La iniciativa privada recupera el esplendor de San Carlos
La vivienda en Cádiz
Dos grandes inmuebles del pequeño barrio están inmersos en una rehabilitación que recupera buena parte de los diseños originales del siglo XVIII
Cádiz/San Carlos es un barrio tranquilo. Su ubicación en uno de los extremos del casco antiguo, dentro de la peculiar medición de los espacios que tenemos en Cádiz, y la escasa oferta comercial que ofrece crea un especial microclima ciudadano. No es un barrio de paso. Hay que ir allí expresamente.
San Carlos es, también, el último barrio, si exceptuamos a El Balón, en desarrollarse en el Cádiz interior con la peculiaridad del diseño de sus manzanas. Edificios altos incluso para esta ciudad. Fachadas rotundas que nos pueden transportar a imágenes del centro de Madrid.
San Carlos fue, igualmente, un barrio de la alta burguesía de finales del siglo XVIII, una burguesía que huyó de la ostentación también en sus casas.
Ahora, en este pequeño y alejado barrio, dos promotores de la tierra llevan meses, algunos años, metidos en la rehabilitación integral de dos de los inmuebles que componen el conjunto urbano de la zona. Son dos edificios de calado. Conde O´Reilly esquina Costa Rica. Entre los dos tienen 12 balcones por planta que dan a esta última calle. Si giramos la cabeza a la izquierda vemos el mar; a la derecha, el monumento a la Constitución de 1812. La potencia de las edificaciones se traduce en viviendas de altura. La que en su día se considera la planta llega a superar los 5 metros de altura.
Entre las dos promociones se construyen 29 viviendas. Omitimos precios, pero una va destinada, fundamentalmente, a una clase media bien acomodada y otra a un público aún con más capacidad económica. Al fin y el cabo hay un ático-dúplex que cuesta, el único valor que decimos, 740.000 euros. Eso sí, las dos inmensas terrazas tienen unas vistas de Cádiz y su Bahía espectaculares.
Recorremos ambos edificios acompañados por sus promotores. Uno, Darío Arroyo, que junto a su padre Enrique se han convertido en uno de los principales inversores y regeneradores del casco antiguo de Cádiz; otro, Cayetano de la Serna. Es el primer edificio que rehabilita pero en la capital ya cuenta con uno de los locales de hostelería referentes de intramuros: el Café Royalti.
Es cierto que, afortunadamente, ya no es noticia que en el casco antiguo la iniciativa privada rehabilite fincas. La peculiaridad de estas dos operaciones es el calado de las obras ejecutadas, que se hayan realizado una frente a otra y que en el diminuto espacio del barrio de San Carlos hayan ocupado un espacio notable. Y, también, una clara apuesta por la recuperación urbanística de dos edificios nobles en su arquitectura.
Ya no es rehabilitar para habilitar viviendas y venderlas. Aquí hay un claro concepto en el trabajo: los patios de los edificios, sus portones, los grandes ventanales, las escaleras, los techos, los suelos recuperan el pasado esplendor de estos inmuebles o, en caso de su pérdida, buscan materiales similares, sin escatimar gastos.
Más allá de rehabilitaciones en edificios institucionales, lo ejecutado en San Carlos no es una norma. Si acaso, Arroyo sí ha mimado la historia en algunas de sus operaciones en San Agustín y San Francisco, pero aquí, tanto este promotor como De la Serna han dado un paso más. Se vende, sí, la ubicación, la tranquilidad, la amplitud espacio, la calidad de los elementos constructivos, pero se vende sobre todo el estilo burgués de las construcciones del siglo XVIII. Y si en Cádiz buscamos recuperar la estética de nuestro pasado más esplendoroso, actuaciones de este tipo ayudan.
Eso sí, todo ello cuesta. Lo que sale al mercado queda lejos del bolsillo medio del gaditano. El cliente para estas dos promociones, y así está ocurriendo ya con las primeras ventas cerradas, es un cliente de fuera.
De nuevo son los madrileños, los vascos, y junto a ellos muchos extranjeros, los que compran buenas casas en Cádiz, como segunda residencia o preparando su jubilación. Ingresos elevados que repercuten de forma positiva en la economía de la ciudad.
Esta apuesta por la estética histórica ha afectado de lleno al calendario de las obras. Los proyectos arquitectónicos se centran en edificios que tienen la máxima protección en el Plan de Ordenación Urbana al ubicarse en el entorno de un BIC: la Casa de las Cuatro Torres, por lo que las comisiones de patrimonio municipal y provincial han analizado con lupa todo lo que se pretendía realizar.
