Lole Montoya y Remedios Amaya, misterio y magisterio

El binomio formado por las dos cantaoras protagoniza la tercera noche de Flamencad

Un abarrotado Baluarte de la Candelaria se rinde al reinado de las artistas trianeras

Flamencad anima a disfrutar de los mejores talentos del flamenco

Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes: Cultura de brillos dorados en la luminosa Cádiz

La cantaora sevillana Lole Montoya, este jueves en el escenario de Flamencad.
La cantaora sevillana Lole Montoya, este jueves en el escenario de Flamencad. / Lourdes de Vicente

Del binomio propuesto, la mitad se daba por sentada. Que el magisterio de las que saben por derecho era la baza principal que congregó al público este pasado jueves en el Baluarte de la Candelaria, dentro de la tercera cita del festival Flamencad, se apreciaba con solo otear el mar de almas que abarrotaban el gaditano recinto, listo para una noche de flamenco en femenino plural, mecida por las voces de dos puntales del cante.

La segunda parte se presupone tan inexplicable como palpable viéndolas llenar con su sola presencia el escenario. Para cuando empezó el jaleo en sí cualquier tipo de conjetura se tornó aforismo ante la realidad. Dos reinas trianeras, un par de maestras que llegaron para compartir una porción de su sabiduría, cada una en su estilo, cada cual con el artefacto que albergaba en la garganta y ambas, eso es irrefutable, con ese otro cincuenta por ciento que, depende a quién se pregunte, se denomina misterio, magia o duende. 

En su particular semibatalla con los flecos del mantón, enredados en su fisonomía de elegante talento, y cierta carraspera en los primeros compases de la velada, Lole Montoya afrontó con ese eco propio en la voz que es marca perenne un variado repertorio que abarcó en pinceladas su deslumbrante carrera, en solitario y junto al genio Manuel Molina, los fundamentos de lo que se llamó “nuevo flamenco”, que de tan novedoso sigue alumbrando cual faro los talentos que hoy en día siguen dándole motivos al arte para sonar fresco sin despegarse de las raíces como base de progreso.

La sevillana, que recogió en la capital gaditana el pasado abril la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, comenzó contándole a Cádiz Un cuento para mi niño y, a continuación, lanzó uno de los primeros dardos sentimentales de la noche. “Esta canción hace mucha mella en mí, habla de cosas importantes del corazón, de cómo queremos ver al otro, a los seres humanos. No voy a decir más nada porque lo dice todo”, presentaba Montoya la monumental Dime, un auténtico espejo sonoro ante la desnudez de nuestras derrotas.

‘La Camarona’ supo camelarse a Cádiz con presencia y buen acompañamiento

Lole Montoya removió un delicioso rebujo de Tangos canasteros e invocaciones arábigas que parecieron firmar una tregua frente a las aparentemente irreconciliables orillas de la cultura.

Porque la luz vence tinieblas y su fulgor es tan luminoso que parece mentira que permanezca intacto después de tantos años, Lole Montoya estuvo brillante atestiguando también que Todo es de color. “¿Quién la canta?", tanteaba al público. Y éste respondió al alba sonora de su llamada. “¡Gloria, qué bueno es Cádiz!”, exclamó la cantaora.

Cabalgando por bulerías siguió la noche hasta que Juan Carmona, que acompañó a Montoya a la guitarra, quiso certificar en directo el sello de calidad de la velada. “Es un privilegio venir a esta tierra de arte a acompañar a este genio. El aprendizaje de mi vida musical ha sido a través de Lole y Manuel”. Y cautivó la cantaora por Alegrías de la Lole antes de finalizar mirando al cielo, encomendándose al Altísimo para agradecerle poder seguir regalando arte. Escuhando Tu presencia uno se volvería creyente sin mediar bautismo.

El tramo de la noche que quedaba lo ocupó con rotundidad una Remedios Amaya apoteósica. De perfil indiano y hechuras de sacerdotisa, La Camarona se cameló a Cádiz desde el minuto uno. “¡Qué sitio más bello! Soy una enamorada de este rinconcito. Muero con la gente de Cai”, repitió en varias ocasiones. Y el respetable murió con su quejío arenoso que, acompañado al toque por Raúl Rodríguez Quiñones, El Perla, comenzó por tarantos, siguió con el archiconocido Turu Turai y desembocó en el terreno de las bulerías, ayudado por su propia familia: Samara, Carmen y Mari, que tomaron la delantera con buen tino y mejor voz.

Ante las peticiones del público, Amaya no dudó en soltar amarras a capela por la eurovisiva ¿Quién maneja mi barca?, con el ingenio de quien lleva la vida entera navegando por el suntuoso mar del flamenco. 

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