Un lujo innecesario
En una época con recortes a todos los niveles, el dispositivo de las barbacoas supone un gasto para una fiesta decadente
El paso del tiempo cambia el punto de la vista de las cosas. No es lo mismo verlas cuando uno es actor que como simple espectador. Eso no se puede negar. Tampoco que los tiempos son distintos y que donde antes había dinero ahora hay telarañas. Por eso en tiempos de crisis donde se recorta absolutamente en todo, hay que gastar un buen dinero, nunca aclarado realmente por el Ayuntamiento, en poner un dispositivo de seguridad para procurar que las polémicas barbacoas discurran con normalidad. Todo un lujo innecesario.
El punto de vista no sólo pasa para el espectador sino también para el que tiene que montar todo ese dispositivo año tras año. Antes se buscaban los récords, ahora se pasa de puntillas como si no quisiera la cosa, dejando esta fiesta en algo improvisado de los ciudadanos. Esto no es cosa mía.
Y como todos los años, de forma improvisada miles de personas llegaron a la playa de manera escalonada desde primeras hora de la tarde hasta la medianoche a la playa Victoria.
Quien quiera hacer ver que esta fiesta está en fase terminal se equivoca porque ayer había mucha gente en la playa. Ahora bien, que no es la masificación de hace unos años, también.
Los actores de las barbacoas también han ido sufriendo una transformación con el paso de los años. Los antiguos corralitos ya prohibidos que dieron lugar a imágenes como la de una familia que se había hecho casi un piso en la arena en una foto inolvidable publicada en este periódico, se ha pasado a formar espacios con sombrillas y jaimas.
Las familias también han dejado paso a la juventud, que copa casi el 95% del público que va a la playa. Y la bebecoa sustituye, como viene ocurriendo desde hace unos años, a la barbacoa. Vamos, que se ha convertido en un botellón multitudinario organizado y vigilado. El hielo ahoga al humo.
Si hablamos de procedencia, los hay de todos los sitios. Este periódico estuvo charlando ayer con algunos grupos y había de todo. Mucho veraneante en localidades cercanas y alguno que otro que viene desde Sevilla en tren dispuesto a aguantar hasta el amanecer.
Si se tiene en cuenta que el espacio acotado es menor en los últimos años y que ayer había marea alta, está claro que hay menos gente, pero todavía demasiada. Tanta que todavía impone a los que tienen que tomar la decisión de eliminar esta invasión playera, como si alguien fuera a cambiar su voto por ello.
Donde estaba la gente más apretada era entre el módulo central de la playa y el Atlántico 2, para los que ya andan un poco entrados en años, Las Pérgolas.
Mucha gente con bolsas y neveras moviéndose de un lado a otro del Paseo. Están los que huelen la barbacoa y se la comen y los que pasean, ahora mayoría, como simples voyeurs en busca de la curiosidad de una fiesta que sigue asombrando a la gente.
La criatura se ha comido al padre. Las barbacoas nacieron en torno al Trofeo y la celebración de la final era la que marcaba hasta hace unos años el inicio de la misma. Hoy parecen dos entes independientes que sólo se ponen de acuerdo en la fecha.
Un vigilante de seguridad en cada acceso a la playa cuidaba que nadie metiera muebles y otros enseres que antaño eran habituales. En diversos lugares había vallas, en algunas ocasiones tapando recovecos que la gente pudiera utilizarlos como urinarios improvisados.
En la arena mucha gente decidió prolongar la calurosa jornada playera hasta por la noche. Hubo quien marcó un antes y un después y se preparó para la ocasión, para la cena al gusto del carbón y la papa frita. Así que no dudó en darse un buen refrescón con jabón y todo en las duchas situadas en la arena. Todo perfecto si no fuera porque justo encima de él había un cartel que prohibía usar detergente. Sería que el jabón le cegó la vista.
Cerca de allí, en un garaje de una calle perpendicular al paseo marítimo, el vigilante de noche se aprestaba a pasar en la puerta las siguientes horas como presencia intimidatoria para los que quisieran hacer pipí. Cuenta que otro años ha habido un río que entraba en el garaje situado a menos nivel que la calzada.
Los límites que marcaban las barbacoas estaban separados con unas cintas plásticas y varios vigilantes de seguridad impedían que se hiciera un botellón o se preparaba una barbacoas fuera de ella. A pesar de ello, había grupos de personas situados fuera de los límites pasando allí la noche sin comer ni beber nada. Pero que no se preocupen, otros muchos lo hacen por ellos. Alrededor de las diez y media de la noche había ya más de uno y de dos que hace poco que han superado la mayoría de edad que no se sostenían en pie.
Y para todo esto, Héroes del Silencio: "Siempre es la misma función, el mismo espectador, el mismo teatro en el que tantas veces actuó...". El año que viene, porque lo habrá, más.
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