El mismo desarrollo de las obras ha ido parejo a esta actuación casi de microcirugía. La finca de Arroyo, donde durante años estuvo el Hostal Argentina, lleva más de un año de obras; la de De la Serna acumula tres años de trabajos. Las dos, en todo caso, estarán listas a finales de este año.
Arroyo ha recuperado en la fachada la piedra ostionera, mientras que en los patios ha sacado a la luz columnas de mármol y también de esta piedra tan gaditana, que estaban ocultas por el mortero. Han reaparecido cornisas, frisos, frontones a la vez que se han restaurado las tres ánforas de piedra que coronan los pretiles de la azotea, las últimas que queden en todo el barrio.
Es peculiar, también, en este edificio el dúplex que ocupa la planta baja y la entreplanta. Tanto en este inmueble como en el de De la Serna la elevada altura de la planta noble facilita que en algunos interiores se cuente también con un doble piso.
De la Serna ha buscado en media España para completar materiales que se habían perdido. Hay suelo original, convenientemente tratado, y allí donde ya no existía se han traído piezas fabricadas a mano desde Ubrique.
Del Levante han llegado inmensas vigas de madera que han reforzado los techos originales, donde se ven los ladrillos de colores antes tapados por la pintura, con una imagen espectacular y poco habitual ya. El alicatado moderno en los aseos se ha eliminado en favor del mortero propio del Gades romano.
Y si Arroyo transforma en dúplex la planta baja, De la Serna recupera los aljibes de su edificio como una parte más de las viviendas de la planta baja.
Como toque final, Darío Arroyo ya está trabajando en el diseño de sus dos patios. Un busto de Hércules y bajo él el mundo hasta entonces conocido. En el segundo patio, el nuevo mundo descubierto en 1492 y que para Cádiz fue el primer paso para llegar a su época más floreciente de la que el barrio de San Carlos fue el último gran exponente.
Los dos inversores destacan la importancia que va a tener la próxima peatonalización de la plaza de España, como forma de potenciar la calidad de vida en la zona, en la confianza en que ellos atraiga a más comercios.
Un barrio peculiar en la trama urbana
El barrio de San Carlos nació ante la necesidad de fondos que tenía la Real Junta de Fortificación para la construcción de un nuevo baluarte. La venta de este suelo, dividido en cinco grandes manzanas, se pregonó tanto en Cádiz como en Jerez, El Puerto de Santa María y en la Real Isla de León, según relatan María Pilar Ruiz y Juan José Jiménez MataMaría Pilar Ruiz y Juan José Jiménez Mata en el pimer tomo de la imprescindible Historia Urbana de Cádiz.
Desde el primer momento se destaca la obligación de que todas las edificaciones debían de levantarse "respetando la uniformidad, el buen gusto y el orden, referencias directas al gusto neoclásico imperante". En este sentido, se exigía a los futuros inversores la adquisición de manzanas completas, extensas para las medidas urbanas de Cádiz, lo que "garantizaba la uniformidad en el tratamiento arquitectónico".
Una de las condiciones para poder acceder a la subasta del suelo era que debían ser "avecindado" de Cádiz y pertenecer al comercio, por lo que quedaban fuera grupos de la sociedad gaditana como la iglesia o los nobles.
El principal inversor fue Francisco Martínez de Vallejo, primer marqués del Castillo de San Felipe. Destacan Ruiz y Jiménez que "su prestigio es manifiesto por los cargos que ostenta, pues aparte de su condición de comerciante matriculado en la Carrera de Indias, es 'asentista de los Reales Hospitales de esta Plaza y del Arsenal de la Carraca', manifestando también su condición de 'hidalgo". Será el propietario de 5.408 varas cuadradas, con un coste que rozó el millón y medio de reales. El segundo compró 2.000 varas cuadradas con un precio cercano a los cuatrocientos mil reales.
En cuanto al diseño de las fincas, la Historia Urbana de Cádiz evidencia "la similitud en la arquitectura de las fachadas de los pabellones, cuarteles y otros edificios construidos por ingenieros militares, como la Aduana, es patente: la proporción de los vanos, la decoración alternada de frontones triangulares y curvos en el cuerpo principal, las cornisas como elementos diferenciados entre plantas...". Junto a ello, las parcelas fueron amplias, lo que permitió contar en la mayoría con patio centrado con crujías en ambos lados.
Ejecutadas las obras, en la segunda mitad del siglo XVIII, la potencia de las edificaciones, que hoy se mantiene, hizo de San Carlos un barrio arquitectónicamente peculiar dentro de la trama urbana de Cádiz.
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