virreinato fue el náhuatl.
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