Luis Miguel, la huella gaditana del ‘Sol de México’
MÚSICA
De niño, el artista pasó varias temporadas en Cádiz, tierra de su familia paterna
El próximo 24 de julio dará su primer concierto en la provincia que lo vio crecer, sobre el escenario de Concert Music Festival
Luis Miguel en Cádiz, una relación marcada por la nostalgia
Las estrellas que ponen banda sonora al verano gaditano este 2024
Cádiz/“Prefiero que me llamen Lola, aunque para esta entrevista ponme Loli, así él se acordará de mí cuando lo lea”. Hay nombres propios que hacen clic en la cabeza, que activan las neuronas en pos de la nostalgia. En el recuerdo de Loli Vaz, él siempre será Micky: así lo conoció. Para el público es el Sol de México, el Rey de los Romances a ritmo de bolero, una figura esencial de la música en español... Cualquier atajo mental , no obstante, conduce al mismo destino, a la misma persona, con parada obligada en Cádiz.
Antes de emerger como artista, Micky fue un niño en intermitente tránsito por la capital gaditana. “Tenía un pelo precioso y las paletas separadas”, dice esta exvecina de la entonces futura estrella, cuyos recuerdos constituyen un auténtico tesoro que permite vislumbrar retazos de aquel crío que se convertiría en Luis Miguel.
Este próximo 24 de julio el cantante, de 54 años, debutará en directo en la tierra que lo vio crecer entre finales de los 70 y principios de los 80, sobre el escenario de Concert Music Festival, en Sancti Petri (Chiclana). La expectación es máxima y la memoria, la poderosa arma que ayuda a profundizar en los episodios menos conocidos del mito que, al fin, saldará su particular deuda musical con la audiencia gaditana.
Primeros destellos de la 'Luz de Cádiz'
La infancia de Luis Miguel Gallego Basteri no se caracteriza por el arraigo. De padre gaditano (Luis Gallego Sánchez o Luisito Rey, para el arte) y madre italiana (Marcela Basteri), nació en Puerto Rico aunque durante un tiempo se hizo creer a su público potencial que el Sol de México era originario del país azteca, y de allí se terminó nacionalizando. Un galimatías de lugares y ascendencias que le hicieron pasar, aunque fuera brevemente, por la provincia de Cádiz.
Según el libro Oro de rey: Luis Miguel. La biografía, de Javier León Herrera y Juan Manuel Navarro (Ed. Aguilar, 2021), el cantante “vivió en España casi cinco años, en Madrid, Barcelona y Cádiz, antes de que el destino lo llevara a México, a los 10 años”. De su periplo por la capital gaditana poco ha trascendido. Loli Vaz busca arreglar con su testimonio dicha carencia documental.
“El primer recuerdo que tengo es el de la azotea. Era un día soleado –el astro rey siempre vinculado a su figura– y en los pretiles jugábamos los niños. Estaba Luis Miguel con su hermano Alejandro –Álex, el Pichita– y jugando hizo el grito de Tarzán. A mí se me quedó grabado porque lo hizo tan sumamente bien que flipamos”, relata la antigua vecina sobre aquellas primigenias impresiones.
Esta gaditana rescata anécdotas vividas con el pequeño Micky durante su paso por la ciudad y habla además por boca de su hermano Gregorio que, por generación –tiene un año menos que el artista–, fue el que realmente intimó con ese joven “agradable, sociable, con una fuerza en la voz impropia de su edad, seguro de sí mismo” y que no quería –sorprendentemente– ser artista. “Le pregunté un día si iba a ser cantante como su padre y él me dijo que no, que no quería tener esa vida, llena de viajes. Micky era un niño normal, ni cantaba ni nada. Eso lo haría después”, asegura Loli. Hablamos de 1979, cuando tenía 9 años de edad. Su debut televisivo frente al micrófono se produjo en Ciudad Juárez (México) en 1981.
Junto a su familia, Loli Vaz tuvo la fortuna de convivir en la misma finca de la calle Santa Inés (número 5) con Rafael Gallego y Matilde Sánchez, padres de Luisito Rey y abuelos de un Luis Miguel al que quisieron en alguna ocasión llamar artísticamente la Luz de Cádiz. Sobre la vivienda, cuenta que “nosotros estábamos en la primera planta y el matrimonio ocupaba la segunda planta entera porque ese piso no estaba dividido todavía. Convivían con dos hermanas de Rafael, una de ellas se llamaba Mercedes”.
