La evolución de la infravivienda en Cádiz tras 20 años de inversión pública

El problema de la vivienda

Se cumplen 20 años de la entrega de la primera finca reformada gracias al Plan de Rehabilitación del Casco Antiguo

Hoy persisten las viviendas en mal estado

Imagen de una infravivienda de hace una década.
Imagen de una infravivienda de hace una década. / Lourdes De Vicente

Veinte años ya. Veinte años desde que la Junta entregó la primera finca reformada en su integridad en el Cádiz histórico. El primer resultado del Plan de Rehabilitación del Casco Antiguo. Desde entonces se han invertido 180 millones y actuado en 12.000 viviendas. Cifras que deberían de haber sido más elevadas, hasta completar todo intramuros.

El que iba a ser un plan único en España, que iba a eliminar la precariedad de la vivienda en el casco antiguo de Cádiz, solventando un problema de décadas, de siglos, se quedó sin fuerzas en su recta final, cuando la crisis económica de 2008 dejó a las arcas de la Junta exhaustas impidiendo la culminación exitosa del Plan nacido en 1999 y que, ni tras la recuperación económica ya en la segunda década de este siglo se recuperó para conseguir el broche final deseado.

Hoy, cuando celebramos los 20 años del final del primero de los proyectos del Plan, acumulamos ya varios ejercicios con un peligroso parón en cuanto a la rehabilitación del parque de viviendas, totalmente olvidado por la Junta desde hace una década y con las limitaciones presupuestarias que marca la actuación municipal.

Centrada como está en el mantenimiento de su parque ya existente, la Junta mantienen el grifo financiero cerrado casi totalmente. Cerró la puerta cuando apenas quedaban dos docenas de fincas aún con infraviviendas, lejos de las más de 300 que se habían localizado en 1999. Frente a la eliminación de esta situación en el Pópulo o casi en Santa María, aún persiste en zonas puntuales de La Viña y San Juan, sin una perspectiva de una solución a corto o medio plazo.

Aunque la infravivienda sigue presente en nuestra trama urbana, se ha producido en su propio concepto un cambio sustancial, como reconocen los colectivos ciudadanos con los que ha hablado este diario y que llevan años implicados en eliminar este problema. Por lo pronto, ya han desaparecido las imágenes de las cocinas comunitarias para varias familias, o los aseos utilizados por otras tantas, todos en un estado de absoluta precariedad. Y las viviendas, minúsculas, en las que residían dos o incluso tres unidades familiares, como aún ocurría en la década de los 90.

Hoy, las infraviviendas que no han logrado ser eliminadas mantienen ciertamente un nivel de habitabilidad muy precario, pero lejos de lo que en su día se denominó en Cádiz como chabolismo vertical.

Pero esta misma persistencia de la infravivienda en la ciudad, y de otros tantos problemas en el parque inmobiliario: accesibilidad, ausencia de ascensores en fincas antiguas, edificios pocos sostenibles... ha acabado por cansar a muchos de los afectados. Cuando se plantea a estas entidades ciudadanas la posibilidad de contactar con familias que viven en precario hay una respuesta unánime: "Están cansados, hartos. Llevan años reclamando una vivienda digna, saliendo en los medios, protestando ante las autoridades y sigue sin hacerles caso. Por eso están resignados y decepcionados", más allá de los que no quieren que se les vea en una situación degradante como ciudadanos, pues lo que antes era una desgraciada normalidad en el casco antiguo de la ciudad, en la que muchos convivían, ahora es afortunadamente una excepcionalidad.

Junto a ello, la pandemia. Viven en infraviviendas, o en viviendas con numerosas deficiencias, todas con espacios reducidos, con zonas comunes mínimas, muchas sin apenas ventilación, con la visión limitada a patios interiores, y han tenido que resistir allí metidos durante las épocas más duras del confinamiento. Y pasado éste, con la necesidad de evitar salir a la calle por una mera cuestión sanitaria, lo que es aún más duro si miran al interior de sus casas.

Desde las asociaciones vecinales, desde los colectivos que, como Derechos Humanos o Mujeres de Acero, entre otros, lideran la exigencia de viviendas dignas para todos, se reclama a las administraciones el retorno de las políticas de rehabilitación y construcción de nueva planta en el parque público.

Con especial dureza mencionan el olvido de la Junta desde hace una década, entonces con el PSOE y ahora con el PP y Cs, sin ninguna nueva promoción más allá las que se terminaron en La Viña y en Santa María tras más de diez años de espera. Y sobre todo, ante la falta de perspectivas de nuevos proyectos en intramuros.

“Mi marido sólo puede salir a la calle cuando tiene que ir al médico”

Con más de 30.000 vecinos y con un elevado porcentaje de sus más de 1.500 edificios destinados a viviendas con muchos años encima y sin los equipamientos habituales de un inmueble moderno, el casco histórico de Cádiz une a sus problemas de habitabilidad la falta de ascensores en un elevado porcentaje de sus fincas.

Y sin ascensor, edificios algunos de más de tres alturas y con los escalones altos habituales en las fincas antiguos, muchos de sus inquilinos acaban atrapados como en una cárcel, sin poder salir a la calle si no es con una ayuda que a veces no tienen.

Son, todas, personas mayores. Muy mayores. Muchas de ellos con afectados por enfermedades. Están en sus casas casi enclaustrados y sólo la atención familiar, si la tienen, les evita tener que acudir a los servicios sociales que prestan tanto el Ayuntamiento como los centros de salud de la Junta.

Es el caso de José. Tiene 77 años. Vive en la Viña, en la última planta de un edificio cuyos espacios comunes se reformaron no hace mucho pero que carece de ascensor, que no pone el propietario (muchas veces por impedimentos de la normativa municipal) y tampoco pueden financiar en la parte que les corresponderían los inquilinos, todo mayores y pensionistas.

Enfermo de Parkinson, sufrió hace unos meses una caída que le mantiene en casa. Le cuesta bajar las empinadas escaleras, a la que tiene un respeto unido a un cierto temor a repetir accidente. Cada día acude un asistente social del Ayuntamiento para levantarlo de la cama, asearlo y sentarlo en su sillón. Y sólo sale a la calle cuando necesita ir al médico. Entonces viene una ambulancia y es el personal del centro de salud el que lo baja, lo lleva al médico y después lo vuelve a dejar en casa. Más allá, nada.

Como él, se destaca desde el Ayuntamiento y también desde los servicios sanitarios, hay cada vez más vecinos, especialmente en barrios muy envejecidos como el Balón, Mentidero y, especialmente, La Viña.

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