Así nació la leyenda del Cortijo Los Rosales
Por el 'Tropicana' gaditano pasaron los mejores artistas de cuatro décadas
Una gala lo resucitará los próximos 4 y 5 de agosto en el Parque Genovés con un homenaje a su maestro de ceremonias, Antonio Martín de Mora
Entre bambalinas descubrimos a José Montesinos, su socio durante veinte años
De las décadas doradas del Cortijo Los Rosales en los 60 y 70 se ha escrito mucho. Pero no hay demasiada información sobre cómo nació este Tropicana gaditano al que todos -o casi todos- fueron, como al Café de Rick de Casablanca. Nos trasladamos, pues, al Cádiz de principios de los 40:
Sentados en el pretil del Campo del Sur varios grupos de vecinos de este lado de la calle Sacramento, la frontera entre la ciudad que come todos los días y la que no, se espurgan las cabezas. A través de Diario de Cádiz, Sanidad recuerda a la población que el temido tifus exantemático se transmite a través de un tipo de piojo, "al que algunos llaman verde" y recomienda máxima higiene y ponerse al sol. En Diputación se forman los futuros jefes locales del Movimiento. En el barrio de San Juan, una mujer se acaba de amancebar con un hombre después de haberle perdido el rastro a su marido durante la guerra. Otra, mantiene luto riguroso por el suyo, fusilado en las Puertas de Tierra. Una pareja de estrapelistas se calza dos pares de medias limetas de manzanilla en una tasca de Arbolí, tramando el siguiente pelotazo. Y una junta alentada por el Ayuntamiento y compuesta por cincuenta prohombres gaditanos se propone salvar al Cádiz C.F. En el Pay-Pay naufragan tripulaciones nacionales y extranjeras en busca de sexo de pago en un temporal de alcohol no tan salvaje como el del Salón Moderno. Los más pudientes lo encuentran en la casa de la calle de la Plata, la mejor de la ciudad, y los menos, en los alrededores del Mentidero o detrás del Ayuntamiento. Pese al hambre, la miseria y la derrota, hay necesidad de diversión entre los más jóvenes. Y no hay muchos sitios donde bailar. El Casino Gaditano, el Club de Tenis y el Náutico son inaccesibles.
Un sevillano apellidado Gobantes logra en el 42 abrir un rústico merendero con orquesta junto a la rosaleda del Parque Genovés, de propiedad municipal, justo donde luego se levantará el Teatro José María Pemán. Acaba de nacer el Cortijo Los Rosales, pero aún no su leyenda. Al año no puede hacer frente al canon y lo traspasa, con todas sus deudas, a dos hombres. Uno de ellos, agente comercial de Sánchez Romero, de personalidad extrovertida y arrolladora, capaz de vender estufas en Guinea. El otro, jefe del Servicio Municipalizado de Agua y Electricidad y cargo en el sindicato vertical, de carácter meticuloso y bien dotado para los números. Hubo un tercer socio, Andrés Mayo Martínez, subastador en la lonja, pero desembarcó pronto del proyecto.
A Antonio Martín de Mora y a José Montesinos Barranco les une una estrecha y antigua amistad desde antes de la guerra. Comparten afición por el fútbol, el boxeo, los toros, la Semana Santa y son socios de la agencia de publicidad Poderoso, que da nombre a un vermú embotellado en el 7 de la calle Sagasta, que triunfa. En 1939, los dos eran miembros de la directiva del Cádiz C. F: Algunos les llaman cariñosamente El Gordo y El Flaco. Además del Cortijo, Antonio y José compartirán otros muchos negocios a lo largo de más de veinte años. Entre ellos, los bares de los famosos bailes del Falla.
Los beneficios de don Antonio aseguran el dinero necesario para el traspaso. Don José tiene muy buenas relaciones con el Ayuntamiento, pero como es funcionario, no puede constar en los papeles. Será Antonio quien dé la cara y José, siempre en la sombra, quien lleve las cuentas. Antonio, por carácter, es un hombre generoso. José es mucho más prudente desde el punto de vista económico.