Mi primer recuerdo de Micky es en la azotea de mi casa, imitando a Tarzán. Se me quedó grabado”
“Mi madre Inés –continúa Loli– se llevaba estupendamente con ellos e iba con Micky y su hermano a la playa de La Caleta, porque Matilde estaba ya mayor y ella le echaba un cable”. Menciona, por otra parte, cómo le gustaban a Luis Miguel la tortilla de patatas y el puchero o cuando Álex y él “se quedaron a dormir en su casa al fallecer Mercedes”.
Esa camaradería vecinal contrasta con la tormentosa relación de Luis Miguel con parte de su familia paterna –y gaditana– a lo largo de los años. Su padre, artista de familia de artistas que encontró en su primogénito el filón que él nunca pudo explotar del todo, nació en la calle Santo Domingo del barrio de Santa María. Los intentos por triunfar de Luisito Rey en el mundo de la música le llevaron a hacer las Américas y de ahí que Luis Miguel naciera en aquella orilla del charco. En cuanto notó las dotes musicales del primogénito, se volcó en entrenarlas y explotarlas, a lo que le ayudó su hermano, Mario Vicente Gallego. Una lista demasiado larga de desencuentros de los que se ha contado ya prácticamente todo distanciaron a Luis Miguel de la rama gaditana de su familia. Pero eso es otra historia...
Juegos, cosquis y cifras
Mucho antes de aquellos aciagos acontecimientos que han generado dimes y diretes sobre la biografía del cantante, varias publicaciones literarias y una popular serie de Netflix, los Gallego-Basteri solían recalar en Cádiz por temporadas más o menos extensas, en la mencionada vivienda de Santa Inés –la cifra varía entre los dos y los seis meses de estancia, según quien recuerde, Loli o su hermano Gregorio–, antes de trasladarse a una casa que tenían en la vecina localidad de San Fernando un año después de la etapa rememorada por la exvecina, donde estarían viviendo “año o año y algo”. Las visitas posteriores de la familia a Cádiz –un verano o dos más, calcula Loli Vaz– son “de después de irse a México". Los abuelos "se mudaron a la calle Columela y fuimos a verlos varias veces por si necesitaban algo, pero ya perdimos el contacto”, lamenta.
Doce meses más tarde aproximadamente del relato que configura Loli Vaz, Micky se marchó, efectivamente, a San Fernando y estuvo escolarizado en el colegio Liceo del Sagrado Corazón. Lo confirma el director del centro, Serafín Galindo, “aunque ya no queda nadie aquí de aquella época, así que poco puedo contar”. Hace 44 años que el artista llegó sin el nivel necesario asentado para un estudiante de Cuarto de Primaria y con el poco tiempo que estuvo en el colegio, tampoco salió de allí con la posibilidad de integrarlo.
Luis Miguel se defendía de los niños chulos del barrio. A él no tenían cojones de darle cosquis”
Su hermano menor Álex sí estuvo más tiempo escolarizado con los docentes isleños, como mencionan desde el centro. Vivían junto a la plaza del Carmen, aunque ya tampoco queda nadie de la familia allí. El pequeño por aquel entonces (aún no había nacido su hermano Sergio) se quedó con Marcela, Rafael y Matilde, mientras padre e hijo se lanzaron a probar suerte en México.
La primera comunión la hizo Micky en la parroquia Nuestra Señora del Carmen de La Isla el 25 de mayo de 1980, con una cazadora tres cuartos por encima de un cuello vuelto blanco llamativo para esas fechas y en la que destacaba una gran cruz colgando del cuello. Al respecto, Loli Vaz relata que “nos invitaron a su comunión y nosotros invitamos a Micky a la de mi hermano, pero él la hizo en San Fernando y Gregorio en Cádiz, no coincidimos”.
Sin duda, Micky hubiera asistido a la celebración de su amigo, al igual que sí lo hizo al cumpleaños de su vecino Guillermo – un chico “introvertido, de su misma edad”, según Loli, que vivía en el número 3 de Santa Inés–. “La cristalera de nuestra casa daba a su patio y por el cumpleaños se hizo allí una merienda. Estaban Luis Miguel y mi hermano”. Una fiesta en la que –como le traslada Gregorio– “nos tapaban los ojos y nos pasábamos los bizcochos y el chocolate de unos a otros, llenándonos la cara. Nos hartábamos de reír”.
