La máquina fumigatoria construida en Cádiz: la curiosa técnica de reanimación del siglo XVIII
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El martes 19 de abril de 1791 el Dr. Marcelo Miravete, canónigo electoral en Orihuela, publica en la Gaceta de Madrid un estudio sobre la funcionalidad de la máquina fumigatoria para salvar a los numerosos ahogados en el río Segura y en el Mediterráneo. Esto, le llevó a formar una de las primeras Juntas de Socorro integrada por médicos, cirujano director, ayudantes, convocadores o avisadores, conductores y, por supuesto, nadadores entrenados. Lo curioso de esta noticia, que mandó a publicar dicho eclesiástico el 13 de abril del mismo año, es que en ella recoge el encargo de la construcción de la máquina fumigatoria a la ciudad de Cádiz. El Ayuntamiento de esta ciudad, según recoge la Gaceta, mandó pronta respuesta, recibiendo la maquinaria terminada sin faltar además los instrumentos necesarios para su funcionamiento, cigarros habanos, aguardiente y álcali volátil para provocar el humo que la máquina necesitaba.
Inventada por el físico maquinista holandés Musschenbroek y el médico danés Bartholin, sería perfeccionada después por Dekker. En 1787, en el documento existente en el Archivo de la Universidad de Cádiz dentro del fondo correspondiente al Colegio de Cirugía, en el conjunto de documentos denominado Observaciones, el autor, Pascual de Vega, aportó información sobre cómo presenció la cura de asfixia gracias a la utilización de esta máquina. Como médico en la fragata ‘Santa Rosa’, se hizo cargo del ahogamiento de José Rodríguez, natural de la Isla de León, de doce años, engullido por el mar y las corrientes tras caerse por el pescante. Después de media hora desde su caída, apareció por la popa de la fragata y fue salvado gracias a las maniobras iniciadas con la máquina fumigatoria portátil que solían llevar todos los navíos que partían de la ciudad de Cádiz. Esta Observación es recogida en el artículo publicado por el doctor Carlos Márquez Espino: Las observaciones del Real Colegio de Cirugía de la Armada, en la Revista del Archivo de la UCA.
Para socorrer a un ahogado era necesario, en primer lugar, saber nadar; asegurarse de saber cómo asirlo, evitando que se agarrasen de cualquier modo como consecuencia del descontrol que provoca el miedo. En primer lugar, había que sacarlo del lugar que causó la asfixia. A continuación, aflojarle el cuello de la camisa y, en general, todas las ataduras por lo que habría que desnudarlo de todas sus vestiduras. Retirarle la ropa mojada y ponerlos del lado derecho con la cabeza un tanto levantada. Debajo de la nariz había que ponerle un frasquito de álcali volátil y, a falta de esta sal, cualquier agua espirituosa que se tuviera a mano: agua de toronjil, agua del Carmen, de la Reina de Hungría, de Ardél e incluso vinagre. Por último, había que meter a los ahogados en calor, proporcionándoles Potion Condial.
Empezaron a huir de actuaciones que hasta el momento eran muy comunes, como hacer rodar a un ahogado en un tonel o colgarlos por los pies, ya que el agua no era expulsada mientras no se reiniciará el movimiento del pecho. Evitaron la abertura de la garganta o bronchotomia, porque además de peligrosa provocaba infecciones. Otro remedio era introducir en la garganta vinagre y otros licores espirituosos, pero al no poder tragar precipitaba la muerte.
Después de colocar al ahogado del lado derecho y desnudo se le debía arrimar a una buena lumbre y de colocar el álcali o cualquier otra sustancia cerca de la nariz, se introducía la cánula de madera del fuelle pequeño de la caja fumigatoria con el fin de que sople poco a poco tapando el otro orificio. Debía parar de vez en cuando, para ver si se produce por sí solo el movimiento del pecho. Finalmente, para evitar que se rompa la mandíbula, se le debían colocar pedazos de corcho entre los dientes.
El cañón de una de las pipas se introduciría por el ano y se soplaría por la otra. Si faltaran todas estas cosas, se usaría la vaina de un cuchillo, un tubo de caña, y se soplaría con fuerza mientras que, para entrar en calor, se le cubría con cenizas calientes de cualquier hoguera.
“Habrá que rasgar toda la ropa del ahogado; se enjugará su cuerpo con franelas; se le tenderá cerca de un fuego moderado y, por medio de una cánula, se le introducirá aire caliente por la boca. Al mismo tiempo se le meterá humo de tabaco por el ano por medio de una máquina fumigatoria, que no debe faltar en ningún pueblo. Pero en caso de no tenerla, se usarán dos pipas de fumar. El fogón de una de ellas llena de tabaco, se encenderá, y se introducirá su cañoncito por el ano del paciente; el fogón de la otra pipa se pondrá boca abajo sobre el de la pipa primera y uno de los asistentes soplará con fuerza sobre el cañón de la pipa superior. Después se aplicarán al paciente unas gotas de agua de toronjil; se le aplicarán ladrillos calientes en los pies y se le estimulará el interior de las fauces con una pluma, aparte de aplicarle vejigatorios en las piernas y en la nuca”. (Tratado de las enfermedades más frecuentes de las gentes del campo. Madrid 1795).
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