Jenaro Jiménez y su exagerada vida en Paraguay
Historia del impostor gaditano que vivió durante meses en Paraguay con el nombre de Álvaro Domecq, fundó una nueva familia, que abandonó, y ahora responde ante la Justicia por sus pufos
El nombre de Jenaro Jiménez saltó a los medios en 2008, cuando se anunció la desaparición del empresario gaditano mientras hacía submarinismo. Fue el inicio de una surrealista historia que vive ahora, más de diez años después, un nuevo episodio con su paso por los juzgados para afrontar una nueva causa. Recordamos la historia de Jenaro y su loca huída a Paraguay. Así lo contamos entonces.
Si uno, se llame como se llame, decide escaparse del mundo, difuminarse, hacerse invisible y reaparecer en otro mundo; si uno, se llame como se llame, decide reaparecer en la otra punta del planeta, pongamos Paraguay, y tiene la oportunidad de llamarse como a él le dé la gana llamarse y decide llamarse Álvaro Domecq, célebre garrochista... Si eso ocurre, nos hallamos ante alguien, cuando menos, con aires de grandeza. Nos hallamos ante alguien verdaderamente peculiar. Nos hallamos ante Jenaro Jiménez, Álvaro Domecq en paraguayo.
La historia es conocida. Jenaro, hombre de cuarenta y pocos años, un poquito barrigón, de saludo fácil, de los de aparentar, empresario, se compra una gafas de buzo, un traje de neopreno y desaparece en las profundidades de Trafalgar. No es extraño para un hombre que no ha buceado en su vida. Dieciséis meses de después, a mediados de agosto, el buzo emerge en el aeropuerto de Barajas con una gran historia a sus espaldas. En realidad, a él le hubiera gustado reaparecer en Somalia, preso de los piratas y fugado de sus garras. Lo pensó seriamente, pero la mente exagerada de Jenaro no acabó de dar el paso. La historia es mejor, sí, pero ésa no es la historia, Jenaro.
La historia es otra, aunque se puede ver de diferentes formas. Por ejemplo, en el Canal 13 de Paraguay Jenaro, conocido como Domecq, es un personaje de telenovela. Llegó allí y se cameló a Miss Boquerón, una espectacular estudiante de Matemáticas de Asunción. Con un revólver siempre a mano, Álvaro Domecq contó la historia de que era militar y abogado en España, todo un caballero. Engendró con Miss Boquerón un bebé, la familia le acogió con cariño y montaron un negocio, una botellería. Álvaro Domecq, el impostor, se fue sin pagar. "Un desastre, un desastre", resume Blanca Grance, dueña del local. Los telespectadores del Canal 13 lloran la mala suerte de Rosana, Miss Boquerón, con una niña en sus brazos que se apellida Domecq oficialmente y que tendrá que apellidarse ahora Jiménez, que no es lo mismo. Ya digo, una telenovela.
Si hay algo que en Cádiz no se perdona a Jenaro no es que tuviera pufos a decenas. Lo que no se le perdona es que en Paraguay escogiera el nombre de Álvaro Domecq, un jerezano. "Pudiéndose haber llamado Paco Alba", dicen, en recuerdo del legendario comparsista. En Cádiz la historia de Jenaro se trabaja en otro género. Jenaro es carne de chirigota. Será el rey de los carnavales. Los autores ya se devanan los sesos con las rimas. "Jenaro es el sinvergüenza con más gracia que hay en Cádiz", comenta un carnavalero que, a continuación, se echa atrás en su valoración recordando que de Cádiz se largó dejando una mujer embarazada y un niño de 11 años.
Jenaro está en todas las charlas de tasca de Cádiz. Se escuchan disgresiones para troncharse. Pero, en realidad, la historia no tiene ninguna gracia para las decenas de acreedores que dejó, para todos los que confiaron en él en aventuras tan disparatadas como vender maquinaria petrolera en Rusia y salir con que la mafia rusa le perseguía, pero, sobre todo para su familia y el propio Jenaro. "Salir tienes que salir", le dijo el guardia que le trasladaba en furgón a los juzgados para declarar antes tres jueces por delitos diferentes. Jenaro estaba avergonzado, pero qué quieren.
Habría que trasladarse a la mañana en la que tiene todo preparado para su fuga, para su disolución, el 13 de abril de 2008. Ha contratado pólizas que blindan su muerte por accidente por seis millones de euros. Quince pólizas. Las últimas entran en vigor el 11 y el 12 de abril de 2008. Una muerte muy bien pagada. Debe pensar que es un bonito gesto, pero no debe pensar que al desaparecer, al no existir cuerpo, las aseguradoras no aflojarán un duro. Era un tipo divertido, muy divertido.Y muy generoso. "Para ver los partidos del Madrid en su casa no compraba panchitos, contrataba un catering", cuentan quienes le conocían. En la fachada se basaba su supuesto éxito, que no era tal, ya que su éxito se asentaba sobre un fracaso detrás de otro, pero él piensa que detrás de tal o cual promoción que no se sabe si podrá entregar vendrá una sidrería y luego unas antigüedades, y las obras de arte... Y es divertido pero le muerde por dentro la muerte de un hijo. No, a Jenaro la vida no le hace ninguna gracia, no hay materia alguna para una chirigota. Y sueña el sueño imposible, el sueño de la disolución. Empezar de cero, vía Gibraltar, escala Sao Paulo y destino Asunción. Lo de Miss Boquerón no estaba previsto, ni estará previsto que su talento para los negocios encubra una nueva escombrera de fracasos.
Si uno se llama Álvaro Domecq y decide volver a llamarse Jenaro Jiménez, abandonar de nuevo a una familia meses después de haber abandonado otra, lo mejor es hablar, precisamente, con la familia. La original. Lo hace en junio, cuando ya ha acumulado pufos en Paraguay, cuando se encuentra en su huida en el mismo punto de su partida.
Al transformarse Álvaro de nuevo en Jenaro, al transformarse en una telenovela del Canal 13 y en una copla del Falla, tiene que pensar por fuerza en las palabras de su padre cuando los acreedores sospechaban que su desaparición no obedecía a ningún accidente: "Si un día nos enteramos de que está en Ecuador, diremos que es un mal hijo, y tendrá que dar explicaciones a su mujer y a su familia. A nadie más".
Desde el pasado viernes Jenaro da explicaciones en los juzgados de Cádiz por innumerables denuncias. Un viejo conocido se lo cruzó en los pasillos del juzgado. Su viejo conocido le estrecha la mano: "Qué tal, Jenaro". Jenaro, mucho más delgado que el día de su zambullida, saca una media sonrisa: "Bien, bien, tú sabes".
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