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Luis Vera: una vida llena de historias gaditanas

Abrió en Cádiz la papelería Tania en 1982, pero antes vivió curiosas experiencias en tiendas de ultramarinos

Regentó durante 25 años la tienda de comestibles de la esquina de Santo Cristo con Manzanares

Los pasteles de nata de Lisboa llegan a la calle Cobos de Cádiz

Luis Vera en la papelería Tania de la calle Cobos. / Jesús Marín

Hay veces en las que un redactor acude a una entrevista con una idea y las palabras y testimonios del entrevistado le abren otros caminos inesperados. Ha sido el caso de Luis Vera Barros, gaditano de la calle San Rafael, 8, y fundador de la papelería Tania en la calle Cobos, objeto de la noticia por su arraigo y permanencia en el comercio gaditano. Una experiencia y un saber hacer en este sector que no es baladí, pero que no hubiera sido posible sin las vivencias anteriores de Luis, contadas por él con mucho arte.

Érase una vez un niño que contempló desde su casa con siete años parihuelas que llevaban heridos de la Explosión al hospital de Mora. Estamos en agosto de 1947 y Cádiz ha sido sacudida por la tragedia. Tiempos difíciles, de posguerra, en los que uno que tenía que ser más listo que el hambre, literalmente. Y Luis, en vez de jugar a la pelota, propuso al dueño de un ultramarinos ayudarle a pegar los cupones en las cartillas de racionamiento.

“Por hacer algo, porque no podía jugar con mis amigos a la pelota por tener gafas y por cuidar a un hermano enfermo. Me pagaban un real de peseta a la semana y usaba el dinero para ir al Cómico a ver películas”, evoca.

Al mismo tiempo echó una mano en la Tienda de En Medio, en San Rafael, sacando el vino de las garrafas para llenar las botellas. Fue la época en la que participó en una apuesta en el Bar Ripert, plaza del Mentidero esquina a Hércules. “Entre dos chiquillos, yo y otro, a ver quién lavaba más vasos en menos tiempo. El dueño del bar, Eugenio, me dio una copa como ganador. Y eso, aunque parezca una tontería, me estimuló”, explica. 

En La Fama Gaditana, calle Cánovas del Castillo, “aprendí a barrer y a lavar vasos y platos. E incluso a cocinar, pues robaba bien con la vista”. Luego, hasta los 16 años estuvo en la tienda de comestibles de Manuel de Diego, que luego fue presidente del Cádiz CF, en el 31 de la calle Pasquín. Y en Las cinco puertas de la calle Sopranis, otro ultramarinos. “Una locura, pues trabajaba mucho para el muelle y provisionaba a los barcos”, apunta.

Tocaba hacer la mili por Marina, pero Luis se encontró con una situación surrealista. “Alegué problemas con la vista y me mandaron a revisión al hospital San Carlos. Me metieron en dermatología, no sé por qué. Pero pasaban los días y allí no me atendía nadie de oftalmología ni nadie sabía nada sobre mi situación. Así estuve un mes hasta que me harté y me escapé escondido en un camión de basura”, señala.

Cuando llegó a Cádiz su padre “se puso como una fiera, como si hubiera desertado”. El caso es que hasta el día de hoy “nadie me reclamó nada ni tengo papel alguno que acredite que hice la mili o que me libré”. 

Al volver del servicio militar emprendió su primer negocio. “Cogí la tienda de comestibles Los Serranos, en la esquina de Santo Cristo y Manzanares. Allí estuve 25 años, y siempre con el miedo de que me reclamaran la mili, eh”, dice entre risas. 

Preservativos camuflados en bombos de Colón

“Yo vendía champán, que era difícil encontrar en Cádiz. El Cubanito me las compraba para fiestas de pudientes”, indica. El Cubanito, aquel célebre vendedor de preservativos. Precisamente este género comenzó a venderlo Luis en su almacén con la discreción que requería aquella época de recato y represiones morales. “Me los traían de un pueblo de Alicante llamado Dolores, camuflados en bombos de detergente Colón. Venía mucha gente a comprármelo los sábados, pero yo acostumbré a la clientela a llamarle ‘material de guerra’ para que nadie que estuviera allí, sobre todo mujeres, se dieran cuenta. Y además, a la gente le daba vergüenza comprarlos. No estaban prohibidos, lo que pasa es que no se vendían en las tiendas de ultramarinos”, afirma. “Eran de la marca Prime. Yo los tenía allí, envueltos, en paquetes de tres, en papel de estraza. A 2’50 pesetas el lote”, añade. 