Martín de Mora, por su trabajo, viaja mucho. Y le encanta el mundo del espectáculo. Contrata a la Orquesta de Pedro Orozco, una de las más demandadas del momento, entre otros artistas. Y en Sevilla va a escuchar a un negro cubano que canta como los ángeles en un cabaret de la Alameda de Hércules. Quizá en el Zapico. Antonio Machín se llama. No tiene representante y lo ficha por veinte o treinta duros de la época. Machín ya era conocido en Nueva York, estuvo en Londres e hizo varias giras por Europa con los grupos latinos de moda. A España llega en 1939, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. En Sevilla tiene un hermano, y allí se queda, hasta casarse en 1943. Al principio viene a Cádiz todos los veranos por una cantidad fija. Sus versiones de Aquellos ojos verdes y El Manisero revientan Los Rosales. Será a partir de entonces cuando se convierta en una estrella. Luego negociarán un porcentaje de la recaudación. Antonio establece con Machín una entrañable relación, hasta el punto que alguno, con guasa, llama al cubano Antonio Machín de Mora. También se contratan artistas en Madrid gracias a la mediación de los hermanos Hidalgo. Hay quien asegura que llegan a Cádiz en asientos reservados para los soldados que van a Canarias.
Poco a poco, el Cortijo Los Rosales se convierte en un referente del verano gaditano. Desde el Corpus, que abría sus puertas, hasta ya entrado septiembre. Las entradas a precios populares, el regalo de pases familiares y entre los chicucos de los ultramarinos y lo atractivo del cartel hacen que se llene. Casi todo el mundo iba al Cortijo Los Rosales. Al principio, todos los días. Después, los sábados y los domingos, con dos sesiones: una a las siete de la tarde, la vermú, para los más jóvenes, y la otra, a partir de las once, para los adultos. El ambiente es "sano y familiar", como se dice en la época. Se exige traje y corbata a los caballeros y elegancia a las señoritas. Las 'chicas que beben champán' tienen vetada la entrada. Y las que bailan juntas son expulsadas. Al Cortijo Los Rosales se va a buscar novia. O a que los padres conozcan al pretendiente, no a otra cosa. Aunque algunos llegan después de dejar a la prometida en casa. Muchos flirtreos acaban en boda. No hay 'gorilas' en la puerta, pero policías armadas y guardias civiles tienen entrada gratis. Así que si se cuela algún patoso se va encontrar a varios agentes de paisano. Pero los pocos conflictos que surgen los solventa pacíficamente Martín de Mora en persona.
El 16 y 17 de agosto de 1947 actúan las orquestas de Pedro Orozco, la sinfónica lírica de Josep Casas Augé, Bonet de San Pedro y, claro, Antonio Machín. El lunes, la explosión de un polvorín arrasará gran parte de la ciudad dejando 150 muertos y un reguero de más de 2.000 heridos. Machín, acompañado de Martín de Mora, colabora en el rescate de las víctimas.
Justo después de la explosión, en 1948, es designado alcalde José León de Carranza, que gobernará Cádiz con férrea autoridad hasta 1969. Había que dejar sitio al Teatro Pemán, así que el Cortijo está a punto de desaparecer. Gracias a la mediación de Vicente del Moral, al final el regidor ordena su traslado a otro lugar del parque. Y le dice a Martín de Mora que elija un sitio. Antonio, con mucha habilidad, elige la esquina más recóndita del parque, entre el Hotel Atlántico y la Cascada, justo donde estaba el estercolero. Allí no habría objeciones de nadie. Al estar en un parque municipal, la explotación del Cortijo Los Rosales salía cada cuatro o cinco años a concurso público. Sobre cómo siempre conseguían Martín de Mora y Montesinos la adjudicación hay varias teorías: una es que el concurso siempre quedaba desierto porque todo el mundo sabía que aquello era de Martín de Mora y nadie se presentaba. La otra es que don Antonio tenía en el Ayuntamiento a alguien muy cercano que se la aseguraba. Lo cierto es que durante 34 años tuvo la concesión y el apoyo de los concejales de Fiestas que se fueron sucediendo.
A principios de los 60, Montesinos monta una tienda de muebles, Compre y Gane, y ve prudente desvincularse del Cortijo. Por el negocio, pero también por razones de salud. Desde entonces, el Cortijo sería propiedad en exclusiva de Martín de Mora, inaugurándose la época dorada de las galas.
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