El lío del nomenclátor en Cádiz: El ejemplo de Adolfo de Castro

El que fuera alcalde de Cádiz realizó en el año1855 una profunda remodelación del callejero influida por la Ilustración y la filosofía

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Trabajos de limpieza de la maqueta de Cádiz.
Maqueta de Cádiz. / Lourdes De Vicente

La ciudad anda metida en una espiral sin salida, en una suerte de remedio que busca matar las preocupaciones y los debates cambiando nombres de calles, a la espera de tener nuevas miras, horizontes amplios e ilusiones por afrontar en forma de proyectos que nunca llegan. Así llevaba varios años, y así parece que va a continuar con el gobierno de Bruno García, que no ha dudado en seguir la estela del anterior equipo y proponer hasta trece nuevos cambios en un nomenclátor cada vez menos conocido por los propios gaditanos.

Las últimas polémicas que rodean a esta cuestión tan banal para una ciudad con tantas necesidades llevan a echar la vista atrás, casi dos siglos atrás, y recordar la figura de Adolfo Castro. El que fuera alcalde de la ciudad a mediados del siglo XIX lideró una profunda reforma del nomenclátor, que firmaría en el año 1855 y que a diferencia de lo que ocurre hoy en día, buscaba dar a la ciudad un sentido en sus calles inspirado en la Ilustración y en la filosofía, como expone Yolanda Vallejo en un trabajo publicado en 2011 en la revista de la UCA Cuadernos de Ilustración y Romanticismo.

Preocupado por numerosas cuestiones sociales y por la imagen que proyectaba la propia ciudad, De Castro estuvo desde 1852 trabajando en el cambio de nombres, que buscaban “poner una nomenclatura filosófica a las calles y plazas, tal como la requería la fama de ilustrada que tan justamente posee la ciudad”, como él mismo diría; y es que el propio alcalde diría que los nombres que existían hasta ese momento eran “impropios de la cultura gaditana”, así como el libre cambio de rótulos. “Vivía un regidor perpetuo en una calle, y a la calle se le daba su nombre. Moría, y al morir, la calle se nombraba de otro modo”, escribía Adolfo de Casto.

Por eso, dispuso que el nombre y emplazamiento de cada calle tuviera un sentido, basado la cultura filosófica, en la Ilustración y en la relevancia de los gaditanos más influyentes. El propio Adolfo de Castro explicaba el nuevo nomenclator; en el entorno de la plaza de la Constitución (hoy San Antonio), los nombres “de los primeros mártires de la causa de la libertad española”, como Padilla, Bravo, Maldonado, Acuña, María Pacheco, Lanuza, Heredia y Luna. En el entorno de Bellas Artes (su antigua sede del Tinte) la de pintores gaditanos como Enrique de las Marinas, Clemente de Torres o José Utrera; “el del erudito Vargas Ponce se ve en la calle donde se encuentra la Biblioteca Provincial; el de González del Castillo en la calle donde falleció; el de Mutis en la que desemboca frente al jardín botánico; el de los Geriones, reyes gaditanos que la fábula ha pintado como muertos por Hércules y enterrados al pie del Drago, se ha colocado paralela a la de Hércules e inmediata al mismo jardín donde se eleva un drago; los nombres de Ensenada y Virgili frente a la Facultad de Medicina, heredera del colegio que fundaron; así como en las calles próximas se han puesto los de primitivos catedráticos y discípulos de tan gloriosa escuela, como Lubet, Velasco, Villaverde, Navas, Arricruz, Gimbernat, Canivell, Lacava, Fernández Solano, Reinoso y Castillejo”.

Así desarrolla el alcalde el por qué de cada grupo de nombres con los que fue disponiendo el nuevo nomenclátor de Cádiz aquel año de 1855; porque, como él mismo dijo, “para las personas indiferentes al saber, a la virtud, al valor y al patriotismo, nada importará la conservación de tales nombres; para los que amen los recuerdos gloriosos de los varones que han honrado a la humanidad y a su patria, cada página de la historia de Cádiz encontrarán escrita en los nombres que resplandecen en los muros de los edificios”.

Un trabajo para 11 meses

Pese a los esfuerzos de Adolfo de Castro, cuenta en su trabajo Yolanda Vallejo que esta revolución en el callejero de la ciudad apenas duraría once meses; el tiempo que tardó el nuevo gobierno municipal, presidido por Pedro Víctor y Pico, en retirarlos en 1856. Y así desaparecerían los nombres alusivos al Cádiz romano, como Artemidoro, Domicia Paulina, Hannibal, Hermes, Julio César, Los Balbo, Los Geriones, Plotina Pompeya o Tovinio, para dar paso otra vez a nombres como Beaterio, Bomba, Boquete, Cocinas, Culebra, Husillo o Rata.

La rectificación antirreligiosa de 1873

En el año 1873 hubo una nueva reforma del nomenclator de la ciudad, en este caso inspirada por las ideas republicanas y con una clara vocación antirreligiosa. Según desarrolla Yolanda Vallejo en su trabajo, el 6 de abril de ese año se cambiarían las calles Encarnación (por Voltaire), Jesús, José y María (por Juárez), Merced (por Garibaldi), Sacramento (por Lincoln), San Dimas (por Verdi), San Ginés (que Adolfo de Castro había denominado O´Reilly, por Torrijos), San José (por Los Girondinos) o San Leandro (por Igualdad).

Pero cuatro meses después de este cambio, los nuevos rótulos fueron todos retirados, volviendo todas esas calles a su nomenclatura anterior al 6 de abril de 1873. Una rectificación inmediata, aunque no tanto como la del actual Ayuntamiento con los cambios de Chile y Santo Cristo.

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