"Venía mucha gente a comprarme preservativos, pero me lo pedían como ‘material de guerra’ por discreción”

“Muchos obreros de la provincia se iban el viernes a sus pueblos y antes pasaban por aquí para comprarme comida y condones. Recuerdo un día que paró delante de la tienda un descapotable rojo. Se bajó una mujer rubia y me pidió ‘material de guerra’. Aquello fue de película. El boca a boca había funcionado”.

Luis vivió una peripecia desagradable a causa de una botella de fino Carta Blanca que le vendió un amigo. “Me dijo que se la habían regalado y que él no bebía eso. Se la compré, sin más. Eso fue un martes y el sábado se colaron en mi tienda cinco policías de paisano diciéndome que yo era receptor de mercancía robada. Y me llevaron detenido a los juzgados de la calle San Francisco, lo que ahora es el hotel Las Cortes. Me sacaron el domingo por la calle esposado, cuando todo el mundo salía de misa de San Francisco. Estuve 72 horas en la Cárcel Real. Al lado mío estaba durmiendo La Petróleo”, relata. 

“Al final me absolvió el juez y me dijo que la próxima vez comprara un barco lleno de vino que no me iba a pasar nada. Era una excesiva condena porque yo no sabía que este amigo mío distrajo esa botella donde él trabajaba, en la pastelería Viena. Se la compré sin más, como un favor. El juez me dijo ‘la razón hay que llevarla y hay que saber pedirla’, y yo lo hice. Menos mal que se aclaró todo”. 

En 25 años no había disfrutado de la vida, solo trabajar, y no había tiempo para gastar el dinero obtenido en el almacén de Santo Cristo. Y comenzó a ver mundo. París, Londres, Marruecos, las Islas Canarias… “El primer televisor que se vio en Cádiz lo traje yo de Nueva York para ponerlo en la tienda de Santo Cristo. Y como no podía pasarlo a través de la aduana me lo trajeron en el Juan Sebastián Elcano, que precisamente estaba por allí en esa época”.

Tras acabar en Santo Cristo “vi que estaba vacío un local en la calle Cobos, donde se guardaban las cajas de leche condensada La Lechera. Y decidí abrir una papelería, pues por la zona no había muchas. Estaba Alfa en la calle Pelota, que la llevaba un buen amigo, Manuel Pereira, que me aconsejó. La abrí en 1982 y me fue bien”. 

"Ofrecimos a Almacenes Soriano montarle el escaparate con material escolar y así estuvimos 19 años”

“Le puse el nombre de Tania porque me gustaba, de haberlo visto en una peluquería de la plaza Viudas y luego mi exmujer se trajo una perra caniche gris, que era única en Cádiz, con ese nombre. Es un nombre que estaba en mi cabeza y por eso lo elegí”, cuenta en relación al nombre del negocio.

“A José Soriano, de Almacenes Soriano, le propuse montarle el escaparate con material escolar entre los meses de junio y septiembre. Aceptó. Él nos daba un porcentaje de las ventas y de camino tenía más gente en la tienda. Así estuvimos 19 años”. Eran tiempos en los que se formaban colas en la calle Cobos a comienzos del curso, cuando los niños y niñas de Cádiz traían las listas de materiales que les pedían en sus colegios. En fechas anteriores ocurría lo mismo con los libros de texto.

“Luego, la Junta empezó a dar los cheques libro y se acabó esa demanda de libros de texto. Ya los beneficios eran distintos. La cosa vino a menos y de hecho quedan ya muy pocas papelerías en Cádiz”, lamenta Luis. 

La papelería se había quedado pequeña y el cambio de local, justo enfrente, continuando en Cobos, se hizo en 2007. “De 17 metros cuadrados pasamos a 100”, apostilla. Jubilado desde hace tiempo, Luis pasa cada día por la tienda a echar un vistazo al negocio y a acompañar y asesorar a la actual propietaria, María del Carmen Santos, que entró como empleada en el 85 y luego se convirtió en su esposa, con quien tiene dos hijos: Tania, precisamente, y Miguel. 

Tania se mantiene al pie del cañón pese a tantos obstáculos puestos en el camino por la crisis, los cambios de hábitos de los consumidores o la pandemia. La experiencia de Luis Vera y el trabajo de María del Carmen hacen posible la supervivencia de un comercio de toda la vida. 

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