Se notaba que la familia de Luis Miguel era gente de mundo, diferentes a lo que solíamos ver”
Gregorio también ejercía de una suerte de cicerone gaditano para aquel joven ciudadano del mundo llamado Luis Miguel, acostumbrado a enfrentarse al permanente desafío de ser “el de fuera”. Así, destaca Loli que “los chulos del barrio le daban cosquis a mi hermano y al resto de niños y a él no tuvieron cojones, se defendía. Era echao p’alante”.
Un carácter curtido a tan temprana edad que no apartaba a Micky de los típicos juegos de la infancia. “Usaban las medias cajas de fresas como porterías y los tapones de Tío Pepe, que eran de corcho, como los porteros. A los tapones de Fanta o Coca-Cola les ponían cera abajo y con una pelotita, en la casapuerta, hacían partidos de fútbol”. Comparte Loli Vaz, en este sentido, que “Micky no podía jugar a los tapones ni a las canicas porque no tenía. Mi hermano le prestaba las suyas”.
Aunque también había tiempo para el estudio. “El padre de Luis Miguel le decía a Gregorio y a él: subid a casa, que os voy a poner cuentas. Os doy 25 pesetas por cada acierto”, concreta Loli. Y, de esta forma, Luisito Rey “les ponía a hacer divisiones de dos cifras. Mi hermano a veces bajaba a casa con 500 pesetas que, seguramente, mi madre le quitaría. Eso era un dinero entonces”.
Una familia especial
Sobre el clan familiar de Luis Miguel, Loli Vaz detalla que “cuando en verano venían a ver a los abuelos paraban siempre en el primer piso a saludarnos y me llamaba la atención su forma de vestir. El aspecto de Marcela, de su tía... era gente muy guapa. Ese pelo rubio de su madre teñido hasta más no poder, oxigenado incluso; el peinado de su padre...”. En particular, Loli Vaz rescata las sensaciones causadas por todo lo que rodeaba a Matilde. “Tenía pelucas y botas, también un taquillón con sus pinturas, perfumes… Recuerdo la casa en blanco y negro –añade–. Los muebles eran buenos, de caoba, y estaba todo lleno de alfombras, algo que en Cádiz no se estilaba. No sé si era gente de dinero, pero no era lo normal ver eso en Cádiz. Se notaba que eran personas de mundo –especifica–, diferentes a lo que estábamos acostumbrados a ver”. Aparte, recuerda que Matilde tenía “dos perros pequineses negros que Luis Miguel solía pasear”.
De la abuela paterna explica, por último, que “era cantarina, cantaba flamenco, canciones de su hijo Luis –de quien estaba “muy orgullosa”– o de Rocío Jurado. Era una mujer estupenda”. Del abuelo Rafael, por otra parte, “me impresionaba su nariz aguileña”.
Acerca de aquellos objetos que conforman este detallado mapa de la memoria sobre Luis Miguel, se detiene Loli Vaz en dos pequeñas joyas que aún atesora, sendos discos de vinilo que Matilde le regaló a su madre y que ésta guardaba “como algo muy valioso en un ropero de cuando se casó, detrás de todas las toallas para que no se estropearan”. Uno es de Luisito Rey, titulado Vive... y está aquí (1980) – “este no lo tiene nadie”, asegura–, y el otro del propio Luis Miguel, su álbum debut, Luis Miguel... un sol (1982). “Matilde me dijo: este (el de Luisito) para tu madre y este (el de Micky) para ti”, remarca.
Gran parte del material que muestra Loli Vaz para este reportaje pertenece a su prima Noelia Rodríguez, fan acérrima del intérprete, quien destaca sobre la niñez de su ídolo que “en las entrevistas que hacía en México se veía a un niño superseguro. Creo que tiene una personalidad muy fuerte y ha vivido tantos palos que eso le ha hecho ponerse una coraza”. Esa armadura de la que, esperemos, se desprenda cuando el próximo miércoles Cádiz le haga clic a Luis Miguel en la memoria como la misma de ayer, La incondicional de su talento.
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